10 de agosto de 2006

Otra foto


Vanessa Núñez me manda otra foto de la Feria del Libro que se realizó en Guatemala. El de la derecha soy yo, por supuesto, aún peleando contra el sobrepeso (me pasé un año y medio escribiendo sin parar, y vieran que el sedentarismo hace estragos), aunque con lentes nuevos. El del cigarro es Raúl Figueroa, dueño (y de hecho único miembro permanente) de F&G Editores, una editorial cada vez más interesante por sus títulos sobre historia reciente y no tan reciente de Guatemala. Tiene un mecanismo bien bonito, que es el que deberían usar todas las editoriales en lugar de apostarle a un nuevo y súbito boom latinoamericano (nomás que sin Carlos Barral de por medio): edita manuales de derecho que se usan en las universidades y cosas por el estilo; con eso financia libros de historia, que tienen buena acogida, y con lo de éstos paga los de literatura, que (con excepciones) son los que menos se venden, aunque no le va mal. En esta feria presentó la magnífica y fundacional novela Los compañeros, de Marco Antonio Flores, para conmemorar los treinta años de su primera edición, que ocurrió en México, en Joaquín Mortiz (mi hija aún la guarda). Tuve chance de platicar con Marco Antonio durante un buen rato y darle las gracias porque su novela me enseñó mucho de lo poco que sé. Le regalé un ejemplar de Trece, con orgullo de alumno. La última vez que vi a Flores fue cuando apenas estaba a punto de aparecer mi primera novela, Historia del traidor de Nunca Jamás, en 1985. Luego me tocó sustituirlo en la revista Casa del tiempo, de la Universidad Autónoma Metropolitana, en una columna que se llamaba Brújula, o algo así, sobre temas internacionales.
Y el tipo alto que está en medio, en segundo plano, es Salvador Canjura, nuestro amigo del blog Tierra de collares y miembro del taller de video de La Casa del Escritor. Más interesante fue que unos minutos después me encontré dentro, en el stand del Fondo de Cultura Económica, a Aldebarán, el más antiguo (lo cual le agradezco) lector de este blog. También con él hemos hecho algunas cosas, pero el anonimato le queda bien y no diré cuáles son esas cosas; sé que se ha convertido en un buen amigo en la vida real (e igualmente se lo agradezco); sin ir más lejos, el 11 de junio le regaló a Valeria un trajecito rosa que trata de usar lo más posible. (La Vale, claro. Aldebarán tiende a los pantalones oscuros y las camisas claras.)
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7 comentarios:

Anónimo dijo...

Me hubiera gustado conocer a Aldebarán, pero al parecer su anonimato se lo prohíbe. Lástima.

Saludos.

Anónimo dijo...

Sí fijate, a mí también. Lástima de verdad.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Histéresis: No es anonimato: es todo un sacerdocio, y lo cultiva con un rigor y una humildad que sacan lágrimas. Eso sí, llevaba libros buenos.

Vanessa: Un día, cuando la paz reine en el mundo y los justos sean legion, terminará su voto de anonimato y estará entre nosotros. Mientras, deberemos conformarnos con los mensajes que nos envía a través de sus Sopas De Letras y meditar, meditar, meditar.

Esta fue la palabra de Aldebarán.

Anónimo dijo...

con permiso: al fin, venci mi huevoneria infinita y hoy acabo de iniciar mi blog. esta bien elemental, pero en el camino ire aprendiendo.
agradecere visitas y comentarios.
www.alasleves.blogspot.com

Anónimo dijo...

Y sin embargo existen los iluminados a los que les es dado ver el resplandor divino... o eso creo haber visto. Jajaja...

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Indira: ¡Felicidades! Ya iré por allí, cómo no.

Vanessa: Alabada seas. No traía lentes, pero igual cuéntaselo a tus nietos, y ellos a los nietos de tus nietos.

Anónimo dijo...

No, no los traía. Y fue por eso que logré precibirlo. Estas cosas se ven con los ojos (o lojojos) del alma. Y no es posible contarlas, porque la palabra las mancharía. El silencio en cambio... redime el recuerdo.
Sea: lo bailado y lo comido nadie me lo quita. See ya honey.