3 de marzo de 2009

Lecturas rezagadas y relecturas

Il Novelino. Las cien novelas antiguas es --literal y literariamente-- un pequeño libro compuesto entre 1280 y 1330, en pleno inicio del renacimiento italiano (por esas fechas Dante fijó la forma del soneto y, vaya, escribió La divina comedia). Fue lanzado por el Instituto Mexiquense de la Cultura en  una colección que incluye el Primero sueño, de Sor Juana, y la poesía completa de San Juan de la Cruz, en ediciones realmente bellas y bien cuidadas.
Me lo regaló el entonces jefe de diseño del IMC, y luego gran amigo, Hugo Ortiz, en 2002, durante una exposición que se hizo en la Biblioteca Nacional de las ediciones de las obras completas de Sor Juana, incluido un libro de cocina (que luego compré en México), iconografías y qué sé yo. Gracias a esas ediciones tan bellas me decidí a publicar Trece en el IMC, y no quedé decepcionado, como conté alguna vez. Apenas hace unos meses me decidí a leerlo.
Es evidente que en las 220 páginas de Il novelino no caben cien novelas. Más bien se trata de pequeños relatos dedicados a entretener y a dar alguna guía "moral" al eventual lector. Hay relatos que apenas están esbozados, otros son de una efectividad y una capacidad de síntesis difíciles de encontrar en el siglo XIII, y en el XXI; otros son relatos convencionales. Algunos son dolorosamente imperfectos, otros son deliciosamente imperfectos, pero uno siempre está ávido de pasar a la página siguiente, para saber qué encontrará. Y no siempre encuentra algo que lo satisfaga, pero algo, de entre esas líneas casi siempre truncas, le sacará al menos una sonrisa.
En el prólogo, Giorgio Manganelli lo describe muy bien: "...visiones minúsculas, estos débiles alientos de sueño no inventan un mundo: se disponen uno junto al otro, a veces fáciles y risiblemente necios: no son más que visiones, no son un libro; y no obstante, son acaso, en su armonía desigual y discontinua, mucho más que un libro, del cual conocemos sus dimensiones y fronteras."
Se cree que el libro tenía como objetivo a gente poco afecta a la lectura, en especial comerciantes, que en pocas palabras podían sacar algo de provecho o al menos divertirse con unos instantes de lectura. Hay errores de bulto que uno, en fin, debe perdonar, como cuando habla del filósofo romano Sócrates, y Pitágoras aparece como astrólogo. Hasta es probable que no se trate de errores, sino de una "vulgarización" extrema para facilitar la lectura; ¿quién sabe cómo pensaban en los siglos XIII y XIV?
Transcribo mi fragmento favorito, bastante borgiano:
XXIX
De cómo los sabios astrólogos discutían cerca del Cielo Empíreo

Grandísimos sabios se hallaban en una escuela de París, y discutían acaloradamente acerca del Cielo Empíreo, afirmando que estaba por encima de todos los demás cielos. Hablaban del cielo donde estaba Júpiter, Saturno y Marte; y del cielo del Sol y de la Luna, y de cómo, sobre éstos, se hallaba el Cielo Empíreo, donde está Dios Padre en toda su majestad. Mientras así hablaban, llegó un loco y les dijo: "Señores, ¿y qué tiene tal Señor sobre su cabeza?" Uno de los sabios le respondió en son de burla: "Tiene un sombrero." El loco se fue y los sabios permanecieron. Uno de ellos dijo: "Tú crees que le has dado una lección, pero la locura ha quedado entre nosotros. Ahora os pregunto: ¿qué hay sobre su cabeza?"

