Generaciones, economía, arte conceptual y (claro) columna
En una semana han muerto dos poetas centroamericanos de la vieja escuela: Lilliam Jiménez, salvadoreña, y Otto Raúl González, guatemalteco, de 85 y 86 años de edad, respectivamente. Si algo caracteriza su obra es el tratamiento directo de la denuncia política y social, y la militancia de ambos en el Partido Comunista de sus países (Partido Guatemalteco del Trabajo, en el caso de González). Algo de la obra de Jiménez puede encontrarse en la página de William Alfaro.
Mi abuela Mina (fallecida a los 89 sin haber escrito poesía, ni lo necesitaba: era una vieja sensacional) decía que para morirse sólo hace falta estar vivo, y tiende a ser cierto.
Han muerto en los últimos meses varios escritores de las generaciones anteriores a la mía (si es que hay una generación de más o menos mis años; lo dudo), a edades que ya comienzan a ser avanzadas, pero muchos de los que ahora deberían estar escribiendo poesía, novela, cuentos y blogs, de entre unos 40 y 50 años, murieron cuando aún no llegaban a los 30, y la mayoría cuando apenas pasaba de los 20. Hubo talentos dolorosamente cortados, como Mauricio Vallejo y Rigoberto Góngora, a quienes no conocí en persona. El primero, según yo, era el más promisorio de los de mi... uh... generación en materia de narrativa. Ahora no puede saberse. Lo que quedó de él, además de textos sueltos, fue una novela llamada Balta, aún inédita, que debería publicarse con la mayor urgencia. La terminó a los 23, la edad a la que lo secuestraron y asesinaron y, aunque es obvio que se trata de una primera novela, llega a cosas a las que muchos hubiéramos querido llegar a esa edad, y hasta un poco después.
Como sea, hay algo más que decir de Otto Raúl González. Cuando el costarricense Alfredo Cardona Peña era parte del staff editorial de Novaro, a principios y mediados de los sesenta, él fue parte del equipo que armó (y escribió en parte) una historieta sensacional: Fantomas, "la amenaza elegante", y le dio un carácter... no sé... no me gusta decir "educativo" o "culto" porque va a sonar a que no era divertida, y sí lo era. Por sus páginas pasaron Picasso, Cortázar, Paz, Mao, Ho Chi Minh, Hitler, Fidel Castro, Gandhi, quien usted quiera. A mí me tocó hacer uno o dos guiones para Fantomas antes de que Novaro se fuera a la quiebra, en 1985. (No fue por mi culpa; ya venía mal desde antes.) Las que yo escribí en los últimos tiempos fueron Bugs Bunny, La pequeña Lulú y La pantera rosa.
González también fue director de promoción cultural del ISSSTE (sí, el seguro social difundiendo arte como conquista de sus afiliados y sindicalistas: ¿qué tiene de raro?; no todo son golpizas a escritores) y, cuando tronó Novaro, fui a pedir trabajo, y allí lo conocí. Di un par de talleres literarios (uno de ellos para menores delincuentes en rehabilitación; todo un rollo), algunas conferencias y no recuerdo bien qué más. Pagaban mal, pero valió la pena. Por esos días entré a trabajar en la Secretaría de Educación Pública en un programa de capacitación para maestros, dando también talleres de creación literaria, en provincia, y dejé lo del ISSSTE: con seis o siete talleres de una semana cada uno podía vivir varios meses, si no gastaba mucho. (Era una especie de beca, según lo veo ahora.) El problema era que, sí, gastaba mucho porque no tenía nada, y había que ir comprando, y me metí también de guionista en EJEA (especialmente) y Vid. La primera desapareció; la segunda lanza en español Batman, Spider Man, Spawn y todo eso, en buenas ediciones.
He estado trabajando en un texto de Martha Harnecker, pero juro que no es para concientizarme (nunca me gustó Conceptos elementales del materialismo histórico, que sólo en México lleva 62 ediciones en Siglo XXI; hay escuelas oficiales que lo piden como material obligatorio), sino por un trabajo que estoy terminando, quizá el más personal que haya escrito y que se vaya a publicar, del cual no voy a hablar aún. Buscando, buscando, y para quien quiera colsultar sus obras, pueden encontrarse de manera gratuita en el sitio de CLACSO (sí, CLACSO) y en la página de Rebelión. De nada.
