Algo de 1984
Un compañero de La Casa me trajo --y se lo agradezco-- la fotocopia de un ejemplar de la publicación Alternativa socialista, de la Liga Internacional de los Trabajadores (la Cuarta Internacional, pues), el número 4-5, correspondiente a noviembre-diciembre de 1984, editada para Estados Unidos y México.
Todo el número está dedicado al suicidio de Salvador Cayetano Carpio. Incluye desde artículos en los cuales se le defiende hasta otros en los que se le condena, pasando por documentos oficiales del FMLN acerca del caso, etcétera. Un buen dossier.
Por ese documento --y en parte por el sumario judicial del caso, del que sólo tenía trozos-- me vi en una situación bien extraña: el libro acerca del affaire Carpio-Anaya Montes es uno de los que más tiempo me hay llevado escribir --desde 2001--, y en el que he sido más minucioso y cuidadoso en el manejo de datos, testimonios, etcétera. Sin embargo, aunque ya había entregado la versión que se iba a publicar, me vi obligado a revisar nuevamente todo el libro y reforzarlo en apenas tres o cuatro días, a toda prisa y esperando --sabéndolo, más bien-- que el corrector de estilo haga un buen trabajo; con esas prisas alguna incorrección formal se irá, que espero detecte, porque el libro debe entrar en producción la semana que viene.
Por suerte me había adelantado una semana a la fecha final de entrega, y eso me dio un margen no muy cómodo, pero margen al fin, para hacer algo decoroso.
El número de Alternativa socialista abre con un largo artículo publicado por el mexicano y argentino Adolfo Gilly en la revista Nexos en abril de 1984, a un año del asesinato de Ana María y el suicidio de Marcial; sigue con uno de Carmen Lira aparecido en el número siguiente de la misma revista, en el cual se desmiente todo lo que dice Gilly con base en los documentos del FMLN; luego viene una nota, bastante buena, de Cuauhtémoc Ruiz, donde se llega mucho más a fondo y se plantean alternativas a las lecturas de Gilly y Lira, y después una sección de documentos del FMLN (comunicados, el llamado "testamento político" de Marcial, es decir su discurso del 1 de abril de 1983, y un par de etcéteras más). Un modo bien interesante de establecer un debate, en suma, que ojalá algún día sea posible en El Salvador, cuando no haya tantas campañas, precampañas y poscampañas electorales y, sobre todo, cuando las ideas, y no los votos, sean lo que esté de por medio.
Transcribo la introducción del artículo de Gilly, que me parece sensato 24 años después y puede poner en su dimensión lo que es una discusion abierta de la izquierda en cualquier momento, periodos electorales incluidos. Porque lo que está en cuestión no es si la izquierda nos gobierna o no --eso tarde o temprano debe ocurrir--, sino cuál izquierda lo hará, y para dónde nos llevaría. Va, pues:
Sólo la verdad es revolucionaria
Adolfo Gilly
Las masas no se sublevan y se lanzan a sufrir los horrores de una guerra civil porque sus dirigentes sean hábiles, sean santos o sean mártires, sino porque no soportan más la opresión, la humillación, la miseria y la infamia. Una revolución no se explica o justifica por lo que hagan o dejen de hacer sus jefes, sino por esa rebelión de las masas. Éstas, indudablemente, necesitan dirigentes para esa lucha y necesitan creer y confiar en ellos, así como en las organizaciones que ellos encabezan. Pero la revolución no estalla por voluntad de dirigentes o de organizaciones, sino porque las masas no soportan más y se les han cerrado todos los otros caminos. La de El Salvador es una revolución, la más grande, la más costosa, la más extraordinaria en América Latina en términos de participación y resistencia de las masas, al menos desde la insurrección de Hidalgo y Morelos y desde la Revolución Mexicana.