* * *

He revisado rápidamente (conocía desde antes todo el material) el tomo III de la poesía completa de Roque Dalton, recopilada bajo el título No pronuncies mi nombre, que hace referencia a uno de sus mejores poemas ("Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre / porque se detendría la muerte y el reposo..."), escrito en impecables alejandrinos, por cierto. Hay quienes se escudan en RD para escribir simplemente mal, so pretexto de que éste no sabía de preceptivas. Y este tercer tomo podría ser la confirmación de esa percepción: con excepción de Las historias prohibidas del Pulgarcito, bien podría subtitularse "Lo peor de Roque Dalton".
El volumen incluye los libros El amor me cae más mal que la primavera, Un libro levemente odioso, Las historias prohibidas del Pulgarcito, Un libro rojo para Lenin e Historias y poemas de una lucha de clases, mejor conocido como Poemas clandestinos.
Hace cerca de medio año traté de leer completo, después de varios intentos fallidos, con toda la buena voluntad del mundo, Un libro rojo para Lenin. No pude. Es verdaderamente malo. Y sin embargo la idea del "poema-collage" es excelente, y llegó a cuajar en Las historias prohibidas.... No es de extrañarse que, antes de salir de Cuba en 1973, en el ordenamiento que hizo de su propia obra completa, Dalton retirara ese libro como si no hubiese existido (entre otras cosas que sin embargo son dogma de calidad para muchos de sus seguidores y... uh... estudiosos).
Mi teoría siempre ha sido que RD dejó sin publicar, a propósito, Doradas cenizas del fénix, El amor me cae más mal que la primavera y Un libro levemente odioso. Eran cosas que tenía para él y nada más, quizá libros fallidos, quizá borradores que no llegó a corregir, por falta de tiempo o interés. Pero, en fin, era necesaria la publicación de este tercer tomo; uno puede decir misa si lo desea, pero sólo el conocimiento de la obra de alguien pondrá finalmente las cosas en su lugar. Y, sí, habrá quien ponga este tomo III entre sus favoritos, que para gustos están los colores.
Pongo uno de los poemas que siempre me ha indignado por su prepotencia:
De un revolucionario a J.L. Borges

Así que para nuestro Código de Honor,
Ud. también, señor,
fue de los tantos lúcidos que agotaron la infamia.

Y en nuestro Código de Honor
el decir: "qué escritor"
es bien pobre atenuante;
es, quizás,
otra infamia...

* * *

Pisando fuerte, de Alexandre Jardin, lo compré de segunda mano hará unos tres o cuatro años, y por algún motivo no lo había leído. Lo atribuyo al gerundio al inicio del título, que me parece espantoso, como cualquier gerundio mal usado; histerias de uno, pues.
Lo leí rápidamente y sin demasiada emoción, con todo y que Gallimard le dio el premio a la mejor primera novela en 1987. Dice la contratapa:
A sus dieciséis años, Virgile pretende vivir la vida a todo gas y no se resigna a amargarse en las aulas de su escuela. Adolescente encantador, dotado de una alegría infernal, seduce a Clara, una millonaria amiga de su padre. Noches de amor en hoteles, en los que son confundidos como madre e hijo, van convirtiendo esta relación en una especie de cuento de hadas amoral. Su padre no acepta esta conducta de Virgile, que sólo encuentra apoyo en su abuela. Mujer tierna, fuerte y auténtica, la abuela es para Virgile una especie de aval contra todos los peligros que se ciernen sobre su vida sentimental.
Lo encantador no se lo encontré por ningún lado, la "alegría infernal" está hecha de palabras, a veces compuestas de manera bastante torpe, y la seducción de Clara y su relación con ella son tan creíbles como un billete de cuatro dólares. Lo de "cuento de hadas amoral" también es excesivo, a menos que quien haya escrito el texto de la contratapa tenga los mismos 16 años de Virgile.
La única parte que me gustó y conmovió, casi al final, fue el modo en que Virgile ayuda a su abuela a bien morir, con un banquete pantagruélico. Después se va de la casa de la abuela para no enterarse de su muerte.
Quizá me hubiese gustado un poco si no existiera El guardián en el centeno, de Sallinger. Pisando fuerte es una versión edulcorada y facilona, con ínfulas de más. No sé qué otras cosas haya escrito Jardin, pero no creo que me interese leerlas.