En Centroamérica 21 veo esta semana algunas notas que me llaman la atención. Primero, que haya la transcripción de una presentación o comentario del economista Carlos Briones, director de la sede de El Salvador de FLACSO (sí, FLACSO) acerca de "la economía que queremos ser". En resumen, de lo que habla es simplemente de que no existe una visión económica estratégica para el país, al menos no una que vaya en beneficio del país, y que los actores políticos no han logrado trazar una mediante la cual se logre institucionalizar... uh... digamos nuestro futuro a 30 años. Propone, entre otras cosas, la creación de una especie de think tank económico, totalmente técnico, que ayude y presione para llevar a cabo lo que sea que se decida, pero que se decida algo, por Dios santo. (Esto último no lo dice Carlos, que es bien escueto y, como se lee aquí, en la nota, a veces más de lo que uno quisiera, porque el hombre sabe.)
Veo también una interpretación interesante de Jacinta Escudos acerca de El cuerpo como lenguaje artístico, a partir de los performances de la guatemalteca Regina José Galindo. Espero que Jacinta no se moleste pero, desde hace unos años, me he puesto a seguir con curiosidad más bien entomológica lo que hace Galindo, y cada vez me parece más... no sé... y menos... uh... arte. Los rollos "conceptuales" casi nunca me han parecido de lo más serio, desde Yoko Ono hasta lo último que se ha hecho en El Salvador (John Cage al menos sabía de música). Me parece que algunas ideas raras y no muy originales, mal realizadas --por falta de una disciplina creativa o por pereza--, con una cámara de video enfrente, se convierten de una tontería en una pieza de arte. En el caso de la guatemalteca, he visto fotos y videos de lo que ha hecho y el extremo más patético me parece el de agarrarse a las trompadas con una luchadora profesional que hace todo lo posible por no lastimarla, y al final se va enojada diciendo que ya no, aunque todos quieren que siga. El video está en YouTube, aquí. Tambien eso de hacerse una himenoplastia frente a una cámara de video, o ponerse desnuda a que le echen agua a presión, o lo que sea. Siempre busca la desnudez a toda costa, o que haya dolor y sangre, para dar la sensación de "algo extremo", y en realidad, mientras más "radical" sea lo que haga, menos interesante me parece estéticamente, y veo más la gana de impresionar y "colocarse", no de hacer obra. Galindo me llamó la atención cuando se puso a caminar por calles de la ciudad de Guatemala con un huacalito lleno de sangre, en el que se mojaba los pies, y llegó frente al Palacio de Gobernación, dejó allí su huacalito, frente a un grupo de guardias que obviamente le impedirían el paso o la meterían presa, y se fue. Quizá allí fue donde me cayó mal ese asunto: ¿por qué no trató de entrar, si la onda era protestar contra el asesinato de mujeres? A lo mejor aprende algo nuevo, no necesariamente estético (los golpes y la cárcel no lo son), pero sí vital. El video de ese performance se puede encontrar aquí y la página de ella aquí. (Y uno que se pasa años estudiando y trabajando --prueba y error-- para que vengan a enseñarle que lo que importa no es la obra, sino la intención...)
Y transcribo mi columna de esta semana en Centroamérica 21, que puede encontrarse aquí. Espero que no se pongan mal aquéllos para los que basta que uno diga "Chávez" para sacar la bandera venezolana en pleno centro de San Salvador. No, no lo ataco; esta columna trata de otra cosa.
Paradigmas del hartazgo:
Chávez y Fujimori
Rafael Menjívar Ochoa
El partido que llevó a Alberto Fujimori al poder tenía un carácter tan provisional que se reflejaba en su nombre: Cambio 90. Para 1991 sería obsoleto, y no era el objetivo que siguiera vigente; en las encuestas, en medio de un montón de partidos de conveniencia (política, económica, la que fuera), no alcanzaba los primeros lugares.
Logró repuntar durante la campaña, y la sorpresa llegó en las elecciones: se colocó por encima de APRA –el aparente favorito– y compitió en una segunda vuelta contra la derecha radical, con el escritor Mario Vargas Llosa al frente.
