30 de junio de 2007

Precisión del post anterior

Terminé la primaria no en 1972, sino en 1971, o sea que el viaje a Florida se produjo un año antes de lo que se dice en el post anterior. Mi padre aún no estaba exiliado y mi vida era una relativa porquería: pocos alumos, maestros y curas no me jodían la vida con eso de que mi padre era comunista que sólo quería hacerle daño al país, y eso cuando me iba bien y no se ponían violentos. Cada vez que mi padre aparecía en las noticias me enteraba de la peor manera. Y la culpa no era de él, sino de los trolls de siempre. (¿Creyeron que internet inventó los trolls? Naaa. Imbéciles ha habido siempre.) Estudiaba en el viejo Externado de San José, que hasta el año siguiente utilizó libros de texto franquistas, y uno tenía que leer a cada página que el Caudillo Franco y que los rojos asesinos de niños y todo eso, y "ser rojo" era algo muy parecido a lo que teníamos y éramos en casa. Para 1973, cuando cambió bruscamente la línea de los jesuitas por algo más cercano a la teología de la liberación, yo ya estaba en San José, sufriendo profesores realmente estúpidos en el Liceo de Costa Rica, de donde --todo el mundo lo dice con orgullo y hay que repetirlo-- han salido varios presidentes del país, y no sé por qué no me extraña.
El asunto de la ida a Florida tuvo sus bemoles. Mi madre no quería que la abuela Mina pagara un pasaje completo por mí --así le agarra--, y cuando cumpliera 12 años tendría que hacerlo. A la abuela le tenía sin cuidado, pero mi madre se pasó semanas viendo en qué fecha era mejor que viajáramos: el 17 de agosto cumplía 12 años, y las clases terminaban en octubre. Si nos íbamos en las vacaciones de agosto, era temporada alta, y casi se pagaba lo mismo. Además estaba el asunto de que se trataba de un premio por terminar la primaria, y no podían dármelo antes de que lo hubiera ganado, o sea que de verdad hubiera pasado la primaria, y de preferencia con buenas notas. Terminé con un promedio de 9.2 (me lo bajó la mala conducta), pero ése no era el caso; podía tener un bajón súbito en los últimos meses, reprobar y no iban a premiar eso.
Mi madre me hizo acompañarla en varias ocasiones a varias agencias de viaje tratando de convencer al agente de turno de que por un par de meses no iban a cobrar el doble del precio, y que además yo me veía menor de lo que era, ¿qué les costaba? Era angustiante para ella, era angustiante para mí y llegaba a ser angustiante para el agente, que no hallaba el modo de decirle que no se podía, y además mi madre prometía volver al día siguiente para ver si ya lo había pensado bien. Varias noches a la semana íbamos a casa de la abuela para contarle el fracaso del día y la estrategia para el siguiente, y la abuela trataba de razonar, pero para mi madre era un asunto de principios: yo sólo debía pagar la mitad del pasaje. Hasta me llegó a recriminar no haberle dicho a la abuela que fuéramos el año anterior --estaba lo del premio, sí, pero era la mitad del pasaje...--, y llegué a sentir culpa por no tener menos edad de la que tenía y porque ya me estaba saliendo un bigotito absolutamente invisible de tan amarillo, pero bigotito al fin. Hasta llegué a oír la frase que temía y detestaba: "O conseguimos [nótese el plural] un pasaje a mitad de precio o no viaja."
La abuela lo solucionó como solucionaba todo: una noche apareció con los dos boletos comprados para un mes después, con todo y paquete vacacional con todo incluido, y fuera discusión. Mi madre se los pidió para ver si aún podía hacerse algo, no podía pagar tanto por mí, y la abuela olímpicamente la mandó al diablo, algo que no acostumbraba excepto cuando ya era más que suficiente.
O sea que fue un año después que conocí al príncipe caído, y como ocho meses antes de que exiliaran a mi padre, y más de un año antes de que nos fuéramos a Costa Rica.
Lo dicho: no hay que escribir después de haber tomado el Rivotril, o las cosas pueden confundirse, en especial cuando han pasado 36 años y a uno le caen los recuerdos, a veces con nostalgia, a veces como simples recuerdos.

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