21 de agosto de 2006

La URS, Somoza, Louis Armstrong y El Extraño

Varias cosas pasaron y no pasaron el viernes anterior, y para ponerlas en orden hay que decidir entre el bien común y el bien individual. Escojo desde luego el bien individual, porque quiero seguirle la contraria a la corrección política, porque nadie se va a morir ni va a perder dinero y, sobre todo, porque este blog es mío.
Decidimos filmar el viernes por la noche el video en el que estamos trabajando, El extraño, con guión de Salvador Canjura, dirigido por Rebeca Torres y con todo el equipo del taller de La Casa en lo que se ofrezca, como siempre. Como tenía que hacer en La Casa, le pedí a Osmín Magaña que pasara por mí y, bueno, pasó, y allí arruiné la sorpresa: en su carro había cuatro pizzas, con lo que resultó claro que estaban preparándome una fiesta por mi cumpleaños, que había sido el día anterior. Ya en casa había un pastel, helado y, además de los del taller, estaba Carlos Clará, Osvaldo y su hijo y al rato aparecería Susana Reyes. Hacía años que pasaba mis cumpleaños sólo con Krisma, con mi hijo Eduardo cuando estaba aquí y con Valeria después de que nació. (Antes no. Seguro. Krisma quedó embarazada un septiembre.)
Rebeca me regaló un extraño encendedor de butano, con luces de colores y llama de soplete. Impresionante de verdad. Me encantó. Y Osmín terminó con una espera de treinta años: me dio el disco Louis and the Good Book, de Louis Armstrong, una de las maravillas del universo y del jazz. Es el buen Satchmo cantando gospel con el coro de Sy Oliver, en una grabación de 1958. Lo busqué por todos lados y no lo encontré jamás, y en los últimos años me rendí. Y por supuesto que allí va la historia de cómo supe de él y cómo lo perdí.
Mi padre tenía un amigo francés en Costa Rica, Bernard Poumier o Pomier, por allá de 1974, y Bernard tenía un acento marcadísimo y una colección de discos envidiable. El jazz no era lo principal, pero sí había unos títulos impresionantes. En esa época las cosas eran de otro modo, y me fijé más en los discos de Paco Ibáñez (me grabó uno en concierto en el Olympia), los de Quilapayún, los de Inti Illimani, de Víctor Jara, Violeta Parra y así. Había de Brassens, Patachou y qué sé yo.
Una noche lo visitamos y puso Louis and the Good Book, y me enamoré del disco. Estaba en una colección de Phillips francesa, en discos de 33 rpm, de los pequeños, del tamaño de los de 76 rpm, en una colección publicada en los años cincuenta. Compré un cassette Sony de los buenos y le pedí que me lo grabara. Y me lo grabó de un lado; del otro iba uno bien interesante, de The Dixie Stompers. (No era la banda original de los años veinte, del mítico Fletcher Henderson, que aparece aquí, sino una armada en Francia por un baterista de Duke Ellington, de quien no recuerdo el nombre. Quisiera creer que fue Dooley Wilson, el Sam de Casablanca, que era baterista y no pianista, pero ni siquiera sé si estuvo en la banda de Duke.) En este disco venía la mejor versión que he oído de "Tiger Rag", que alguna vez usó Esso para sus comerciales. Y ése no lo perdí: cuando Bernard se fue a Francia le dejó el disco a Robertico Castellanos Braña (asesinado en 1980 por un escuadrón de la muerte junto con su esposa, como se señala aquí en el numeral 2), y Robertico me lo dio a mí en una fiesta en la que Ernesto Richter casi muere de un infarto después de bailar rocanrol toda la noche con Florencia, hermana de Roberto. (Ernesto moriría de un infarto el año pasado; aquí se habla de él, pero no entiendo el alemán. Florencia moriría de cáncer, según me dijeron, al igual que Rosa Braña, su madre, una mujer sensacional, esposa del dirigente comunista Raúl Castellanos, muerto a finales de los sesenta en la Unión Soviética cuando lo operaban de amebas, a quién se le ocurre. También murió don Rodolfo Braña, plomero, padre de Rosita, un tipo grandote, genial y absolutamente sordo que peleó en la Guerra Civil Española y en la Segunda Guerra Mundial, donde se pasó un buen tiempo en un campo de concentración nazi. También peleó en la guerra de 1948 en Costa Rica, por supuesto en contra de Figueres, porque era comunista.)
