Algo de la FILGUA
En el hotel en el que estamos hospedados (el Conquistador Sheraton) nos regalan 30 minutos diarios de internet, aunque también hay servicio inalámbrico por una no muy módica cantidad. Los 30 minutos, en computadora del hotel --que uno no conoce, ni lo pretende-- alcanza apenas para revisar correo. Pedí que me dieran acceso al inalámbrico y, por algún motivo, no funcionó. Cuando ponía el username y el password, el router decía que el usuario estaba duplicado. Y pues no. Llamaron a un técnico, y ya era de noche, y dijo que "a veces" fallaba si uno oprimía la tecla enter demasiado rápido. Y pues menos; eso es la respuesta de alguien que no sabe o que no quiere arreglar el problema en ese momento y se inventa cualquier excusa. Al día siguiente el otro técnico dijo que había que resetear el servidor y que me avisaba en quince minutos. Sigo esperando que me avise, pero en todo caso no iba a pagar por un servicio que no usaría, porque estaba saturado de actividades, así que apenas hace un rato pedí que me lo activaran y, sí, todo bien. Así que hago una reseña de lo que ha pasado lunes y martes en lo que a mí concierne.
Lunes a las 6:30 de la tarde. Presentación del libro El diablo sabe mi nombre, de Jacinta Escudos, con una respetable cantidad de asistencia. De izquierda a derecha, Óscar Castillo, director de la editorial costarricense UruK; Sergio Ramírez Mercado, escritor nicaragüense; Jacinta, desde luego; Javier Payeras, escritor y académico guatemalteco, y Raúl Figueroa Sarti, quien hizo los honores como presidente de la Gremial de Editores de Guatemala.
Sergio hizo una reseña general del libro y de los cuentos de Jacinta, con énfasis en algunos detalles; Javier hizo una rápida descripción y análisis de cada uno de los relatos y Jacinta leyó un par de textos.
Al terminar el acto les conté a Sergio y a Tulita, su esposa, que mi madre había muerto, y lo lamentaron; llevaron una buena relación durante años. Ya he contado aquí algunas anécdotas, incluida la de la lavadora.
Un poco más tarde, me tocó participar en la mesa "Literatura, identidad e integración en Centroamérica", un tema rarísimo. Participamos --de izquierda a derecha-- Carolina Sarti, poeta guatemalteca; Marco Antonio Flores, novelista y poeta también guatemalteco; Ana Cristina Rossi, de Costa Rica; yo; Maya Cú, de Guatemala, y Otoniel Martínez como moderador. (Lo conocí en México hace muchíiiisimos años, y pasamos algunas cosas juntos.)
El énfasis se puso en la imposibilidad de integración de países que de por sí están desintegrados; en la falta de una identidad única, o por lo menos en una buena noción de unidad en la diversidad, y en cómo la globalización, el racismo y otras hierbas afectan para que no se logre mucho en la materia.
Me pareció que buena parte de los argumentos fueron en el sentido de que era obligación de los escritores hacer que, mediante su obra y sus acciones, se solucionaran ésos y otros problemas; que había que denunciar, trabajar activamente, tratar ciertos temas, tomar ciertas actitudes. Llegó un momento en que estaba bastante sacado de onda, porque además hubo mucha agresividad en el plan de "así tiene que ser, y el que no lo acepte es un posmoderno globalizado y excluyente". Me tocó decir las últimas palabras y dije que sólo soy escritor y, después de oír muchas cosas que acababa de oír, me daba un poco de vergüenza sólo poder contribuir a hacer un mundo mejor tratando de que alguna gente se divierta un rato con mis libros. (En serio que en algún momento pareció que el asunto acabaría a arañazos o algo.) Antes dije que, quizá, esa desintegración aparente de la identidad sea precisamente nuestra identidad; creo que el Eliot de Notas para la definición de la cultura estaría de acuerdo.
Después, cena en casa de la escritora Carol Zardetto, autora del libro Con pasión absoluta, editado por F&G Editores y ganadora del premio Mario Monteforte Toledo. De izquierda a derecha, Lilian Fernández Hall, Jorge Galán y Vanessa Núñez.
