28 de junio de 2008

Sexto día

Lluvia, lluvia, lluvia. Mucha, hasta eso de las cuatro de la tarde.
Aproveché para quedarme en casa de Sary trabajando en los pendientes (son varios) y ver qué libros he comprado, cuáles faltan y cómo diablos los voy a meter en la maleta. Ya mañana me preocuparé por eso, o pasado.
Sebastián llamó a las seis y cuarto de la tarde, que ya venía para acá, para ir a ver a mi madre. La vi el lunes, y el temor fue que se viera diferente a apenas cuatro días atrás; hay momentos en que las personas cambian muchísimo, de un día para otro, de una hora para otra, de un segundo al siguiente, y no necesariamente son buenos cambios.
Eso ocurrió. Cuatro días después fue como si hubieran pasado cinco años sin verla, y el tiempo hubiera tenido poca clemencia.
Nos enseñó un montón de cajas de cartón que hay detrás de la puerta: suero para las diálisis, lo necesario para una semana. Mañana o el lunes, nos dice, le llevarán lo que falta para completar un mes. Voy y saco uno de los sueros. Dextrosa. Nos cuenta que le han puesto un tubo que va al peritoneo y por allí entra el suero. Después lo sacan. Un rato después, va de nuevo. Hasta tres veces al día. Le han hecho exámenes y no están bajando los niveles de toxinas. El médico le dice que en un mes de tratamiento se sabrá qué hacer.
Yo creí que le hacían las diálisis de caballo, de ésas en las que sacan sangre por un lado y la meten por el otro. No. Los riñones ya no funcionan para nada, pero no aguantaría una diálisis así dice. Tampoco un trasplante. "Hay otros métodos para limpiar el organismo", asegura, y no pregunto cuáles; me suena a que la dextrosa es más un paliativo que un remedio, pero qué voy a saber yo de medicina.
El viaje de la puerta a la recámara dura tres o cuatro minutos, como la vez anterior. Platicamos de cualquier cosa, y nos dice que mi tía Irma vendrá la próxima semana, a cuidarla una temporada. Irma es casi de su edad (tendrá 69 o 70 años), pero es indetenible, llena de energía, y --curioso en la familia-- no hay nada a lo que le pueda ver el lado oscuro.
A los casi veinte minutos Sebastián da la señal de despedida. Los jadeos ya son fuertes e incontenibles.
Por primera vez en la vida, siento que mi madre está conmovida por despedirse de mí. No nos veremos mañana. Le digo que regresaré en algún tiempo, cualquier fecha, en realidad no importa mucho. En una de ésas siento que, si me quedo medio minuto más, se pondrá a llorar. Y estaría bien si fuéramos otros, pero somos quienes somos, y salgo de su cuarto adelante de Sebastián.
Mientras estábamos allí se oyó el teléfono en el departamento de mu hermana Ana. Nadie contestó. En la cochera estaba el carro de mi hermano (que antes fue de mi madre y antes de mi padre). No me fijé si había luz en la planta alta.
Le pedí a Sebastián que no regresáramos de inmediato a casa de Sary. No quería asimilar la situación, para la que estoy preparándome desde hace tres años, sino el ataque de emocionalidad que sentí de parte de mi madre. Fuimos a un minisúper, compré cualquier cosa para cenar, y luego nos quedamos unos minutos fuera de casa de Sary, comentando con pocas palabras lo que acabábamos de ver, de oír, de sentir. Sebastián siempre fue de pocas palabras, pero bastante acertadas.
Necesito platicar con mi padre un rato. En este mundo, de preferencia. Ya sé dónde encontrarlo.
Les he pedido a Sary y a Sebastián que me avisen de inmediato "si algo pasa". Sé que lo harán, y me tranquiliza; uno tiene derecho de saber la fecha exacta en la que ocurren ciertas cosas, justo en la fecha en la que ocurren, no después, no mucho después.

3 comentarios:

Aldebarán dijo...

Conozco un poco de ese tipo de diálisis. Tiene la ventaja de poder hacerse fuera del hospital y es igual de efectiva. Eso sí, requiere de una gran higiene de parte de todas las personas involucradas.

Ánimo.

El antropólogo inocente dijo...

Mucho valor, son momentos dificiles pero asi es la vida, seguro se recupera o por lo menos mejora su calidad de vida.

Denise Phé-Funchal dijo...

Fuerza compadre. Un abarazo.