* * *

Yo, Augusto fue escrito antes de la muerte de Pinochet, y es un estudio minucioso (digamos más de mil cuartillas) de su trayectoria pública desde que era ministro de Defensa del presidente constitucional chileno Salvador Allende, a quien "sustituyó" después de un golpe de estado en el cual entró de última hora, pero del cual tomó el control para convertirlo en una de las más terribles pesadillas de las que se tiene noticia en América Latina, continente acostumbrado a los malos sueños.
En un principio me molestó algo: no se trata de un libro escrito "desde abajo", desde donde se sufren las consecuencias de las decisiones del poder, sino desde la perspectiva de la elite misma del poder. Pronto me di cuenta de que ése es su gran valor: no la denuncia de siempre, con cifras y testimonios de los sobrevivientes --aunque algo, muy poco, haya de eso--, sino la crónica de cómo funcionan realmente las cosas en los centros de decisión, cómo van interrelacionándose las elites políticas, cómo se atacan y al mismo tiempo cenan en la misma mesa, cómo se protegen cuando las cosas llegan a un punto en que uno de los suyos (en este caso Pinochet) se encuentra en peligro: las barbas del vecino nunca dejan de parecerse a las propias.
El eje del libro es la captura de Pinochet en Inglaterra por petición de las autoridades judiciales españolas, bajo las acusaciones de delitos contra la humanidad, respaldadas por los protocolos de Nüremberg. Para quienes hablan en El Salvador de que es necesario juzgar a los criminales de guerra locales, allí hay muchas pistas que pueden seguirse.
No tengo nada especial que decir acerca del libro, excepto que vale la pena de leerse. Es una lección de realpolitik que a nadie le cae mal para fortalecer el carácter y no creerse demasiado los shows mediáticos en los que se involucran los políticos, en tiempos electorales o en cualquier tiempo.

* * *

Casi por casualidad, un físico escocés descubre que ha habido una explosión en el centro de nuestra galaxia y que después de decenas o cientos o millones de años ésta pasará por la Tierra, arrasando con casi toda la vida del planeta. Viaja a su nativa Escocia --que será de las zonas menos afectadas por la explosión-- y se dispone a armar una "resistencia" en contra de la naturaleza y por la sobrevivencia pura y simple de su gente más cercana.
Ésa es, en suma, la historia de Infierno, de los ingleses Fred y Geoffey Hoyle, publicada en la magnífica colección Súper Ficción de Martínez Roca, ya desaparecida.
El libro lo habré leído hace un cuarto de siglo, lo compré hará unos seis años en Punto Literario (QEPD) por 15 colones, y apenas lo releí en los últimos tres días; hasta le debo el desvelo de anoche.
Se trata de ciencia ficción "dura", esto es: basada en probabilidades científicamente mesurables, con fórmulas y diagramas y lenguaje técnico y todo.
Como en la lectura original, me gustó el modo pausado y minucioso de la narración, muy "literario" si se quiere. Los personajes están trazados con parquedad y todo está justificado con precisión. No es el mejor libro de ciencia ficción que haya leído (o releído), pero me pasé algunas horas bien divertido, que es lo que uno espera cuando lee cualquier libro. (Hay modos y modos de divertirse.)
Quizá he tratado de leer a demasiados escritores "inteligentes" en los últimos tiempos, y, como ya dije, detesto a los escritores "inteligentes". Siempre que me toca una racha de ésas regreso a Borges, a Cortázar, a la novela negra y a la ciencia ficción. Y nunca me decepcionan.

1 comentario:

Thierry dijo...

Alexandre Jardin es desde niño miembro de la tribu Gallimard. Al nacer chupó leche Gallimard, le ponían pañales Gallimard. Comenzó a aparecer en los platós de televisión a los 15 años, aun adoslescente, cuando murió su padre, Pascal Jardin, también escritor (mediocre, pero de la tribu Gallimard), para explicar que añoraba mucho a su papi. Por supuesto media Francia se conmovió. Y escribió un libro para decir lo mismo. Y por una de esas casualidades que uno nunca termina de entender, se lo publicó Gallimard, y media Francia compró el libro. El pobre -hasta tartamudeaba al recordarlo, con los ojos aguados y todo- tenía otro trauma: su abuelo había sido un destacado colaboracionista, consejero oculto del jefe del gobierno francés durante la ocupación nazi. Por supuesto, Alexandre Jardin no fue el único que tuvo que enfrentarse con este tipo de herencia. Muchos tuvieron que pagar sesiones de análisis. El chiste de ser miembro de la tribu Gallimard es que para lo mismo no tienes que pagar, sino que te pagan. Y los que compran tus libros son los que pagan. Je je.

En cuanto a Roque Dalton, comparto tu opinión tratándose de Un libro rojo para Lenin. Tal vez mi opinión sea un poco menos dura cuando se trata de Un libro levemente odioso.

Un abrazo.