20 de marzo de 2008

Cartas a un joven poeta, etc.


No sé qué traté de leer primero de Rilke, si las Odas del Duino o las Cartas a un joven poeta; sé que no me llevé bien con ninguna de las dos, y me da la impresión que la primera con la que intenté me prejuzgó contra la segunda. Andaría por allí de los 19 o 20 años y, claro, aún quería ser poeta, pero no sabía cómo, y sigo sin saberlo. (Consejo para jóvenes poetas: si a esas edades no saben cómo, intenten de nuevo. O intenten otra cosa. O vean qué hacen. Para eso no hay consejos que valgan.)
La impresión que me quedó de las Cartas, durante años, fue la de un tipo que se atreve a hablar de cosas muy personales, y muy propias de él, poniéndolas como universales, a un chavo que de seguro ya se sabía ésas y otras. Como cuando la mamá le habla a uno acerca de Las Grandes Verdades De La Vida a eso de los quince años, usando la revista Buenhogar como parámetro (ni siquiera Cosmopolitan, vaya) y uno no sólo se las sabe, sino que lleva un buen rato aplicándolas. Uno baja la vista hipócritamente, dice "Sí, gracias, ahora veo la luz" y se va lo más pronto posible a seguir en lo suyo, o sea lo que Buenhogar dice que no hay que hacer.
Hace unos cuatro años compré las Cartas en Guatemala, nomás porque las encontré, para que las leyeran los compañeros de La Casa a quienes pudieran interesarles. Lo hice porque, en fin, todo el mundo dice que las Cartas a un joven poeta por aquí y las Cartas a un joven poeta por allá, y uno no puede quedarse atrás, ocultar información o dejarse guiar por impresiones que tienen casi tres décadas y no han sido actualizadas. Así que las Cartas a un joven poeta, con la intención lejana de releerlas y un antiguo gusto no muy agradable en la boca.
Hace unos meses, quizá dos o tres o cuatro, después de que pasó por las manos de un par de compañeros, decidí actualizar mis prejuicios y por fin abrí el libro. Hubo una sorpresa agradable en las primeras páginas: la traducción y el prólogo son de Bernardo Ruiz, escritor mexicano y viejo amigo. Entre otras cosas, cuando fue director de Promoción y Difusión de la Universidad Autónoma Metropolitana, publicó Terceras personas y me dio una columna en la revista Casa del tiempo, también de la UAM. Publicó también la traducción de una joya que encontré en un tiradero de la Librería Británica de la calle de Serapio Rendón, Do we agree?, una polémica acerca del socialismo entre G.K. Chesterton y Bernard Shaw que, por cierto, apareció hace un par de números en la revista Cultura de El Salvador y hace unos años en una revista española. Me pagó con ejemplares, porque el presupuesto era poco, y mucho lo que había que publicar, y me pareció excelente. Y por allí armamos otras cosas de las que no viene al caso hablar por ahora. (Bernardo es un sibarita de los que casi no hay. Entre otros, gracias a él conocí el restaurante Xel-ha, en la colonia Condesa, donde, además de comida yucateca, todos los días se inventaban platillos fuera de serie. No sé si aún exista; espero que sí. Allí probé las mejores chuletas de cordero de mi vida, y hacían unas setas espectaculares. Bernardo también tiene una bonita edición de Altazor, de Vicente Huidobro, publicada por Premiá Editores, una de mis biblias.)
Más allá de eso, el asunto era ponerse frente a Rilke casi treinta años después. Y creo que la impresión que tenía era en parte acertada, en parte producto de que, vaya, tenía 20 años y no iba a venir a decirme un señor nacido en Praga en 1875 lo que debía pensar o no pensar acerca de la poesía y la forma de hacerla. Quién sabe qué traducción me habrá tocado de las Odas del Duino, pero no me pareció que fuera el más adecuado para ponerse a dar consejos. (Ahora sé que yo tampoco era el más adecuado para juzgar a otros poetas, así hubieran nacido en Praga en 1975; pasarían años antes de que pudiera escribir mi primer poema más o menos decente.)
Las tres primeras cartas dicen cosas que me gustaron, y no son los consejos al estilo Buenhogar que recordaba, sino tips bien prácticos a Franz Xaver Kappus (el joven poeta, dedicado al oficio militar, por cierto). Desde el principio se pone duro:

...para enfrentar una obra de arte nada es peor que los términos de la crítica. Estos no conducen sino a malentendidos más o menos felices. Las cosas no son para ser dichas o entendidas en su totalidad, como quisieran hacérnoslo creer. Casi todo lo que ocurre es inexpresable y se cumple en una región donde jamás ha hollado palabra alguna. Y más inexpresables que nada son las obras de arte, esas entidades secretas en las que la vida no termina y que superan la nuestra, que pasa.

