11 de noviembre de 2008

Ciao, amore, ciao


En un mes he avanzado sólo unas cinco o seis cuartillas del mismo cuento, el tercero del libro, y no sé si sea bueno o no. Mi apuesta es que sí; hasta ahora, y con sólo un par de excepciones, mis cuentos --o lo que sean-- no pasan de las cinco o seis cuartillas en total.
El experimento de --por fin-- hacer cuentos que sean cuentos, y que a la vez formen una unidad que semeje una novela, está funcionando sólo parcialmente. Me explico: hasta este libro, sólo habré hecho algunos cuentos que llenarían los requisitos de Poe o de Quiroga o Cortázar --pongamos como parámetro "El cuento breve y sus alrededores", precisamente de Cortázar, que viene en Ultimo round, para que nos entendamos--, y la mayor parte de ellos los he desechado, por previsibles, o porque yo los siento previsibles, que es más grave. En el recuento de daños y sobrevivencias, habré escrito unos cien relatos cortos --mejor llamémosles así--, de los cuales quedan unos cuarenta más o menos vivos, y unos treinta funcionan como quiero. Hay textos que me gustan bastante, como "Cementerio de carros", que es bastante sólido, pero no es un "cuento cuento", en la medida en que no tiene planteamiento, desarrollo y un cierto tipo de desenlace. Hay otros, como "El cubano" hacia los que siento un cierto tipo de rechazo, aunque sé que están bien, y quizá el problema es que se parece demasiado a un cuento, con una historia, unos personajes que se mueven muy bien dentro de esa historia --aunque quizá no podrían funcionar en una novela; es parte de las reglas, o es lo que se acostumbra-- y una estructura bien cerrada. Hay otros que me divirtió escribir, porque tenían retos interesantes, y que ahora leo y encuentro técnicamente impecables, como "Retrato de mujer con canario" y "Ultimos momentos", pero sé que no pasan de ser ejercicios, quizá curiosidades, que bien podrían ser el resultado de un taller de lo más estricto, sin posibilidades reales de salir del taller o de alguna revista. (Sí, se publicaron en revistas.) El problema es que sólo se puede escribir un puñado de ésos antes de comenzar a repetirse y repetir recursos, y caer en la tentación de pensar "Bien, así se hace cuento, y de aquí a la eternidad."
Hay un escritor bastante respetado y querido en México, Julio Torri, que tiene cuentos sensacionales, muy cortos, de un estilo muy suyo, aunque hubo algunas decenas de imitadores de los que no vale la pena hablar. El problema que siempre le encontré fue que, sí, es técnico a morir, y después de los primeros diez o quince textos la sorpresa comienza a desvanecerse y uno empieza a leer los que siguen por encimita, en busca de El Texto, que quizá encuentre, quizá no, pero ya no será lo mismo. Aquí puede encontrarse un cuento suyo, y hallé algunos más, que no me parecieron de los mejores. He escrito ejercicios à la Torri, pero sólo he publicado un par, como "Los bárbaros se van en febrero", obviamente basado en el poema "Esperando a los bárbaros", de Kavafis. No dedicaría mi vida a hacer textos de ese tipo, pero me gustaría hacer algunos más, y que funcionaran.
Y, en fin, me siento más cómodo con cuentos que ni de cerca son cuentos, como "Espejos" o "Un mundo en el que el cielo cae y cae". (Krisma dice que, si uno "se siente cómodo" escribiendo algo, quizá no funcione, que la incomodidad y la necesidad de deshacerse de ella son lo que hace que uno escriba sus mejores textos. Estoy de acuerdo, con las salvedades del caso: me siento cómodo escribiendo novela e incomodísimo haciendo poesía, lo cual es un asunto de vocación, talento y sobre todo de límites y limitaciones.) El segundo tardé por lo menos un año y medio en escribirlo, y no sé cuánto en corregirlo, y es de los que más me gustan, con todo y que tiene apenas un par de páginas. Hay un texto que vengo cargando desde hará unos... no sé... quince o veinte años, y que me gusta así como está, pero sé que es de los impublicables. Me encantaría tener un libro formado por textos de ese tipo, pero no funcionaría, o todavía no sé cómo hacer que funcione. Se llama "23 minutos" y lo he puesto en mi otro blog para... bueno, para que esté allí. Hay un par de versiones más, con datos diferentes, y de una de ellas creí que saldría algo interesante, pero los personajes empezaron a decaer, la historia se volvió predecible y qué sé yo. Fue una de las tantas cosas que uno escribe y terminan olvidadas en un rincón del disco duro o en medio de un montón de papeles en una caja, esperando quizá que algún día las encuentre y use alguna frase o alguna idea o algo.
Para el libro que estoy escribiendo ahora, como ya dije un día de éstos, ya me salió un "cuento cuento", el primero, y funciona muy bien. En el segundo no pude resistir la tentación de ponerme a jugar con tiempo, historias dentro de la historia, cambios bruscos de dirección y qué sé yo. O sea: una estructura abierta que aguanta con todo. O sea: una pequeña novela otra vez, o un texto corto con la estructura de una novela. Aún falta arreglarle detalles --por ejemplo: ¿hay escuelas cerca de donde el protagonista encontró a la muchacha?, y la respuesta es que no, y viene la nueva pregunta: ¿entonces qué rayos hacía allí? o ¿cómo rayos la llevaron allí los que la secuestraron, si los pobres no dan para salir de donde están por su propio pie sin morirse de miedo?, etcétera--, en especial los que tienen que ver con el libro en general, y para arreglar la mayor parte necesito terminar el libro.
Hay una meta aparentemente superficial que me he fijado: los relatos tendrán por lo menos veinte cuartillas. (Una cuartilla: 250 palabras.) Hay otra un poco menos superficial: todos los relatos deben funcionar de manera independiente. Se puede leer cualquiera y tener la información necesaria para que funcione. Me he topado con un detalle interesante: leo el primer texto y allí está la información básica del personaje central y de quienes lo rodean. Leo el segundo y también, pero la información tiene un valor diferente, esto es: los mismos datos llevan a armar una historia previa similar a la del primer relato, pero apuntan en otra dirección, como si se tratara de una vida distinta. Lo mismo para el tercer relato, que es el que estoy trabajando, y en el que sólo he avanzado unas cinco o seis cuartillas en un mes. (Ya van como 18 o 20 en total.)
Tengo claro hacia dónde va el texto y más o menos sé dónde va a terminar. Tengo idea de cómo serán el cuarto y el quinto, y ya sé en qué terminará el último, que será el sexto o el séptimo. Pero aquí viene el problema técnico: todos los relatos ocurren en una tarde, y quizá parte de la noche. Allí se resuelven muchos problemas que el personaje viene arrastrando desde que era niño, o al menos se contesta algunas preguntas, y listo, a otra cosa. ¿Cómo hacer que en un lapso tan pequeño ocurran un montón de cosas lo suficientemente interesantes para hacer seis o siete cuentos, y que a su vez la unidad no se afloje, y que a su vez no sea necesario recurrir a recursos truculentos al estilo de Stephen King, que empieza a sacar muertos de las tumbas, hace aparecer extraterrestres y cosas así cuando la novela no da para más?
Cada párrafo, y casi cada frase, me ha llevado días, y hasta semanas --lo vengo trabajando desde que estaba con el segundo. Anoche logré avanzar un par de cuartillas y descubrí cosas que dan un giro a la unidad y, como siempre, tengo que preparar ese giro desde el primer texto, para que al llegar a ese punto el asunto sea terso y el lector diga "Obvio, yo ya lo sabía", aunque en realidad no lo supiera. Hay que ver también cómo hacer para que esa información no haga que se precise de los demás relatos para entender cada uno. Y así sucesivamente.
Y en ésas ando, y por eso no he escrito por aquí, aunque haya temas más que suficientes. Por ejemplo el título de este post, que es el de una canción que oía a cada rato cuando era niño, y de la cual apenas hace unos días supe la historia. "Ciao, amore, ciao" es una canción de Luigi Tenco, con la que participó en las preliminares del Festival de San Remo en 1967. El jurado decidió que no participaría en las eliminatorias --es decir: que no entraría a concurso--, Tenco se fue a su hotel y se pegó un tiro. Lo curioso es que Tenco, según una película acerca de la cantante egipcia italiana francesa Dalida, que vi porque en ese momento no había nada más interesante en el cable --por ejemplo una cadena nacional o la inauguración de alguna cumbre latinoamericana--, Tenco se tenía por un tipo contestatario, underground, contrario a esas cosas burguesas como los festivales pop y el oropel vacuo. Entró en el juego sabiendo que no lo dejarían llegar muy lejos, y se lo tomó tan en serio que se mató sólo porque ocurrió lo que sabía que ocurriría. (La información sobre la película se puede encontrar aquí.)
Se me ocurrió que en algún momento habrá una referencia a la canción y a Tenco y a Dalida en alguno de los relatos --quizá en el cuarto, porque el tercero ya está en otra cosa--; después de todo, como se recordará, el libro es una especie de autoplagio, para usar un término dramático, y trata acerca del suicidio, si es que trata de algo. La idea salió de una escena del capítulo XII de Trece (es decir el II), de una escena de jugadores de ruleta rusa. Lo que pasa en el libro de relatos viene de algo que no se ve en Trece, porque no viene al caso, y que merecía algo aparte. Me tardé como diez años después de terminarlo en darme cuenta de que allí había "algo" interesante para otro libro.