El asunto es que oía y oía el cassette y me maravillaban los coros y los arreglos y Louis Armstrong, y creo que mis amigos no entendían muy bien por qué después de Jimi Hendrix y Led Zeppelin oía "eso", y encima a Paco Ibáñez; tampoco era de andar explicando. Igual yo tampoco entendía, porque estudiaba guitarra clásica y de eso sólo tenía el disco del Concierto de Aranjuez por Narciso Yepes. Tampoco entendían las mamás de las niñas del barrio San Cayetano por qué salía a las siete de la noche de casa con la guitarra al hombro y regresaba a eso de las 10 u 11, después de clases y de ver a mi novia. De inmediato me pusieron la etiqueta de drogadicto y borracho. Músico, pues. Por si fuera poco, descubrieron que mi novia Tat era negra (yo lo noté de inmediato), y no permitieron que sus hijas se me acercaran a menos de cinco metros --añadirían el cargo de corruptor de menores, con todo y que la corruptora era mi novia, porque era varios años mayor que yo-- y a Tat no le volvieron a vender en la tienda de la esquina, sin contar con las cosas feas que le decían las señoras cuando iba pasando.
Como sea, en diciembre de 1975 salimos de Costa Rica hacia El Salvador, por tierra, en camino hacia México. Mi padre sólo nos llevaría hasta Peñas Blancas, en la frontera con Nicaragua, porque acababa de pasar algo que seguramente sería peligroso para él.
Un par de años antes, quizá más o quizá menos, los salvadoreños exiliados en Costa Rica decidieron armar una asociación para... no sé... creo que para publicar una carta por la liberación del catedrático Federico Baires, que estuvo preso en el estadio de Chile después del golpe de estado contra Allende. Quizá fue mucho después, para denunciar la matanza de estudiantes del 30 de julio de 1975 en San Salvador. Motivos no faltarían. El asunto es que en algún momento se pusieron, en la sala de casa, a discutir el nombre, y ya se sabe que en esos casos es casi imposible ponerse de acuerdo, y al final escogen el último que alguien dice sólo porque ya son las tres de la mañana y hay que despertarse temprano para trabajar. En ésas estaban, y yo cenando después de mis clases de guitarra o de karate (sí, también estudiaba karate, pero sólo los martes y jueves), cuando se me ocurrió:
--¿Por qué no le ponen Unión de Residentes Salvadoreños?
Miguel Sáenz Varela, que estaba presente, hizo cuentas y vio que las siglas serían URS. Como buen comunista, no iba a desperdiciar una oportunidad así, con todo y que faltaba una S para que fueran unas siglas perfectas. Todos se pusieron a reír, aprobaron que se llamara URS, y me fui a dormir sin tener que oír las discusiones por el nombre durante toda la noche. (Mi infancia y adolescencia está llena de insomnios de ese tipo.)
Poco antes de nuestra partida hacia México, Anastasio Somoza hizo no sé qué matanza en Nicaragua, y el doctor Fabio Castillo Figueroa mandó, sin consultar, una nota a Somoza, que se publicó en los diarios en forma de carta abierta, a nombre de la URS y con los nombres de sus miembros. Hubo otra discusión en casa, esta vez amarga: había gente de la URS que iba constantemente a Nicaragua, y familiares que tenían que pasar por allí desde y hacia El Salvador, y Somoza era un tipo vengativo. Fabio, al final, dijo que a veces la verdad necesitaba de sacrificios o algo así, todos se pusieron más enojados aún, Fabio se fue, la URS se desintegró y pasaron algunos meses. Así que mi padre, por prudencia, nos dejaría en Peñas Blancas, cruzaríamos Nicaragua, en Potosí tomaríamos el ferry --los salvadoreños en ese entonces no podíamos pasar por Honduras-- y, después de unos días, nos reuniríamos en Guatemala con mi padre para irnos a México.
