"Marcial" en un callejón sin salida
Así tituló El mundo de hoy la segunda de tres entregas de una nota que escribí acerca del suicidio de Salvador Cayetano Carpio. Sí, generalmente los títulos se dejan a los editores, salvo excepciones; en este caso preferí que así fuera. No se me ocurrió un título "pegador".
Hoy sí pusieron la nota en internet. Puede encontrarse en este link.
Anoche me habló un amigo que fue de las FPL, de la línea marcialista, y comentamos largamente acerca del asunto. Entre otras cosas, me decía que el peligro, siempre, es que las cosas se puedan politizar, esto es: que sirvan para beneficio personal de alguien, o partidario de alguien más (o del mismo, qué rayos). Y, sí, ése siempre es un riesgo cuando uno se pone a escribir de cosas que se encuentran tan en el borde como el asunto de Marcial y Ana María. Izquierda contra izquierda. Las marrullerías de gente que uno supone compañeros, pero que no dejan de ser humanos, con todas las implicaciones del caso.
Incluso entre los propios marcialistas (por allí hay un montón) existe el temor de que hablar del caso sea "dar armas al enemigo". Lo mismo con lo de Mayo Sibrián y qué sé yo cuántas cosas más.
Le explicaba a mi amigo, que sabe mucho más que yo del caso (él estuvo en Managua el día del suicidio de Marcial, e incluso llegó a su casa cuando aún no se llevaban el cadáver; le dije que es algo que tiene que contar), que he tenido ese temor, pero no muy marcado. Para mí el asunto de Marcial no es político ni ideológico, sino personal. Tula Alvarenga, su esposa, es mi tía, y Marcial era amigo de la familia. Había en casa una caja de té negro, que ninguno de nosotros tomaba --preferíamos el café; sí, era la época en que yo aún tomaba café--, para cuando quisiera llegar, y le gustaba sentarse en una haragana en la que dejó los surcos de sus uñas, en la parte donde se descansan las manos. Marcial era un tipo que parecía siempre tranquilo y relajado, pero su modo de soltar la tensión era rascar. Estuviera donde estuviera, rascaba algo.
Es personal, también, porque la imagen de megalómano casi psicópata, con un ego del tamaño de alguna pirámide de regular tamaño, e igual de inamovible, de tipo autoritario al extremo, no tiene nada que ver con la realidad. Era un tipo suave, incluso tierno en el trato, como lo es Tulita, su esposa. Nunca los vi juntos, pero en algún momento hubieran parecido una pareja de viejitos que ya pasaron por todo, incluso un tanto aburridos, pero cariñosos entre sí y con todo lo que se les pusiera alrededor. Eso no significa que Marcial no haya tomado decisiones fuertes, e incluso terribles e injustificadas (en Tiempos de locura hablo de varias de ellas), sino que hay veinticinco años de mostrar algo que simplemente no es cierto.
En lo del culto a la personalidad, hay algo que me consta. La gente más cercana a él lo trataba con mucho respeto, pero con franqueza y naturalidad, y el viejo otro tanto. Fue a muchos de los que después se lanzaron con lo del culto a los que vi incluso hacer genuflexiones ante él, adularlo y tratar de convencernos de que el Ho Chi Minh salvadoreño y todas esas sandeces. Marcial los veía con una sonrisa neutra, y más bien de hastío, y con razón. Todas las proporciones guardadas, más de una vez a más de uno se le ha ocurrido tratar de adularme, por los motivos que sea. Es incómodo. No hay modo de decir: "Ey, ponte serio, respétate y, de paso, vete al carajo, porque no confío en alguien que cree que soy un estúpido sin conocimiento de causa." Uno puede ser estúpido, pero el conocimiento de causa ayuda a ubicarse.
Es personal, también, porque estoy seguro de que "eso" fue lo que mató a mi padre, muy lentamente. Hasta 1983, mi padre era un tipo que reía mucho y con muchas ganas. De repente soltaba unas carcajadas bien roncas --tenía un registro de bajo profundo, con todo y que era pequeño-- que daban gusto. Entre los primeros recuerdos de mi vida están esas carcajadas. Se acabaron el 12 de abril de 1983. Si alguna vez llegué a oírlo reírse, era como se ríe alguien que anda en muletas y le duele. También agarró una depresión crónica que lo tiraba días enteros, y lo ponía en unos estados de los que no hablaré aquí, porque no viene al caso y porque no quiero.