Ganó Fujimori, y el sistema político se conmocionó: un oscuro –y más bien gris– gerente empresarial, salido Dios sabía de dónde, había catalizado el hartazgo de la población ante un sistema de partidos enmohecido y abstraído en sus propios juegos y un sistema judicial que tomaba una posición pasiva o condescendiente –amenazas o dádivas de por medio– con Sendero Luminoso, el grupo armado que se había convertido en el principal problema del país. Los asesinatos en masa en Ayacucho, los bombazos en las ciudades –con saldos cada vez mayores de víctimas inocentes–, la ejecución de jueces y testigos, los impuestos de guerra, no tenían solución aparente, ni había quien pasara de lo retórico en la búsqueda de soluciones.
Fujimori decidió hacer las cosas “a la mala”, es decir: declaró el estado de excepción y disolvió el órgano legislativo, la Corte Suprema y destituyó a buena parte de los jueces; puso bajo vigilancia policial –si no bajo virtual arresto– a los principales líderes políticos, y más de uno, como Alan García, debió abandonar el país, avalado por la unánime condena internacional.
El golpe, contrario a lo que podía pensarse, no le trajo la condena, sino el apoyo popular; la “mano dura” era lo menos que “la gente” esperaba. Las capas medias y dominantes lo convirtieron en poco menos que un demonio.
En un par de años, Sendero Luminoso era un mal recuerdo. Un reajuste severo cambió las reglas del juego, se apeló a tribunales de excepción y, decreto tras decreto, la presión bajó en Perú. Ayudó la toma de medidas a favor de la economía de los pobres, aunque el gobierno se había instalado con consignas neoliberales. Una nueva Constitución institucionalizó el viraje y puso a Fujimori en posibilidad de reelegirse casi indefinidamente, algo que quizá hubiera ocurrido si no hubiera saltado el caso Montesinos, que terminó con el gobierno desmantelado y Fujimori en Japón. De volver a su país, dicen todos, volvería a ganar la presidencia, pero antes terminaría en la cárcel.
Con otro carácter, y en circunstancias diferentes, la elección de Hugo Chávez en Venezuela tiene paralelismos con la de Fujimori. Lo que le dio el impulso necesario para conquistar el poder, ante la población, fue el intento de golpe de estado contra el alguna vez popular presidente Carlos Andrés Pérez, quien terminó en la cárcel por corrupción. Pérez era parte de un sistema de partidos y de estado que estaba, más que sucio, descompuesto. Chávez ha ido cambiando las reglas, con fuerte apoyo mayoritario y, al igual que Fujimori, con el rechazo claro y militante de los partidos y las capas medias y altas.
Quizá en El Salvador no se haya llegado a los extremos de insensibilidad política y social a los que se llegó en Perú y Venezuela, pero eso no puede medirse de manera objetiva; es la percepción de la población la que cuenta.
Lo que se observa es el desgaste natural de ARENA, en el gobierno desde 1989, y un proyecto de país en el cual las mejoras sociales para los pobres son paliativas. Por otro lado, una izquierda empantanada, reactiva y sin programa, que confía en el “candidato ideal” más que en establecer un proyecto propio. En el centro hay propuestas y proyectos, pero no la posibilidad de llevarlos a cabo.
Es poco probable, pero quizá, ante la falta de opciones, pudiera surgir una especie de “Cambio 2009” que dé una sorpresa similar a las de Fujimori y Chávez. Ya se han visto intentos de crear “algo nuevo”, como la coalición de alcaldes, o de moverse alrededor de figuras aparentemente capaces de hacer lo que Fujimori y Chávez hicieron: romper todo –con razón o no, con justicia o no–, al costo que sea, y empezar de nuevo.
Mi abuela Mina (fallecida a los 89 sin haber escrito poesía, ni lo necesitaba: era una vieja sensacional) decía que para morirse sólo hace falta estar vivo, y tiende a ser cierto.
Han muerto en los últimos meses varios escritores de las generaciones anteriores a la mía (si es que hay una generación de más o menos mis años; lo dudo), a edades que ya comienzan a ser avanzadas, pero muchos de los que ahora deberían estar escribiendo poesía, novela, cuentos y blogs, de entre unos 40 y 50 años, murieron cuando aún no llegaban a los 30, y la mayoría cuando apenas pasaba de los 20. Hubo talentos dolorosamente cortados, como Mauricio Vallejo y Rigoberto Góngora, a quienes no conocí en persona. El primero, según yo, era el más promisorio de los de mi... uh... generación en materia de narrativa. Ahora no puede saberse. Lo que quedó de él, además de textos sueltos, fue una novela llamada Balta, aún inédita, que debería publicarse con la mayor urgencia. La terminó a los 23, la edad a la que lo secuestraron y asesinaron y, aunque es obvio que se trata de una primera novela, llega a cosas a las que muchos hubiéramos querido llegar a esa edad, y hasta un poco después.
Como sea, hay algo más que decir de Otto Raúl González. Cuando el costarricense Alfredo Cardona Peña era parte del staff editorial de Novaro, a principios y mediados de los sesenta, él fue parte del equipo que armó (y escribió en parte) una historieta sensacional: Fantomas, "la amenaza elegante", y le dio un carácter... no sé... no me gusta decir "educativo" o "culto" porque va a sonar a que no era divertida, y sí lo era. Por sus páginas pasaron Picasso, Cortázar, Paz, Mao, Ho Chi Minh, Hitler, Fidel Castro, Gandhi, quien usted quiera. A mí me tocó hacer uno o dos guiones para Fantomas antes de que Novaro se fuera a la quiebra, en 1985. (No fue por mi culpa; ya venía mal desde antes.) Las que yo escribí en los últimos tiempos fueron Bugs Bunny, La pequeña Lulú y La pantera rosa.
González también fue director de promoción cultural del ISSSTE (sí, el seguro social difundiendo arte como conquista de sus afiliados y sindicalistas: ¿qué tiene de raro?; no todo son golpizas a escritores) y, cuando tronó Novaro, fui a pedir trabajo, y allí lo conocí. Di un par de talleres literarios (uno de ellos para menores delincuentes en rehabilitación; todo un rollo), algunas conferencias y no recuerdo bien qué más. Pagaban mal, pero valió la pena. Por esos días entré a trabajar en la Secretaría de Educación Pública en un programa de capacitación para maestros, dando también talleres de creación literaria, en provincia, y dejé lo del ISSSTE: con seis o siete talleres de una semana cada uno podía vivir varios meses, si no gastaba mucho. (Era una especie de beca, según lo veo ahora.) El problema era que, sí, gastaba mucho porque no tenía nada, y había que ir comprando, y me metí también de guionista en EJEA (especialmente) y Vid. La primera desapareció; la segunda lanza en español Batman, Spider Man, Spawn y todo eso, en buenas ediciones.
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He estado trabajando en un texto de Martha Harnecker, pero juro que no es para concientizarme (nunca me gustó Conceptos elementales del materialismo histórico, que sólo en México lleva 62 ediciones en Siglo XXI; hay escuelas oficiales que lo piden como material obligatorio), sino por un trabajo que estoy terminando, quizá el más personal que haya escrito y que se vaya a publicar, del cual no voy a hablar aún. Buscando, buscando, y para quien quiera colsultar sus obras, pueden encontrarse de manera gratuita en el sitio de CLACSO (sí, CLACSO) y en la página de Rebelión. De nada.
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En Centroamérica 21 veo esta semana algunas notas que me llaman la atención. Primero, que haya la transcripción de una presentación o comentario del economista Carlos Briones, director de la sede de El Salvador de FLACSO (sí, FLACSO) acerca de "la economía que queremos ser". En resumen, de lo que habla es simplemente de que no existe una visión económica estratégica para el país, al menos no una que vaya en beneficio del país, y que los actores políticos no han logrado trazar una mediante la cual se logre institucionalizar... uh... digamos nuestro futuro a 30 años. Propone, entre otras cosas, la creación de una especie de think tank económico, totalmente técnico, que ayude y presione para llevar a cabo lo que sea que se decida, pero que se decida algo, por Dios santo. (Esto último no lo dice Carlos, que es bien escueto y, como se lee aquí, en la nota, a veces más de lo que uno quisiera, porque el hombre sabe.)
