10 de junio de 2007

David, Jacinta, Claudia, etcétera (y columna)

Esta semana hay de todo en Centroamérica 21. Por ejemplo, les cayó su primera publicidad, de Simán, y eso quiere decir que la revista tiene buenas posibilidades de sobrevivir; por algo se empieza, y van nueve números. ¡Y la colgaron en línea en domingo! El primer número salió en martes, el tercero ya lo sacaron un lunes por la mañana; del quinto al octavo, salió los lunes por la madrugada, lo cual ya es excelente. Eso quiere decir que están agarrando su ritmo, sus tiempos y todo lo demás. La calidad podrá discutirla quien quiera; a mí me parece que se está volviendo constante y buena, con tendencias visibles a mejorar.
Lo otro --que se me había olvidado poner por acá, por falta de memoria, tiempo, posteo y oportunidad-- es que Jacinta Escudos está escribiendo, desde la semana pasada, cosas para la revista. Esta semana aparece una nota suya titulada "Swallow. (72 horas en la vida de una pajarito)". Ya antes habíamos estado juntos en encuentros, antologías y colecciones de libros (en una, en realidad, en la DPI, pero con dos libros cada uno); es la primera vez que me toca estar en la misma revista. (Bueno, no... En Cultura y en... En fin. Estar en la misma revista al mismo tiempo.) Saludos para ella.
Como si se tratara un número de escritores, además de los habituales hay una buena entrevista con David Escobar Galindo acerca del proceso político en El Salvador. Me parece que David dice cosas especialmente lúcidas, que curiosamente comparto (suelo no estar de acuerdo con sus planteamientos, aunque lo lea con interés), como:

Yo creo que el electorado es el que más ha madurado. La sociedad civil, aunque no está suficientemente organizada, es la que más ha madurado como sujeto. Más que los actores que la representan.
Se supone que los actores que la representan son los que deberían ir a la vanguardia y no es así. Hoy la sociedad creo que es la que va a la vanguardia y les demanda cosas y, además, hace cada vez selecciones más sutiles a la hora de elegir.

La sociedad, en la parte electoral, elige de acuerdo a lo que considera sus intereses y no a las imágenes que le presentan los partidos. Y quizás eso es a lo que a los partidos les cuesta más entender. No son sus imágenes lo que más valen, es lo que la gente siente que le puede favorecer, o que puede evitar recibir perjuicios en un cierto momento. Yo creo que la sociedad salvadoreña ahora es mucho más pragmática e informada que antes, y no es cuestión de información intelectual. La gente capta mejor y entiende mejor que tiene realmente el derecho de elegir. Ahora la elección no es un ejercicio formal y la gente está cada vez más consiente de ello. Cada vez hacen más distinción entre su voto para alcaldes, para diputados y para presidente.
Tú ves las encuestas y cuando le preguntas: ¿por quién votaría usted si la elección de presidentes fuera mañana? aparece un porcentaje; si la elección de diputados fuera para mañana, aparece otro porcentaje y si la elección de alcaldes fuese mañana, aparece otro porcentaje. Esos son signos de gran inteligencia pragmática.

Etcétera. Creo que está sistematizando factores que el sentido común dicta a partir de la experiencia. Creo que hay cosas que están en el aire (o sea en la calle, y libres) que los partidos políticos deberían captar, al menos para evitarnos dos años de esas angustiantes y angustiosas campañas electorales a las que nos están... uh... ¿acostumbrando?
Y más de escritores.
Ayer, en un suplemento especial de La prensa gráfica, se publicó el cuarto libro de Claudia Hernández, La canción del mar, pequeñito, del que conocí un par de cosas cuando me la encontré en Guatemala en agosto del año pasado. Vino sólo en la edición impresa, así que no se puede ver en internet. A la primera lectura de cuatro o cinco textos, encuentro una envidiable artesanía del lenguaje. Como siempre, Claudia hace cosas absolutamente novedosas, que uno puede no reconocer como cuentos o confundir con otra cosa. Ya hablaré de él cuando lo haya revisado bien.
Lo curioso es que le propuse a Geovani Galeas, hace dos semanas, y sin saber lo de la publicación de La canción del mar escribir una nota acerca de la obra de Claudia, o sea de sus tres libros anteriores, y sobre eso viene una nota titulada "Claudia Hernández o la renovación del cuento", que también está en mi otro blog, La mancha en la pared, para dejar registro. Como complemento, mi columna de esta semana la dedico a hablar de narrativa, y de las diferencias entre cuento y novela. Ya la semana próxima hablaré de política, si es el caso.
(Hoy no voy a comentar notas de El faro. Primero, porque posteo en domingo. Segundo, posteo sin esperar al lunes porque aún estoy molesto con el rollo de Paolo Luers y las justificaciones que dieron para sacar su columna hace un par de semanas, para después ponerse de golpes de pecho y luego abrir la sección de correspondencia para que les dijeran cosas más fuertes que la columna original. Igual no van a sufrir por mi omisión, pero mi blog es mi blog, qué diablos. Ya veremos la próxima semana.)

Cuento, novela y pensamiento
Rafael Menjívar Ochoa

Desde que alguien descubrió que la poesía y el cuento “no venden”, ambos géneros han sido estigmatizados por editoriales grandes y pequeñas, que buscan en la novela un medio para mejorar su liquidez. Pero hay novelas y novelas, como hay cuentos y poemas, y la publicación de casi cualquier cosa tarde o temprano deberá llevar al género favorito a lo mismo que a los otros, que también tuvieron su auge: nadie querrá comprar cosas simplemente adocenadas o malas.
Muchos autores migran del cuento a la novela, en busca de aceptación o de una mejor colocación en el mercado. La migración suele darse de manera mecánica, bajo el entendido de que sólo se trata de pasar de escribir cosas cortas a escribir cosas largas, y el asunto no va precisamente por allí.
La extensión a veces indica si un texto es una novela o un cuento, pero es sólo un factor externo. Ambos tienen estructuras diferentes: la primera, una estructura “abierta” y la segunda –si se toma la corriente fundada por Poe y quizá culminada por Cortázar–, “cerrada”.
De modo esquemático, el cuento se trabaja desde un objetivo específico, y todo apunta directamente a él. Lo más importante es el tema y su desarrollo, y el eje es la historia que se narra. Personajes, situaciones, tramas, ambientes, todo, van en función de ese objetivo y de nada más. Los personajes sirven para ese cuento –a reserva de que se trate de una serie–; la historia sólo puede ser contada de ese modo, etcétera. Si creemos a Cortázar, el resultado será una narración “esférica” y “tensa”, sin rebordes ni más información que la necesaria para –en fin– contar un cuento.
Una novela –según E.M. Foster– cumplirá con otro tipo de requerimientos. Las basadas en historias moverán a los personajes a lo largo de una línea de tiempo; de algún modo serán un cuento largo, aunque sin su economía y rigor; Verne y Dumas serían sus exponentes clásicos.
Otro tipo estaría basado en los personajes: éstos arman sus historias a medida que transcurre el tiempo; hay un “azar literario” que hace que el lector tenga la impresión de que ha asistido a algo muy similar a un trozo de la realidad que lo rodea. La historia no determina la estructura, sino el devenir de los personajes. Dostoyevsky sería el maestro de esta vertiente.
Un tercer tipo está basado en tramas: los personajes van modificándose mientras interactúan, el azar es aún mayor, y la historia a veces más difusa. Lo importante es la riqueza de la constante confrontación de los personajes. Dos casos clásicos serían Charles Dickens y Jane Austen.
La “forma” de la novela no es importante, sino su efectividad. Aunque no sean recomendables los cabos sueltos, muchas situaciones podrán quedar sin un cierre explícito y la historia original podrá perderse en algún capítulo intermedio sin que sufra su validez.
Si se ha de buscar un símil, el cuento es un trabajo de arquitectura; la novela, de ingeniería. (La poesía equivaldría a la escultura.)
Las cosas nunca son tan fáciles, y a veces las diferencias entre un género y otro son tan sutiles que es fácil perderse. En ocasiones un cuento y una novela sólo se diferencian ya no por las estructuras, sino por la simple intención del autor. Foster definía la novela como un relato de por lo menos 50,000 palabras (unas 200 cuartillas), y se puede encontrar novelas de sólo una fracción de esa cifra, y cuentos más largos que no son sino cuentos.
En un mundo ideal, cada texto –como quería Eliot– debería poner en tela de juicio todo lo escrito hasta el momento. Pero la literatura es reacia a los cambios bruscos y constantes; sólo de tarde en tarde se encontrará una obra original, novedosa, digna de llamarse “creativa” en toda la extensión del género.
Quizá uno lea obsesivamente, durante toda la vida, en busca de esos pocos libros o autores capaces de plantear universos literarios radicalmente diferentes a lo que se conocía. El encanto es ser feliz al encontrarlos, y no mucho más, pero tampoco menos; en ellos está la síntesis de muchos años de acumulación de pensamiento humano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por los saludos. Ojalá el periódico se consolide. Mientras más variedad de espacios de opinión, discusión y noticias haya en El Salvador, mejor, todos los espacios son necesarios.
Que la calidad sea "discutible", como decís, me parece que es parte de los procesos de inicio de cualquier publicación regular y que poco a poco, irá tomando su tono y su forma.