A través de él supe algunas cosas de las que hablo en el reportaje, muy pocas, y sólo de manera eventual. Hubo otras que jamás me contó, y fue imposible sacárselas. Cuando por fin lo convencí de que escribiéramos un libro sobre el tema, enfermó de cáncer y las prioridades cambiaron. Fue cuando llegué a El Salvador, para recuperar una casa familiar que seguro haría falta vender para pagar lo que le tocó pagar por la enfermedad. Sólo dejó algunos apuntes que, en serio, no sirven para mucho. Me pasó lo mismo que con Tiempos de locura: él hubiera podido ayudarme, o escribirlo, pero puess no, porque ya se había muerto cuando surgió la idea,y en serio que no dejó archivos, como a alguien se le ocurrió inventar. Así que a investigar, con las pocas pistas que tenía a mano.
Es personal porque yo no tenía que haberme enterado de muchas cosas, y sin embargo no sólo me enteré, sino que me tocó estar en medio y recibir más de un raspón. Y cargar con eso a la espalda es bastante incómodo. Más de la mitad de mi vida cargando pesos ajenos. Ya estuvo suave. Y en especial cuando uno ve cómo se deforma lo que pasó hasta grados en que resulta irreconocible; cómo hay gente que se viste con ropa que le queda inmensa (o pasa lo del rey que va desnudo y nadie se atreve a decírselo), y uno allí diciéndose a solas: "Que no joda. Sabe que está mintiendo, y lo peor es que hay un montón de gente que se lo traga."
Es personal, pues. No me paga la OIE ni Gobernación. Ni siquiera El mundo; hay cosas por las que uno no cobra ni quiere cobrar. Esas notas son parte de ello, y así quedó acordado con Lafitte Fernández, que fue quien me las pidió. "No le voy a cambiar una sola coma", me dijo, y fue innecesario que lo dijera; en dos años de trabajo con él en Vértice, tuve toda la libertad que quise para escribir lo que quise con el enfoque que se me dio la gana. A veces me daban el tema, o yo lo consultaba, pero el modo de hacerlo y lo que decía nunca estuvo en cuestión.
Y, al leer ya publicada la nota, me gusta el estilo de crónica policial. Sólo hay una pequeña parte de la información del libro y, como dije ayer, el carácter de éste es radicalmente diferente. Digamos que en 5,000 palabras en total no se puede decir todo, y que quedó como la versión cinematográfica de una novela muy gruesa. (No, el libro tampoco es muy grande. Quizá unas 130 cuartillas.)
Todo lo anterior lo escribo en realidad para mí mismo, como una especie de recuento de cosas. Si alguien me cree, bien. Si no, pues no. Una amiga creyó que era un asunto de ficción, algo así como las notas para una novela. No. No hay ficción. Alguna vez intenté hacer una novela, y no pude. Es demasiado personal. Así que se trata de un relato de algunos aspectos de un caso terrible, del que todos deberíamos saber, porque es parte de nuestra historia, de lo que es el país ahora y que nos afecta, sea o no nuestra intención. Si ven que no se mencionan fuentes es por falta de espacio. Las hay. Muchas. Cuando aparezca el libro se enterarán. Bueno, los que quieran comprarlo.
Durante todo este rato he estado pensando si transcribir aquí la nota o dejar que la lean en El mundo. Lo que les recomiendo es que la lean allá, con los encabezados del editor y todo, pero la dejo también aquí para registro. La nota va acompañada por la carta de suicidio de Marcial, que publiqué hace un par de años en este blog. Se puede encontrar en este link.
Va, pues, la nota de hoy:
A PRIMERAS HORAS DE LA TARDE, el 12 de abril de 1983, Salvador Cayetano Carpio, comandante “Marcial”, salió hacia su casa en la urbanización Las Colinas, luego de una reunión con el jefe del Ejército Sandinista, Humberto Ortega, y el ministro del Interior de Nicaragua, Tomás Borge. Había llegado como primer responsable de las Fuerzas Populares de Liberación “Farabundo Martí” (FPL), y salió bajo arresto, rodeado por agentes de la Seguridad del Estado y efectivos del Ejército Popular Sandinista.