Una revolución así somete a sus militantes y dirigentes a dificultades y pruebas implacables. La medida de su magnitud es que el imperio estadounidense, concentrando su potencia sobre ese pequeño país, no logra doblegarla. Pero cuando ese imperio, sus aliados y sus amigos de todos los colores empeñan así sus odios contra un país pequeño y desguarnecido, cada fusil que logran los revolucionarios, cada pertrecho que reciben, significa un empleo de fuerzas incalculable. Esos esfuerzos --que el bando contrario no debe hacer-- más el constante acoso de un enemigo materialmente mejor armado y más poderoso, más las presiones que significa tomar decisiones cotidianas de las cuales depende la vida o la muerte de muchos compañeros y de la revolución misma, ponen a dura y permanente prueba a los revolucionarios. Esas decisiones deben discutirse y se discuten colectivamente. Lo ideal sería que el mayor número posible participara en la discusión. Pero al mismo tiempo, esa lucha sin cuartel exige discreción y clandestinidad, encerrar la discusión, no permitir al enemigo que la influya.
En esta contradicción cotidiana vive cada organización que debe conducir una guerra revolucionaria: mientras la política requiere discutir, explicar, razonar informar, la guerra exige discreción, clandestinidad, centralización de mando. Es un arte extremadamente difícil alcanzar el equilibrio y evitar la clausura o el envenenamiento de la imprescindible discusión con el argumento, siempre falaz, de que discutir beneficia al enemigo. A esto se agrega que en cualquier guerra revolucionaria --desde la Revolución Mexicana hasta la guerra civil española-- aparece inevitablemente la inclinación a ver en quien diverge de la propia política dentro del bando revolucionario, primero a un obstáculo, después a alguien que hace el juego al enemigo y finalmente al enemigo. Y de ahí al uso de las armas para resolver esa divergencia, hay sólo un paso. La historia de todas las revoluciones, desde la inglesa del siglo XVII y la francesa del siglo XVIII. Sin embargo, las revoluciones siguen siendo necesarias.
Bajo estas presiones terribles, la revolución salvadoreña se encuentra en una encrucijada: la dirección de una de sus organizaciones más poderosas, las FPL, se ha matado entre sí. Según la última versión oficial, un grupo de cuadros y un dirigente mataron a la comandante Ana María, y Marcial, al saber lo que había hecho uno de los hombres en los que él confiaba, se suicidó. La Dirección Revolucionaria Unificada, al firmar el escueto comunicado, asume estos hechos y declara que considera "como un deber y una responsabilidad de todas y cada una de nuestras organizaciones, decir siempre la verdad ante nuestro pueblo".
Hay una sola manera de cumplir este compromiso y hallar una salida a esta crisis desgarradora: informar, explicar, razonar, para poder continuar la lucha y atenuar los efectos de este golpe. Esto significa explicar a fondo: 1) Las diferencias políticas que existieron como base de la crisis, para que la gente conozca y decida con su propia cabeza; 2) las razones de la persistencia de estos métodos: por qué y cómo es posible que cuadros de la dirección de una organización hayan creído o aceptado creer que el asesinato resuelve un conflicto político; 3) cómo hacer para cortar tales medidas de raíz. La razón, y sólo la razón, puede ahora abrir esta llaga, limpiar la herida y preparar el futuro de la lucha.
Un dirigente de las FPL, Salvador Samayoa, nos envía un mensaje, reiterando que cuanto dice el comunicado es la verdad, que la asumen por duras que sean las consecuencias para ellos y que hoy más que nunca es necesaria la solidaridad con la revolución y el pueblo salvadoreño. Mientras tomo con profunda seriedad este pedido, digo: compañeros, hace falta explicar más. Nadie puede pedir a la gente que siga creyendo sobre palabra. Esa época ya pasó. Hay que explicar, demostrar, convencer. La revolución salvadoreña no son sólo quienes luchan armas en mano. Es una inmensa conjunción de voluntades y esperanzas mucho más allá de El Salvador. Hasta la última señora que puso un peso para comprar armas, hasta el último señor que fue a una manifestación, hasta el último niño que llevó una pancarta, necesitan y merecen una explicación. Ellos pusieron en El Salvador mucho más que sus esfuerzos, pusieron sus creencias y sus esperanzas. A ellos hay que explicarles toda la verdad, la verdad entera. Hay que confiar en ellos: la gente sencilla de todos los días entiende todo esto, entiende el sufrimiento, entiende las amarguísimas disputas, entiende el suicidio, entiende la muerte mejor que nadie porque entiende la vida, esa vida en la cual la opresión curte su alma, endurece su voluntad y afina sus sentimientos solidarios. Lo que esa gente no entiende, en cambio, es la reticencia, la verdad a medias, la mentira piadosa, el ser tratados como menores de edad por aquellos en quienes ponen su confianza, el recibir consuelos o explicaciones triunfalistas "para que no se desanimen".
Para salir de esta crisis, una de las más duras de la revolución salvadoreña, hay que explicar. Que el enemigo, los aliados del imperialismo y sus amigo salvadoreños digan lo que quieran. La verdad es siempre revolucionaria. Esa verdad debe ser razonada y explicada. En conferencia pública, la dirección de las FPL y la dirección de la DRU necesitan ahora responder a todos los interrogantes políticos, para desarmar la maledicencia y el veneno de los enemigos y fortalecer la comprensión y la solidaridad de los amigos, puesta a durísima prueba por esta tragedia. Este pedido es mi homenaje ante la tumba de Marcial.
* * *
Encuentro, en los documentos de las FPL, varias cosas interesantes, de las que sólo transcribo dos párrafos:
Todo el número está dedicado al suicidio de Salvador Cayetano Carpio. Incluye desde artículos en los cuales se le defiende hasta otros en los que se le condena, pasando por documentos oficiales del FMLN acerca del caso, etcétera. Un buen dossier.
Por ese documento --y en parte por el sumario judicial del caso, del que sólo tenía trozos-- me vi en una situación bien extraña: el libro acerca del affaire Carpio-Anaya Montes es uno de los que más tiempo me hay llevado escribir --desde 2001--, y en el que he sido más minucioso y cuidadoso en el manejo de datos, testimonios, etcétera. Sin embargo, aunque ya había entregado la versión que se iba a publicar, me vi obligado a revisar nuevamente todo el libro y reforzarlo en apenas tres o cuatro días, a toda prisa y esperando --sabéndolo, más bien-- que el corrector de estilo haga un buen trabajo; con esas prisas alguna incorrección formal se irá, que espero detecte, porque el libro debe entrar en producción la semana que viene.
Por suerte me había adelantado una semana a la fecha final de entrega, y eso me dio un margen no muy cómodo, pero margen al fin, para hacer algo decoroso.
El número de Alternativa socialista abre con un largo artículo publicado por el mexicano y argentino Adolfo Gilly en la revista Nexos en abril de 1984, a un año del asesinato de Ana María y el suicidio de Marcial; sigue con uno de Carmen Lira aparecido en el número siguiente de la misma revista, en el cual se desmiente todo lo que dice Gilly con base en los documentos del FMLN; luego viene una nota, bastante buena, de Cuauhtémoc Ruiz, donde se llega mucho más a fondo y se plantean alternativas a las lecturas de Gilly y Lira, y después una sección de documentos del FMLN (comunicados, el llamado "testamento político" de Marcial, es decir su discurso del 1 de abril de 1983, y un par de etcéteras más). Un modo bien interesante de establecer un debate, en suma, que ojalá algún día sea posible en El Salvador, cuando no haya tantas campañas, precampañas y poscampañas electorales y, sobre todo, cuando las ideas, y no los votos, sean lo que esté de por medio.
Transcribo la introducción del artículo de Gilly, que me parece sensato 24 años después y puede poner en su dimensión lo que es una discusion abierta de la izquierda en cualquier momento, periodos electorales incluidos. Porque lo que está en cuestión no es si la izquierda nos gobierna o no --eso tarde o temprano debe ocurrir--, sino cuál izquierda lo hará, y para dónde nos llevaría. Va, pues:
Sólo la verdad es revolucionaria
Adolfo Gilly
Las masas no se sublevan y se lanzan a sufrir los horrores de una guerra civil porque sus dirigentes sean hábiles, sean santos o sean mártires, sino porque no soportan más la opresión, la humillación, la miseria y la infamia. Una revolución no se explica o justifica por lo que hagan o dejen de hacer sus jefes, sino por esa rebelión de las masas. Éstas, indudablemente, necesitan dirigentes para esa lucha y necesitan creer y confiar en ellos, así como en las organizaciones que ellos encabezan. Pero la revolución no estalla por voluntad de dirigentes o de organizaciones, sino porque las masas no soportan más y se les han cerrado todos los otros caminos. La de El Salvador es una revolución, la más grande, la más costosa, la más extraordinaria en América Latina en términos de participación y resistencia de las masas, al menos desde la insurrección de Hidalgo y Morelos y desde la Revolución Mexicana.
Una revolución así somete a sus militantes y dirigentes a dificultades y pruebas implacables. La medida de su magnitud es que el imperio estadounidense, concentrando su potencia sobre ese pequeño país, no logra doblegarla. Pero cuando ese imperio, sus aliados y sus amigos de todos los colores empeñan así sus odios contra un país pequeño y desguarnecido, cada fusil que logran los revolucionarios, cada pertrecho que reciben, significa un empleo de fuerzas incalculable. Esos esfuerzos --que el bando contrario no debe hacer-- más el constante acoso de un enemigo materialmente mejor armado y más poderoso, más las presiones que significa tomar decisiones cotidianas de las cuales depende la vida o la muerte de muchos compañeros y de la revolución misma, ponen a dura y permanente prueba a los revolucionarios. Esas decisiones deben discutirse y se discuten colectivamente. Lo ideal sería que el mayor número posible participara en la discusión. Pero al mismo tiempo, esa lucha sin cuartel exige discreción y clandestinidad, encerrar la discusión, no permitir al enemigo que la influya.
En esta contradicción cotidiana vive cada organización que debe conducir una guerra revolucionaria: mientras la política requiere discutir, explicar, razonar informar, la guerra exige discreción, clandestinidad, centralización de mando. Es un arte extremadamente difícil alcanzar el equilibrio y evitar la clausura o el envenenamiento de la imprescindible discusión con el argumento, siempre falaz, de que discutir beneficia al enemigo. A esto se agrega que en cualquier guerra revolucionaria --desde la Revolución Mexicana hasta la guerra civil española-- aparece inevitablemente la inclinación a ver en quien diverge de la propia política dentro del bando revolucionario, primero a un obstáculo, después a alguien que hace el juego al enemigo y finalmente al enemigo. Y de ahí al uso de las armas para resolver esa divergencia, hay sólo un paso. La historia de todas las revoluciones, desde la inglesa del siglo XVII y la francesa del siglo XVIII. Sin embargo, las revoluciones siguen siendo necesarias.
Bajo estas presiones terribles, la revolución salvadoreña se encuentra en una encrucijada: la dirección de una de sus organizaciones más poderosas, las FPL, se ha matado entre sí. Según la última versión oficial, un grupo de cuadros y un dirigente mataron a la comandante Ana María, y Marcial, al saber lo que había hecho uno de los hombres en los que él confiaba, se suicidó. La Dirección Revolucionaria Unificada, al firmar el escueto comunicado, asume estos hechos y declara que considera "como un deber y una responsabilidad de todas y cada una de nuestras organizaciones, decir siempre la verdad ante nuestro pueblo".
