Malpica, Parra y Hernández
A Toño Malpica (alias Antonio Malpica Mauri, a la derecha en la foto) lo conocí hará unos diez años a través de Spin, el mítico boletín electrónico mexicano de Javier Matuk y Jorge Kobeh, tristemente absorbido hace unos años por Terra. Allí, de hecho, conocí a algunos de los que son mis mejores amigos, y a otros que dejaron de serlo y extraño. Desde el principio resultó obvio que el tipo era brillante, y además tocaba el piano muy bien. Armamos una banda de jazz mezclado con rocanrol, blues y lo que se atravesara en el momento, y llegamos a tener ratos memorables, quizá no tanto en lo musical (aunque es un mago de la armonía) como en la sensación de hacer algo divertido y digno de recordarse con una sonrisa.
A veces Toño mandaba algunos relatos a alguno de los foros de Spin, a los que no muchos les dedicaban más de algún comentario casual tipo "vas bien", "me gustó" y "sigue así". Tenía un talento indudable, pero no enviaba lo suficiente para ver qué tanto. De repente presentó una pieza de teatro que se llamaba Séptimo round, que había escrito junto con su hermano Javier. La vi por lo menos seis veces, y llegó a ponerme más de un nudo en la garganta. Seguí su trayectoria a través de internet, y me enteré de que había estrenado otras piezas de teatro, que se había metido de cabeza en la novela y que ganado varios premios de literatura, curiosamente bien merecidos. Lo vi en mayo pasado en México, y ahora vino a la Feria del Libro Centroamericano en calidad de invitado. Y sigue siendo el Toño de siempre: callado, algo tímido, siempre brillante y con el comentario preciso en el momento exacto. Traté de conseguir un piano para ver si tocábamos un rato, pero no fue posible, así que nos dedicamos a platicar de todo junto con los otros dos invitados mexicamos a la FILCEN, que aparecen en la foto.
El que está en la cabecera es Eduardo Antonio Parra, cuentista, responsable de la edición para 2004 de Los mejores cuentos mexicanos, de Joaquín Mortiz, en la que (gracias, gracias) me incluyó. No lo conocía en persona, y fue una buena oportunidad para darle las gracias. Lamento decir que de él he leído sólo dos cuentos, pero quedó en dejarme una novela antes de regresar a México, mañana lunes.
Y el de la izquierda es Jorge Hernández. Voy a dedicar un rato a buscar sus textos, porque me avergüenza no conocerlos. Sé algo: cuenta unos chistes que no sé si sean buenísimos, pero uno no puede dejar de reírse. Su modo de vivir el sentido del humor se agradece.
La borrachera estuvo buena, con más de cinco litros de coca de dieta y varias cervezas para Toño. Tenían ganas de probar las pupusas y, bajo su cuenta y riesgo, compramos un montón donde la Delmi, la mejor pupusería de Los Planes según yo; al menos puedo estar confiado de que no se van a morir de alguna cosa en el estómago. Y, claro, muy a la mexicana, estuvimos platicando como hasta las tres y tantas de la mañana. Salvador Canjura (que tiene el blog Tierra de collares) estaba con nosotros (apenas se ve un trozo de su pierna en el ángulo inferior derecho) y se ofreció a regresarlos a su hotel.
Me alegra reiterar mi amistad con Toño y contar, ahora, con la de Eduardo y Jorge. Ya habrá vida para alguna otra noche como ésta.
A veces Toño mandaba algunos relatos a alguno de los foros de Spin, a los que no muchos les dedicaban más de algún comentario casual tipo "vas bien", "me gustó" y "sigue así". Tenía un talento indudable, pero no enviaba lo suficiente para ver qué tanto. De repente presentó una pieza de teatro que se llamaba Séptimo round, que había escrito junto con su hermano Javier. La vi por lo menos seis veces, y llegó a ponerme más de un nudo en la garganta. Seguí su trayectoria a través de internet, y me enteré de que había estrenado otras piezas de teatro, que se había metido de cabeza en la novela y que ganado varios premios de literatura, curiosamente bien merecidos. Lo vi en mayo pasado en México, y ahora vino a la Feria del Libro Centroamericano en calidad de invitado. Y sigue siendo el Toño de siempre: callado, algo tímido, siempre brillante y con el comentario preciso en el momento exacto. Traté de conseguir un piano para ver si tocábamos un rato, pero no fue posible, así que nos dedicamos a platicar de todo junto con los otros dos invitados mexicamos a la FILCEN, que aparecen en la foto.
El que está en la cabecera es Eduardo Antonio Parra, cuentista, responsable de la edición para 2004 de Los mejores cuentos mexicanos, de Joaquín Mortiz, en la que (gracias, gracias) me incluyó. No lo conocía en persona, y fue una buena oportunidad para darle las gracias. Lamento decir que de él he leído sólo dos cuentos, pero quedó en dejarme una novela antes de regresar a México, mañana lunes.
Y el de la izquierda es Jorge Hernández. Voy a dedicar un rato a buscar sus textos, porque me avergüenza no conocerlos. Sé algo: cuenta unos chistes que no sé si sean buenísimos, pero uno no puede dejar de reírse. Su modo de vivir el sentido del humor se agradece.
La borrachera estuvo buena, con más de cinco litros de coca de dieta y varias cervezas para Toño. Tenían ganas de probar las pupusas y, bajo su cuenta y riesgo, compramos un montón donde la Delmi, la mejor pupusería de Los Planes según yo; al menos puedo estar confiado de que no se van a morir de alguna cosa en el estómago. Y, claro, muy a la mexicana, estuvimos platicando como hasta las tres y tantas de la mañana. Salvador Canjura (que tiene el blog Tierra de collares) estaba con nosotros (apenas se ve un trozo de su pierna en el ángulo inferior derecho) y se ofreció a regresarlos a su hotel.
Me alegra reiterar mi amistad con Toño y contar, ahora, con la de Eduardo y Jorge. Ya habrá vida para alguna otra noche como ésta.
1 comentario:
Admiro profundamente el trabajo de Javier y Toño Malpica Maury. Son pocas personas en el ámbito cultural que tienen clase, pero sobre todo inteligencia para conducirse como lo que son: dos grandes seres humanos que ven más allá de egos y de perjudicar a las personas cercanas, ni modo, pesele a quien le pese el talento de ambos es inegable.
Publicar un comentario