El talento
Algo que he aprendido en los cuatro años que llevo con el proyecto de La Casa del Escritor es a no apostarle a lo que todo el mundo conoce como "talento", es decir: la facilidad natural para hacer ciertas cosas, en este caso literatura. De esos cuatro años, tres he trabajado con gente de gran talento, y a veces de talento excepcional. Pero no es el talento que se expresa del modo en que generalmente se entiende: llega un muchacho de 16 años, escribe tres o cuatro libros geniales, y a los diecinueve se va a vender armas y esclavos a la Abisinia. (Muere de sífilis antes de cumplir los cuarenta, desde luego.)
No sé si haya una "facilidad natural" para hacer las cosas; me da la impresión de que sí, pero no siempre va aparejada con el interés de hacerla (la vocación), el estudio constante, la disciplina que requiere cualquier oficio, etcétera. A veces esa facilidad resulta contraproducente si se trata de crear una obra de largo alcance.
El caso clásico, que se ha multiplicado a lo largo de los siglos, y seguirá sucediendo, es el del adolescente que aparece con algunos poemas que, para la edad del autor, están muy bien. Se le dice que tiene gran talento, se le publica, se le invita a recitales y cuarenta años después el muchacho no sabe por qué no está en las enciclopedias, y por qué nadie le publicó siquiera una plaquette. Y quizá sea porque se quedó con lo que pudiera darle ese talento natural y no lo desarrolló para transformarse, poco a poco, en un poeta bueno, o por lo menos serio.
Muchos talentos jóvenes le apuestan a un golpe de suerte, como si fuera una lotería literaria. Pero lo que buscan es un golpe de suerte cósmico: que por causa del azar ellos sean el genio al que todo el mundo estaba esperando, que su poesía sea tan innovadora que nadie sesa capaz de detectarla o entenderla --ellos incluidos-- a las primeras de cambio, y de allí tenemos cientos de libros autopublicados que andan repartiendo a quien se deje, en busca de que alguien los descubra en alguna cafetería, como a Joan Crawford. En lo personal, hasta ahora, no he encontrado un solo libro autopublicado que sea bueno, y leo todos los que me caen, con todas las esperanzas que a uno le puedan caber. Y no: puras apuestas cósmicas. Igual me ha tocado trabajar con gente autopublicada que ha comenzado a trabajar en serio y se ha superado, pero ha sido la excepción. Generalmente los autopublicados se consideran escritores hechos, derechos y formados, y allí andan, vestidos de negro, con sus boinas y bufandas --¡con el calor que hace en El Salvador, por piedad!--, satisfechos y esperando la fama que más temprano que tarde les llegará.
Y, claro, siempre brincan los ejemplos: que García Márquez se autopublicó, y no es cierto; que Borges se autopublicó, y lo hizo alguna vez, pero no se trató de lotería cósmica, porque el hombre andaba en lo que andaba, y --lo lamento, señores-- ninguno de nosotros es Borges. Uno es uno y sólo puede confiarle a lo que tiene, no a lo que tuvieron los demás.
El talento natural, si existe, apenas sirve como punto de arranque. Quizá a lo que habría que apostarle, más que al talento, es a la dignidad del que no es genio. Es decir: al trabajo constante y de hormiga.
Y la selección natural hace lo suyo. Los talentosos que se quedan con lo que su mamá les dio, se extinguen. Los que se ponen a trabajar en serio dejan de ser "talentosos" y se convierten en buenos. Los que no tienen ese "talento natural", pero sí vocación, harán lo que sea necesario para lograr una buena obra, que los satisfaga. Y ésa es la palabra clave, la vocación: no explicarse la vida si no es haciendo lo que uno hace. Y, cuando uno está condenado a hacer lo que hace, vale la pena hacerlo bien. Y entonces no será una condena, sino un placer.
