29 de marzo de 2008

Post número 700. El cuaderno de Pooh

En enero de 2002 comenzó a marchar el proyecto de La Casa del Escritor con la preparación de varios talleres que comenzarían en mayo: uno de métrica y rima, otro de formas poéticas clásicas --los daría Roberto Laínez--, otro de edición de revistas, otro de estructuras narrativas --los daría yo--, uno de lectura de Pedro Páramo --Thierry Davo--, uno de géneros periodísticos --Carmen Tamacas-- y media docena más. Se darían en la Casa de la Cultura del Centro y en la Casa Claudia Lars, y estarían abiertos al público. Los objetivos eran, entre otros, hacer una especie de diagnóstico de cómo andaba el conocimiento literario en los sectores interesados en la literatura, al menos en la capital; atraer lectores y detectar algunos talentos literarios para armar un taller dedicado a la creación, que impartiría yo. (Es el que se conserva hasta la fecha; iniciaría en septiembre.) Para ese entonces era coordinador de letras de Concultura, y mi trabajo era armar algunas políticas nacionales. Una de ellas fue La Casa del Escritor, pero para instrumentarla hubo que salir de la Coordinación, dedicarme sólo a La Casa y qué sé yo. Es una historia que contaré quizá en el post 800, porque es complicadísima, bien divertida y llena de suspenso.
El asunto es que, mientras estaba preparando lo de los talleres y conversando con la gente de la Casa de la Cultura del Centro y con Silvia Elena Regalado --en la Casa Claudia Lars se darían varios de los talleres--, se me ocurrió de improviso una idea para comenzar la tercera parte del Breve recuento de todas las cosas, y no tenía un cuaderno ni una simple hoja a la mano. Iba caminando de Concultura a la Casa del Centro, se me vino la idea y supe que, si no la anotaba, se me iría. Me metí en una papelería que estaba en una esquina, justo cruzando la calle de la Casa Claudia Lars, y vi dos cuadernos en un mostrador: uno del Pato Donald y uno de Winnie the Pooh. "Deme ésos", le dije al encargado. Sí, los dos; uno nunca sabe. Tenía fotocopias que sacar, le di las hojas y allí mismo me puse a escribir la tercera parte del Breve recuento. La fecha es 12 de enero de 2002:

Para los que no saben de criptografía, el texto dice así:

Maquillar el cadáver, pintarle las uñas, ponerle un vestido que le luzca --de preferencia de color durazno suave, su favorito--, arreglarle el pelo con cintas y flores --un detalle anacrónico que, en este caso, no podía lucir mal: Agata, si se lo ve friamente, es vieja, así los cadáveres no tengan edad--: ésa podría ser una buena imagen para ocupar una mente en blanco mientras se está sentado en el suelo, en posición de loto ante una pared vacía y verde, más lento que inmóvil, con la mirada fija en un cuadrado imaginario de doce pòr doce centímetros, con las manos sobre el regazo, con la vida en ninguna parte, sin idea del tiempo, del dolor, de Dios...

Etcétera.
La idea, después de lo que los cadáveres no tienen edad, era ligar el texto con la primera parte de la novela, donde hay un tipo sentado en el piso, ante una pared verde y todo lo demás. El texto que se publicó quedó así:

Maquillar el cadáver. Pintarle las uñas. Ponerle un vestido que le luzca, de preferencia de color durazno pálido, su favorito. Arreglarle el pelo, peinárselo y luego adornarlo con cintas y flores, un detalle anacrónico que no podría lucir mal: Ágata –hay que decirlo– comenzaba a ponerse vieja, así los cadáveres no tengan edad. Colocarla después sobre la cama nuevamente, sonriente y con las manos cruzadas sobre el pecho. (Pero no tiene manos. Pero no tiene labios.) Las piernas alinearlas con delicadeza, un tanto curvadas, un tanto separadas para lograr cierto efecto perturbador, los pies quizá unidos por los talones en un ángulo de cuarenta y cinco grados –grado más, grado menos–, con una ligera desviación hacia la izquierda con respecto al ángulo del colchón para lograr un aire casual. (Pero las rótulas: ¿cómo colocarlas de nuevo? Y ¿cómo lograr que ajusten entre tanta carne rasgada, ligamentos cortados y ya inflexibles, materia al aire y sin piel que la contenga?) Que la luz llegue tenue desde el jardín a través de las cortinas de tul, y que el aire esté abolido para no perturbar su sonrisa sin boca, su mirada sin párpados y ya casi sin ojos, sus mejillas que ya ningún beso rozará sin el riesgo de que se desgarren, tanta muerte han acumulado.

Me pareció redundante hablar del tipo sentado, etc.; la tercera parte era continuación lógica de la segunda y de la primera, y a la vez un texto absolutamente diferente, en el que no podía hacerse una alusión tan directa, bajo riesgo de que perdiera su carácter. Había que hacer alusiones mucho más sutiles.
En la primera parte había --y hay-- también unas disquisiciones acerca de Dios y del mar que me gustan bastante. Creo que es de lo mejor del libro. En las notas que escribí ese día hay una alusión también, que eliminé:

Es necesario hablar de Dios de vez en cuando: Dios es los tantos puntos oscuros, los tantos parches de sombras, lo tantos miedos que no alcanzan a definirse o los que fluyen llenos de vida, o los definitivos que colocan los pies en el techo de un abismo, o los que se enfrentan con una sonrisa de autocomprensión o de autocompasión. Dios, en suma, no existe. Por eso ese hombre es Dios, con todo y su culpa: sólo es la falsa imagen de algo reconocible como verdadero, pero en su esencia está lo que quiere ver quien lo vea. Dios, en suma, es estúpido.

En letra más marcada, se lee: "III. Nostalgia del cadáver". Creo que fue allí donde se me ocurrió el título, apenas, de esa tercera parte. No sé si sería el mismo 12 de enero. Puede ser. A veces traía varias plumas de varios calibres o colores, e igual pude agarrar una u otra. Las notas que siguen después del título tenían que ver con el final no de la parte, sino del libro:

* Exorcisar el miedo de lo que ocurre bajo la tierra con los cadáveres.
* "He vuelto a casa y no he encontrado tu olor. O quizá no lo distingo de otros olores, quizá olvidé el valor de los olores y de todo. Porque tampoco siento tristeza.

Nada que ver con lo que quedó, pero allí está.
Lo único que hay escrito en el cuaderno de Pooh es lo que se ve en las dos páginas escaneadas. Eso venía de lo que había escrito en unas hojas sueltas que cosí en cuadernitos. Allí están las notas para llegar a esa tercera parte. La primera página es la que está a la derecha en la ilustración que sigue; luego vienen las otras dos, y en la última escribí cosas acerca de marxismo que no sé qué hagan allí. Transcribo, en todo caso.


* No puede matarla personalmente porque para él implicaría un placer; renunciar a cometer el crimen significa sufrir. Sin embargo ese sufrimiento moral y físico le produce placer: la desesperación de la espera es placer, la adrenalina, la taquicardia, etcétera. Sonríe mientras espera.
Cuando ve el cuerpo no cumple con sus expectativas: es un cadáver, nada más. Un cadáver no produce placer; a lo sumo, asco o lástima. Pero es una lástima abstracta: ya no hay adentro del cuerpo nadie de quien pueda sentir lástima. No puede sentir remordimientos (lástima de sí mismo, en suma): sería no tener noción de si poder, de la necesidad de ejercerlo para tener sentido. Es como un vampiro: si siente lástima por su víctima, muere de hambre.

* Reacción instintiva: le gustaría maquillar la cara del cadáver, pintarle las uñas rotas y rasgadas [sic], restaurar el cuerpo (rellenar las heridas de masilla quizá, quebrar un par de vértebras para evitar la rigidez, destorcer el cuello). No hay en realidad un motivo o un pretexto: sólo hacer que el cadáver se vea alegre. Así como está el cuerpo le parece obvio, demasiado previsible o falso.

* Un solo actor debe representar todos los papeles, pero no habrá nada de cómico ni de paródico: más que imitar a los personajes, será poseído por ellos sin poder evitarlo. La transición será, quizá, un gesto de desconcierto; luego, la mirada quedará vacía y poco a poco, o rápidamente (según la personalidad de quien lo posea), sus ojos mostrarán otra vida. La voz cambiará, el gesto, los movimientos del cuerpo, la gesticulación. En algún momento los cambios serán rápidos; las primeras veces habrá sufrimiento.

