La cuarta de Harry Potter
Si algo me ha gustado de la saga de Harry Potter ha sido su frescura y su sentido del humor, a veces macabro, siempre inteligente, y la sensación de esperanza que, con todo y todo, deja cuando uno sale del cine o apaga la tele.
Leí sólo el primer libro, porque me pareció que el segundo no me gustaría; cosas de uno. La segunda película, en efecto, me aburrió un poco. Sólo disfruté a la muchacha fantasma que vive en los baños y el papel de Kenneth Brannagh, como todos los suyos. De la tercera me encantó la ambientación de Cuarón, el juego con la muerte, muy a la mexicana, y qué sé yo, e igual la he visto tres veces, cuando no ha habido otra al alcance. Pero la cuarta me dejó angustiado. Fue como ir a ver la continuación de Breakfast Club y que a me pusieran en Elm Street, y que en vez de bailar en la biblioteca los chavos se hubieran puesto a defenderse del maesto que quiere matarlos a cuchilladas.
Después de la primera película, las historias me han parecido débiles, y esta cuarta en especial. Quizá por eso recurrieron a la truculencia innecesaria, o vaya a saber en qué estaba pensando el director. No sé si quiera ver la quinta de la serie. Prefiero ver directamente una en la que sepa que voy a ver cosas feas y así la disfruto por lo que es, y no tengo que torcer la boca porque me vendieron una cosa y me dieron otra.
Eso sí: magnífica fotografía, magníficos efectos visuales. Interesante el rollo del principio, cuando a Ron lo mata la envidia y se pone a incordiar a Harry Potter, ni siquiera le pide disculpas y de pronto, zaz, ya somos amigos de nuevo, y uno sabe que sólo es transitorio y que a Ron no hay que confiarle. Muy parecido a la vida real, y quizá allí hubiera habido mucha tela de dónde cortar, más de acuerdo con los personajes adolescentes.
¡Y qué feo Voldemort!
Bah. Debe ser la gripe.
Leí sólo el primer libro, porque me pareció que el segundo no me gustaría; cosas de uno. La segunda película, en efecto, me aburrió un poco. Sólo disfruté a la muchacha fantasma que vive en los baños y el papel de Kenneth Brannagh, como todos los suyos. De la tercera me encantó la ambientación de Cuarón, el juego con la muerte, muy a la mexicana, y qué sé yo, e igual la he visto tres veces, cuando no ha habido otra al alcance. Pero la cuarta me dejó angustiado. Fue como ir a ver la continuación de Breakfast Club y que a me pusieran en Elm Street, y que en vez de bailar en la biblioteca los chavos se hubieran puesto a defenderse del maesto que quiere matarlos a cuchilladas.
Después de la primera película, las historias me han parecido débiles, y esta cuarta en especial. Quizá por eso recurrieron a la truculencia innecesaria, o vaya a saber en qué estaba pensando el director. No sé si quiera ver la quinta de la serie. Prefiero ver directamente una en la que sepa que voy a ver cosas feas y así la disfruto por lo que es, y no tengo que torcer la boca porque me vendieron una cosa y me dieron otra.
Eso sí: magnífica fotografía, magníficos efectos visuales. Interesante el rollo del principio, cuando a Ron lo mata la envidia y se pone a incordiar a Harry Potter, ni siquiera le pide disculpas y de pronto, zaz, ya somos amigos de nuevo, y uno sabe que sólo es transitorio y que a Ron no hay que confiarle. Muy parecido a la vida real, y quizá allí hubiera habido mucha tela de dónde cortar, más de acuerdo con los personajes adolescentes.
¡Y qué feo Voldemort!
Bah. Debe ser la gripe.
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