Hay una sola manera de cumplir este compromiso y hallar una salida a esta crisis desgarradora: informar, explicar, razonar, para poder continuar la lucha y atenuar los efectos de este golpe. Esto significa explicar a fondo: 1) Las diferencias políticas que existieron como base de la crisis, para que la gente conozca y decida con su propia cabeza; 2) las razones de la persistencia de estos métodos: por qué y cómo es posible que cuadros de la dirección de una organización hayan creído o aceptado creer que el asesinato resuelve un conflicto político; 3) cómo hacer para cortar tales medidas de raíz. La razón, y sólo la razón, puede ahora abrir esta llaga, limpiar la herida y preparar el futuro de la lucha.
Un dirigente de las FPL, Salvador Samayoa, nos envía un mensaje, reiterando que cuanto dice el comunicado es la verdad, que la asumen por duras que sean las consecuencias para ellos y que hoy más que nunca es necesaria la solidaridad con la revolución y el pueblo salvadoreño. Mientras tomo con profunda seriedad este pedido, digo: compañeros, hace falta explicar más. Nadie puede pedir a la gente que siga creyendo sobre palabra. Esa época ya pasó. Hay que explicar, demostrar, convencer. La revolución salvadoreña no son sólo quienes luchan armas en mano. Es una inmensa conjunción de voluntades y esperanzas mucho más allá de El Salvador. Hasta la última señora que puso un peso para comprar armas, hasta el último señor que fue a una manifestación, hasta el último niño que llevó una pancarta, necesitan y merecen una explicación. Ellos pusieron en El Salvador mucho más que sus esfuerzos, pusieron sus creencias y sus esperanzas. A ellos hay que explicarles toda la verdad, la verdad entera. Hay que confiar en ellos: la gente sencilla de todos los días entiende todo esto, entiende el sufrimiento, entiende las amarguísimas disputas, entiende el suicidio, entiende la muerte mejor que nadie porque entiende la vida, esa vida en la cual la opresión curte su alma, endurece su voluntad y afina sus sentimientos solidarios. Lo que esa gente no entiende, en cambio, es la reticencia, la verdad a medias, la mentira piadosa, el ser tratados como menores de edad por aquellos en quienes ponen su confianza, el recibir consuelos o explicaciones triunfalistas "para que no se desanimen".
Para salir de esta crisis, una de las más duras de la revolución salvadoreña, hay que explicar. Que el enemigo, los aliados del imperialismo y sus amigo salvadoreños digan lo que quieran. La verdad es siempre revolucionaria. Esa verdad debe ser razonada y explicada. En conferencia pública, la dirección de las FPL y la dirección de la DRU necesitan ahora responder a todos los interrogantes políticos, para desarmar la maledicencia y el veneno de los enemigos y fortalecer la comprensión y la solidaridad de los amigos, puesta a durísima prueba por esta tragedia. Este pedido es mi homenaje ante la tumba de Marcial.
* * *
Encuentro, en los documentos de las FPL, varias cosas interesantes, de las que sólo transcribo dos párrafos:
Categóricamente afirmamos, no hay ni puede haber ahora en El Salvador, revolucionarios fuera, y menos aún en contra, del FMLN, precisamente porque la revolución está avanzando y venciendo bajo su dirección.Me recuerda a una entrevista con José Luis Merino que publicó El Faro hace unos años. ¿Qué tanto habrá cambiado realmente el asunto? ¿Podrá cambiar esa inercia una sola persona, como se está intentando ahora? No se pierdan las próximas elecciones, en el mismo país y en el mismo canal.
Hay ya y habrá aún, propaganda de los enemigos del pueblo salvadoreño alrededor de este asunto. Urdirán toda clase de falsas versiones y supuestos testimonios, se divulgarán los escritos de Carpio más insidiosos contra la unidad, pero nada de esto detendrá nuestro avance hacia la victoria de la revolución.
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