8 de noviembre de 2004

Nicolás, dos Renés, Pedro y un yo llamado Menelao

Rara vez llevo un diario o algo que se pueda calificar como tal. En 1989 llevé uno durante varios meses. Lo releo cada cierto tiempo, y hoy me lo topé en un librero y encontré cosas interesantes. Algunas son unas notas antiguas de una novela fallida que escribí entre 1982 y 1983, Christina's Rag. Creo que la idea era buena, pero me faltaba madurez personal y literaria, y estaba demasiado ligado emocionalmente a ella. (Por cierto, antes de escribir Christina's Rag --mi sexto intento de novela desde que tenía 17 años, a quién se le ocurre, y la cuarta terminada-- escribí Historia del traidor de Nunca Jamás, entre marzo de 1981 y septiembre de 1982. La consideré otro fracaso, hasta que mi padre la metió en un concurso latinoamericano, en 1984, y ganó. Mi padre siempre juró que la metió con mi consentimiento, y técnicamente es cierto: lo obtuvo después de una larga conversación telefónica desde Costa Rica... pero había presentado la novela el día anterior, para que no hubiera marcha atrás. Oficialmente, el Traidor es mi primera novela.)
Algunos extractos de Christina's Rag, que he usado en otros cuentos, novelas, artículos y ensayos:
  • ...como darle pastillitas de menta a un niño de Biafra.
  • Tu filosofía y mi fobiosofía.
  • "En el país de los ciegos, el tuerto es burgués." "En el país de los tuertos, el ciego es Dios."
  • Quizá las enfermedades sean una forma de intuir a Dios, y los accidentes un brusco acercamiento a Él.
  • El suicidio es la cosa que uno hace para dejar de hacer las demás.
  • El riesgo es el extravío de la razón. Puedes perderte en el tiempo y olvidar las fórmulas para la percepción del espacio.
  • "La locura no es una enfermedad, muchacha: es una forma de ser uno mismo."
  • Dos gemelos sabrían ser ciegos cada uno a su modo.
  • "¿Cuál es el tedio más divertido?" "El que te hace llorar."
  • Hasta en las diversiones necrófilas hay que poner algo de solemnidad.
  • La autocrítica es el opio de los opiómanos.
  • "Te buscan." "¿Quién?" "Un gnomo vestido de verde." "¿Con zapatos que bailan solos?" "No." "Entonces no es el casero."
  • La ignorancia es sabia, hermanos.
  • "¿Por qué no se quita esa careta de cara?"
  • La locura es la inteligencia que se aparta del azar y se crea a sí misma. [Esta frase, me doy cuenta, la he puesto en dos novelas y en un cuento largo. Quiero creer que el contexto le da significados diferentes.]
  • Yo no creo en la muerte, manito, por eso estoy vivo.
  • ¿Ninfómana o voluble?
En la novela aparecía un personaje llamado "el Cura", basado en mi amigo Nicolás, a quien reencontré hace algunos meses por correo electrónico; vive en Buenos Aires por el sencillo hecho de que originalmente es argentino, aunque ahora es mucho más salvadoreño de alma de lo que yo seré jamás. Lo dejé de ver en 1982, cuando viajó a Chalatenango para hacer la revolución. Antes de eso nos pasábamos madrugadas completas conversando animadamente, a pesar de que él tenía poco más de treinta años y yo poco más de veinte, y el tono de las conversaciones era muy similar al de las frases que transcribo, o eso quiero recordar. Desde que Nicolás se fue, hasta que en 1993 o 1994 confirmé que había sobrevivido a la guerra, cada día, estuviera en lo que estuviera, me preocupara lo que me preocupara, tenía mi momento de culpa: me había tocado el terrible papel de reclutarlo para la Organización, y su vida iba sobre mi cabeza, así la decisión hubiese sido suya. En los días en que viajó a Chalatenango me expulsaron de la Organización, por pequeñoburgués. Doble culpa: él estaba en la militancia activa y yo era el paria que lo había mandado donde asustaban.
Intuyo que Christina's Rag (no lo sé ya; perdí los manuscritos) era un homenaje de admiración a Nicolás, quien me dio a conocer a Spinoza (poeta entre filósofos), a Roberto Arlt y un modo de pensar sanamente anarquista ("espartaquista", diría él), que ambos hemos conservado. Había otro personaje en la novela, llamdo "el Gato", basado en otro amigo y compañero de trabajo nuestro, René Bascopé Aspiazu, cuentista y periodista boliviano, muerto en un accidente de armas en 1984, en La Paz. Pensar en un gato y en la torpeza congénita de René era una contradicción; supongo que por eso el apodo del personaje. Y había un cuarto, Menelao, un niño de ocho o nueve años que quizá era yo mismo, y que no sé si me gustaba ser. No sé quién era el personaje central.
En el mismo cuaderno encuentro una entrada correspondiente al 21 de febrero de 1989 y relativa a otro René:
"Vino René Rodas a despedirse; pasado mañana se va a Canadá. Lo voy a extrañar, con sus pláticas tan ricas sobre lo que sea y esa su forma de decir las cosas con inocencia y cinismo a la vez. Creo que, junto con Pedro, es de los pocos que dicen escribir poesía y escriben poesía. Nada de afectación; saben que saben y pueden darse el lujo de hablar de otra cosa. Quedó de poner sus Cantos en el correo antes de irse; ojalá."
Ahora René está a punto de regresar a El Salvador, tras veinte años de ausencia, y entre otras cosas vendrá a presentar su libro Balada de Lisa Island. Los "Cantos" a los que me refiero no me los mandó cuando prometió, sino meses después, desde Alberta; el título del libro es Cuando la luna cambie a menguante.
Pedro, por su parte (no importa su apellido), sufrió de un proceso triste. Todos los años mandaba sus poemas a concursos, y nunca obtuvo una mención. Las editoriales no querían publicarlo. Y no hubo modo de convencerlo de que estaba bien: su poesía era innovadora, y el arte innovador no es reconocible de entrada. Él leyó el mensaje de otro modo: los poemas aún no estaban bien, y había que corregirlos más. Y cada año corregía y enviaba a concursos, no ganaba, volvía a corregir, volvía a enviar y de nuevo no ganaba. Tanto corrigió que al final los textos eran estructuras impresionantes, perfectamente realizadas, pero con poca sustancia. En algún momento no hubo nadie que lo premiara o lo publicara, pero por otros motivos.
Quiso ser novelista y sólo logró varios textos poco interesantes y desestructurados; quiso escribir cuentos y se quedó en algunos artículos más agresivos que humorísticos. Y es que era un poeta de alma, no un prosista; son universos diferentes. Uno puede moverse en uno o en otro, y a veces en ambos, pero siempre consciente de que no tienen nada que ver, y que debe pasarse por un tedioso proceso de aprendizaje para hacer el crossover. Y se desesperó. Algo le pasó a su ego que lo convitió en alguien que no era, y que no me gustaría ser cuando descubra que ya no soy capaz de escribir.
Con él --y con otros, pero con él me dolió más, porque crecimos juntos literariamente durante doce años-- descubrí uno de los axiomas más terribles de la literatura, aunque sea de carácter extraliterario: con cada libro que se publica, uno pierde amigos, o descubre quiénes lo son realmente. Con una docena de libros publicados desde 1985, aún conservo varios amigos de aquellos años, como Nicolás, y seguro como Bascopé, si viviera.

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