La noticia del arresto la conocieron algunos de sus allegados. Le propusieron activar un plan de contingencia que estaba preparado desde hacía algún tiempo: una operación armada para sacarlo de su casa junto con su esposa, Tula Alvarenga, para luego trasladarlo clandestinamente a Chalatenango, donde podría seguir como dirigente indiscutido de su organización, la mayor y más poderosa del FMLN.
El plan se había fraguado en enero anterior, luego de que las tesis de Carpio acerca de la guerra fueran derrotadas en la Comisión Política de las FPL por la fracción que encabezaba Mélida Anaya Montes, la comandante “Ana María”, asesinada seis días atrás. Era casi seguro el desplazamiento de “Marcial” de la jefatura de su organización, pero aún faltaban algunos meses para que se produjera, y había en marcha un plan que cambiaría radicalmente el curso de la revolución salvadoreña.
Aunque la liberación y fuga de “Marcial” parecía factible, éste se negó. Nadie supo el motivo, pero hay un dato importante: para ese momento, Carpio llevaba cinco días sin dormir. Había pasado en incontables reuniones, y la última no había sido la más fácil.
UN EXILIO ROJO
Humberto Ortega y Tomás Borge le mostraron, durante la reunión, las pruebas de que gente manejada por Rogelio Bazzaglia, comandante “Marcelo”, responsable de inteligencia de las FPL, había perpetrado el asesinato de Ana María. En el primer comunicado acerca del suicidio de “Marcial” se aseguró que éste se había matado abrumado por la noticia de que alguien tan cercano había sido el culpable.
Según otras fuentes, el asunto no fue tan sencillo. Durante la reunión, los comandantes sandinistas le dijeron a Carpio que la investigación seguía abierta, y que esperaban su cooperación. Como primera medida, le exigieron que entregara los archivos de las FPL. “Marcial” se negó: significaba entregar a toda una organización clandestina y en lucha a gente extraña.
Las presiones de los sandinistas no se hicieron esperar. En un principio le dijeron que, si no cooperaba, podían acusarlo de proteger a los asesinos, y que eso tendría consecuencias para su imagen y para la revolución salvadoreña. “Marcial” siguió negándose, y entonces los sandinistas le advirtieron que, si no entregaba los archivos, lo acusarían de ser el autor intelectual del crimen, y el daño para él y para su lucha sería irreparable. Al ver que la negativa continuaba, apostaron a la carta mayor.
Debía entregar los archivos y, mientras se realizaba la investigación, retirarse de su cargo. No se daría a conocer al público, incluso si se encontraba evidencia en su contra, y seguiría apareciendo como el jefe máximo de su organización. Su firma iría en los comunicados de las FPL y del FMLN. Durante ese tiempo, él y su esposa vivirían en un “país amigo”, alejado del centro de las cosas políticas salvadoreñas –es decir Managua–, y se mencionó a Cuba y Alemania Democrática como destinos probables.
Parte de los datos anteriores los confirma Salvador Sánchez Cerén en el libro “Con la mirada en alto”, de la chilena Martha Harnecker, y precisamente él era uno de los interesados en que “Marcial” entregara los archivos: era uno de los más cercanos a “Ana María”, y terminaría sustituyendo a Carpio.
Según Sánchez Cerén, en cierto momento “Marcial” se negó a seguir hablando. Fue entonces que lo colocaron bajo arresto, que debía cumplir junto con su esposa, quien también tenía una larga carrera como dirigente política desde hacía cuatro décadas.
Luego de llegar a su casa y de hablar con algunos militantes de las FPL, Marcial se dedicó el resto del día a escribir dos o tres cartas (aún no se sabe con exactitud). Por lo menos una de ellas era su carta de suicidio, que se reproduce junto con esta nota.
UN ASUNTO POLÍTICO
Hasta ahora, las FPL y el FMLN han tratado de presentar el “caso Marcial–Ana María” como un asunto de carácter policial, hasta el grado de presentar a Carpio como un megalómano que asesinó a una rival que quería desplazarlo, y no mucho más que eso. Y el desplazamiento era casi seguro, al menos de los órganos de dirección de las FPL, y el plan de sacarlo a Chalatenango estaba listo para cuando ocurriera: en Managua, Carpio estaba a expensas de los sandinistas; en Chalatenango se movería en su territorio y bajo sus reglas.