Veo también una interpretación interesante de Jacinta Escudos acerca de El cuerpo como lenguaje artístico, a partir de los performances de la guatemalteca Regina José Galindo. Espero que Jacinta no se moleste pero, desde hace unos años, me he puesto a seguir con curiosidad más bien entomológica lo que hace Galindo, y cada vez me parece más... no sé... y menos... uh... arte. Los rollos "conceptuales" casi nunca me han parecido de lo más serio, desde Yoko Ono hasta lo último que se ha hecho en El Salvador (John Cage al menos sabía de música). Me parece que algunas ideas raras y no muy originales, mal realizadas --por falta de una disciplina creativa o por pereza--, con una cámara de video enfrente, se convierten de una tontería en una pieza de arte. En el caso de la guatemalteca, he visto fotos y videos de lo que ha hecho y el extremo más patético me parece el de agarrarse a las trompadas con una luchadora profesional que hace todo lo posible por no lastimarla, y al final se va enojada diciendo que ya no, aunque todos quieren que siga. El video está en YouTube, aquí. Tambien eso de hacerse una himenoplastia frente a una cámara de video, o ponerse desnuda a que le echen agua a presión, o lo que sea. Siempre busca la desnudez a toda costa, o que haya dolor y sangre, para dar la sensación de "algo extremo", y en realidad, mientras más "radical" sea lo que haga, menos interesante me parece estéticamente, y veo más la gana de impresionar y "colocarse", no de hacer obra. Galindo me llamó la atención cuando se puso a caminar por calles de la ciudad de Guatemala con un huacalito lleno de sangre, en el que se mojaba los pies, y llegó frente al Palacio de Gobernación, dejó allí su huacalito, frente a un grupo de guardias que obviamente le impedirían el paso o la meterían presa, y se fue. Quizá allí fue donde me cayó mal ese asunto: ¿por qué no trató de entrar, si la onda era protestar contra el asesinato de mujeres? A lo mejor aprende algo nuevo, no necesariamente estético (los golpes y la cárcel no lo son), pero sí vital. El video de ese performance se puede encontrar aquí y la página de ella aquí. (Y uno que se pasa años estudiando y trabajando --prueba y error-- para que vengan a enseñarle que lo que importa no es la obra, sino la intención...)
Y transcribo mi columna de esta semana en Centroamérica 21, que puede encontrarse aquí. Espero que no se pongan mal aquéllos para los que basta que uno diga "Chávez" para sacar la bandera venezolana en pleno centro de San Salvador. No, no lo ataco; esta columna trata de otra cosa.
Paradigmas del hartazgo:
Chávez y Fujimori
Rafael Menjívar Ochoa
El partido que llevó a Alberto Fujimori al poder tenía un carácter tan provisional que se reflejaba en su nombre: Cambio 90. Para 1991 sería obsoleto, y no era el objetivo que siguiera vigente; en las encuestas, en medio de un montón de partidos de conveniencia (política, económica, la que fuera), no alcanzaba los primeros lugares.
Logró repuntar durante la campaña, y la sorpresa llegó en las elecciones: se colocó por encima de APRA –el aparente favorito– y compitió en una segunda vuelta contra la derecha radical, con el escritor Mario Vargas Llosa al frente.
Ganó Fujimori, y el sistema político se conmocionó: un oscuro –y más bien gris– gerente empresarial, salido Dios sabía de dónde, había catalizado el hartazgo de la población ante un sistema de partidos enmohecido y abstraído en sus propios juegos y un sistema judicial que tomaba una posición pasiva o condescendiente –amenazas o dádivas de por medio– con Sendero Luminoso, el grupo armado que se había convertido en el principal problema del país. Los asesinatos en masa en Ayacucho, los bombazos en las ciudades –con saldos cada vez mayores de víctimas inocentes–, la ejecución de jueces y testigos, los impuestos de guerra, no tenían solución aparente, ni había quien pasara de lo retórico en la búsqueda de soluciones.
