29 de marzo de 2006

La tía Tula

Nació en 1923. Desde el principio, cuando era casi una adolescente, trataron de que entrara en el sindicato de trabajadores de bebidas gaseosas, agua y hielo, pero tenía dos hijos y no quería perder el trabajo. Algo importante pasó cuando leyó el libro La mujer y el socialismo, de August Bebel, y aceptó el cargo de secretaria de actas mientras se ganaba la vida en la fábrica de La Cascada.
Para 1948 era una de las más importantes dirigentes sindicales del país, y por esos días conoció al que sería su compañero de vida hasta 1983, el panadero y también dirigente sindical Salvador Cayetano Carpio.
En 1952 fue arrestada por el gobierno revolucionario del coronel Óscar Osorio, y estuvo desaparecida durante once meses, en la Policía Nacional, en las celdas clandestinas del último piso que --desde luego-- nunca existieron en los registros oficiales. Fue torturada junto con Carpio; lo peor para ambos era ver cómo los policías le colocaban al otro la capucha (una bolsa de plástico atada al cuello, con Gamexán --un veneno para hormigas-- como condimento). Ella sólo sufrió la capucha, según cuenta; Carpio estuvo varias veces a punto de morir: le quebraron cosas, le provocaron derrames internos, casi perdió el ojo derecho. Eso se cuenta en el libro Secuestro y capucha, publicado en 1953 o 1954, que con la satanización de Carpio ha dejado de tener la importancia que siempre tuvo como testimonio de esa época.
Por fin la llevaron presa a Honduras, en condiciones ilegales pero más aceptables que las anteriores. (Carpio se quedaría preso y desaparecido siete meses más.) De allí la exiliaron a Guatemala, donde gobernaba el presidente Jacobo Arbenz. Duró poco tiempo la experiencia de estar bajo un gobierno de izquierda en Centroamérica: llegó la invasión norteamericana y debió asilarse en la embajada de México. En esa sede conoció al Che Guevara --que aún era, solamente, Ernesto Guevara, un muchacho flaco que andaba recorriendo mundo-- y fue trasladada a México.
Dice que el momento más feliz de su vida fue cuando llegó y volvió a encontrarse con Carpio, a quien acababan de liberar y de trasladar al DF. De allí se fueron tres años a la Unión Soviética, donde Carpio estudió en la Escuela de Cuadros del PCUS.
A su regreso a El Salvador, continuaron en la organización sindical. Ella ya no consiguió trabajo, y se hizo cargo de la Federación de Mujeres Democráticas; Carpio siguió como dirigente de la Federación Unitaria Sindical Salvadoreña, y como secretario general del Partido Comunista desde 1964 hasta su renuncia en 1970. Después de varias luchas y de mucha paciencia, llegaron a uno de los puntos máximos de la lucha sindical en El Salvador: la huelga general de 1967, en solidaridad con trabajadores despedidos de la empresa Aceros S.A. El paro fue escalonado, y participó todo el mundo. En cuatro días el país debía quedar paralizado. A la mitad del tercer día las patronales y el Ministerio del Trabajo les avisaron que habían ganado.
Y muchas historias más. Me pasé la tarde del martes --uno de mis días de descanso; los fines de semana me toca trabajar fuerte-- oyéndolas. Y, con todas las cosas terribles que le ha tocado vivir, Tula Alvarenga sigue riendo a la menor provocación, y aun sin ella.
Hace unas semanas se tropezó, se cayó y se partió un hueso del brazo, cerca de la muñeca. Tuvieron que operarla y colocarle tornillos y esas cosas. El 2 de mayo tiene cita con el médico, y quizá le quiten el yeso. El 10 de mayo cumplirá 83 años.
Cuando mi padre estaba muriendo, ella se pasó la última semana sentada a los pies de la cama, día y noche, esperando. Fue ella quien nos avisó que ya no respiraba, y fue ella a quien le tocó cumplir con el ritual de cerrarle los ojos para que durmiera mejor. Quizá de ese modo logró vivir el luto que no vivió cuando Cayetano Carpio se partió el corazón con un disparo de una .357 que le había dado de regalo Chuchú Martínez, el eterno amigo, escolta y consejero de Omar Torrijos.
Tulita aún recuerda cuando veía jugar a mi padre, un niño de 8 o 9 años, en uno de los tantos mesones en los que les tocó vivir, y habla con cariño de mi abuela Carmen, otra mujer extraordinaria que debió dejar el mundo en enero de 1995, en brazos de una neumonía.
Le regalé un ejemplar de Acumulación originaria, de mi padre. Me pidió que le llevara más, o que le permitiera fotocopiarlo; parece que anda en algo de un círculo de estudios de obreros que, evidentemente, no están con el FMLN. Le prometí llevarle varios ejemplares que tengo en casa. También le pedí que leyera Tiempos de locura. Será un honor si lo hace.
De regreso a casa me puse a hacer un poco de música; hablar con Tulita siempre me pone de buen humor.

---
Nota bene: Hace cuatro años Tatiana de la Ossa y yo (ella en calidad de coordinadora de artes escénicas de CONCULTURA, yo como coordinador de letras) armamos un encuentro de escritores y otro de teatreros en el Palacio Nacional, ni más ni menos que en el Salón Amarillo, el despacho presidencial, cuyo último ocupante fue Maximiliano Hernández Martínez. Bien emocionante; no creo que esa oficina se haya usado nunca para algo tan provechoso y creativo. Mi madre estaba en El Salvador y llegó con Tulita. Presenté a ambas ante la audiencia: a mi madre como una de las creadoras de la Dirección de Bibliotecas Ambulantes del Ministerio de Educación, allá por 1950, y a Tulita como dirigente sindical histórica y como parte viva de nuestra historia.
Una señora que se presenta --entro otros oficios-- como poeta me entregó, un par de días después, unas hojas en las que hacía una valoración del encuentro. En general me trataba bien, pero había una parte en la que se quejaba de que Tulita hubiera ido al Palacio: si los escritores no nos metemos en sus asambleas sindicales --decía--, ¿por qué una dirigente sindical se mete en una reunión de escritores? A los demás no los molestó en lo absoluto, y la mayoría le aplaudió.
Le di las gracias a la poeta por sus comentarios. Es lo que se acostumbra, y es lo único que se me ocurrió hacer.

No hay comentarios: