El tío Juan y la escritura
Después de un año y medio de pasarme escribiendo libros, quedé tan cansado que decidí que en 2006 no escribiría y más bien me dedicaría a reponerme. (Igual, escribiendo o no, he seguido haciendo lo de La Casa, de allí el cansancio tan bestial.) Apenas me salió un cuento hace unos meses, y las correcciones pertinentes de Tiempos de locura para la segunda y tercera edición. (Sí, ya viene.)
Cuando llegué a Costa Rica averigüé un poco más acerca de lo que hizo el tío Juan Manuel Menjívar: decirle a la familia que tenía que sacar a mi padre --o sea su hermano-- de la tumba en la que estaba. La tumba era del tío, pero lo interesante fue que él mismo hizo que lo pusiéramos allí; mi madre ya tenía otra tumba lista a unos treinta metros de distancia, pero al tío le agarró la onda sentimental: quería que lo enterraran con su hermano, que allí enterraran también a mi madre y a su esposa y, en su momento, a él.
La verdad es que el tío se portó bien con mi padre apenas cuando le diagnosticaron el cáncer y le dijeron que de ésa no salía. Los sesenta años anteriores fueron de hacer una tras otra tras otra; digamos que la única que le faltaba era sacar a mi papá de la tumba. Parecía que siempre le estaba cobrando ofensas que nunca vi por ninguna parte: el tío estudió en el Tec de Monterrey, siendo hijo de chofer y hermano de gente pobre, gracias a que todos comían mal (comíamos; yo ya había nacido) para que él estudiara. Cada vez que necesitaba un trabajo o perdía el anterior o se cambiaba de país, o lo que fuera, iba con mi padre, mi padre le ayudaba y él le hacía una chacalada proporcional al tamaño del favor. Bien feo.
En su último trabajo (encargado de finanzas del CSUCA), además de lo que dice una auditoría que anda por allí, alcanzó a llevarse a EDUCA entre los pies; allí publicó mi padre algunos de sus libros, yo un par y el editor era Sebastián Vaquerano, quien puso a mi tío y al secretario general en sus puestos. Aunque Sebastián, que es generoso, no lo cree, para mí que eso entró en la ecuación.
Y me di cuenta de que tenía un tema muy bueno entre manos para una novela negra. Hay detalles: todo lo de la sacada de mi padre lo hizo por teléfono. No llamó a mi madre, sino a mi hermano menor, que no tenía mucha idea y era al que más le dolería. Y otros más interesantes o más rastreros, según quiera verlo uno. Literariamente, con la historia del tío y mi padre, tengo material para armar algo.
Hace cuatro días me puse a escribir y el borrador de la novela está saliendo solito. Llevo los capítulos 1 y 3, y ya sé cómo van a ir el 2 y quizá el final. A ver en qué para el libro; mi tío ya sé en qué parará (todo es cosa de tiempo).
Cuando llegué a Costa Rica averigüé un poco más acerca de lo que hizo el tío Juan Manuel Menjívar: decirle a la familia que tenía que sacar a mi padre --o sea su hermano-- de la tumba en la que estaba. La tumba era del tío, pero lo interesante fue que él mismo hizo que lo pusiéramos allí; mi madre ya tenía otra tumba lista a unos treinta metros de distancia, pero al tío le agarró la onda sentimental: quería que lo enterraran con su hermano, que allí enterraran también a mi madre y a su esposa y, en su momento, a él.
La verdad es que el tío se portó bien con mi padre apenas cuando le diagnosticaron el cáncer y le dijeron que de ésa no salía. Los sesenta años anteriores fueron de hacer una tras otra tras otra; digamos que la única que le faltaba era sacar a mi papá de la tumba. Parecía que siempre le estaba cobrando ofensas que nunca vi por ninguna parte: el tío estudió en el Tec de Monterrey, siendo hijo de chofer y hermano de gente pobre, gracias a que todos comían mal (comíamos; yo ya había nacido) para que él estudiara. Cada vez que necesitaba un trabajo o perdía el anterior o se cambiaba de país, o lo que fuera, iba con mi padre, mi padre le ayudaba y él le hacía una chacalada proporcional al tamaño del favor. Bien feo.
En su último trabajo (encargado de finanzas del CSUCA), además de lo que dice una auditoría que anda por allí, alcanzó a llevarse a EDUCA entre los pies; allí publicó mi padre algunos de sus libros, yo un par y el editor era Sebastián Vaquerano, quien puso a mi tío y al secretario general en sus puestos. Aunque Sebastián, que es generoso, no lo cree, para mí que eso entró en la ecuación.
Y me di cuenta de que tenía un tema muy bueno entre manos para una novela negra. Hay detalles: todo lo de la sacada de mi padre lo hizo por teléfono. No llamó a mi madre, sino a mi hermano menor, que no tenía mucha idea y era al que más le dolería. Y otros más interesantes o más rastreros, según quiera verlo uno. Literariamente, con la historia del tío y mi padre, tengo material para armar algo.
Hace cuatro días me puse a escribir y el borrador de la novela está saliendo solito. Llevo los capítulos 1 y 3, y ya sé cómo van a ir el 2 y quizá el final. A ver en qué para el libro; mi tío ya sé en qué parará (todo es cosa de tiempo).
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