Carolina Sarti, Raúl Figueroa Sarti (sí, son primos, aunque acaban de descubrirlo; F&G ya le publicó a Carolina un buen libro de poesía, No somos poetas) y Carol Zardetto. Hubo cosas ricas para la cena: empanadas de carne, humus con pan árabe, ensalada y un pastel de queso bien notable. ¡Ah! Y una pasta muy rica.
Con Denise Phé-Funchal, desde luego, también autora de F&G con su novela Las flores.
Y con Lilian, quien ha escrito buenas reseñas acerca de libros de algunos autores centroamericanos, incluidos Denise, Claudia Hernández y yo.
Martes, a las 10:40. Ésta no me la iba a perder por nada: en el programa se anunciaba una mesa titulada Narrativa contemporánea II, en la que Emiliano Coello Gutiérrez (con el micrófono) iba a exponer el tema "El pícaro como protagonista en las novelas neopoliciales de Rafael Menjívar Ochoa y Horacio Castellanos Moya". Lo había visto en el programa desde hacía más de un mes, y sólo había de dos: o era una cosa bastante interesante o era pan con lo mismo. No veía a Lázaro de Tormes en Cualquier forma de morir, digamos, o en De vez en cuando la muerte.
Y no sólo fue interesante, sino también bastante divertido. La definición de "pícaro" que usó fue un poco la del marginal lumpen que lucha por su propia sobrevivencia y posee un discurso entre cínico y... uh... kínico, creo que se escribe. Ni más ni menos que como... esteee... Lazarillo de Tormes, y la definición quedaba muy bien hasta para Cualquier forma de morir y algunas más.
Después platicamos un buen rato con Emiliano --nos hicimos cuates de inmediato-- y resulta que se ha leído las cuatro novelas policiales que llevo publicadas, y las maneja muy bien. Quedé de enviarle la quinta, aún inédita, para que tenga el paisaje completo.
El tico Uriel Quesada (a la derecha en la foto), aunque tocó otro tema en la mesa ("San José o la ciudad sexualizada", bien interesante), también ha estado trabajando en mis novelas policiales (o "neopoliciales"; se me olvidó preguntar por qué), y la salvadoreña Beatriz Cortez (segunda de izquierda a derecha) conoce casi todo lo que he publicado, alguno de ello desde que estaba inédito, y lo ha trabajado desde hace como diez años. Entre el público estaba Werner Mackenbach, alemán, un tipo sensacional que dirige un programa de posgrado en literatura centroamericana en la Universidad Nacional, de Heredia, en Costa Rica, y ha utilizado trabajos míos, como Trece, conoce otros y armó una antología llamada Papayas und Bananen, publicada en español como Cicatrices, en la que incluyó, entre bastantes otros, a Jacinta, a Horacio, a Claudia Hernández y a mí.
Digo esto no para presumir, sino porque Beatriz, hace muchos años, estableció la categoría de "estética del cinismo" para hablar de la obra de los recién citados, y en esta ocasión presentó una ponencia en la que mostraba una alternativa a esa... uh... corriente, "El fin del cinismo o la muerte", acerca de una obra de Franz Galich. Y, bueno, a la hora de las discusiones se pusieron a hablar de la definición de esa estética del cinismo, de qué es o no la novela negra o la "novela neopolicial" (mañana pregunto sobre esto último) y de qué bueno que por fin se viera la muerte de una corriente como la susodicha "estética del cinismo". Y como estaban decretando allí mismo, de manera sumaria, mi muerte y así no juego, pedí la palabra.
Dije que hablaba como afectado directo, que en eso de la estética del cinismo a mí no me habían preguntado nada, sino que me habían puesto y ya; que me parecía que yo escribía novela negra en una cierta medida: cumplía con ciertas convenciones temáticas y estéticas, como quien hace sonetos, y sobre eso trabajaba; que había violencia --a veces mucha, a veces no tanta-- en lo que escribía porque, bueno, la novela negra es una novela dedicada al crimen, y el crimen suele ser violento, pero que mi onda policial era la mitad de lo que escribía, y en la otra mitad ese tipo de violencia no ocurría; que no me parecía que hubiese cinismo, en la medida en que en todas mis cosas hay aún algo de esperanza, hay cosas buenas a futuro (Lilian Fernández estaba a mi lado y anotó: lo que las salva es el humor, y es un humor muy negro), y que esa "estética del cinismo" no era una corriente predominante en Centroamérica, y que quizá por clavarse en ésas estaban perdiéndose un montón de literatura centroamericana que trataba de otras cosas y estaba escrita de otro modo.
Werner Mackenbach había dicho poco antes, con ironía, que quizá detrás de alguna de esa "estética del cinismo" se escondiera un "cinismo de la estética", y me encantó la frase: el cinismo como estética, o la creación voluntaria de cosas "cínicas" desde una posición premeditada que no es cínica en sí misma. Como todas las ironías, me parece que tiene algo o bastante de razón; ese "cinismo" es parte de las convenciones de la novela negra, vamos.
Y se armó la discusión bien en serio, divertida y todo. Hubo quien estuvo de acuerdo en algunas cosas conmigo, otros no, y me dio gusto ("¡Vanidad, mi pecado favorito!") que había gente que había leído mis trabajos, los que más y los que menos. Y, en efecto, Beatriz aclaró que lo de "estética del cinismo" no era algo generalizado, sino una categoría posible para ciertos autores, que había otras vertientes y, en fin, que no estaba decretando la muerte de nadie, sino dando otro punto de vista. (Gracias, Beatriz.) Werner me explicó que lo que había era una serie de enfoques diferentes que se aplicaban a los trabajos, a veces diferentes enfoques para las mismas obras, a fin de verlas de manera más amplia, y que había una búsqueda constante de enfoques para comprender mejor la literatura centroamericana. Y al final nos las pasamos muy bien.
Me fui a platicar con Emiliano, que trabaja con la Universidad de Costa Rica pero se va una temporada a Poitiers, y le di las gracias por el trabajo. En eso apareció un mexicano que trabaja en la Universidad de Oklahoma, José Juan Colín, a quien no conocía, y me dijo que había escrito un artículo acerca de Cualquier forma de morir que se publicaría en una revista, y que quería mandármelo. Y pues cómo no. Y resultó que es chilango como sólo los chilangos pueden serlo, y nos pusimos a hablar del Distrito Federal y a recordar lugares, lenguajes y hasta anuncios comerciales y poemas que se recitan en la primaria ("Mamá, soy Paquito, no haré travesuras", etcétera). Nos fuimos los tres a comer. Emiliano salía temprano al aeropuerto, y no podía quedarse a la presentación, pero compró Trece y con gusto se lo firmé. Juan estuvo en la presentación. También Beatriz y Werner, y a la hora de los agradecimientos los mencioné, y cómo no: Beatriz usó Trece, aún inédito, para su tesis doctoral y para varios ensayos, artículos y ponencias, y Werner lo incluyó --impreso en impresora y fotocopiado, con mi permiso desde luego-- como parte de su programa.
Y a las 6:30 de la tarde tocó la presentación del libro. Me dio gusto saber que La prensa gráfica y El diario de hoy publicaron sendas notas al respecto. En EDH incluso hablan de la presentación del libro de Jacinta, que a LPG se le pasó por alto. Buena onda los dos, en todo caso.
Cada uno debía hablar de su libro. Vanessa lo hizo muy bien. Contó de la génesis de Los locos mueren de viejos, de su temática, de algunos aspectos técnicos, etcétera. Jorge Galán fue un poco más parco --siempre lo es-- y leyó un buen trozo de El sueño de Mariana. Por mi parte, aunque en general soy mi tema favorito ("¡Vanidad, etcétera!"), hablé poco de Trece y más bien dije de lo que hemos compartido literariamente con Vanessa y Jorge, que no ha sido poco, y del placer y el privilegio de compartir ese momento, ese espacio y esa presentación.
