5 de noviembre de 2004

Mi padre y el complejo de Hamlet

El 31 de agosto de 2000 la Asamblea Legislativa de El Salvador rindió homenaje a seis salvadoreños que se caracterizaron por su trabajo artístico, académico y educativo a lo largo de toda su vida. Dos de ellos ya habían muerto, como ocurre cuando se trata de homenajes oficiales: el escritor Alvaro Menen Desleal y mi padre, el economista Rafael Menjívar Larín.
Poco antes de su muerte, ocurrida el 7 de agosto de ese mismo año, mi padre me dijo que no asistiera a recibir el diploma o lo que fueran a dar. (Fue un diploma, en efecto.) No quería que pudiera utilizarse políticamente. Pero no podía desairar a los diputados que habían presentado la moción, Marta Lilian Coto de Cuéllar, Sonia Farfán de Cuéllar y Juan Angel Alvarado, del FMLN. La dirigencia de ese partido, con todo y que mi padre era de una izquierda bastante radical (o quizá por eso), dijo que no se opondría a la nominación, pero que tampoco la apoyaría, y que los tres diputados iban por su cuenta. Lo paradójico es que el apoyo para que el homenaje se hiciera, y que fuera rápido, provino de David Trejos, del Partido Demócrata Cristiano, y René Mario Figueroa, de ARENA. El primero, director de teatro, obtuvo un local y ayuda de la Universidad de El Salvador cuando mi padre era rector; el segundo fue mi amigo del alma en el Colegio Externado de San José, y su padre, René Amado, fue compañero de universidad de mi padre.
La carta que me envió la Asamblea Legislativa decía que se me otorgaban tres minutos "para agradecer" el homenaje al pleno; para mis adentros pensé que con treinta segundos me bastarían.
Este es el texto que leí ante 79 de los 84 diputados (no sé en qué estarían los cinco restantes):

Señores diputados.

Señores homenajeados.

Amigos.

El 19 de julio de 1972, la Asamblea Legislativa votó en pleno la derogación de la autonomía de la Universidad Nacional, de la que mi padre, el doctor Rafael Menjívar Larín, era rector.

En el momento en que se acordaba la destitución de las autoridades universitarias, la Policía Nacional entró en el recinto de la Asamblea y capturó a mi padre y, entre varios otros, al doctor Miguel Sáenz Varela, diputado en la legislación anterior.

Mi padre fue golpeado, encarcelado e inició un exilio que terminó veintiocho años más tarde, el día de su muerte, el 7 de agosto pasado.

Discutí con mi familia acerca del significado de este reconocimiento que se le hace a uno de los más grandes intelectuales latinoamericanos, a uno de los más grandes hombres que ha dado El Salvador, y entendemos este homenaje como una petición de disculpas a mi padre por parte de esta institución.

También lo vemos como un reconocimiento del pueblo salvadoreño a su labor en favor de los desposeídos, entre quienes nació y a quienes tuvo como preocupación fundamental.

Es en esa calidad que acepto esta distinción con orgullo, a pesar de su carácter póstumo, en su nombre, el de su esposa, sus hijos y sus amigos.

Me enorgullece saber que entre los homenajeados de hoy está don Jorge Lardé y Larín, excelente historiador y tío de mi padre, a quien no había tenido el honor de conocer personalmente. El que se le hace es también un homenaje de justicia y, aunque no esté entre mis atribuciones, lo agradezco de corazón.

Gracias.