En el carro íbamos mi madre, mi hermano Mauricio, de cuatro años y medio; mi hermana Ana, como de 12; Marta, una muchacha de 16 años, y yo, también de 16. Íbamos lo más limpios que pudimos, con excepción de tres discos: uno de la nueva trova cubana, uno de Ángel Parra y uno de Víctor Jara, que iba en las fundas de unos de Temptations, The Jackson Five y... uh... no recuerdo cuál otro. No esperábamos una revisión muy exhaustiva, así que no había problema.
El Volvo 1967 aguantó muy bien todo el trayencto, pero entre Pueblo Viejo y Potosí mi madre --que era quien manejaba; yo aprendí años después-- se dio cuenta de que no llegaríamos a tiempo para tomar el ferry de ese día. Metió el pedal y unos kilómetros antes de llegar una piedra rompió el tanque de gasolina, como a 25 kilómetros de ninguna parte. Pusimos un poco de jabón en el tanque, que apenas detenía la gasolina, le puso toda la velocidad que aguantaba el carro en una calle espantosa de tierra y apenas logramos llegar a la entrada de la aduana. De allí empujamos el carro, y sólo alcanzamos a ver que el ferry ya se iba.
Y bien, pasaríamos una noche aburrida y a las 6 de la mañana saldría el siguiente.
Y salió, pero sin nosotros. Y el siguiente. Y el siguiente. Y así durante tres días.
Habían llegado órdenes de Managua de que nos arrestaran a los cinco, cuatro menores de edad incluidos, hasta que regresara el comandante del puesto de la Guardia Nacional. Éste debía enviarnos en un carro militar a Managua, y allí... Bueno... Creo que no nos iba a ir bien. Un par de guardias nacionales a los que mi madre sobornó le dijeron que la orden era interrogarnos al viejo estilo dictatorial y después desaparecernos.
Es una historia buena, pero hay que contarla en otra ocasión. Para resumir, nos ayudaron varios traileros salvadoreños que llevaron mensajes a El Salvador y Costa Rica para avisar que estábamos presos y en peligro. De seis o siete que mandamos, llegaron tres, dos a Costa Rica y uno a El Salvador.
El que llegó a El Salvador fue de un tipo de apellido Menjívar, de unos 19 o 20 años, que manejaba un camión pequeño. Lo convencí de que se llevara mis discos y cassettes y que se los entregara al tío Mauricio --hermano de mi madre-- junto con una nota. El tipo estaba asustado, pero lo hizo: llamó por teléfono al tío, se vieron en algún lugar, le dio información de lo que pasaba y le entregó los discos y cassettes. Todos menos tres discos, y en realidad seis: el de Temptations, el de Jackson Five y el que no recuerdo, que también camuflaban los discos "subversivos". Y tres cassettes, uno de ellos el de Louis and the Good Book, de Armstrong.
(¡Ah! ¡Fue El lado oscuro de la luna, de Pink Floyd, que había comprado el año anterior con una lana que gané cortando café!)
No me iba a poner delicado con el tocayo, porque en realidad nos salvó la vida. Mi tío Juan Contreras Molina, primo hermano --y en realidad hermano, porque se criaron juntos--, hijo del tío Federico Molina, estaba en ese momento en el cuartel de San Miguel, en calidad de G2; había sido gente de ANSESAL, durante el reinado de José Adalberto Medrano. Otro guardia nacional sobornado le había mandado un recado por radio, y cuando el tío Mauricio habló con él ya había llamado a Managua para armar un despelote con la gente de la inteligencia --es un decir-- de allá. Al cuarto día en plena mañana, cuando ya había llegado el comandante del puesto de la Guardia Nacional, justo el día en que nos iban a mandar a Managua, apareció el tío Mauricio en el ferry. Él nunca se metió en nada de política, y la verdad estaba arriesgando el pellejo, pero una consulta del comandante bastó para que nos devolvieran los pasaportes y nos dejaran ir.