Había además otras fuerzas y gobiernos que también querían el desplazamiento de “Marcial”, y que apoyaban a “Ana María” y su gente para sacarlo del mapa. Las pugnas más fuertes se habían producido tras la derrota de la “ofensiva final” de enero de 1981, promovida por las otras fuerzas del FMLN, y sólo en parte por las FPL. (Hay información al respecto en el libro “Tiempos de locura. El Salvador 1979–1981”, del autor de estas líneas, publicado por FLACSO en 2006, y de próxima reaparición.)
Tras las enseñanzas de la derrota, “Marcial” preparaba desde hacía menos de un año el lanzamiento de una nueva ofensiva militar, que debía ocurrir en algún momento entre agosto y octubre de 1983. Era esto lo que le urgía detener al sector de “Ana María” y a las demás organizaciones del FMLN, en aras de una negociación.
El último intento por frenar a Carpio “por las buenas” había sido una serie de reuniones convocadas por Fidel Castro en La Habana, en diciembre de 1982. Es probable que allí se sellara el destino de “Marcial”, y quizá también el de “Ana María”.
Hoy sí pusieron la nota en internet. Puede encontrarse en este link.
Anoche me habló un amigo que fue de las FPL, de la línea marcialista, y comentamos largamente acerca del asunto. Entre otras cosas, me decía que el peligro, siempre, es que las cosas se puedan politizar, esto es: que sirvan para beneficio personal de alguien, o partidario de alguien más (o del mismo, qué rayos). Y, sí, ése siempre es un riesgo cuando uno se pone a escribir de cosas que se encuentran tan en el borde como el asunto de Marcial y Ana María. Izquierda contra izquierda. Las marrullerías de gente que uno supone compañeros, pero que no dejan de ser humanos, con todas las implicaciones del caso.
Incluso entre los propios marcialistas (por allí hay un montón) existe el temor de que hablar del caso sea "dar armas al enemigo". Lo mismo con lo de Mayo Sibrián y qué sé yo cuántas cosas más.
Le explicaba a mi amigo, que sabe mucho más que yo del caso (él estuvo en Managua el día del suicidio de Marcial, e incluso llegó a su casa cuando aún no se llevaban el cadáver; le dije que es algo que tiene que contar), que he tenido ese temor, pero no muy marcado. Para mí el asunto de Marcial no es político ni ideológico, sino personal. Tula Alvarenga, su esposa, es mi tía, y Marcial era amigo de la familia. Había en casa una caja de té negro, que ninguno de nosotros tomaba --preferíamos el café; sí, era la época en que yo aún tomaba café--, para cuando quisiera llegar, y le gustaba sentarse en una haragana en la que dejó los surcos de sus uñas, en la parte donde se descansan las manos. Marcial era un tipo que parecía siempre tranquilo y relajado, pero su modo de soltar la tensión era rascar. Estuviera donde estuviera, rascaba algo.
Es personal, también, porque la imagen de megalómano casi psicópata, con un ego del tamaño de alguna pirámide de regular tamaño, e igual de inamovible, de tipo autoritario al extremo, no tiene nada que ver con la realidad. Era un tipo suave, incluso tierno en el trato, como lo es Tulita, su esposa. Nunca los vi juntos, pero en algún momento hubieran parecido una pareja de viejitos que ya pasaron por todo, incluso un tanto aburridos, pero cariñosos entre sí y con todo lo que se les pusiera alrededor. Eso no significa que Marcial no haya tomado decisiones fuertes, e incluso terribles e injustificadas (en Tiempos de locura hablo de varias de ellas), sino que hay veinticinco años de mostrar algo que simplemente no es cierto.
En lo del culto a la personalidad, hay algo que me consta. La gente más cercana a él lo trataba con mucho respeto, pero con franqueza y naturalidad, y el viejo otro tanto. Fue a muchos de los que después se lanzaron con lo del culto a los que vi incluso hacer genuflexiones ante él, adularlo y tratar de convencernos de que el Ho Chi Minh salvadoreño y todas esas sandeces. Marcial los veía con una sonrisa neutra, y más bien de hastío, y con razón. Todas las proporciones guardadas, más de una vez a más de uno se le ha ocurrido tratar de adularme, por los motivos que sea. Es incómodo. No hay modo de decir: "Ey, ponte serio, respétate y, de paso, vete al carajo, porque no confío en alguien que cree que soy un estúpido sin conocimiento de causa." Uno puede ser estúpido, pero el conocimiento de causa ayuda a ubicarse.