Es decir: si a usted va un escritor y le dice que escribir es doloroso y empieza a quejarse de los desvelos, no le crea, y de preferencia no lo lea. Esto es un verdadero placer. Los dolores de espalda y las ojeras son parte integral del asunto, como los callos en los labios de los trompetistas y las microfracturas en las piernas de los bailarines, y ellos tampoco se quejan, porque vale la pena.
Está la contraparte: ¿puede alguien detectar talentos y ayudarles a desarrollarse? No lo sé. Sé que uno no puede decidir quién sirve para qué y quién no; es un asunto bien personal y lleno de recovecos y decisiones que el talentoso de marras a veces ni siquiera tiene en la conciencia. Uno lo que puede hacer, si acaso, es acompañar a algunos hermanos menores en su camino, como a uno lo acompañaron otros hermanos, y listo.
Todo el rollo anterior son ideas dispersas a partir de varias notas que se publicaron hoy en La Prensa Gráfica, aquí, aquí, aquí, aquí y aquí. No sé si el programa vaya a funcionar; eso sólo lo dirán el tiempo y los involucrados. Y estoy de acuerdo con lo que dice el doctor Emmet Brown en la serie Back to the Future: nada está escrito ni es definitivo, y sólo uno puede decidir su futuro.
No sé si haya una "facilidad natural" para hacer las cosas; me da la impresión de que sí, pero no siempre va aparejada con el interés de hacerla (la vocación), el estudio constante, la disciplina que requiere cualquier oficio, etcétera. A veces esa facilidad resulta contraproducente si se trata de crear una obra de largo alcance.
El caso clásico, que se ha multiplicado a lo largo de los siglos, y seguirá sucediendo, es el del adolescente que aparece con algunos poemas que, para la edad del autor, están muy bien. Se le dice que tiene gran talento, se le publica, se le invita a recitales y cuarenta años después el muchacho no sabe por qué no está en las enciclopedias, y por qué nadie le publicó siquiera una plaquette. Y quizá sea porque se quedó con lo que pudiera darle ese talento natural y no lo desarrolló para transformarse, poco a poco, en un poeta bueno, o por lo menos serio.
Muchos talentos jóvenes le apuestan a un golpe de suerte, como si fuera una lotería literaria. Pero lo que buscan es un golpe de suerte cósmico: que por causa del azar ellos sean el genio al que todo el mundo estaba esperando, que su poesía sea tan innovadora que nadie sesa capaz de detectarla o entenderla --ellos incluidos-- a las primeras de cambio, y de allí tenemos cientos de libros autopublicados que andan repartiendo a quien se deje, en busca de que alguien los descubra en alguna cafetería, como a Joan Crawford. En lo personal, hasta ahora, no he encontrado un solo libro autopublicado que sea bueno, y leo todos los que me caen, con todas las esperanzas que a uno le puedan caber. Y no: puras apuestas cósmicas. Igual me ha tocado trabajar con gente autopublicada que ha comenzado a trabajar en serio y se ha superado, pero ha sido la excepción. Generalmente los autopublicados se consideran escritores hechos, derechos y formados, y allí andan, vestidos de negro, con sus boinas y bufandas --¡con el calor que hace en El Salvador, por piedad!--, satisfechos y esperando la fama que más temprano que tarde les llegará.
Y, claro, siempre brincan los ejemplos: que García Márquez se autopublicó, y no es cierto; que Borges se autopublicó, y lo hizo alguna vez, pero no se trató de lotería cósmica, porque el hombre andaba en lo que andaba, y --lo lamento, señores-- ninguno de nosotros es Borges. Uno es uno y sólo puede confiarle a lo que tiene, no a lo que tuvieron los demás.
El talento natural, si existe, apenas sirve como punto de arranque. Quizá a lo que habría que apostarle, más que al talento, es a la dignidad del que no es genio. Es decir: al trabajo constante y de hormiga.
Y la selección natural hace lo suyo. Los talentosos que se quedan con lo que su mamá les dio, se extinguen. Los que se ponen a trabajar en serio dejan de ser "talentosos" y se convierten en buenos. Los que no tienen ese "talento natural", pero sí vocación, harán lo que sea necesario para lograr una buena obra, que los satisfaga. Y ésa es la palabra clave, la vocación: no explicarse la vida si no es haciendo lo que uno hace. Y, cuando uno está condenado a hacer lo que hace, vale la pena hacerlo bien. Y entonces no será una condena, sino un placer.
Es decir: si a usted va un escritor y le dice que escribir es doloroso y empieza a quejarse de los desvelos, no le crea, y de preferencia no lo lea. Esto es un verdadero placer. Los dolores de espalda y las ojeras son parte integral del asunto, como los callos en los labios de los trompetistas y las microfracturas en las piernas de los bailarines, y ellos tampoco se quejan, porque vale la pena.
Está la contraparte: ¿puede alguien detectar talentos y ayudarles a desarrollarse? No lo sé. Sé que uno no puede decidir quién sirve para qué y quién no; es un asunto bien personal y lleno de recovecos y decisiones que el talentoso de marras a veces ni siquiera tiene en la conciencia. Uno lo que puede hacer, si acaso, es acompañar a algunos hermanos menores en su camino, como a uno lo acompañaron otros hermanos, y listo.
Todo el rollo anterior son ideas dispersas a partir de varias notas que se publicaron hoy en La Prensa Gráfica, aquí, aquí, aquí, aquí y aquí. No sé si el programa vaya a funcionar; eso sólo lo dirán el tiempo y los involucrados. Y estoy de acuerdo con lo que dice el doctor Emmet Brown en la serie Back to the Future: nada está escrito ni es definitivo, y sólo uno puede decidir su futuro.
6 comentarios:
me parece excelente, mira que me la lleve e culta en mi adolescencia yahora me doycuenta que es bastante posible que haya leido libros que solo son bestseller sin ser buenos...
Por cierto, me hubiera gustado estudiar acerca de esto... aun sin considerarme con algun talento en especial...
Bienvenidos los cursos propedéutico y preparatorio, el concurso nacional, y las designaciones. Todo ello estimulará y prepará, aunque sea un poco, a estos bichos avivados, y a más de alguno el estímulo le cambiará la vida y le hará llegar más allá de donde de otra forma hubiese llegado, aunque probablemente en profesiones distintas a las Letras.
¿Pero es éste el método que generará mayor retorno por dólar y energía profesional invertidos por el Mined y UMD?
Darío, Borges, Márquez, Asturias, todos crecieron rodeados de libros y fué la lectura su primera instructora, y el roce con talento el segundo maestro ---Asturias conoció a Darío en 1916; Darío se codeó con la crème de la crème desde joven.
¿Qué acceso a sólida literatura clásica ---y no best-sellers, como teme bk--- tienen hoy Clelia en Ilopango y Estrella en Montserrat? Rezo para que el PJTL les suministre buenas listas de lectura, y más importante aún, los libros mismos, a estos muchachos.
Sospecho, sin embargo, que los dolarillos del PJTL hubiesen estado mejor invertidos en bibliotecas y salas de lectura llenas de clásicos canónicos.
- * -
Por cierto, señor Menjívar, no había apuntado nada aquí hasta hoy, pero leo esta página suya con avidez, y me entretienen mucho las historias de tocadiscos y chicas plásticas y no veo nada de malo en llevar a una anciana a Palacio. La vieja casona es más de ella, que vivió bajo su autoridad, que nuestra, que la abandonamos a la chusma.
Para bk: No hay mejor escuela que los best-sellers para aprender estructuras narrativas. Los tipos son unos maestros en eso. Dave Brown me parece deficiente, pero en lo mejor de Irving Wallace y de Morris West y de Fredrick Forsith hay pistas excelentes. Allí aprendí mucho de lo que sé de cómo armar libros... Por otra parte, siempre está La Casa del Escritor: domingos a las 3 de la tarde en la casa de Salarrué, casi frente a la iglesia de Fátima, en Los Planes.
Para El-Visitador: Es cierto, algo o mucho han recibido los chavos en el taller de talentos, y los que tengan vocación serán escritores, y los que no, pues no, hayan estado allí o en otra parte o en ninguna. Eso es una ley de la vida.
Creo que el problema es más de fondo: ¿cómo echo a la calle a quince muchachos diciéndoles "ustedes son talentos nacionales de letras"? ¿Cómo determino quiénes son "talentos" y quiénes no? Es algo que, en serio, no se puede saber. En La Casa tenemos a varios que fueron expulsados de otros talleres por nalos, incluso despreciados y maltratados por gente a la que se reconoce como autoridad en cosas de literatura, y son de lo más interesante que tenemos, con propuestas bien novedosas. Allí está el detalle: el verdadero arte no siempre es reconocible, e incluso es atacado.
Creo que en los salones de clases se quedaron, frustrados, durante el proceso de selección, algunos que hubieran aprovechado muy bien el curso. Esto es algo que hablaba con el ahora difunto (y siempre querido) Ernesto Richter, quien creó y dirigió el programa Escuela 10: ¿cómo se determina quién sí y quién no? En matemáticas es mucho más fácil; la creación funciona bajo otros términos, menos mesurables, y en definitiva es el propio "talentoso" quien decide qué va a hacer y qué no, si le va a dedicar su vida a algo o no. Y, en serio, el talento natural no es determinante; es apenas un recurso más en una carrera bieeen larga.
Y luego los "futuros educadores" y "futuros comunicadores": ¿cómo se sabe que sirven para eso y no sirven para escribir? O para la música o la zapatería o lo que sea. Debe ser frustrante que a uno le digan: "Mire, usted no escribe bien, pero como premio de consolación le garantizamos que va a ser un buen educador."
Algo que aprendí en La Casa desde el principìo fue que uno está jugando con lo más profundo que tiene la gente: sus sueños. La gente que llega pone toda su fragilidad al descubierto y, de verdad, hay que tratarla con respeto y con cariño. Una palabra mal dicha, un comentario mal puesto, y se puede acabar con toda una carrera, y uno ni siquiera se entera.
Si se pudiera, me encantaría darle continuidad por lo menos a los chavos a los que les interese seguir con la literatura; no hay espacio en La Casa para 80 personas (más las que tenemos), y no creo que a tantos les interese de verdad el asunto. No dudo que muchos de los que no calificaron como "talentos nacionales" tienen también muchas cosas interesantes que decir. Y tienen algo en su favor: no lograron su objetivo, que de seguro era que los catalogaran como tales. En serio que uno nunca aprende de sus victorias; ésas sólo sirven para vivir o sobrevivir un rato, en medio de las derrotas, hasta que llega la siguient buena noticia. Suena desolador, pero no lo es. Nada más es así.
Conozco a una de las maestras que están en el programa, y es una maravilla de mujer. Conozco a uno de los maestros, quizá demasiado bien; cometí el error de traerlo de fuera y confiarle a la gente de La Casa durante un mes. Me pasé varios meses corrigiendo algunos de los problemas que dejó en varios de los chavos. A los demás no los conozco y no podría juzgar. Y no dudo de la buena voluntad de la Matías; lo que me pregunto es si así va la canción. Mi impresión es que no. Espero de corazón que el tiempo me desmienta.
Efectivo. El trabajo es el único que nos saca de la mediocridad, y a quién se le ocurre escribir sin sudar... He aquí a los obreros. Gracias, Rafa, por reubicarnos en la pinche realidad. Hurra por la gotitas saladas! La Lore, un abrazo.
Hola desde Uruguay. Es verdad lo de los best sellers: Harold Robbins me acompañó durante años hasta que lei a Vargas Llosa. Pero no reniego del primero: sabía, él o quien le armaba las novelas, como hacerlo. Un abrazo.
Hola desde Uruguay. Harlod Robbins me acompañó mucho de joven y me enseñó, si querer claro, como se arma una historia. (no se si aprendi)Claro que despues te encontras con Vargas Llosa o García Márquez y es otra cosa ; pero no reniego de los best sellers. Abrazo.
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