27 de junio de 2009

¿Quién dice quién?

La pregunta se las trae: ¿quién determina quién es artista y quién no? Y la respuesta no es clara se la enfoque desde donde se la enfoque.
Por ejemplo, habrá quien le endose a los críticos la determinación de dónde comienza y dónde no el arte. Pero hay un problema fundamental: en el mejor de los casos, los críticos saben mucho de lo que se mueve alrededor del arte --tendencias, periodos, subperiodos, corrientes, influencias--, pero no tienen un visión desde dentro, es decir desde el arte mismo, y por lo tanto su opinión dependerá de factores externos a éste. En el peor de los casos, los críticos han pasado por el arte y, al no obtener resultados notables, decidieron dedicarse a ver el arte desde fuera. En tal caso son personas que sólo parcialmente conocen lo que se mueve dentro del arte --no han terminado su formación artística o ésta es deficiente-- y tenderán a moverse entre dos mundos, con parámetros externos en un caso y parámetros deficientes en el otro. Están los más peores, si algo así es posible: los que llevan una doble vida de académicos y artistas, que en general aplican la teoría a sus obras o justifican éstas según parámetros académicos no siempre objetivos. (Los parámetros académicos, aquí entre nos, nunca son objetivos; sólo se visten de eso.) Por aquí tengo, sin ir más lejos, los haikús de un... uh... estudioso de las letras. Son pésimos: mal medidos, mecánicos, sin fibra. No son poemas, simplemente, pero el tipo de seguro jura que sí, o no los hubiera publicado, y es probable que tenga argumentos para sostenerlo, así algunos hepasílabos se le vayan al diablo porque no tiene noción de cosas técnicas tan básicas como una sinalefa o un hiato.
Habrá quien le confíe a los lectores, por su cantidad, el éxito de una obra. En tal caso Dan Brown --un escritor harto deficiente-- sería un escritorazo, mientras que Borges sería más bien regular y el Roa Bastos de Yo, el supremo apenas un principiante. Eso sin contar a los que, en nuestras latitudes, apenas logran poner un millar o dos de ejemplares entre los lectores, cuando bien les va, o con los que se quedan con toda una edición de un poemario autoeditado bajo la cama, echando polvo y casi pidiendo perdón.

Aquí hay un caso importante: los propios artistas que se declaran artistas a sí mismos. Los habrá que tengan razón, pero hay poetas, artistas audiovisuales, pintores, músicos, escultores --dactilógrafos, añadiría Thierry--, en cantidades suficientes para llenar un estadio, que lo son sólo por una declaración de fe de sí mismos y de otros como ellos, en y con los que se reconocen. Su obra es bastante deficiente --caemos otra vez en la técnica--, pero no la conocen o la niegan en aras de la frescura, la espontaneidad o "lo esencial". Allí los tenemos dando recitales y armando revistas, haciendo performances al por mayor, exponiendo en paredes marginales, colgados de los blogs y, cuando encuentran un reportero inexperto, dando entrevistas que, la verdad, no suenan del todo mal. (Lo que les falta es el sustento de una obra, ni más ni menos.)
¿Son otros artistas los que validan a los artistas más nuevos? Visto lo que se dice en líneas anteriores, da un poco de miedo decir que sí, pero sí. Se presupone que gente de mayor experiencia, ya instalada en un lugar importante dentro del arte, le da el espaldarazo a los más jóvenes y pone a "los demás" (críticos, público, otros artistas) en conocimiento de que algo se está cociendo. "Jóvenes promesas" es el título que generalmente se usa, y es horrible, pero es así. El problema es el de siempre: de diez "jóvenes promesas", si alguna llega a cumplir, bendito sea Dios; los otros nueve --o los mismos diez-- se quedarán en lo mismo de antes, al suponer que el aval de un mayor ya significa un punto de llegada, y no un punto de partida, y que los mayores no se equivocan.
Sin embargo hay una razón para que las editoriales tengan comités editoriales formados por notables, para que entre los músicos la jerarquía sea harto estricta y para que los museos y galerías tengan comisiones de artistas, críticos y curadores que deciden qué se expone y qué no se expone, como en otros casos los notables deciden qué se toca y qué se publica. No faltará quien hable de elites que impiden el desarrollo de los más jóvenes; el asunto es más sencillo: las cosas funcionan o no funcionan, y los mayores deciden, con razón o no, si ciertas obras cumplen con --otra vez-- ciertos parámetros técnicos, y un poco más.

