20 de marzo de 2006

Nosotros y nosotras

El viejo tema: si uno no se refiere explícitamente a hombres y mujeres en una frase, uno --o una-- es un --o una-- machista de lo peor, y está invisibilizando al 52 por ciento de la población mundial. Y por visibilizar a todo el mundo se ha hecho famoso el presidente Vicente Fox, quien en sus discursos se dirige a los mexicanos y mexicanas, a los chiquitines y a las chiquitinas, whatever.
Siempre me ha caído mal, eso sí, que se refieran a "el Hombre" cuando se habla de la suma de los seres humanos, primero porque es espantosamente cursi y luego porque, en efecto, se está ignorando al 52 por ciento de la población mundial. Y no me molesta cuando se habla de "los humanos", "la gente" o "las personas" o "todos nosotros", porque hasta Alexandra Kollontai --dura entre las duras-- se daría cuenta de que hablamos de "todos" (y "todas", claro).
Recién regresado a El Salvador, quizá en enero de 2000, me pusieron a cargo de una mesa en un congreso, con unos --y unas-- 200 asistentes --y asistentas--, y para cerrar se me ocurrió decir: "Agradecemos su participación a los compañeros". Varias feministas se me lanzaron a la cara, porque debía decir "y compañeras" para demostrar que andaba en el rollo de género. Y cambié la frase: "Agradecemos, yo incluida, la participación de las compañeras de la mesa." Y di por terminada la sesión.
Me agarraron a la salida y me reclamaron que me burlara de algo tan serio como el lenguaje de género. Y no me estaba burlando: no iba a hacer diferencia de sexos entre personas igualmente capacitadas; me pareció que hubiera sido un asunto, si no discriminatorio, de mal gusto. Después de un rato comencé a divertirme con la discusión, y creo que se dieron cuenta y lo dejaron por la paz; si en esos casos a uno no le agarra un complejo de culpa solidario con todos los imbéciles que les pegan a sus mujeres, algo falla en la comunicación y no hay punto de encuentro. Y para esas cosas uno debe perder su condición de hombre y adquirir la de macho abyecto, y a mi eso no se me da, o creo que no se me da.
Por allí de 1980 o 1981, en el Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo, de don Luis Echeverría Álvarez (¡qué comidas tan deliciosas cuando armaba conferencias y eventos!), se presentó la feminista Giselle Halimi para hablar acerca de la condición de la mujeres obreras en Francia, y se me ocurrió hacerle no sé qué pregunta de doble filo (no sé si a propósito o porque yo era espantosamente joven), y me dijo que no tenía derecho a preguntar eso por mi condición de hombre que de seguro trataba mal a mi mujer y la sometía a dobles jornadas y no sé qué más. Le dije que ese día en especial yo había dejado preparada la comida, había bañado al niño y lo había llevado a la guardería antes de ir a ganarme la vida oyéndola y entrevistándola, y empezó a alabarme y a decir que así, por lo menos, debían ser todos los hombres. Y me molestó que se la creyera tan fácilmente, a pesar de que era cierto, y que basara todo un rollo serio como el abuso contra las mujeres en quién hace la comida y baña al niño.
Tampoco tengo opciones interesantes a ese rollo de género; no sé si las haya, y no es mi papel averiguarlo, porque yo nada más soy novelista. Lo que sí me parece es que, como en toda democracia, debería ganar la mayoría y que si --como ya se dijo-- las mujeres son el 52 por ciento de la población, "ellas" deberíamos ser todas nosotras, hombres incluidas, y santa paz. Es una idea tan buena que hasta el Vaticano se opondría, como se opone a cualquier cosa que haga más interesante la vida de las mujeres desde épocas casi inmemoriales. Léase como prueba el Malleus Maleficarum, o Martillo de las brujas, el summum de la misoginia, que sirvió para la persecución y quema de brujas en Alemania por allí del siglo XV, validado por no sé qué número de papa Inocencio. (Octavo, veo en la página cuyo link coloco arriba.) La mitad de la justificación del trabajo es cómo la teología demuestra que “la mujer” es la criatura más guácala creada por Dios, mediante la cual el demonio irrumpe en la tierra y se dedica a tentar al Hombre. Luego se pone a decir cosas como que “el infierno está entre las piernas de las mujeres” y que ellas “obligan al hombre” a hacer cosas como dejarse llevar por los impulsos, violarlas y qué sé yo. Terribles ellas. Y luego explica cómo hacer para torturarlas para sacarles “la verdad”: ganchos metálicos en las costillas, hierros calientes y otras linduras. Y, no, no estoy bromeando: el Malleus es el sueño húmedo de cualquier psicópata asesino de nuestra actualidad, nomás que en ese entonces era dogma religioso.
Por cierto, leyenda o no, se dice que el papa Juan VIII era mujer: la Papisa Juana, ni más ni menos. Quizá eso le cobraron a las mujeres los de la iglesia católica, aunque la misoginia ya era artículo de fe, y de allí no ha pasado.
Como sea, esta diatriba viene porque sigo con gripe y porque la poeta Carmen González Huguet me mandó un link a un artículo de Arturo Pérez Reverte que vale la pena leer. Igual no comparto lo que dice acerca de la respetabilidad de la Real Academia Española, porque uno tiene límites. (Hasta la edición XIX o XX, no recuerdo, “violado” era un color; según el DRAE, una mujer podía ser violada, pero un hombre no.)
Ya me voy a ver televisión. Quizá hasta lea un poco si ya vi el capítulo de Crossing Jordan que pasen hoy. Y mientras escribo estoy oyendo el soundtrack de Cabaret. ¡Qué maravilla!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

