20 de noviembre de 2008

¿En Cuba?

En 1974 el gobierno de Cuba invitó a mi padre a visitar la isla en su calidad de "rector en el exilio" de la Universidad de El Salvador. Aceptó de inmediato; si había un lugar que quisiera conocer era Cuba. La invitación incluía a mi madre.
Se armó toda una "leyenda" para su viaje. Se diría que iban a México durante una o dos semanas (no recuerdo el tiempo que estuvieron allá); la visa se las darían en un papelito aparte, para que no apareciera en el pasaporte (en ese entonces los pasaportes salvadoreños traían un sello en el que se decía que no podría usarse para viajar a varios países, entre ellos la Unión Soviética, la República Democrática Alemana, China, Mongolia y Cuba), y tratarían de que en el aeropuerto de la Ciudad de México, donde harían escala, los agentes de Gobernación no les tomaran las acostumbradas fotos que se les tomaban a todos los que iban a Cuba: usarían lentes oscuros, mi madre un pañuelo que le cubriera la cabeza y todo lo que se pudiera, etcétera. Hasta practicaron, aunque sabían que era por lo menos ingenuo.
No recuerdo si se quedaría con nosotros la abuela Mina o la abuela Carmen; mi hermano Mauricio para ese entonces tendría tres años, mi hermana Ana estaría en los 11 y yo en los 14 o 15; no sería el mejor cuidador para ellos, y garantizo que tampoco pretendía serlo.
Regresaron emocionados. No era que el socialismo fuera lo mejor que hubieran visto, sino que se trataba de otra concepción de vida, del proyecto de algo nuevo. Había esperanzas. Los problemas por los que pasaba la isla eran serios, pero ni de cerca se parecían a la miseria extrema que vivía El Salvador por ese entonces; había un principio básico de igualdad que podía desarrollarse y llegar a buen camino si todo funcionaba como las autoridades prometían y como la población a la que tuvieron acceso deseaba. La cereza del pastel --además de unos discos excelentes de música, incluidos varios de Pablo Milanés, Noel Nicola y Silvio Rodríguez, entonces desconocidos en estos países-- era una foto que ambos se tomaron con Fidel Castro, durante una plática que el comandante tuvo con los rectores centroamericanos que habían asistido a la reunión a la que, precisamente, habían invitado a mi padre. (La abuela Mina quemó la foto, junto con otras cosas, varios años después. Por motivos medio complicados, a finales de 1975 la foto se quedó en El Salvador. La abuela la puso detrás de una estampa grande del Sagrado Corazón de María, en su cuarto. La Guardia Nacional la cateó varias veces, y le divertía que los guardias se persignaran cuando pasaban frente a la estampa. Un día los nervios pudieron más, dejó de divertirse y después de un cateo quemó la foto.)
Por allí de septiembre u octubre de 1975 me avisaron que nos iríamos de Costa Rica, y que había dos posibles destinos: México o Cuba. ¿Dónde pensaba que debíamos irnos? Desde mis 13 años me contaban ya como participantes en las discusiones acerca de ciertas cosas de la familia, y a veces hasta tomaban en cuenta lo que pensara. Así que era Cuba o México, y debía dar mi punto de vista.
Extrañamente mi madre, que era la más pragmática, estaba en favor de irnos a Cuba. Quería vivir "eso", lo nuevo, lo inédito. No recuerdo qué trabajo le ofrecían allá a mi padre. Por documentos que conocí después de su muerte, descubrí que en 1975 comenzó su militancia en las Fuerzas Populares de Liberación "Farabundo Martí"; quizá alguna misión de las FPL, con clases en la universidad para tapar un poco el asunto. La otra opción era una beca del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO, sí; Flacso es otra cosa) para hacer un doctorado en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM.
Mi padre fue el más sensato. Sus argumentos eran que vivir en Cuba durante dos o tres años --lo que esperaba que durara el "trabajo"-- significaría sacarnos a mis hermanos y a mí de nuestro contexto "natural" y, en esa época, quizá condenarnos al ostracismo o a señalamientos, incluso a peligros físicos, cuando regresáramos a esta parte de América Latina. Estaba también el argumento obvio: si se trataba de pensar en nuestros estudios, aunque Cuba tenía buenos niveles académicos, en México habría muchas más opciones. Pensaba también en mis "problemas con la autoridad" y preveía que esa disciplina no era para mí, o que dejaría de serlo cuando me aburriera de la novedad.
Estaban, pues, los papeles cambiados: mi madre tenía la posición que esperaba de mi padre, y viceversa. Por esos días llegó a casa, no sé por qué artes, el libro En Cuba, de Ernesto Cardenal, publicado en 1972 en México y Argentina por Ediciones Carlos Lohlé. El ejemplar es el mismo cuya portada aparece escaneada allá arriba, y ahora está bastante amarillento y deshojado. Dije que quería leerlo antes de dar una opinión, y en un par de días lo devoré.
Recuerdo mis sensaciones, no mis pensamientos; vaya: tenía 16 años recién cumplidos, y ha llovido desde entonces. Ahora releo trozos del libro y veo que fue escrito de buena fe por Cardenal, aunque era una buena fe bastante dirigida hacia un punto en particular.
Por ejemplo, habla de la represión contra militantes católicos, homosexuales, militantes comunistas "con problemas de actitud", etcétera, y de inmediato hace constar, mediante testimonios, que algunos de ellos están contentos con los "castigos" que reciben, porque creen en la revolución. Supongo que habría quien sí pensara de ese modo, pero dudo que fueran la amplia mayoría, con todo y que era la época donde el futuro pintaba mejor para Cuba. También se nota una tendencia a la que la izquierda militante es bastante proclive: demostrar por qué es excelente algo que de antemano se ha decidido que es excelente. Vaya: el proceso cubano es lo mejor que pudo pasar, con todos sus problemas; sólo hay que demostrar por qué es lo mejor, y cómo los problemas no son tan importantes como las cosas buenas.
El libro me gustó, y lo leí un par de veces más. Tenía mis dudas, pero en general me parecía que vivir "eso" podía valer la pena. A la hora de dar mi opinión, sin embargo, me dolió lo que tuve que decir. Cuba es una isla. De entrar allí, estaríamos por definición aislados, inmersos en un mundo que no conocíamos, pero que se volvería el único. Si íbamos a Cuba, era para vivir Cuba y sólo Cuba, y eso tenía un valor, pero veía que mi padre tenía cosas que trabajar para las que habría mayores posibilidades en México. Por otra parte, no podríamos ver a la familia muy a menudo, a menos que viajáramos a otro país para ver a los abuelos, tíos, primos, etcétera. Podían ir a Cuba pero, al regresar a El Salvador, podían tener serios problemas y sus vidas estarían en riesgo.
No sé qué tanto habré hecho que se inclinara la balanza; al final mi padre aceptó la beca de CLACSO, que era por dos años. Gracias a ella sacó un doctorado en Ciencias Políticas, escribió dos libros (Acumulación originaria y desarrollo del capitalismo en El Salvador y Formación y lucha del proletariado industrial salvadoreño), fundó el área latinoamericana del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM (lo hizo junto a Rafael Guidos Béjar y Ernesto Richter), armó el proyecto del acuerdo México-Francia y lo trabajó junto con otros en diferentes países y ante diferentes organizaciones y qué sé yo. En lo personal no veo mi vida sin los dos o tres años que estaríamos en México, que se convirtieron en veintitrés, ni la veo sin mis hijos y mis amigos y todo lo que me pasó por allá.
No conozco Cuba. Intuyo que ahora la situación es harto diferente de lo que era en 1975 o 1976. Quizá me gustaría ir algunos días de vacaciones, para ver qué hay, pero creo que no sería el hábitat en el que pudiera vivir con tranquilidad, haciendo lo que me gusta, pensando como pienso y diciéndolo cuando es el caso. Lo que sé es que, a pesar de que de Cardenal sólo me gusta su libro Salmos, releo En Cuba y siento gusto más allá de que esté o no de acuerdo con lo que diga, de que mucho de lo que hay en él se quedó en sueños y qué sé yo. En ese libro está una parte importante de mi vida que pudo ser, y que no fue ni será.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

excelente Post, me gusto la manera que planteaste tu decisión siento que fue muy madura para tu edad.

me considero socialista pero la verdad no me gustaría vivir en un regimen totalitarista de izquierda o de derecha.

saludos

Raúl Esquivel Martínez dijo...

Muy bueno, muy nostalgico, libros como ese son de los que directa o indirectamente lo hacen a uno lo que es.
En cuanto a la experiencia cubana, efectivamente muchas cosas buenas y malas han pasado otras, se mantienen; pero estoy convencido de que estando de acuerdo o no con los que la isla representa, es un verdadero referente que, de una u otra manera nos ha marcado a por lo menos un par de generaciones y es un referente obligado para explicarnos lo que somos y lo que en algún momento determinado hemos querido o soñado.
Cuando yo nací, hacía ya un lustro entero que el Che había caído en combate, un poco más Camilo había desaparecido, la crisis de los misiles y Playa Girón ya hasta eran recordadas en canciones; sin embargo, y a pesar de mi circunstancia familiar (tú lo sabes), viví y respiré y soñé a Cuba y no paré hasta sentir el viento salado del malecón habanero lamiéndome la cara, e independientemente de las convicciones personales, la experiencia y lo que viví allá me marcaron aún más (entre ellas, la caída de la URSS), acaso como a ti te marcó México.
Realmente mentiría si hubiera querido o no instalarme y buscarme la vida en la isla, o incluso si ahora lo haría; pero sí se muy bien que Cuba, la revolucionaria, con Fidel, Camilo, el Che, los CDR son, como muchas otras cosas que pudieran sonar hasta contradictorias, parte de eso que soy yo.

Anónimo dijo...

Alguien de elevado nivel intelectual, hay que cuidarlo y protegerlo, pero en este país se les ha matado:
http://actualidad.terra.es/articulo/funes-confia-ganar-presidencia-no-2899365.htm

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Wirwin: No creo que haya en Cuba un régimen "totalitarista", o no hubiera durado tanto. Para mí el totalitarismo empieza en los Duvalier. Creo que más bien hay mucho paternalismo, del Estado y de sus autoridades, y comenzó con la resolución de problemas básicos a cambio de obediencia, en un primer momento y, vaya, también estaba la esperanza; después, hay una inercia basada en buena medida en cierto control psicológico, pero también en la convicción. En serio: si los cubanos no estuvieran de acuerdo con eso, hace mucho que lo hubieran tumbado. Y no es que me guste mucho de lo que pasa en Cuba, pero es el gusto de ellos, o de la mayoría, y así no hay para dónde moverle. Veremos qué pasa cuando muera Fidel. (Sí, un día se tiene que morir.)

Raúl: Chido comentario. Lástima que no hayamos hablado de eso alguna vez, pero ya lo haremos. Eunice llega por allá el lunes o martes; se va a comunicar contigo para darte los libros.

Anónimo: Mucha paranoia, ¿no? La vida funciona mal, pero no funciona así. No puedes cambiar la realidad con encuestas, ni apostarle tu vida a las encuestas. Me parece que jugar a la víctima no es el mejor modo de obtener votos; aburre y genera desconfianza. El caso de López Obrador --antes de las elecciones-- es bien significativo. (Y después de las elecciones también, pero no hemos llegado hasta allí.) Sigo pensando que el peor enemigo de Funes sigue siendo el FMLN. Y quizá viceversa.