Y vino el firmadero de libros. Es de las cosas más incómodas dentro de mi escala de valores, pero hay que hacerlo, en especial si alguien compra el libro de uno y hasta se pone contento de haberlo comprado.
¡Ah! En la entrada del stand de la editorial Piedra Santa han puesto, en grandote, un recorte del ángel que aparece en la portada del libro de cuentos De fronteras, de Claudia Hernández y, para que no quepan dudas, el letrerito de la izquierda reza: "Claudia Hernández. De fronteras." Mi ejemplar se lo regalé a Thierry Davo, así que compré otro, y también la antología Tiempo de narrar, de Francisco Méndez, que Krisma y yo le regalamos a Karen Schairer hace unos meses, donde viene un texto mío, uno de Claudia, uno de Jacinta, etcétera.
Después, Jorge Denise y yo nos fuimos a ver la nueva de Batman. Me gustó la idea del Joker de Heath Ledger, pero me saturó tanta acción, tantos bombazos, la confusión entre lo que estaba haciendo el Joker y Dos Caras y qué sé yo. Llegó un momento en que me harté y me dormí en un par de ocasiones. Falta de modulación, pues. Como en poesía: si cada verso --cada escena-- es sorprendente y fuerte, al final se vuelve monótono y aburre.
Han pasado más cosas, he platicado con más gente y he tomado algunas fotos más, pero creo que por ahora es suficiente. Muchos bytes y hace sueño.
Al rato me toca moderar una mesa bajo el tema ¿Sirve para algo la literatura? Creo que estará divertida. Ya les contaré.
Lunes a las 6:30 de la tarde. Presentación del libro El diablo sabe mi nombre, de Jacinta Escudos, con una respetable cantidad de asistencia. De izquierda a derecha, Óscar Castillo, director de la editorial costarricense UruK; Sergio Ramírez Mercado, escritor nicaragüense; Jacinta, desde luego; Javier Payeras, escritor y académico guatemalteco, y Raúl Figueroa Sarti, quien hizo los honores como presidente de la Gremial de Editores de Guatemala.
Sergio hizo una reseña general del libro y de los cuentos de Jacinta, con énfasis en algunos detalles; Javier hizo una rápida descripción y análisis de cada uno de los relatos y Jacinta leyó un par de textos.
Al terminar el acto les conté a Sergio y a Tulita, su esposa, que mi madre había muerto, y lo lamentaron; llevaron una buena relación durante años. Ya he contado aquí algunas anécdotas, incluida la de la lavadora.
Un poco más tarde, me tocó participar en la mesa "Literatura, identidad e integración en Centroamérica", un tema rarísimo. Participamos --de izquierda a derecha-- Carolina Sarti, poeta guatemalteca; Marco Antonio Flores, novelista y poeta también guatemalteco; Ana Cristina Rossi, de Costa Rica; yo; Maya Cú, de Guatemala, y Otoniel Martínez como moderador. (Lo conocí en México hace muchíiiisimos años, y pasamos algunas cosas juntos.)
El énfasis se puso en la imposibilidad de integración de países que de por sí están desintegrados; en la falta de una identidad única, o por lo menos en una buena noción de unidad en la diversidad, y en cómo la globalización, el racismo y otras hierbas afectan para que no se logre mucho en la materia.
Me pareció que buena parte de los argumentos fueron en el sentido de que era obligación de los escritores hacer que, mediante su obra y sus acciones, se solucionaran ésos y otros problemas; que había que denunciar, trabajar activamente, tratar ciertos temas, tomar ciertas actitudes. Llegó un momento en que estaba bastante sacado de onda, porque además hubo mucha agresividad en el plan de "así tiene que ser, y el que no lo acepte es un posmoderno globalizado y excluyente". Me tocó decir las últimas palabras y dije que sólo soy escritor y, después de oír muchas cosas que acababa de oír, me daba un poco de vergüenza sólo poder contribuir a hacer un mundo mejor tratando de que alguna gente se divierta un rato con mis libros. (En serio que en algún momento pareció que el asunto acabaría a arañazos o algo.) Antes dije que, quizá, esa desintegración aparente de la identidad sea precisamente nuestra identidad; creo que el Eliot de Notas para la definición de la cultura estaría de acuerdo.