Es personal, también, porque estoy seguro de que "eso" fue lo que mató a mi padre, muy lentamente. Hasta 1983, mi padre era un tipo que reía mucho y con muchas ganas. De repente soltaba unas carcajadas bien roncas --tenía un registro de bajo profundo, con todo y que era pequeño-- que daban gusto. Entre los primeros recuerdos de mi vida están esas carcajadas. Se acabaron el 12 de abril de 1983. Si alguna vez llegué a oírlo reírse, era como se ríe alguien que anda en muletas y le duele. También agarró una depresión crónica que lo tiraba días enteros, y lo ponía en unos estados de los que no hablaré aquí, porque no viene al caso y porque no quiero.
A través de él supe algunas cosas de las que hablo en el reportaje, muy pocas, y sólo de manera eventual. Hubo otras que jamás me contó, y fue imposible sacárselas. Cuando por fin lo convencí de que escribiéramos un libro sobre el tema, enfermó de cáncer y las prioridades cambiaron. Fue cuando llegué a El Salvador, para recuperar una casa familiar que seguro haría falta vender para pagar lo que le tocó pagar por la enfermedad. Sólo dejó algunos apuntes que, en serio, no sirven para mucho. Me pasó lo mismo que con Tiempos de locura: él hubiera podido ayudarme, o escribirlo, pero puess no, porque ya se había muerto cuando surgió la idea,y en serio que no dejó archivos, como a alguien se le ocurrió inventar. Así que a investigar, con las pocas pistas que tenía a mano.
Es personal porque yo no tenía que haberme enterado de muchas cosas, y sin embargo no sólo me enteré, sino que me tocó estar en medio y recibir más de un raspón. Y cargar con eso a la espalda es bastante incómodo. Más de la mitad de mi vida cargando pesos ajenos. Ya estuvo suave. Y en especial cuando uno ve cómo se deforma lo que pasó hasta grados en que resulta irreconocible; cómo hay gente que se viste con ropa que le queda inmensa (o pasa lo del rey que va desnudo y nadie se atreve a decírselo), y uno allí diciéndose a solas: "Que no joda. Sabe que está mintiendo, y lo peor es que hay un montón de gente que se lo traga."
Es personal, pues. No me paga la OIE ni Gobernación. Ni siquiera El mundo; hay cosas por las que uno no cobra ni quiere cobrar. Esas notas son parte de ello, y así quedó acordado con Lafitte Fernández, que fue quien me las pidió. "No le voy a cambiar una sola coma", me dijo, y fue innecesario que lo dijera; en dos años de trabajo con él en Vértice, tuve toda la libertad que quise para escribir lo que quise con el enfoque que se me dio la gana. A veces me daban el tema, o yo lo consultaba, pero el modo de hacerlo y lo que decía nunca estuvo en cuestión.
Y, al leer ya publicada la nota, me gusta el estilo de crónica policial. Sólo hay una pequeña parte de la información del libro y, como dije ayer, el carácter de éste es radicalmente diferente. Digamos que en 5,000 palabras en total no se puede decir todo, y que quedó como la versión cinematográfica de una novela muy gruesa. (No, el libro tampoco es muy grande. Quizá unas 130 cuartillas.)
Todo lo anterior lo escribo en realidad para mí mismo, como una especie de recuento de cosas. Si alguien me cree, bien. Si no, pues no. Una amiga creyó que era un asunto de ficción, algo así como las notas para una novela. No. No hay ficción. Alguna vez intenté hacer una novela, y no pude. Es demasiado personal. Así que se trata de un relato de algunos aspectos de un caso terrible, del que todos deberíamos saber, porque es parte de nuestra historia, de lo que es el país ahora y que nos afecta, sea o no nuestra intención. Si ven que no se mencionan fuentes es por falta de espacio. Las hay. Muchas. Cuando aparezca el libro se enterarán. Bueno, los que quieran comprarlo.
Durante todo este rato he estado pensando si transcribir aquí la nota o dejar que la lean en El mundo. Lo que les recomiendo es que la lean allá, con los encabezados del editor y todo, pero la dejo también aquí para registro. La nota va acompañada por la carta de suicidio de Marcial, que publiqué hace un par de años en este blog. Se puede encontrar en este link.
Va, pues, la nota de hoy:
A PRIMERAS HORAS DE LA TARDE, el 12 de abril de 1983, Salvador Cayetano Carpio, comandante “Marcial”, salió hacia su casa en la urbanización Las Colinas, luego de una reunión con el jefe del Ejército Sandinista, Humberto Ortega, y el ministro del Interior de Nicaragua, Tomás Borge. Había llegado como primer responsable de las Fuerzas Populares de Liberación “Farabundo Martí” (FPL), y salió bajo arresto, rodeado por agentes de la Seguridad del Estado y efectivos del Ejército Popular Sandinista.
La noticia del arresto la conocieron algunos de sus allegados. Le propusieron activar un plan de contingencia que estaba preparado desde hacía algún tiempo: una operación armada para sacarlo de su casa junto con su esposa, Tula Alvarenga, para luego trasladarlo clandestinamente a Chalatenango, donde podría seguir como dirigente indiscutido de su organización, la mayor y más poderosa del FMLN.
El plan se había fraguado en enero anterior, luego de que las tesis de Carpio acerca de la guerra fueran derrotadas en la Comisión Política de las FPL por la fracción que encabezaba Mélida Anaya Montes, la comandante “Ana María”, asesinada seis días atrás. Era casi seguro el desplazamiento de “Marcial” de la jefatura de su organización, pero aún faltaban algunos meses para que se produjera, y había en marcha un plan que cambiaría radicalmente el curso de la revolución salvadoreña.
Aunque la liberación y fuga de “Marcial” parecía factible, éste se negó. Nadie supo el motivo, pero hay un dato importante: para ese momento, Carpio llevaba cinco días sin dormir. Había pasado en incontables reuniones, y la última no había sido la más fácil.
UN EXILIO ROJO
Humberto Ortega y Tomás Borge le mostraron, durante la reunión, las pruebas de que gente manejada por Rogelio Bazzaglia, comandante “Marcelo”, responsable de inteligencia de las FPL, había perpetrado el asesinato de Ana María. En el primer comunicado acerca del suicidio de “Marcial” se aseguró que éste se había matado abrumado por la noticia de que alguien tan cercano había sido el culpable.
Según otras fuentes, el asunto no fue tan sencillo. Durante la reunión, los comandantes sandinistas le dijeron a Carpio que la investigación seguía abierta, y que esperaban su cooperación. Como primera medida, le exigieron que entregara los archivos de las FPL. “Marcial” se negó: significaba entregar a toda una organización clandestina y en lucha a gente extraña.
Las presiones de los sandinistas no se hicieron esperar. En un principio le dijeron que, si no cooperaba, podían acusarlo de proteger a los asesinos, y que eso tendría consecuencias para su imagen y para la revolución salvadoreña. “Marcial” siguió negándose, y entonces los sandinistas le advirtieron que, si no entregaba los archivos, lo acusarían de ser el autor intelectual del crimen, y el daño para él y para su lucha sería irreparable. Al ver que la negativa continuaba, apostaron a la carta mayor.
Debía entregar los archivos y, mientras se realizaba la investigación, retirarse de su cargo. No se daría a conocer al público, incluso si se encontraba evidencia en su contra, y seguiría apareciendo como el jefe máximo de su organización. Su firma iría en los comunicados de las FPL y del FMLN. Durante ese tiempo, él y su esposa vivirían en un “país amigo”, alejado del centro de las cosas políticas salvadoreñas –es decir Managua–, y se mencionó a Cuba y Alemania Democrática como destinos probables.
Parte de los datos anteriores los confirma Salvador Sánchez Cerén en el libro “Con la mirada en alto”, de la chilena Martha Harnecker, y precisamente él era uno de los interesados en que “Marcial” entregara los archivos: era uno de los más cercanos a “Ana María”, y terminaría sustituyendo a Carpio.
Según Sánchez Cerén, en cierto momento “Marcial” se negó a seguir hablando. Fue entonces que lo colocaron bajo arresto, que debía cumplir junto con su esposa, quien también tenía una larga carrera como dirigente política desde hacía cuatro décadas.
