Pobrecitos poetas que somos los demás
(Artículo publicado en El faro en algún momento de 2003)
Roque Dalton murió hace casi tres décadas y dentro de algunos sectores sigue considerándosele como la más alta cumbre de la poesía salvadoreña. Hay algo de cierto y mucho de relativo en la afirmación. Es claro, no obstante, que uno de los revolucionarios de las letras nacionales se ha convertido en la bandera de un paradójico conservadurismo y en instrumento para ocultar las carencias de sus más incondicionales seguidores, o en el peor de los casos para darles algún prestigio académico o literario.
Para la izquierda, el carácter de su literatura de corte político convirtió a Dalton en un héroe de las letras; su muerte, a manos de sus propios compañeros, en un mártir. Es a su heroísmo y a su martirologio que ciertos intelectuales han ligado la calidad e incluso la validez de su obra. El mito ha llegado a un punto en el que no es necesario leer, y mucho menos estudiar, su poesía ni su prosa para ser especialista en Dalton, sino conocer de los avatares de su vida, manejar algunas consignas que forman parte del lugar común y tener la capacidad para generar nuevos mitos y para especular sobre los motivos verdaderos y las verdaderas circunstancias de su muerte. Su obra pasa así a un segundo y lejano plano con respecto a su vida, y su ideología y sus opciones personales de vida sirven para que se dé como valiosa alguna de su obra que, por su carácter urgente, ha perdido vigencia, si alguna vez la tuvo.
Hay varios hechos sintomáticos: el bautizo del antiguo Teatro de Cámara de San Salvador con el nombre de Teatro Municipal “Roque Dalton”, a pesar de que no contribuyó de manera interesante a la dramaturgia salvadoreña; la utilización de fotografías del autor, como las de su ficha policial y las de la infancia, en las portadas de las ediciones de UCA Editores (EDUCA, Siglo XXI y otras generaron portadas que venían más al caso) y el carácter de las polémicas recurrentes acerca de su muerte. Estas últimas se hacen pasar como discusiones meramente intelectuales, cuando se trata de un asunto judicial que debe resolverse en los tribunales. Si los interesados desearan que la verdad saliera a la luz, interpondrían una denuncia ante la Fiscalía General de la República, aportarían elementos para el seguimiento de pistas y ejercerían las presiones necesarias para que no terminara en el olvido.
LA EDAD DE LA RAZON
Dalton murió a los cuarenta, la edad a la que un autor comienza a ofrecer su obra de madurez, si se ha preparado a conciencia. Y había ya un vislumbre de lo que sería su obra madura. En Taberna y otros lugares está el poema largo “Los extranjeros”, que es en efecto una de las cumbres más altas de la poesía salvadoreña, y que curiosamente sus especialistas no han estudiado a fondo y rara vez mencionan, quizá por su complejidad y porque plantea retos demasiado complejos. Salvo algunos poemas sueltos, el resto del libro está formado por “textos de emergencia” o de corta vida. Uno de ellos es el poema experimental “Taberna”, superado con creces tanto en lo formal como en lo temático; no es de extrañarse después de 34 años de su publicación.
Un poema excelente sobre el que se habla poco es “Esbozo de adiós”, en el que se ve también esa etapa madura a la que Dalton no entró de lleno.
Pobrecito poeta que era yo es una novela que no llegó a cuajar (las de Manlio Argueta, Jacinta Escudos y Mauricio Orellana tienen mucho más que ofrecer literariamente); Las historias prohibidas del pulgarcito es una propuesta audaz y muy bien lograda; la primera parte de La ventana en el rostro incluye páginas y frases memorables, y hay aquí y allá poemas de amor que no queda más que recordar. Un buen balance, aunque parezca magro, para un poeta de cuarenta años.
Ahora, sin embargo, hay poetas de esa edad, o más, que eran unos adolescentes cuando Dalton murió y que, incluso gracias a él, han alcanzado un grado de depuración a la que, por cuestiones de tiempo y de vida, no llegó.
Alfonso Quijada Urías, hermano menor de Dalton en materia literaria, y con veinte años más de experiencia, cuenta con una obra global que no necesita de la apología personal o política para sostenerse. Con Comarcas, Miguel Huezo Mixco ha llegado a una envidiable economía poética, lo mismo que René Rodas con La balada de Lisa Island y El libro de la penumbra, ambos de próxima aparición. La casa en marcha, de Carlos Santos, es uno de lo más sólidos e innovadores poemarios publicados en el país desde Los estados sobrenaturales, de Quijada Urías, y Los nietos del jaguar, de Pedro Geoffroy Rivas.
El hecho de convertir a Dalton en figura central de las letras nacionales oculta, a sabiendas o no, que la vida ha seguido su marcha desde 1975 y que desde entonces las letras han evolucionado y generado nuevas e importantes propuestas.
El ocultamiento no se refiere sólo a los que siguieron de Dalton, sino también a los maestros: Geoffroy Rivas y especialmente Hugo Lindo, quien con el poemario Desmesura se coloca en un lugar que aún no ha alcanzado nuestra poesía, por no mencionar los mejores pasajes de Sólo la voz.
AFIRMACION Y NEGACION
Hay otras consecuencias graves en la mitificación de Dalton, además del desconocimiento real de su obra y la “represión” de otros poetas. Por una parte, el mensaje que se da a los poetas jóvenes en el sentido de que es inútil el trabajo y la experimentación: no se podrá superar a Dalton (para igualarlo, tal vez, sería necesario convertirse en mártir). Por otra, y consecuencia de lo anterior, sólo queda el camino de la imitación para llegar a alguna parte.
Por eso quizá el panorama poético es tan desolador a pesar de la cantidad extrema de poetas que se mueven y autopublican en El Salvador. Por debajo de los cuarenta y por encima de los veinticinco pueden contarse con una mano los poetas con propuestas propias y sólidas. Quizá el más interesante sea Carlos Clará, con Los pasillos imaginarios, poemario aún inédito.
Por debajo de los veinticinco años comienza a notarse una fuerte tendencia a negar a Roque Dalton como poeta fundamental precisamente por los motivos que para los mayores es valioso: su orientación política, su apología de la violencia (que tuvo su tiempo y sus motivos) y el aura de santón que injustamente se le ha creado desde la oficialidad de la izquierda. Y es lógico tal rechazo: el papel de los más jóvenes es romper con la ortodoxia y el dogma, del signo que sea. Roque Dalton, pues, está quedando como símbolo del conservadurismo de la izquierda, ni más ni menos el tipo de conservadurismo que lo mató.
Entre los poetas más jóvenes se ven varias tendencias. La predominante es el desconcierto ante la inexistencia, por ocultamiento o ignorancia de sus maestros, de parámetros sólidos que los guíen en su obra. Otra es la búsqueda y adopción, a contracorriente, de parámetros alternos, sólo a veces con éxito ante la falta de información.
Hay algo cierto: la avidez de conocimiento existe, y tarde o temprano las cosas se pondrán en su lugar, la poesía de Roque Dalton (y la de otros) incluida. La honestidad de académicos y escritores podría hacer de este proceso algo menos azaroso, y así Roque Dalton brillaría por lo que es: uno de los poetas más innovadores que ha dado el país, a pesar de su fin prematuro.
------------Actualización de 2004.- Pues bien, en la Universidad de El Salvador se inauguró hace unos meses la Pinacoteca "Roque Dalton", en homenaje más a la figura que al poeta... o al pintor. Porque Dalton no se dedicó a la pintura, que se sepa. Eso, me parece, es no tener sentido de los límites.
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