Séptimo día
Hace casi ocho años, el siete de agosto de 2000, murió mi padre y estuvo en la capilla de la funeraria Montesacro. Thierry Davo andaba por Costa Rica. Nos habíamos visto en San José, donde me había pasado un mes cuidando a mi padre. Después viajó a El Salvador. Una semana después estábamos en la funeraria junto con otros amigos.
Unos kilómetros arriba está el cementerio Montesacro, donde se encuentra enterrado mi padre, y había que ir a saludarlo. La tumba está un poco descuidada, porque mi madre no habrá podido ir por alli para limpiarla, ponerle flores y adornos que acostumbra --o acostumbraba-- cambiar cada semana. Le quité algunas hierbas, limpié la placa y me puse a ver desde allí lo que pasaba en el cementerio, además de nada.
Una mujer entre los árboles.
Una muchacha muy larga caminando por la avenida.
Luego empezó a llegar gente y más gente, carros y más carros, y una carroza fúnebre; había un entierro a unos cincuenta metros.
No estaba para cosas ajenas y me puse a leer Trece en la edición de F&G. Mi padre no llegó a verlo publicado --la primera edición salió en 2003--, ni siquiera vio a versión final, pero leyó una copia electrónica que le envié del último borrador.
Y así durante un buen rato. A veces, desde que yo era niño hasta casi su muerte, nos sentábamos juntos a leer, cada uno por su lado, sin hablar. Fue bueno hacerlo de nuevo.
Es hora de regresar a El Salvador.
Unos kilómetros arriba está el cementerio Montesacro, donde se encuentra enterrado mi padre, y había que ir a saludarlo. La tumba está un poco descuidada, porque mi madre no habrá podido ir por alli para limpiarla, ponerle flores y adornos que acostumbra --o acostumbraba-- cambiar cada semana. Le quité algunas hierbas, limpié la placa y me puse a ver desde allí lo que pasaba en el cementerio, además de nada.
Una mujer entre los árboles.
Una muchacha muy larga caminando por la avenida.
Luego empezó a llegar gente y más gente, carros y más carros, y una carroza fúnebre; había un entierro a unos cincuenta metros.
No estaba para cosas ajenas y me puse a leer Trece en la edición de F&G. Mi padre no llegó a verlo publicado --la primera edición salió en 2003--, ni siquiera vio a versión final, pero leyó una copia electrónica que le envié del último borrador.
Y así durante un buen rato. A veces, desde que yo era niño hasta casi su muerte, nos sentábamos juntos a leer, cada uno por su lado, sin hablar. Fue bueno hacerlo de nuevo.
Es hora de regresar a El Salvador.
3 comentarios:
Qué bonito. Quizás puede sonar extraño que diga qué bonito. Pero hay mucha belleza en una tumba.
Conozco esas sesiones a solas junto a una tumba... es rico poder ir de vez en cuando y platicar con el polvo.
Quizá algún día visitemos juntos esa tumba...hablamos de ello un día¿lo recordás?
No es algo que me gustaría hacer pero creo que debo hacerlo...
Te quiero mucho hermanote!!!
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