Desde el podio vi cómo David Tejos me hacía un gesto de aprobación y René Figueroa se sonreía divertido y agitaba la cabeza. Algunos diputados del FMLN estaban furiosos, los del PCN (el partido en el poder cuando se ocupó la universidad) estaban indignados ("¿Una disculpa? ¡Está loco!", dijo uno, según me contaron después). Algunos de ARENA, bastante jóvenes, hablaron entre sí, como preguntándose: "¿En serio pasó algo así en el país?" y, en fin, bajé en medio de un silencio muy parecido al de cualquier sepulcro que se precie de serlo. En contraste con los homenajeados anteriores, o sus representantes, no fui saludado por una artillería de aplausos.
Los diputados de la mesa se pusieron de malas conmigo porque no les di la mano después de hablar, y los del FMLN lo tomaron como "un gesto político positivo" (según me contó después uno de los diputados de la izquierda) porque ellos no participaban en la directiva. En realidad estaba asustado, y se me olvidó que debía darles la mano, lo menos que podía hacer por mínima educación. Pero era la primera vez que armaba un desplante de ese tipo; la próxima vez tendré más cuidado.
Otros tomaron como una declaración de principios que, después del homenaje, llamara a Figueroa a través de una edecán y le diera un largo abrazo. Para ellos fue una muestra de que me había vendido a la derecha; en realidad tenía años de no conversar con René, desde que éramos adolescentes, y fue un gusto verlo otra vez. Hablamos de nuestras familias, recordamos de cuando jugábamos juntos y de algunos amigos del colegio a los que aún no he vuelto a ver. Luego me pasé todo el día nervioso, convenciéndome de que había hecho lo correcto. E hice lo correcto, pero jugarle al Hamlet inquieta a cualquiera.
Unas semanas después murió don Jorge Lardé y Larín, a quien por cierto mi padre se parecía muchísimo, según pude ver ese día. (En estos momentos vivo frente a la que era su casa.) La referencia que hice también tenía doble vuelta: somos de la rama "bastarda" de los Larín, merced a un asunto de juventud de mi bisabuela Ercilia. Según parece, la bisabuela quedó embarazada de una relación con un primo suyo, por lo que fue expulsada sumaria, definitiva y literalmente de la familia. La abuela Carmen, hija de la bisabuela Ercilia, odiaba a los Larín, y su venganza por lo que le hicieron a su madre fue hacer que todos, hijos y nietos, estudiaran una carrera, se superaran y obtuvieran por cuenta propia lo que se les había negado por derecho de sangre. El abuelo Alfonso, chofer y mecánico, no entendía muy bien la obsesión de la abuela, pero ese día, en ese homenaje, la obsesión tuvo sentido y los Larín se encontraron de nuevo.
La abuela, desde su mayoría de edad, dejó de usar el Larín, que tenía como primer apellido, y utilizó el Choto, que era el de su padre. Murió a principios de 1995, así que no alcanzó a ver el homenaje. Lo hubiera disfrutado casi tanto como yo lo disfruté cuando me pasó el susto.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encontré esto leyendo el periódico «La Prensa Gráfica» de este este día. Lo añado únicamente para ir documentando lo que la prensa dijo en su momento.

Puedes eliminarlo si no te parece el tono del mismo.
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Hoy hace 25 años

Sábado 15 de diciembre de 1979

El colapso de la economía se teme por la paralización de actividades agrícolas provocada por la toma de propiedades por ultraizquierdistas que obligan a sus dueños a abandonarlas y de esa manera han creado un clima de anarquía y de irrespeto a las leyes.

Ha regresado al país el doctor Rafael Menjívar que estuvo exiliado en Costa Rica desde 1972, cuando la Universidad de El Salvador, de la que era rector, fue intervenida militarmente por el gobierno de Arturo Armando Molina.
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Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Gracias por la nota.
Sí, ese año mi padre regresó durante unos días a El Salvador, aprovechando que gente de la Junta le dijo que no habría problema en que viniera. Lo recibieron en el aeropuerto varios cientos de estudiantes universitarios, y de pronto la recepción se convirtió en manifestación política, con pintas y todo; dejaron el aeropuerto hecho una desgracia, según me contaron. Hubo una manifestación desde el aeropuerto de Ilopango hasta la UES, con decenas de litros de pintura gastada. Mi padre bromeaba --o casi-- diciendo que esperaba que no le cobrarar la pintada de todo lo que habían arruinado.
Vino a El Salvador el 15 de diciembre. Anunció que se iría el 26. Mi abuela --la madre de mi madre--, el día 22 por la noche, le dio un boleto y le dijo: "Te me vas mañana. Ya no aguanto la tensión y te van a matar." La intuición de mi padre le dijo que hiciera caso, e hizo caso, algo inusual en él.
El día 26 estalló una bomba en el carro que lo había llevado y traído, que era de la universidad.
Desde entonces nunca regresó por más de dos o tres días, siempre bien acompañado de académicos o como parte de misiones internacionales. Después de los acuerdos de paz estuvo quince días en una ocasión; fue su récord. Así que, tanto como volver, no volvió.
Y en enero de 1980 renunció la Junta. Si no le tocaba el 26 de diciembre, le hubiera tocado el 3 de enero, día de su cumpleaños.