--Nos vamos a volver a ver --le dijo a mi madre.
--No creo --le contestó ella.
Lo peor no fue lo que nos pasó desde que llegamos a Potosí hasta ese día, sino ver cómo carajos empujábamos el Volvo arruinado dentro del ferry. El maldito pesaba más que la cabeza de un ideólogo comunista ortodoxo, la verdad. Y los guardias nacionales no iban a ayudarnos. En La Unión, ya del lado salvadoreño, fue más fácil: mi tío, que es ingeniero civil, mandó su tráiler con varios trabajadores y que se resistiera el maldito carro. (Dejaríamos el Volvo en El Salvador. La abuela nos lo cambió por un Chevrolet Malibu modelo 66. El Volvo moriría desbielado un par de años después, mientras el tío Mauricio lo manejaba.)
O sea que Osmín no sólo me regaló uno de mis discos favoritos de todos los tiempos, que ya he oído un montón de veces en dos días, sino también algunos recuerdos importantes para mí. En otro post, alguna vez, contaré más de esos tres días, que a pesar de la angustia tuvo sus momentos interesantes.
En fin, la noche del 18 de agosto pasado, después de comer pizza, y antes de acabar con el pastel y el helado, nos pusimos a filmar la escena que faltaba del video El extraño. Estábamos en el ensayo preliminar y, zaz, el montón de agua, con rayos, interrupción de electricidad y todo. Apenas alcanzamos a meter el equipo.
Hace como mes y medio tratamos de filmar la misma escena y pasó lo mismo, con rayos y apagón y todo. Esa vez también estuvo Carlos Peña (quien hace el papel de El Extraño), y cuando se fue se le arruinó una llanta. Y cuando logró arreglar la llanta se le arruinó otra. No quiero creer en presagios, pero ya veremos qué pasa el próximo viernes, que fue para cuando se pospuso la filmación.
Cuando casi todos se fueron, nos quedamos platicando Carlos Peña, Osvaldo Hernández y yo, mientras Diego (hijo de Osvaldo, quien hace un papel clave en toda la serie de videos) jugaba Yenga y dominó con Krisma. Carlos se fue a las 2 de la mañana y no se le arruinó ninguna llanta. Con Osvaldo nos quedamos platicando de poesía hasta las 11 de la mañana, háganme el favor. Dormí un par de horas y me fui a dar el taller de periodismo cultural, que estuvo especialmente bueno. (Como estamos hablando de teatro, para la próxima semana vamos a discutir a Aristóteles. ¡Sí, a Aristóteles! ¡Y a petición de las talleristas! Hacía mucho que no sabía de periodistas culturales salvadoreños que quisieran leer a Aristóteles y, de hecho, libros a secas, perdón por la acidez.)
Para terminar, allá arriba, en la foto, de izquierda a derecha, Rebeca Torres con una férula en la pierna izquierda (se rompió un menisco mientras jugaba paintball el domingo anterior), William Alfaro en el papel de marido golpeador, Carlos Peña como El Extraño, Nelson Ochoa calibrando luces y los micrófonos y Salvador Canjura con la segunda cámara. Yo estaba de frente a los actores con la tercera cámara, casi a un lado Krisma (que tomó la foto), y detrás de mi andaban Susana Reyes, Carlos Clará, Valeria y Osmín. Carlos Guardado, el otro miembro del taller, vive hasta el fondo de Soyapango y no pudo venir.
Sí, esta escena será filmada en el jardín de afuera de casa, que es pequeño, pero se va a ver inmenso merced a la magia del cine.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

