4 de marzo de 2006

Mi hermanito Mauricio

Tanto como hermanito, no es, aunque en la foto se vea espantosamente joven: en junio próximo cumplirá 35 y está terminando un doctorado en historia, que se suma a la maestría en ciencias políticas y la licenciatura en sociología. (Aquí aparece con su novia Yasmín, a quien conoció en Alemania precisamente mientras estaba en un curso de lo del doctorado. Fue un caso de amor a primerísima vista.)
El día en que iba a nacer mi hermano, el tío Mauricio, hermano de mi madre --de quien precisamente tomaron el nombre para él-- llegó nervisosísimo a casa para saber qué rayos íbamos a hacer mientras mi madre estaba en el hospital en labor de parto. Pasarnos quién sabe cuánto tiempo en un pasillo o, peor, en la sala de la casa, con el agravante de que ninguno de nosotros fumaba, era una perspectiva de lo más tétrica. La decisión fue fácil: estaban dando Lawrence de Arabia, que dura como cuatro horas, y nos fuimos a meter al cine. Yo estaba a punto de cumplir doce años, e igual ahora no le entiendo mucho a la película, por eso la he visto como diez o doce veces, pero tampoco era el caso. La función empezaba como a las seis o siete de la noche. Mi hermano ya había nacido cuando llegamos a casa, a eso de la medianoche, porque todavía nos pasamos a cenar, y de verdad que con mi tío se puede cenar bien. (No sé ahora, pero en ese entonces conocía cada changarro infame y cada restaurante carísimo, y sabía dónde comer lo mejor de cada cosa. A él le debo la mala costumbre de comer bien. Lo que sea, pero bien. A los 17 descubrí que era gourmet y a la vez era pobre, así que tuve que aprender a cocinar. Ésa es otra historia.)
Durante los primeros tiempos de vida de Mauricio me tocó hacerla de papá de él, enseñarle a caminar, a hablar, todo eso. Mi padre estaba en lo que estaba como rector de la Universidad Nacional, con amenazas de intervención militar, y mi madre estaba trabajando fuerte para hacer dinero extra para cuando viniera la intervención. Todo giraba alrededor de la intervención de la universidad, que llegó el 19 de julio de 1972. (Cuando llegó el triunfo sandinista, el 19 de julio de 1979, la celebración fue especial en casa. Había algo de justicia histórica, aunque fuera sólo por la fecha.) Luego, en el exilio de Costa Rica, estaba el rollo de ver cómo se ganaban la vida, y más de lo mismo. En México otro tanto. Mi hijo Eduardo, seis años menor que Mauricio (sí, nació cuando yo tenía 18 años), se crió junto con él, tan bien y tan mal como se crían juntos los hermanos.
Como sea, a mediados de 1983 mi familia se fue a Costa Rica, porque a mi padre lo nombraron director académico de FLACSO latinoamericana, y yo me quedé en México hasta diciembre de 1998.
En el ínterin, de Lawrence de Arabia a mi salida de México, el niño creció. No mucho, porque mi familia es de poca estatura, y con mi 1.76 soy algo así como el grandote de la casa. (Entre todos los descendientes de Dionisia Menjívar y Jacinto Castro, mis bisabuelos, sólo me gana mi primo Gerardo, hijo del tío Neto, que anda arribita del 1.80. Mi padre no llegaba a 1.65, la estatura promedio de la familia para los hombres; las mujeres rara vez llegan al 1.60, y en el caso de la Tía Julia Menjívar y un par más apenas despegan del 1.40.)
En fin, hace unas semanas me enteré por mi madre --porque mi hermano no me dijo nada, guay de él-- que publicó un trabajo suyo en FLACSO Costa Rica, junto con otros académicos ticos, bajo el título de Historia y Memoria: perspectivas teóricas y metodológicas. Es un cuaderno, y se puede encontrar y descargar aquí.
Me pareció interesante, porque trata precisamente del tema que he estado trabajando --de otro modo, claro-- con Tiempos de locura, también publicado por FLACSO, pero en la sede de El Salvador. Ayer, por cierto, se presentó la segunda edición, cuya portada reproduzo para no quedarme con la gana. La de la primera edición era azul. Me gusta más cómo quedó en verde.


Uno de los temas de los que habla Mauricio en la introducción del trabajo es algo que de manera intuitiva llamé "la actualización de la memoria": cómo los recuerdos de los actores de ciertos hechos se van acomodando a medida que pasa el tiempo y ajustándose a los acontecimientos posteriores, quizá para explicar de manera más coherente lo que vivieron. No hay mala fe en esta "actualización" --o no necesariamente la hay--; Borges dice que el recuerdo está lleno de olvidos, y de allí tomé el concepto. Mauricio lo sustenta en teóricos un poco más sistemáticos que Jorge Luis y que yo (ejem), y me dio gusto darme cuenta de que, con todo y que no nos pusimos de acuerdo (platicamos más bien poco), estamos en la misma sintonía.
No sé a Mauricio, pero a mí me da mucho gusto y orgullo publicar en FLACSO, aunque aún me siento como gallina en patio ajeno; mi carrera ha sido más bien literaria, y lo de "Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales" me pone nervioso en cada una de sus palabras. Y me da orgullo porque mi padre fue el de la idea de armar las sedes centroamericanas de FLACSO; fue quizá la obra de su vida a la que dedicó más tiempo y energía. Y me da orgullo saber que también fueron su creación directa los cuadernos en los que publicó Mauricio. Los armó junto con el editor Ítalo López Vallecillos, y después con Sebastián Vaquerano. Entiendo que ahora ek editor es el poeta salvadoreño Américo Ochoa, quien me pasó el link para encontrar el cuaderno.
Para los mal pensados: no, no creo que nos hayan publicado sólo porque seamos hijos de quien somos hijos. Creo que hay un nuestro trabajo que nos avala, y eso sí: somos alumnos del mismo maestro, porque desde chiquitos nos enseñó a investigar y a escribir.
En Tiempos de locura incluyo como apéndice un trabajo de mi padre acerca de insurrecciones populares y una evaluación de la ofensiva final de 1981. Si me preguntan, me encantaría que Mauricio hiciera una introducción tratando los temas de la recuperación de la memoria con los instrumentos que usa en su trabajo. Sería un modo de estar juntos los tres nuevamente, y lo mejor del caso es que no habría nada de forzado en el hecho de que un padre y sus hijos compartan lo que hay en medio de las dos tapas de un libro.
Le voy a escribir a Mauricio, a ver qué dice. Igual se vería rarísimo. Igual no importa que se vea rarísimo; los apellidos, apellidos son, y lo que importa es el trabajo.
Ah: Mauricio publicó un libro hace unos años, pero el instituto donde trabajaba no le permitió que lo firmara en la portada porque "era un trabajo institucional". Para mí que fueron ganas de fregar, nada más. Se llama Actitudes masculinas hacia la parernidad: entre las contradicciones del mandato y el involucramiento, Instituto Nacional de la Mujer, Colección Teórica No 2, San José, 2002. Hay que fijarse en la página legal para saber que él lo hizo. Hay también algunos artículos en varias partes de internet, y por supuesto que no me avisa cuando los publica, y tengo que rastrearlos para enterarme. ¡Ah, estos niños...!

No hay comentarios: