Ana Escoto y otros salvadoreños
Anoche fue la presentación de la segunda hornada de la tercera época de Nueva Palabra, y fuimos con Krisma y Valeria, en especial para saludar a Ana Escoto, compañera de La Casa del Escritor que fue incluida en esta tanda.
La presentación fue un poco demasiado institucional, si me preguntan; los cinco autores quedaron relegados entre el público. En primera fila, eso sí, pero no fueron ellos los protagonistas, sino gente de Concultura. Con algunos compañeros de trabajo --es decir del propio Concultura-- recordamos que la primera hornada de esta tercera época tuvo una presentación muy bonita, más informal, en La Luna. En aquella ocasión hubo cerca de 200 personas, y la mayoría era gente dedicada al arte, además de familiares, amigos, etcétera. Hubo una pequeña presentación institucional y después se dejó a los autores que hablaran y leyeran sus textos, que para eso va uno.
Fue muy emocionante ver a Ana corriendo de un lado a otro entre sus amigos y compañeros de trabajo, contenta, firmando libros --ya se dio cuenta de por qué es algo que no me gusta mucho hacer; puede ser estreasante y hasta angustiante-- y conocer a su familia. De hecho anoche me enteré de que ya conocía a su mamá, desde por allá de 1981, en México. Según parece trabajó con mi madre y mi hermana Ana. Recuerda que le preparé una limonada "a la mexicana", o sea: se agarran los limones con todo y cáscara, se parten en pedazos de prudente tamaño, se echan en la licuadora con agua y azúcar, se le pone un poco de hielo y se licua. Para servirse, desde luego, hay que colarla. Es deliciosa, con el inconveniente de que hay que tomarla más o menos pronto, porque se pone bastante amarga después de un rato, digamos una hora. Platiqué un rato con su papá también, y me di cuenta de por qué Ana puede ser tan sonriente y bienhumorada.
En fin, felicidades. Compré algunos ejemplares --sí, yo, con mi lana, al terrible precio de $2.15 cada uno; qué bueno que conservaron el precio bajo-- para llevar a la FILGUA; allí habrá varias personas de varias partes a las que de seguro les interesará leerlo y se divertirán como me de divertido yo.
Y ya que mencioné la FILGUA, me llegó la invitación a la presentación de Trece, en la que estaré con Vanessa Núñez Handal, compañera también de La Casa, quien presenta Los locos mueren de viejosa, y Jorge Galán, quien presenta El sueño de Marianaa, una buena novela de ciencia ficción. Tres salvadoreños por el precio de uno. Y hasta con 20 por ciento de descuento en todos los libros de F&G.
Ayer alguien --no recuerdo quién-- me dijo que Raúl Figueroa, el director de F&G, se está arriesgando bastante con la publicación de escritores salvadoreños en Guatemala. Yo no veo riesgos. Creo que está apostándole a cosas novedosas --ya publicó Las flores, de Denise Phé-Funchal, que es salvadoreña honoraria, como compañera que es de La Casa, y otro mío, Cualquier forma de morir--, y ha detectado algo que cada vez es más claro, dicho sea sin prepotencia --y sí con orgullo--: buena parte de lo mejor que se escribe en Centroamérica se está haciendo en El Salvador, en especial en poesía, y hay un bonito surgimiento de la narrativa.
Lo leyeron aquí y en esta fecha: en cinco años o seis vamos a ser un referente obligado en materia literaria en Latinoamérica y más allá. No se trata de un talento especial de los salvadoreños o qué se yo, sino de mucho trabajo y esfuerzo invertido por parte de mucha gente. Y me encanta ser parte de eso.
Por de pronto, nos vemos el próximo martes en la FILGUA para la presentación del libro. (¡Qué bonitas ediciones hace Raúl!)
La presentación fue un poco demasiado institucional, si me preguntan; los cinco autores quedaron relegados entre el público. En primera fila, eso sí, pero no fueron ellos los protagonistas, sino gente de Concultura. Con algunos compañeros de trabajo --es decir del propio Concultura-- recordamos que la primera hornada de esta tercera época tuvo una presentación muy bonita, más informal, en La Luna. En aquella ocasión hubo cerca de 200 personas, y la mayoría era gente dedicada al arte, además de familiares, amigos, etcétera. Hubo una pequeña presentación institucional y después se dejó a los autores que hablaran y leyeran sus textos, que para eso va uno.
Fue muy emocionante ver a Ana corriendo de un lado a otro entre sus amigos y compañeros de trabajo, contenta, firmando libros --ya se dio cuenta de por qué es algo que no me gusta mucho hacer; puede ser estreasante y hasta angustiante-- y conocer a su familia. De hecho anoche me enteré de que ya conocía a su mamá, desde por allá de 1981, en México. Según parece trabajó con mi madre y mi hermana Ana. Recuerda que le preparé una limonada "a la mexicana", o sea: se agarran los limones con todo y cáscara, se parten en pedazos de prudente tamaño, se echan en la licuadora con agua y azúcar, se le pone un poco de hielo y se licua. Para servirse, desde luego, hay que colarla. Es deliciosa, con el inconveniente de que hay que tomarla más o menos pronto, porque se pone bastante amarga después de un rato, digamos una hora. Platiqué un rato con su papá también, y me di cuenta de por qué Ana puede ser tan sonriente y bienhumorada.
En fin, felicidades. Compré algunos ejemplares --sí, yo, con mi lana, al terrible precio de $2.15 cada uno; qué bueno que conservaron el precio bajo-- para llevar a la FILGUA; allí habrá varias personas de varias partes a las que de seguro les interesará leerlo y se divertirán como me de divertido yo.
Y ya que mencioné la FILGUA, me llegó la invitación a la presentación de Trece, en la que estaré con Vanessa Núñez Handal, compañera también de La Casa, quien presenta Los locos mueren de viejosa, y Jorge Galán, quien presenta El sueño de Marianaa, una buena novela de ciencia ficción. Tres salvadoreños por el precio de uno. Y hasta con 20 por ciento de descuento en todos los libros de F&G.
Ayer alguien --no recuerdo quién-- me dijo que Raúl Figueroa, el director de F&G, se está arriesgando bastante con la publicación de escritores salvadoreños en Guatemala. Yo no veo riesgos. Creo que está apostándole a cosas novedosas --ya publicó Las flores, de Denise Phé-Funchal, que es salvadoreña honoraria, como compañera que es de La Casa, y otro mío, Cualquier forma de morir--, y ha detectado algo que cada vez es más claro, dicho sea sin prepotencia --y sí con orgullo--: buena parte de lo mejor que se escribe en Centroamérica se está haciendo en El Salvador, en especial en poesía, y hay un bonito surgimiento de la narrativa.
Lo leyeron aquí y en esta fecha: en cinco años o seis vamos a ser un referente obligado en materia literaria en Latinoamérica y más allá. No se trata de un talento especial de los salvadoreños o qué se yo, sino de mucho trabajo y esfuerzo invertido por parte de mucha gente. Y me encanta ser parte de eso.
Por de pronto, nos vemos el próximo martes en la FILGUA para la presentación del libro. (¡Qué bonitas ediciones hace Raúl!)
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