19 de marzo de 2009

De países y sándwiches de jamón

Seguí revisando mis archivos encriptados en WordPerfect 5.1 --intentos de diario-- y encontré algo que no termino de entender, pero allí está. Fue escrito en diciembre de 1991, seguramente de madrugada. Desde hacía más de un año había entrado peligrosamente en una depresión clínica, que sólo logré empezar a controlar en 1993; creo que algo se notará de eso.
El hombre del cáncer del que hablo por allí era José Belisario Peña, uno de los suboficiales que se levantaron contra Hernández Martínez. De todos sus hijos sólo quedó viva Lorena Peña, que creo anda como diputada en el Parlacen. Era papá también de Felipe Peña, uno de los primeros militantes de las FPL. Él mismo fue militante de las FPL, y estuvo preso en plena guerra en Santa Ana, creo, y después en Santa Tecla. No sé cómo logró que lo dejaran vivo.
Va el trozo de diario:

Uno siempre recuerda con tristeza; el recuerdo es profunda y esencialmente triste. Aun los falsos recuerdos (todo recuerdo es falso), los que se acomodan a la imagen y semejanza que cada quien tiene de sí mismo, son tristes, y más tristes mientras más cierta es su falacia.
Siempre negué que el pasado fuera determinante. Freud al diablo. La memoria colectiva al diablo. Las guerras antiguas, la guerra de ayer mismo. Al diablo. Es claro: un trauma tiene que ver con el pasado, pero no con cualquier pasado, sino con hechos tan específicos que se pierden en la maraña de lo general, de eso que hace las conciencias, la individual y la otra. Cada quien acomoda sus hechos y experiencias según le conviene a su siempre prescindible ego y adquiere el trauma que más le guste, como en barata. Vaya, hay maneras tortuosas de ser feliz.
Comienzo mal, pero tampoco tiene importancia.

¿Quién hace la historia? El que la hace, ¿para qué?
Más allá del slogan, ¿quién recuerda realmente a --digamos-- el héroe (¿Che Guevara?) como no sea como un par de consignas que no lo explican, o al compañero del pupitre de al lado que apareció asesinado bajo un puente un veintisiete de julio como no sea como lo que uno imagina que fue, como lo que desearía ser?
Ejercicio: Ubique la cara del mejor amigo que se le haya muerto. Recuerde su voz. Si logra recordar su voz, nombre sus gestos más característicos. Si lo logra, recuerde la forma de sus uñas. Si lo logra, recuerde una frase textual de por lo menos quince palabras que él o ella le haya dicho alguna vez. Si lo logra, el país lo necesita para ser grande y mejor y libre. Mientras, usted será la persona más triste, porque vivirá recordando a un amigo y el recuerdo de los muertos que se quieren no deja dormir en paz.
Si no pasó la prueba, felicidades. No conviene tener la mente llena de cosas que no vienen al caso. Olvidar, sistemáticamente.

¿Qué tan cansado puede estarse de morir?
Vaya a su casa, mírese en el espejo e imagínese muerto. Divida el tiempo que tarde en llorar entre la cantidad de lágrimas que logre derramar en treinta y cuatro segundos y obtendrá una respuesta cuantitativa que se aproximará al tamaño de su cansancio.
Si permanece indiferente, continúe en lo suyo; aún soporta. Si estalla a carcajadas, siga intentando, al menos una vez diaria, hasta que logre llorar.
Si ha llorado antes, pregúntese si valió la pena.

Me niego a creer que la envidia, el ansia de poder, el abuso de poder, la necesidad de la traición, sean inherentes al ser humano e inevitables sin duda. Pero entonces ¿cómo definir a un ser humano? No al Ser Humano de las mayúsculas, sino a usted o a mí.
Pero ¿no son los personajes de Dostoytevski los más patéticamente adorables? ¿No es Ricardo III asquerosamente bello?
Y pensar que hay quienes aún creen...
Por ejemplo:
Conocí a un hombre que murió de cáncer. Su último acto trascendente --tuvo muchos-- fue ofrecerse como conejillo de indias para que probaran en él nuevos medicamentos. Quizá logró vivir seis meses o un año de más, quizá sólo prolongó innecesariamente una agonía de por sí innecesaria. Pero pensaba en el Ser Humano de las mayúsculas. Antes de eso, con orgullo, perdió tres de sus hijos en una guerra de guerrillas que al final no sirvió para nada, y no maldijo: el Ser Humano. Antes de eso, hace años, mantuvo ocupadas las oficinas de telégrafo durante un golpe de estado, fusil en mano, incluso después de que todos los implicados se hubieran rendido o asilado o ido al demonio. En el exilio siguió siendo amigo de ellos y asistían juntos, dos veces por semana, a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Y mucho antes de eso ayudó a derrocar un gobierno, siendo subteniente.
Convivió, y con humildad, con el responsable político de muchos que pasaban hambre, pero que usaba camisas del que costaban lo mismo que recibía una familia de militantes para sobrevivir todo un mes.
¿Qué es un ser humano, después de todo?

Trato de ser inmune a la nostalgia y a veces lo logro. Muchos amigos se pasaron cinco, siete, quince años pensando en el momento del regreso y siempre el recuerdo: la calle, la cara, la anécdota.
Regresaron y tratan de ser felices; otros se alejaron más: Canadá, Australia. Uno o dos se quedaron aquí y tratan de convencerse de que no necesitan volver, que el país es donde está la familia, el corazón, las librerías de viejo, la seguridad, el trabajo que allá nunca encontrarán.
Tengo otro acento, a veces una mezcla de acentos, pero aquél está listo para atraparme al menor descuido. Se me salen palabras que aquí no tienen sentido, que para mí ya no tienen sentido pero que están allí, agazapadas y esperando con dientes. Oigo de lugares nuevos, olvido los lugares viejos, vienen a verme familiares en los que no me reconozco; mi forma de ser -si algo así existe- cada vez tiene menos que ver con ellos.
Siempre hay un sin embargo para amargar las madrugadas.

Me siento autoconmiserativo y falsamente patético haciendo confesiones. Peor para mí.

¿Qué esperaría ver de El Salvador?
Pienso y pienso y no encuentro en la memoria un lugar que pudiera decirme cosas. Hace tanto tiempo...
Recuerdo un perro que fue mi único amigo durante un tiempo y que murió envenenado. Recuerdo parientes a los que visité eventualmente y que nunca me prestaron demasiada atención. Tengo abuelos, tíos, primos, toda la cohorte de gentes que mal o bien lo acompañan a uno por la vida, incluso tan ausentes.
Pero ningún lugar.
Hay una excepción: la tumba familiar donde está enterrada una hermana a la que no conocí. Cierto primero de noviembre comimos sándwiches de jamón sentados sobre la tumba, después de limpiar y poner algunas flores. Siempre me gustaron los sándwiches de jamón.

3 comentarios:

Wirwin dijo...

magistral, si asi escribis deprimido :)

Mira y no has pensado escribir un libro de anecdotas como estas, yo lo compraría

Saludos

Anónimo dijo...

Me encanta, en especial lo de la nostalgia... Gracias.

Thierry dijo...

Genial... Ahora mismo lo traduzco. Un abrazo.