COMO ME HUBIERA GUSTADO ESTAR EN TU FIESTA,PERO ESE DIA FUE MI GRADUACION. PERO FELICIDADES!!!
LO DE LA FILMACION....MMMMMM SERA EL UNIVERSO QUE SE CONFABULA CONTRA USTEDES?? ESO PASO CON LAS OTRAS, SI NO ERA LA LLUVI ERA LA COSA ESA CON EL RUIDO AL CORTAR LOS TRONCOS. PERO LA TERCERA ES LA VENCIDA. ES QUE USTEDES FILMAN SIN VER EL REPORTE DEL CLIMA...JAJAJAJA

Denise Phé-Funchal dijo...

Hummm ya decía yo que habías estado ocupado en estos días... ya hacían falta los posts... ojalá mejore el clima y suerte con la filmación.

Aldebarán dijo...

Comento por partes y en desorden:

Tenía idea que en Costa Rica eran un poco racistas, pero no con esos alcances y ramificaciones. ¿O miraban feo a Tat por ser "pervertidora de menores"?

Me queda la duda si los discos perdidos lo fueron por miedo o por la calidad de su contenido. Creo que jamás se sabrá.

Por último, comprendo todos los recuerdos que puede traernos un disco de acetato (o disco compacto en estos tiempos modernos) o el gusto de escuchar y escuchar un cassete hasta que te entra el miedo que la vieja grabadora se lo coma y lo arruine. Sin embargo, por tu nota me queda claro que cada disco tiene su propia historia.

Disfruta a Louis.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

UA: El universo no se confabula. Mi teoría es que Carlos Peña es extraterrestre y su cercanía provoca esos fenómenos.
Y no hay reporte de clima que funcione. A veces dicen que va a llover torrencialmente... y en efecto llueve con sapos y todo. ¿Qué seriedad se puede esperar?

Denise: He andado en más todavía. Ya tengo el video en el que actuaste, más o menos como te lo mandé, pero hay que quitarle un poco de brillo a las trompetas y ponerle otra voz a las cuerdas y maderas. Después de eso, el Sundance, qué rayos. Y estuve armando la entrada de los siete videos que estamos filmando. Eso implicó no sólo una noche en blanco, sino también revisar como veinte cassettes para cortar materiales. La onda era cómo compatibilizar la música y la imagen, porque la música me gusta, pero no me daba el "espíritu" del asunto. Creo que ya lo logré. Hay unas bonitas tomas de una ciudad... que no es San Salvador, sino San José de Costa Rica. Se ajusta más a la idea de la serie, creo. Hice una hora de tomas hace dos años para que Krisma conociera un poco. También hay un bebé por allí que contrasto con el Empleado de la Muerte. Es la Vale cuando tenía como cuatro meses. Y unas cosas que dejaron unos amigos hace como tres años. Divertidísimo, pero me llevó hoooooras.

Aldebarán: Mi idea es que el racismo está latente aún en Costa Rica, aunque ya no es tan evidente como hace treinta años; las leyes no quitan los sentimientos, pero al menos disminuyen las agresiones. Para aquel entonces era terrible y bien descarnado. Miraban feo a Tat porque era negra (y muy guapa); lo de que anduviera conmigo nomás fue la chispa para agredirla. A su sobrina (sí, tenía una sobrina casi de su edad) la trataban mal nada más porque sí, y al hermano de su sobrina (o sea a su sobrino) lo molestaban como si fuera el pendejo del barrio, que no era. Pero pos le gustaba jugar con la gente de mi cuadra, y lo soportaba. Otro primo de Tat, por cierto, jugó en grandes ligas en EU por esa época; no recuerdo su nombre, pero era de apellido Lewis.
Creo que al Menjívar del camioncito le llamó la atención que fueran discos muy buenos, y además importados, y no sabía lo que traían dentro. El susto se lo debió llevar cuando los sacó para oírlos. Mi lógica fue que los guardias no iban a revisar discos que a cada rato pasaban por la aduana. Además traían carátula doble.
Y sigo sin acabarme el disco de Louis Armstrong. Creo que voy a usar un pedacito para un video que vamos a hacer, que trata precisamente de un trompetista. No se me ocurría qué podía oír el trompetista mientras estaba solo; Dizzie me parecía demasiado, y no encontraba material de LA que calzara. Y ya lo tengo.
A menos que encuentre una rola que es una maravilla, y que te recomiendo: "Rockin' Chair", también con LA. Creo que sólo hizo una versión, en concierto, cantando con no recuerdo quien.