Luego de llegar a su casa y de hablar con algunos militantes de las FPL, Marcial se dedicó el resto del día a escribir dos o tres cartas (aún no se sabe con exactitud). Por lo menos una de ellas era su carta de suicidio, que se reproduce junto con esta nota.
UN ASUNTO POLÍTICO
Hasta ahora, las FPL y el FMLN han tratado de presentar el “caso Marcial–Ana María” como un asunto de carácter policial, hasta el grado de presentar a Carpio como un megalómano que asesinó a una rival que quería desplazarlo, y no mucho más que eso. Y el desplazamiento era casi seguro, al menos de los órganos de dirección de las FPL, y el plan de sacarlo a Chalatenango estaba listo para cuando ocurriera: en Managua, Carpio estaba a expensas de los sandinistas; en Chalatenango se movería en su territorio y bajo sus reglas.
Había además otras fuerzas y gobiernos que también querían el desplazamiento de “Marcial”, y que apoyaban a “Ana María” y su gente para sacarlo del mapa. Las pugnas más fuertes se habían producido tras la derrota de la “ofensiva final” de enero de 1981, promovida por las otras fuerzas del FMLN, y sólo en parte por las FPL. (Hay información al respecto en el libro “Tiempos de locura. El Salvador 1979–1981”, del autor de estas líneas, publicado por FLACSO en 2006, y de próxima reaparición.)
Tras las enseñanzas de la derrota, “Marcial” preparaba desde hacía menos de un año el lanzamiento de una nueva ofensiva militar, que debía ocurrir en algún momento entre agosto y octubre de 1983. Era esto lo que le urgía detener al sector de “Ana María” y a las demás organizaciones del FMLN, en aras de una negociación.
El último intento por frenar a Carpio “por las buenas” había sido una serie de reuniones convocadas por Fidel Castro en La Habana, en diciembre de 1982. Es probable que allí se sellara el destino de “Marcial”, y quizá también el de “Ana María”.
1 comentario:
Reciba un revolucionario saludo de mi persona y de parte de todos los militantes de "FERM 19".
Primeramente felicitarlo por su blog y por su gran trabajo literario, es realmente ejemplar la labor que usted realiza, la de informar a las nuevas generaciones la verdad acerca del caso de "marcial". y todos los aportes que vienen de su persona.
La segunda razón por la que le escribo es por que me llamaron mucho la atención estas líneas:
"Es personal, también, porque estoy seguro de que "eso" fue lo que mató a mi padre, muy lentamente. Hasta 1983, mi padre era un tipo que reía mucho y con muchas ganas. De repente soltaba unas carcajadas bien roncas --tenía un registro de bajo profundo, con todo y que era pequeño-- que daban gusto. Entre los primeros recuerdos de mi vida están esas carcajadas. Se acabaron el 12 de abril de 1983. Si alguna vez llegué a oírlo reírse, era como se ríe alguien que anda en muletas y le duele. También agarró una depresión crónica que lo tiraba días enteros, y lo ponía en unos estados de los que no hablaré aquí, porque no viene al caso y porque no quiero."
Publicadas en su blog el día 29 de abril de 2008, la razón de eso es por que yo como se lo mencione al principió pertenezco a una organización político – estudiantil, dentro de la Universidad de El Salvador, llamada Fuerzas Estudiantiles Rafael Menjivar 19 de julio (FERM 19) nosotros respetamos toda la labor realizada por su padre dentro y fuera de la universidad y valoramos su gran aporte científico.
Como organización sentimos la necesidad de saber un poco mas acerca de su padre es por eso que en distintas ocasiones hemos intentado contactar con usted lastimosamente no hemos tenido éxito, espero que en esta oportunidad podamos establecer algún tipo de contacto. Pues realmente usted es la persona que mejor nos puede aportar conocimientos acerca de Rafael Menjivar.
Espero con ansias su respuesta ya que es importante para nosotros como estudiantes organizados conocer más acerca de su padre, de su vida y aportes.
Se despide de usted
Erick Orellana
Estudiante de Lic. En Mercadeo Internacional en la facultad de Ciencias Económicas de la UES
FUERZAS ESTUDIANTILES RAFAEL MENJIVAR 19 DE JULIO
“FUERZA UNIDAD Y LUCHA”
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