¿Hay un modo "objetivo" de saber si una obra de arte es en efecto una obra de arte? Me parece que no. Hay medidas para saber, digamos, si un libro está bien escrito, pero no para decir que es bueno; dependerá siempre de los referentes del que haga la calificación. Un cuadro técnicamente impecable puede ser simplemente malo; una sonata perfectamente escrita puede ser aburridísima, y una ejecución al piano puede estar muy bien y no transmitir absolutamente nada.
Aquí caemos en otro lado del mismo cubo: un poema puede transmitir muchísimo y estar pésimamente escrito bajo cualquier estándar. ¿Será un poema por lo que transmite? Mi punto de vista es que no; si me pongo en ésas, soy capaz de sacarle el apéndice a un enfermo usando un manual básico de crugía, pero eso no será una operación, sino una masacre. Se es artista o no se lo es, como se es abogado o economista. Pero conozco medio centenar de personas que declararían con la mano en el corazón, incluidos algunos mayores, que un mal poema es excelente por su calidad expresiva, y al diablo las veleidades como la técnica (el modo de usar el bisturí, pues).
Y están los artistas a los que no se les reconoce (en el sentido más básico del verbo) porque desde un principio muestran una originalidad fuera de serie. El arte, con todo, es bastante impermeable a las novedades, y más aún sus cultores y críticos. Si se ve algo bueno y novedoso, quizá se le rechace y se encuentren defectos donde precisamente están sus hallazgos, y allí es donde los mayores tienden a confundirse con harta facilidad: pueden calificar como simplemente malo lo que talvez sea lo más interesante que han tenido enfrente. (Charlie Parker, genio indudable del jazz, recibió de Duke Ellington --otro genio-- la declaración de que "eso" no era música. Años después Ellington hacía incursiones en el terreno de Parker, con gran acierto, y no antes de desdecirse.)
¿Quién determina, entonces, quién es artista y quién no? Después de un montón de exposiciones y manifestaciones diversas de... uh... arte conceptual, cada vez me atrevo menos a intentar una respuesta. No muy en el fondo se trata de un asunto de honestidad personal, que en el arte no siempre es la constante: a veces el status de artista es más importante que la calidad de artista, y allí se está jugando a otra cosa, no al arte. Cuando un ego mal trabajado entra en escena, es bien difícil quitarle el micrófono; el micrófono es en sí mismo el hecho, el placer, el objetivo.
¿Garantiza una obra extensa que alguien sea artista? Evidentemente no, aunque hablaría al menos de cierta disiplina. ¿Garantiza algo que la obra trascienda las fronteras nacionales o municipales? Quizá, pero sólo de manera relativa.
Lo que sé es que cada vez desconfío más de quienes se declaran artistas de cualquier tipo sin más garantía que su palabra y algunos cuadros o poemas o una guitarra mal tocada acompañando a un voz de buen timbre, pero que tiembla, por no mencionar intervenciones, performances y cosas por el estilo. Cada vez, también, soy más duro con lo que escribo, a veces hasta el punto de la inmovilidad. (Ya pasará.) Treinta y tantos años en mi oficio tampoco son garantía de nada, pero qué diablos; son lo que tengo, y son lo que trato de no olvidar todos los días.
Y el tiempo. Sólo el tiempo puede decir; lo demás son especulaciones.

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Las ilustraciones de este post son cortesía de Valeria, con cinco años recién cumplidos y sin más pretensión que decenas de páginas dibujadas --sólo por el placer de dibujarlas-- con plumones, plumas, lápices y crayones de diferentes colores. En esta ocasión le tocó al naranja.

4 comentarios:

Thierry dijo...

Excelente intervención... Creo que la calidad de la producción no puede ser un criterio para definir a un artista, sólo puede ser criterio para calificarlo,de malo o de bueno. Como un albañil un médico o un fontanero, un artista puede ser pésimo, no por eso deja de ser un artista, un médico o un albañil. Creo que lo que hace un artista es la intención. Cuando estaba trabajando en la embajada de Francia en Costa Rica, invitaron al embajador a inaugurar las fiestas folclóricas de Santa Cruz, Guanacaste. El no quería ir y me mandó para que lo representara. Me presentaron a un señor,tal vez la persona más importante del pueblo: un poeta, feliz y respetado por ser el autor de una oda al chancho. Al escuchar a ese señor descubrí la soledad. Pero mi estatuto de invitado oficial me obligaba a contener las ganas de llorar. Y descubrí algo: ese señor ERA un poeta. Ya que él lo sentía así. Bueno o malo es otra cosa y a la hora de definir criterios nadie estaría de acuerdo.
Bonitos los dibujos de Vale.
Un abrazo.

Thierry dijo...

¿Viste que en la nueva presentación de la Prensa Gráfica en Internet,ya no hay un directorio "Cultura"? Cultura viene como subdirectorio del directorio "Fama". Genial... ¿no?

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Ya tiene meses así. Nomas me falta el trono y el oropel vacuo para disfrutar de la gloria vana. Digo, escritor ya soy...

Anónimo dijo...

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