Me pregunto si de allí vendrá mi aversión --general, no particular-- a la crítica académica, y me da la impresión de que no; creo que eso se trae con el oficio. De lo que sí, talvez, conservé algo es de la visión de Rilke de la literatura --o de cualquier cosa-- como una necesidad vital:

Usted pregunta si sus versos son buenos. Usted me lo pregunta. Ya lo ha preguntado a otros. Usted los envía a revistas. Usted los compara con otros poemas y usted se alarma cuando algunas reacciones descartan sus ensayos poéticos. En lo sucesivo (ya que me permite aconsejarlo) le suplico renuncie a todo eso. Su mirada está dirigida hacia afuera; sobre todo, es lo que debe evitar en lo sucesivo.
Nadie le puede dar consejo o nada. No hay más que un solo camino. Entre en usted mismo, busque la necesidad que lo obliga a escribir: examine si sus raíces penetran hasta lo más profundo de su corazón. Confiésese a usted mismo: ¿moriría si le estuviese vedado escribir? Sobre todo esto: pregúnteselo en la hora más silenciosa de la noche: "¿Verdaderamente me siento apremiado para escribir?" Hurgue en sí mismo hacia la más profunda respuesta. Su es afirmativa, si puede enfrentar una pregunta tan grave con un fuerte y simple Debo, entonces construya su vida de acuerdo con esta necesidad. [...]
Si su cotidianeidad le parece pobre, no la culpe. Cúlpese a sí mismo de no ser lo suficiente poeta para encontrar sus riquezas. [...]
La obra de arte es buena cuando nace de la necesidad. Es la naturaleza de su origen quien la juzga. Así, estimado señor, no tengo para usted otro consejo que éste: intérnese en usted [...]
Podría ser que después de este descenso hacia sí mismo, en su soledad individual, debiese renunciar a convertirse en poeta (bastaría, considero, sentir que se puede vivir sin escribir para que haya que prohibirse la escritura).

En la segunda carta, más corta, hay una reflexión interesante acerca de la ironía, una de las tentaciones más grandes cuando uno no sabe qué --y sobre todo cómo-- escribir. A "aquellas" edades, uno es más inseguro que a las siguientes --si es que sobrevivió en el oficio--, y cree que el humor, el ingenio, recurrir a la risa --forzada o no-- salvará lo que escribe. Y no. Un texto puede tener humor, pero no es el humor lo que lo sostiene ni lo que lo salvará. Garantizado.

En primer término, la ironía. No se deje ganar por ella, sobre todo en sus horas de esterilidad. En los momentos creadores esfuércese por servirse de la ironía como de un medio más para apoderarse de la vida. Empleada con pureza, la ironía es también pura; no hay que avergonzarse. Si usted se siente muy inclinado por ella, si usted teme una intimidad creciente con ella, vuélvase hacia las grandes y graves cosas, ante las cuales disminuye y casi desaparece.

Luego le aconseja algunas lecturas y le dice que hay dos personas de las que "he aprendido algo acerca de la naturaleza de la creación, sus fuentes, sus leyes eternas, dos nombres solamente recordaría: el de Jacobsen, el muy, muy gran poeta, y el de Augusto Rodin, ese escultor que no tiene rival entre todos los artistas de hoy". Con algo de pena admito que no tengo idea de quién sea Jacobsen, y no voy a subsanarlo buscando en Wikipedia, porque no sería honesto de mi parte. ("¡Ah, sí, Jacobsen...!") Con Rodin, de acuerdo. Había visto piezas sueltas en México, y fotos de un montón de esculturas suyas. Cuando estuve en su museo (y ni siquiera en el museo, sino en el jardín) pude ver lo grande que es el maldito. Sí, allí está la "naturaleza de la creación".
De la tercera carta, algunos fragmentos:

Las obras de arte son de una soledad infinita; nada es peor para abordarlas que la crítica. Solamente el amor puede tomarlas, guardarlas, ser justo con ellas. Dé usted la razón siempre a su sentimiento contra esos análisis, esas cuentas saldadas, esas introducciones. Salga usted del equívoco. El desarrollo natural de su vida interior le conducirá lentamente, con el tiempo, a otro estado de conocimiento. Deje a sus juicios su propio desarrollo, silencioso. No lo contraríe, porque como todo progreso, debe venir de lo profundo de su ser y no puede sufrir presión ni apresuramiento. Llevar a justo término; después, dar a luz. Todo está allí. [...]
El tiempo aquí no es una medida. Un año no cuenta; diez años son nada. [...] Porque el estío vendrá. Pero sólo llega para aquéllos que saben esperarlo, tan tranquilos y abiertos como si tuvieran ante ellos la eternidad. Lo aprendo todos los días y me cuesta muchos sufrimientos que bendigo: paciencia es todo.

Las siguientes cartas en general me molestan. Se pone a hablar de cosas tan íntimas que a veces --creo-- raya en lo obsceno. Es evidente que Rilke pasa por momentos contradictorios y dolorosos, y que esas contradicciones y dolores lo hacen decir cosas que, de verdad, sería mejor no escribirle a alguien a quien la juventud lo tiene por definición en la contradicción y el dolor. Me da la impresión de que Rilke no sabe muy bien qué diablos aconsejarle a Kappus, busca en su propio interior y encuentra cada cosa de la que uno quisiera enterarse o inferir nada. Rilke se proyecta de tal modo en Kappus que llega a ser de verdad doloroso. Eso estará bien para quien quiera enterarse de lo que pensaba Rilke no de la vida, sino de sí mismo; no es mi caso.
En fin, semana santa y leyendo. E hice algo que no hacía desde hacía años: jugar un juego hasta terminarlo, Blasterball DeLuxe 2. Doscientos niveles de una bonita versión de un viejo juego, Bricks, que empecé a jugar en las maquinitas de las farmacias por las épocas en las que aún quería ser poeta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

mmm, quizas llegue tarde para comentar.. (por la fecha de la entrada)
pero solo queria preguntarte...
No se puso a pensar, que fue un libro auto-dedicado, que las cartas se las escribio pura y exclusivamente para el, (y despues vaya a saber uno porque, las publico) que Kappus no es ni mas ni menos que el mismo