* Todos hablarán de "usted". No habrá tuteos, ni siquiera los que se usan para implicar a una tercera persona.

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"Como un ciego que debe arrastrar a su perro lazarillo."

Nada quedó, en el texto definitivo, de lo que dicen las notas. Eso demuestra que uno trabaja con objetivos que nunca se cumplirán, pero sin ellos se está a ciegas. Uno sabe para dónde va exactamente cuando llega. Después regresa al principio del texto y lo reorienta, para que todo sea coherente.
Por ejemplo, el tipo sí mata a Agata; no renuncia a ello, ni al placer que le produce. Pero lo hace obligado por ella misma: quiere ser su obra de arte, que la moldee, que le dé su forma definitiva. Luego, no es una "reacción instintiva" lo de maquillar el cadáver, sino parte de un plan para que esa "forma definitiva" se mantenga, pero es imposible: los cadáveres son inestables, por decirlo de algún modo, y fracasa. No quiere que el cadáver de Agata se vea alegre: quiere que no se deshaga.
No tengo la menor idea de lo que quería decir con los personajes representados por el mismo actor, etcétera. Creo que tiene que ver con un desdoblamiento que hay en la primera parte del Breve recuento: el personaje está sentado frente a una pared y hay alguien que lo observa, que es él mismo, y se sospecha que también el narrador es él. No tengo modo de saberlo.
Lo del ciego que debe arrastrar a su perro lazarillo creo que se refería más bien a mí. Me metí en unos territorios bien raros y bien complicados, y no había perro ni persona que pudiera guiarme. Y esa tercera parte, por el tema, me resultó bastante angustiante. Cada vez que entraba en ella me sentía mal, triste, no quería estar allí. Tardé unos días en escribirla y dos años en terminar de corregirla.
Sé que muy pocos de los que leen este blog han leído el Breve recuento de todas las cosas, y a la mayoría le resultará sánscrito todo lo que digo. Que así sea. Es mi post número 700 y así lo celebro.
Hay también, en el cuaderno de Pooh, un papelito con dos versos heptasílabos que no sé si he usado, pero me gustan. Los habré escrito en 2003 o principios de 2004:

No hay razón que no duela.
No hay palabra que mate.

El cuaderno de Pooh lo tenía en el fondo de un cajón de mi escritorio de La Casa. Quizá lo use para algunas notas sueltas.
Lo del marxismo no vale la pena transcribirlo. No sé con qué fin lo escribí ni que quería decir con eso de "El marxismo es una excusa para plantear una ética". Me suena irónico, en todo caso.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Rafa:
Has recibido elpremio Arte y Pico. Visita mi blogpara conocer detalles.

Abrazos

Anónimo dijo...

Yo he leído "Breve recuento de todas las cosas", y tus explicaciones me interesaron mucho. Un abrazo. Thierry

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Lya: Gracias. Voy para allá.

Thierry: Hasta lo conoces mejor que yo... Si aparece algo más, te lo envío.

Luis Hernández dijo...

Rafa, y el domigno irá a haber (habrá, antes que venga René a decir que esa perífrasis está muy fea)? así los santanecos y la que no vive ni en Santa Ana ni en San Salvador hacemos un solo viaje: Desayuno, almuerzo y coca de dieta, digo y taller si se puede...

27 años fuera, sería bueno desayunar cocokrispis, me parece un platillo delicioso

Luis Hernández dijo...

me equvoqué, no era aquí donde debía estar, era en el otro. lástima... :)

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Ustedes láncense y hacemos una pasta para todos.
Y no voy a desayunar Choco Krispis. ¡Por favor! Todavía hay niveles.

Aldebarán dijo...

Ah, esa fue la librería que me señalaste el día que fuimos a la UTEC a la presentación del libro "Huellas en las piedras", en donde volví a ver a personas que tenía muchos años de no saludar.

Ahora entiendo. Gracias. :-D

Anónimo dijo...

Esta loco!! Es serio? No...! No es possible