Después, cena en casa de la escritora Carol Zardetto, autora del libro Con pasión absoluta, editado por F&G Editores y ganadora del premio Mario Monteforte Toledo. De izquierda a derecha, Lilian Fernández Hall, Jorge Galán y Vanessa Núñez.
Carolina Sarti, Raúl Figueroa Sarti (sí, son primos, aunque acaban de descubrirlo; F&G ya le publicó a Carolina un buen libro de poesía, No somos poetas) y Carol Zardetto. Hubo cosas ricas para la cena: empanadas de carne, humus con pan árabe, ensalada y un pastel de queso bien notable. ¡Ah! Y una pasta muy rica.
Con Denise Phé-Funchal, desde luego, también autora de F&G con su novela Las flores.
Y con Lilian, quien ha escrito buenas reseñas acerca de libros de algunos autores centroamericanos, incluidos Denise, Claudia Hernández y yo.
Martes, a las 10:40. Ésta no me la iba a perder por nada: en el programa se anunciaba una mesa titulada Narrativa contemporánea II, en la que Emiliano Coello Gutiérrez (con el micrófono) iba a exponer el tema "El pícaro como protagonista en las novelas neopoliciales de Rafael Menjívar Ochoa y Horacio Castellanos Moya". Lo había visto en el programa desde hacía más de un mes, y sólo había de dos: o era una cosa bastante interesante o era pan con lo mismo. No veía a Lázaro de Tormes en Cualquier forma de morir, digamos, o en De vez en cuando la muerte.
Y no sólo fue interesante, sino también bastante divertido. La definición de "pícaro" que usó fue un poco la del marginal lumpen que lucha por su propia sobrevivencia y posee un discurso entre cínico y... uh... kínico, creo que se escribe. Ni más ni menos que como... esteee... Lazarillo de Tormes, y la definición quedaba muy bien hasta para Cualquier forma de morir y algunas más.
Después platicamos un buen rato con Emiliano --nos hicimos cuates de inmediato-- y resulta que se ha leído las cuatro novelas policiales que llevo publicadas, y las maneja muy bien. Quedé de enviarle la quinta, aún inédita, para que tenga el paisaje completo.
El tico Uriel Quesada (a la derecha en la foto), aunque tocó otro tema en la mesa ("San José o la ciudad sexualizada", bien interesante), también ha estado trabajando en mis novelas policiales (o "neopoliciales"; se me olvidó preguntar por qué), y la salvadoreña Beatriz Cortez (segunda de izquierda a derecha) conoce casi todo lo que he publicado, alguno de ello desde que estaba inédito, y lo ha trabajado desde hace como diez años. Entre el público estaba Werner Mackenbach, alemán, un tipo sensacional que dirige un programa de posgrado en literatura centroamericana en la Universidad Nacional, de Heredia, en Costa Rica, y ha utilizado trabajos míos, como Trece, conoce otros y armó una antología llamada Papayas und Bananen, publicada en español como Cicatrices, en la que incluyó, entre bastantes otros, a Jacinta, a Horacio, a Claudia Hernández y a mí.
Digo esto no para presumir, sino porque Beatriz, hace muchos años, estableció la categoría de "estética del cinismo" para hablar de la obra de los recién citados, y en esta ocasión presentó una ponencia en la que mostraba una alternativa a esa... uh... corriente, "El fin del cinismo o la muerte", acerca de una obra de Franz Galich. Y, bueno, a la hora de las discusiones se pusieron a hablar de la definición de esa estética del cinismo, de qué es o no la novela negra o la "novela neopolicial" (mañana pregunto sobre esto último) y de qué bueno que por fin se viera la muerte de una corriente como la susodicha "estética del cinismo". Y como estaban decretando allí mismo, de manera sumaria, mi muerte y así no juego, pedí la palabra.