También se me pasó lo de la elección de Obama; de hecho el día de la elección se me olvidó que debía estar pendiente para celebrar o decir algo como "¡Por fin!", etcétera. Al día siguiente pensé lo que debía pensar: el hecho de que sea negro --o afroamericano, usted escoja-- me parece absolutamente irrelevante en términos prácticos. La diferencia que veo entre él y Bush es que Bush tiene una sonrisa desagradable y él tiene una sonrisa agradable, pero no veo cómo el carácter de una sonrisa va a cambiar significativamente las políticas de Estados Unidos hacia América Latina. Hay algo que es obvio: los demócratas se portan menos rudos que los republicanos, pero no apostaría mi vida a eso. Hay una armazón sistémica sobre la que Obama ni nadie puede --si acaso quiere-- pasar, y para mí seguirá siendo un presidente gringo más. Clinton me caía bien, y hasta me gustaba cómo tocaba el sax, pero hasta allí. Igual fue el primer candidato del Profundo Sur que llegó a la presidencia, e igual era más inteligente y menos troglodita que Bush o Reagan. A lo sumo, nos dejó en paz en ciertos asuntos, pero en lo esencial siguió siendo lo mismo de siempre. También se ha dado en traspolar lo de Obama con la candidatura de Mauricio Funes, y a poner a este último como la panacea que él mismo dice que no es, pero no lo oyen. Si Funes llega a la presidencia, deberá gobernar con muchos de los parámetros actuales, es decir los fijados por Arena durante casi veinte años, de manera pragmática y con mucha de la gente que tiene el know-how, y que no es precisamente de izquierda. En primer lugar, porque otra cosa nos llevaría a un desastre instantáneo; en segundo, porque la izquierda institucional se ha encargado de deshacerse de sus cuadros intelectuales y de pelearse con los que hay, y que podrían ser sus aliados a la hora de los conques.
También murió Michael Crichton, de quien he leído con placer cosas desde hace unos veinticinco años y he visto películas desde la niñez, como La amenaza de Andrómeda o Westworld. El primero de sus libros que leí, y me fascinó, fue El hombre terminal, del que se hizo una buena película con George Segal (uno de los cuatro protagonistas de la versión cinematográfica de Who's afraid of Virginia Woolf?, del dramaturgo Edward Albee, quizá con las mejores actuaciones de Liz Taylor y Richard Burton), y después me seguí con varios libros que me parecieron especialmente inteligentes, como Jurassic Park (la película apenas toma pedacitos, con todo y que es muy buena) y The Lost World. Me parece que clasificarlo como escritor de best-sellers es por lo menos injusto. Pocos escritores han profundizado como él en el tema de la ética de la ciencia, y con tanto acierto. Hay otro libro sensacional que se sale de su estilo y sus temas, Los devoradores de cadáveres, del que se hizo la película Trece guerreros (el título en inglés es más interesante: The 13th Warrior, pero no veo cómo traducirlo y que no quede forzado).
Y murió la cantante Miriam Makeba, de la que conozco apenas piezas sueltos y un disco que sacó Putumayo, además de la clásica "Pata pata". Aparece, por cierto, en la excelente película Sarafina, como la mamá de la protagonista central. Esa película la vi un montón de veces en México, y cuando regresé a El Salvador la vi anunciada, creo que en el 12, como El canto de la libertad. Me puse a verla y... ugh... estaba censurada. Habían borrado las escenas en las que el ejército sudafricano del apartheid reprime a los jóvenes, con varios asesinatos de por medio, y se volaron casi toda la parte en la que los torturan en prisión, entre otras. Eso fue hace como nueve años. ¿La pasarían completa ahora? ¿O a mediados del año próximo? La he visto anunciada un par de veces más en televisión nacional y no me he atrevido a verla; "eso" es más que la mutilación de una película: indica la mutilación de una conciencia.
Y murió el secretario de Gobernación mexicano en un avionazo, en hora pico, cerca de la Fuente de Petróleos Mexicanos. De eso no sé qué decir. No sé si había habido un accidente --si lo fue-- de esa naturaleza antes en la Ciudad de México. Sentí que algo me dolía, y me sigue doliendo.
Y hay más, pero es hora de ponerme a hacer otras cosas. Creo que puedo avanzar un par de párrafos más en el cuento que estoy escribiendo, antes de ir al aeropuerto a recoger a...
¡No se pierda mañana la conclusión de este post! Y, ugh, éste es el post 799 de este blog, o sea que el de mañana debe ser muy especial.

1 comentario:

Denise Phé-Funchal dijo...

Ahhh ya me hacía falata leerte y paf ! en un par de días el chingo de cosas qeué leer :) saludines