En lo personal ese asunto de las y los me fastidia profundamente. Me parece que entorpece la lectura y el habla y cuando lo escucho me produce una reacción de rabia y jamás de sentirme "reinvindicada" o "representada". Absurdos a los que llevan los extremismos.

Anónimo dijo...

Estamos de acuerdo... Rafella...

Anónimo dijo...

Me parece interesante el artículo de Pérez-Reverté y coincido tanto con él como contigo en que muchas veces a las feministas se les pasa la mano con este asunto.

El tema de la presencia de las mujeres en nuestro lenguaje de todos los días es algo que desde hace tiempo anda rondándome la cabeza. Cuando tomé conciencia de él, hará unos ocho años, me propuse ser lo menos excluyente posible con mis palabras, cosa que he mantenido en algunos de mis post desde el inicio de mi bitácora. No obstante, no me siento del todo a gusto con las soluciones que usé.

Si bien han surgido algunas ideas para volver el castellano más incluyente, a mí no me logran convencer del todo. Tomemos como ejemplo el uso del símbolo @ y escribamos la palabra nosotr@s. Cuando intento leer de corrido un párrafo y aparece esta palabra, no puedo dejar de tropezar con ella, mi lectura se detiene y pierdo la cadencia de la misma. Sí, puede ser falta de costumbre, pero luego de varios años leyendo, uno tiene sus mañas. Supongamos que la solución funciona para el lenguaje escrito; ¿Qué pasa cuando intenta leerse esto en público? Que tenemos que volver al típico "nosotras y nosotros" que nuevamente empantana la disertación. Sí, se que en afán de ser incluyente se necesita sacrificar algo. Pero el uso de la ahora famosa @ todavía no me convence.

Otra opción es volcarnos a ocupar el género femenino para referirnos al colectivo de personas. Por ejemplo, "Bienvenidas todas", "diputadas electas" "Agradecemos la participación de las compañeras". De todos modos, al ser mayoría con el 52% de la población, no la considero una mala idea. No creo que sea popular, pero es válida.

Otra idea más: incluir una serie de neologismos que sean de por sí incluyentes. Buscar plurales de género neutro, tal y como lo hacen en inglés (tomemos la palabra Children como ejemplo: se refiere a un grupo de infantes, sin distinguir su sexo) artículos, pronombres personales, etc. Sería una modificación extrema a la gramática. Y si la justificación para no hacerlo es que el idioma es así y no es fácil cambiarlo, pues les recuerdo lo que escribía Fernando Lázaro Carreter: él no estaba en contra de los neologismos, o adoptar palabras de otros idiomas pues les permitían a las lenguas caminar al ritmo de las diferentes épocas. El peleaba para evitar el uso de extranjerismos cuando hay muchas palabras en nuestro idioma que pueden emplearse sin tener que recurrir a préstamos innecesarios.

En fin, este comentario me salió largo. Comprendo que son varias centurias las que han relegado a las mujeres a la invisibilidad social, laboral y lingüística, pero no todos los hombres que vivimos actualmente son responsables de este asunto. Pero eso es otra historia. Por hoy es suficiente.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

El lenguaje escrito, me parece, es una codificación (y una sistematización por tanto) del lenguaje oral, y allí se modifica más que en lo escrito: lo escrito es apenas un reflejo de la evolución del lenguaje hablado, más o menos fiel, más o menos distorsionado. (Y de allí una parte del encanto de la literatura.)
Lo del signo @ me parece una de las cosas más feas que se ha inventado la political correctness. No hay un equivalente fonético, y es un parche de lo más frágil para cosas de mucho más fondo.
No me molesta, en lo personal, la utilización de términos extranjeros, siempre que haya savoir faire, digamos.
Thierry: no voy a contestar a tu provocación. No voy a poner tu nombre en femenino, y menos si le añado un diminutivo, je.
Saludos.