Fujimori decidió hacer las cosas “a la mala”, es decir: declaró el estado de excepción y disolvió el órgano legislativo, la Corte Suprema y destituyó a buena parte de los jueces; puso bajo vigilancia policial –si no bajo virtual arresto– a los principales líderes políticos, y más de uno, como Alan García, debió abandonar el país, avalado por la unánime condena internacional.
El golpe, contrario a lo que podía pensarse, no le trajo la condena, sino el apoyo popular; la “mano dura” era lo menos que “la gente” esperaba. Las capas medias y dominantes lo convirtieron en poco menos que un demonio.
En un par de años, Sendero Luminoso era un mal recuerdo. Un reajuste severo cambió las reglas del juego, se apeló a tribunales de excepción y, decreto tras decreto, la presión bajó en Perú. Ayudó la toma de medidas a favor de la economía de los pobres, aunque el gobierno se había instalado con consignas neoliberales. Una nueva Constitución institucionalizó el viraje y puso a Fujimori en posibilidad de reelegirse casi indefinidamente, algo que quizá hubiera ocurrido si no hubiera saltado el caso Montesinos, que terminó con el gobierno desmantelado y Fujimori en Japón. De volver a su país, dicen todos, volvería a ganar la presidencia, pero antes terminaría en la cárcel.
Con otro carácter, y en circunstancias diferentes, la elección de Hugo Chávez en Venezuela tiene paralelismos con la de Fujimori. Lo que le dio el impulso necesario para conquistar el poder, ante la población, fue el intento de golpe de estado contra el alguna vez popular presidente Carlos Andrés Pérez, quien terminó en la cárcel por corrupción. Pérez era parte de un sistema de partidos y de estado que estaba, más que sucio, descompuesto. Chávez ha ido cambiando las reglas, con fuerte apoyo mayoritario y, al igual que Fujimori, con el rechazo claro y militante de los partidos y las capas medias y altas.
Quizá en El Salvador no se haya llegado a los extremos de insensibilidad política y social a los que se llegó en Perú y Venezuela, pero eso no puede medirse de manera objetiva; es la percepción de la población la que cuenta.
Lo que se observa es el desgaste natural de ARENA, en el gobierno desde 1989, y un proyecto de país en el cual las mejoras sociales para los pobres son paliativas. Por otro lado, una izquierda empantanada, reactiva y sin programa, que confía en el “candidato ideal” más que en establecer un proyecto propio. En el centro hay propuestas y proyectos, pero no la posibilidad de llevarlos a cabo.
Es poco probable, pero quizá, ante la falta de opciones, pudiera surgir una especie de “Cambio 2009” que dé una sorpresa similar a las de Fujimori y Chávez. Ya se han visto intentos de crear “algo nuevo”, como la coalición de alcaldes, o de moverse alrededor de figuras aparentemente capaces de hacer lo que Fujimori y Chávez hicieron: romper todo –con razón o no, con justicia o no–, al costo que sea, y empezar de nuevo.
2 comentarios:
En lo conceptual.me imagino que hoy por hoy la mares del arte son harto dificil,.pero aventurarnos sea cuestion de ir con aventura,sabres vos y nadie mas hastas donde ese barco llego.Si señores hoy por hoy esos fakirismos de factura barata del perfonmance,ser hibrido que mas mutante no por feo sino mas que grito de la desesperada incapasicidad (habilidad?)del humano de PROYECTAR
sus pensamientos,contrariar m me pa
rece ya de cuestion vana pero bueno , le doy mi recomendacion de un psiquiatra, y no por lo de absurdo sino por su objeto de aventurarze a la estupidez mas proxima con el fin de ganar segun ella protagonismo.Decia , ese mar
cuan dificil,pero el arte moderno llego y si lo hizo,pero hay quienes ese barco nunca se mojo o fue de agua dulci$$$ima.
SAludos y gracias
Hola Rafael, se te saluda. Sabes el 28 de diciembre le hacemos un homenaje a Mauricio Vallejo (padre) para la cual esperamos tu presencia. A la vez te informamos que Balta ya esta en proceso de ser publicada, pero aun no definimos editorial y nos gustaría, si tu quisieras, que lo prologaras. Sé que a él le hubiera agradado que lo hicieras. Cuidate mucho y saludos a tu familia.
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