Dije que hablaba como afectado directo, que en eso de la estética del cinismo a mí no me habían preguntado nada, sino que me habían puesto y ya; que me parecía que yo escribía novela negra en una cierta medida: cumplía con ciertas convenciones temáticas y estéticas, como quien hace sonetos, y sobre eso trabajaba; que había violencia --a veces mucha, a veces no tanta-- en lo que escribía porque, bueno, la novela negra es una novela dedicada al crimen, y el crimen suele ser violento, pero que mi onda policial era la mitad de lo que escribía, y en la otra mitad ese tipo de violencia no ocurría; que no me parecía que hubiese cinismo, en la medida en que en todas mis cosas hay aún algo de esperanza, hay cosas buenas a futuro (Lilian Fernández estaba a mi lado y anotó: lo que las salva es el humor, y es un humor muy negro), y que esa "estética del cinismo" no era una corriente predominante en Centroamérica, y que quizá por clavarse en ésas estaban perdiéndose un montón de literatura centroamericana que trataba de otras cosas y estaba escrita de otro modo.
Werner Mackenbach había dicho poco antes, con ironía, que quizá detrás de alguna de esa "estética del cinismo" se escondiera un "cinismo de la estética", y me encantó la frase: el cinismo como estética, o la creación voluntaria de cosas "cínicas" desde una posición premeditada que no es cínica en sí misma. Como todas las ironías, me parece que tiene algo o bastante de razón; ese "cinismo" es parte de las convenciones de la novela negra, vamos.
Y se armó la discusión bien en serio, divertida y todo. Hubo quien estuvo de acuerdo en algunas cosas conmigo, otros no, y me dio gusto ("¡Vanidad, mi pecado favorito!") que había gente que había leído mis trabajos, los que más y los que menos. Y, en efecto, Beatriz aclaró que lo de "estética del cinismo" no era algo generalizado, sino una categoría posible para ciertos autores, que había otras vertientes y, en fin, que no estaba decretando la muerte de nadie, sino dando otro punto de vista. (Gracias, Beatriz.) Werner me explicó que lo que había era una serie de enfoques diferentes que se aplicaban a los trabajos, a veces diferentes enfoques para las mismas obras, a fin de verlas de manera más amplia, y que había una búsqueda constante de enfoques para comprender mejor la literatura centroamericana. Y al final nos las pasamos muy bien.
Me fui a platicar con Emiliano, que trabaja con la Universidad de Costa Rica pero se va una temporada a Poitiers, y le di las gracias por el trabajo. En eso apareció un mexicano que trabaja en la Universidad de Oklahoma, José Juan Colín, a quien no conocía, y me dijo que había escrito un artículo acerca de Cualquier forma de morir que se publicaría en una revista, y que quería mandármelo. Y pues cómo no. Y resultó que es chilango como sólo los chilangos pueden serlo, y nos pusimos a hablar del Distrito Federal y a recordar lugares, lenguajes y hasta anuncios comerciales y poemas que se recitan en la primaria ("Mamá, soy Paquito, no haré travesuras", etcétera). Nos fuimos los tres a comer. Emiliano salía temprano al aeropuerto, y no podía quedarse a la presentación, pero compró Trece y con gusto se lo firmé. Juan estuvo en la presentación. También Beatriz y Werner, y a la hora de los agradecimientos los mencioné, y cómo no: Beatriz usó Trece, aún inédito, para su tesis doctoral y para varios ensayos, artículos y ponencias, y Werner lo incluyó --impreso en impresora y fotocopiado, con mi permiso desde luego-- como parte de su programa.
Y a las 6:30 de la tarde tocó la presentación del libro. Me dio gusto saber que La prensa gráfica y El diario de hoy publicaron sendas notas al respecto. En EDH incluso hablan de la presentación del libro de Jacinta, que a LPG se le pasó por alto. Buena onda los dos, en todo caso.
Cada uno debía hablar de su libro. Vanessa lo hizo muy bien. Contó de la génesis de Los locos mueren de viejos, de su temática, de algunos aspectos técnicos, etcétera. Jorge Galán fue un poco más parco --siempre lo es-- y leyó un buen trozo de El sueño de Mariana. Por mi parte, aunque en general soy mi tema favorito ("¡Vanidad, etcétera!"), hablé poco de Trece y más bien dije de lo que hemos compartido literariamente con Vanessa y Jorge, que no ha sido poco, y del placer y el privilegio de compartir ese momento, ese espacio y esa presentación.
Y vino el firmadero de libros. Es de las cosas más incómodas dentro de mi escala de valores, pero hay que hacerlo, en especial si alguien compra el libro de uno y hasta se pone contento de haberlo comprado.
¡Ah! En la entrada del stand de la editorial Piedra Santa han puesto, en grandote, un recorte del ángel que aparece en la portada del libro de cuentos De fronteras, de Claudia Hernández y, para que no quepan dudas, el letrerito de la izquierda reza: "Claudia Hernández. De fronteras." Mi ejemplar se lo regalé a Thierry Davo, así que compré otro, y también la antología Tiempo de narrar, de Francisco Méndez, que Krisma y yo le regalamos a Karen Schairer hace unos meses, donde viene un texto mío, uno de Claudia, uno de Jacinta, etcétera.
Después, Jorge Denise y yo nos fuimos a ver la nueva de Batman. Me gustó la idea del Joker de Heath Ledger, pero me saturó tanta acción, tantos bombazos, la confusión entre lo que estaba haciendo el Joker y Dos Caras y qué sé yo. Llegó un momento en que me harté y me dormí en un par de ocasiones. Falta de modulación, pues. Como en poesía: si cada verso --cada escena-- es sorprendente y fuerte, al final se vuelve monótono y aburre.
Han pasado más cosas, he platicado con más gente y he tomado algunas fotos más, pero creo que por ahora es suficiente. Muchos bytes y hace sueño.
Al rato me toca moderar una mesa bajo el tema ¿Sirve para algo la literatura? Creo que estará divertida. Ya les contaré.
7 comentarios:
Francisco Mendez sera Francisco Alejandro Mendez, autor de Sobrevivir para contarlo? Si asi fuese y se lo encuentra por alli, mandele un gran saludo de mi parte; perdi el contacto con el cuando mi anterior Mac murio sin dejarme direcciones de correos como herencia. Me acuerdo que Francisco acababa de enviarme una foto de su pequeña, todavia un bebe. Ahora ya estara crecidita.
"dijo que "a veces" fallaba si uno oprimía la tecla enter demasiado rápido. Y pues menos; eso es la respuesta de alguien que no sabe o que no quiere arreglar el problema en ese momento y se inventa cualquier excusa"
jajaja. Definitivamente ese "tecnico" no sabia, porque si hubiera sabido peor no queria arreglarlo en ese momento, se inventa una excusa mejor...
Felicitaciones por las presentaciones.
Siempre me da grima ver mesas de honor pequeñas y gente que no cabe y tiene que sentarse en los laterales. ¿Por qué no poner una mas grande? Perdone, la observacion, pero es que me da grima, la verdad
HapiBlogging to you my friend! Have a nice day!
espero impaciente los resultados de la mesa ¿sirve para algo la literatura? jeje, ese debate si que me puede llegar, nos tocó vivir algo de eso con la aniuxa y herberth en una lectura en donde se nos preguntó eso....fue divertido.
Érika: Sí, es ese Alejandro. Ya le di el saludo y le manda un libro, además de muchos saludos, abrazos, etcétera.
SoySal: No tengo ni idea de por qué ponen las mesas tan pequeñas. Me imagino que tendrán una noción romántica del escritor muerto de hambre, tuberculoso, etcétera. O salen más baratas que las de seis personas.
Saludos, lamentablemente por un sin fin de cosas no podré estar, sin embargo te felicito por amanecer temprano hoy para el programa de Radio. Salú.
Informado, formado y entretenido. Así queda uno después de leer post como este. Gracias.
Publicar un comentario