18 de septiembre de 2006

¿Entrevista a, con o de? (Fidel Castro revisitado)

Acabo de releer el libro Un encuentro con Fidel. Entrevista realizada por Gianni Miná, publicado por la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado Cubano en 1987, que encontré entre los libros de mi padre que no fueron donados a la Universidad de Costa Rica. (Sí, estoy en Costa Rica en el momento de escribir esta nota.) Interesante en muchos sentidos, desde el más frívolo hasta algunos más elaborados.
El más frívolo es que el editor del libro sea el Consejo de Estado cubano, del cual es presidente el propio Fidel; se parece muchísimo a una autopublicación, aun tomando en cuenta que el autor es otro, y él es “sólo” el entrevistado.
Las preguntas de Miná son interesantes en la medida en que las respuestas de Fidel siempre serán interesantes, conteste lo que conteste. En lo personal dudaría en hacer algunas; también desde la simpatía con la revolución cubana se podría generar cuestionamientos más de fondo, para obtener respuestas más agudas.
Otra reflexión, un tanto menos frívola, tiene que ver con el significado de la palabra “entrevista”, que –si entiendo bien la etimología– significa “entrever” a alguien, y la pregunta es a quién, y cómo. ¿Entrevisto a alguien o me entrevisto con alguien? La primera opción significaría que me reúno con alguien, lo entreveo y, por medio de ciertas preguntas, doy pistas que muestran algo de lo que piensa o dice o cree o hace. La segunda, que yo hablo con alguien y logro que se entrevea un poco de ambos en el resultado. En el primer caso, el entrevistador es una figura incidental; en el segundo, una parte importante de la ecuación (un espejo, tal vez). Hay un principio que me parece más o menos universal: el entrevistador no se luce figurando como protagonista de la entrevista, sino haciendo que el entrevistado se luzca todo lo que quiera, y logrando que suelte todo lo que sea capaz de soltar, que sólo él y nadie más pueda soltar, de manera natural, como en una plática entre dos personas que tienen un buen tema entre manos. (Igual hay otros tipos de entrevista que excluyen esa “naturalidad”.)
Sin embargo, cuando el personaje en cuestión es Fidel Castro, hay un evidente problema: es capaz de sortear al entrevistador más sutil y de transmitir exactamente lo que se le pegue la gana. El entrevistador podrá hacerle las preguntas más agresivas que se le ocurran, armar las trampas que le parezcan más peligrosas y tratar de lucirse lo que quiera, que Fidel de todas maneras saldrá ileso; lo demostró desde las pláticas con Barbara Walters, a mediados o finales de los setenta, y lo ha reiterado en toneladas de ocasiones, como en la entrevista de Mauricio Funes por allí de 2000, en la cual el mejor entrevistador salvadoreño quedó absolutamente opacado ante la fuerza de alguien que por algo lleva 48 años en su lugar. En un caso así, “entrever” al periodista es difícil; a lo mucho uno pensará en el nombre del que habló con él cuando Fidel dijo algo que de todas maneras hubiera dicho.
Entonces ¿es una entrevista de?, ¿es la entrevista que hizo un periodista de Fidel o la que hizo él de sí mismo? Y viene al caso el subtítulo del libro: “Entrevista realizada por Gianni Miná”. ¿Gianni Miná la realizó? Es decir: ¿él hizo que se entreviera a Fidel de cierto modo? ¿O transcribió algo que ya estaba allí, y de lo cual él fue el instrumento de transmisión?
Todas esas diferencias no tienen que ver sólo con la entrevista de Miná a Fidel, sino con cualquier entrevista: ¿quién la hace?, ¿a quién(es) se entrevé?, ¿quién es el verdadero autor?
En el libro La nieta de los mayas Rigoberta Menchú aparece como autora, y Miná como uno de los colaboradores. Unos años antes, Menchú exigió de Elizabeth Burgos que le diera los derechos de Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia (que sin duda contribuyó a que recibiera el Nobel de la Paz), porque Burgos “sólo” había transcrito la historia. (En realidad hizo una entrevista muy larga, después transcribió el material, lo ordenó, le dio forma y lo publicó. Que al final resultara con datos... uh... no muy correctos ya no es problema de la antropóloga venezolana, sino de Menchú, según descubrió el norteamericano David Stoll.) En ambos casos, en el relato, los autores (Miná y Burgos) no aparecen en el texto como parte de la “entrevista”, y allí está el encanto: todo el lucimiento es para la entrevistada. Pero ¿de quién es la entrevista? ¿Por quién?¿Entrevista de Gianni Miná o de Fidel Castro? ¿Por Elizabeth Burgos o por Rigoberta Menchú? La tradición dice que el que hace las preguntas, arma la entrevista y publica es el autor, y hay varias decenas de miles de antropólogos, sociólogos, periodistas y sexólogos (incluidos Masters y Johnson, Kinsey y Hite) para atestiguarlo. Hay un caso claro: el extraordinario reportaje Relato de un náufrago, de García Márquez, escrito totalmente en primera persona tras muchas horas de entrevistas con un marino que pasó diez días a la deriva en una balsa, etc. Es obvio que el autor es García Márquez, aunque los hechos y muchas de las palabras sean del náufrago.
Tanto Menchú como el náufrago exigieron no sólo coautoría, sino también la autoría exclusiva de los libros, con Miná, Burgos y García Márquez como “colaboradores”. Don Miguel Mármol se pasó años exigiendo lo mismo con el libro de Roque Dalton que habla de sus experiencias en 1932. Menchú logró que “su” segundo libro apareciera con ella como autora, y qué bueno si ésa fue la voluntad de los “colaboradores”. Don Miguel, según me cuentan, al no lograr nada ni intentarlo demasiado (¿qué autoridad de esa época le iba a hacer caso a un viejo comunista, como no fuera para matarlo?), trató de escribir él mismo su propia versión y... bueno... era un tipo bastante simpático y lúcido, un dirigente querido, respetado y admirado (tuve la oportunidad de conocerlo en 1974 y estar con él un par de veces; sensacional), pero de allí a ser escritor...
Lo que me parece es que, en efecto, Fidel brilla en la entrevista con luz propia, y que dice lo que dice porque quiere decirlo, y se nota en el modo en que logra evadir respuestas que Miná quiere escuchar y a él no le interesa dar.
Hay una parte que me conmovió: la relativa al Che Guevara. Durante treinta años se ha especulado acerca de lo que pasó, por qué el Che se fue de Cuba, cuáles fueron las condiciones en que se fue, etcétera. Y la especulación obvia: ¿ordenó Fidel que lo mataran? He leído varias veces el libro La vida en rojo, de Jorge G. Castañeda, una biografía bien interesante –un tanto pagada de sí misma– del Che, escrita después de la entrevista de Miná con Castro, y hay bastante especulación al respecto. La conclusión de Castañeda es que Fidel no envió al Che al lugar que este quería, sino a donde lo mandó, porque era muy inseguro y quería protegerlo, y el modo de protegerlo fue enviarlo a donde no pudiera lastimarse a sí mismo, y que tampoco lo lastimara el ejército boliviano. Al mismo tiempo, la idea era deshacerse de él, porque ya hacía ruido en Cuba y podía convertirse en una figura incómoda. La versión suena satisfactoria, coherente y hasta probable, y me gusta más que la especie de que Fidel mandó a matar a Camilo Cienfuegos y al Che. No tengo pruebas, porque nadie las tiene, pero no me da el personaje.
La versión de Fidel, que fue la primera vez que se dio a conocer (en la entrevista de / con / por Miná), y que Castañeda recogió como una de tantas y siempre con desconfianza, es tan simple que dan ganas de creerla: desde que estaban en México, antes del desembarco del Granma, y durante la campaña de la Sierra Maestra, el Che pidió de Fidel que, una vez triunfaran, le permitiera irse de Cuba para pelear en Argentina, y que le diera recursos y gente para hacerlo. Cuando el Che se fue a África y dejó su carta, que se publicó, el regreso a Cuba era ya imposible y hasta vergonzoso, así que lo mandaron para allá con la gente que él mismo escogió. Y, según Fidel, no sólo escogió a la gente, sino también el lugar. Dice:
Él estaba impaciente. Como yo conozco también que la fase inicial de un proceso como el que él quería hacer era difícil, por nuestra propia experiencia, pensaba en la idea de que se podían crear las mejores condiciones para lo que él pensaba hacer, y le planteamos que no se impacientara, que hacía falta tiempo. Porque él quería llegar y desde el primer día hacerlo todo, y nosotros queríamos que otros cuadros menos conocidos realizaran todos esos pasos iniciales.
[...]
Durante todo aquel periodo, para nosotros la situación fue muy embarazosa, porque ya él se había despedido, había hecho la carta al partir, y se marchó, como es lógico, discretamente; del país salió –se puede decir– clandestinamente. Nosotros guardamos la carta. Eso dio lugar a que se corrieran rumores en aquella época, incluso se levantaran verdaderas calumnias: hubo quienes hablaron de Che desaparecido, Che muerto, discrepancias y todas aquellas historias. Nosotros soportamos calladamente aquel chaparrón de rumores e intrigas simplemente para no arriesgar la misión que él quería cumplir y el personal con que él debía partir a su destino final en Suramérica. [...]
En un momento determinado resultó inevitable publicar la carta, pues ya era muy perjudicial toda aquella campaña sin una respuesta y una explicación a la opinión internacional [...] Pero al final yo lo persuado de que regrese, que es lo más conveniente para todos los fines prácticos de lo que él quería hacer, y regresa clandestinamente a Cuba. [...]
Él solicitó la colaboración de un grupo de compañeros, de viejos guerrilleros, algunos nuevos [...] Él escogió al grupo [...] Él había escogido el territorio y había elaborado su plan de lucha.
Para Fidel, el Partido Comunista de Bolivia no saboteó, como institución, la misión del Che, pero sí su secretario general, Mario Monje (más cercano a la URSS que a Cuba; eso lo hace notar Castañeda), y que a él le corresponde una parte de la “responsabilidad histórica” de lo que le ocurrió al Che. En esta responsabilidad no estaría la compra de terrenos en la zona de Ñancahuazu (o Ñancahuazú), porque el propio Che así lo quiso.Acerca de la tesis de Régis Debray de que Cuba pudo mandar a un grupo de rescate a Bolivia para sacar de allí al Che, Fidel dice:

...eso pertenece al terreno de la fantasía; sí, de la fantasía únicamente, porque no existían las más mínimas condiciones, ni existían las armas, ni los hombres preparados, ni entrenados, para organizar una columna que fuera en ayuda de Che. Eso es en teoría, únicamente se puede hablar de eso en teoría; es una fantasía. [...] ¿Qué se podía hacer? ¿Enviar un batallón, una compañía, un
ejército regular? Es que las leyes de la lucha guerrillera son otras; ahí depende de lo que haga la guerrilla.

Hace unos años, el escritor mexicano Alberto Híjar, en una recepción diplomática, se acercó al general Gary Prado, en ese momento agregado militar de Bolivia en México, y le tiró a la cara una copa de vino en la cara y le dijo que brindaba por el Che ante su asesino. Un gesto fuerte, festejado por la izquierda de todas partes. Prado dijo que él no asesinó al Che, sino que transmitió la decisión que se había tomado de matar al Che en una reunión con el presidente René Barrientos, y que ése era su deber de soldado. En lo personal me pareció de bastante mal gusto matar al Che, pero también echarle el vino en la cara, para quedar como el bueno de la película, a alguien que se desplaza en una silla de ruedas. Lo curioso es que la actitud de Fidel es harto diferente a la de Híjar, con todo y que fue amigo y compañero del Che:

Hay un general, el general Gary Prado, yo me he leído su libro; claro, refleja la cosa oficial, pero no oculta la admiración por el adversario [...] Hizo un libro bastante objetivo, bastante respetuoso, aunque, desde luego, exaltando mucho al ejército boliviano. No le niego, como militar boliviano, ese sentimiento hacia su institución.

Con lo cual Híjar no sólo queda como alguien mal informado, sino también mal educado y, vaya, mucho más defensor del Che que el propio Fidel. Y añade Fidel:
No voy a pensar que por el hecho de que determinados factores influyeron en que aniquilaran la guerrilla y muriera el Che, no por eso voy a pensar que su línea no fuera justa, porque no puedo medir la justeza de una línea determinada por el éxito y el fracaso; sería, a mi juicio, un criterio erróneo.No es el único caso. Nosotros hemos visto otro caso: el caso de Caamaño, un hombre valiosísimo también, que no pudo soportar la impaciencia por regresar a su país [...]
Yo conozco, pues, dos casos de dos grandes cuadros a quienes la impaciencia los llevó a la muerte [...] Y Caamaño con menos posibilidades que Che. Caamaño era un buen militar, se había preparado bien, pero las condiciones eran también difíciles, el grupo era muy pequeño, y nosotros hubiésemos preferido que esos valores se preservaran para el momento más oportuno.
Hay algo que es imposible no notar. En la entrevista, Fidel Castro se muestra bastante optimista con respecto al futuro de Cuba y el socialismo. Habla muy bien de Mijaíl Gorbachov y de la necesidad de cambiar el modo de ver y manejar el socialismo en la Unión Soviética. Por los días de la entrevista ya empezaban los problemas entre Cuba y la URSS, y en los dos años siguientes no sólo se profundizarían, sino que también caería la URSS, los sandinistas nicaragüenses se desplomarían víctimas de su propio peso y Cuba se quedaría sin su principal sustento económico, que la llevaría a una crisis terrible, con lo cual quedarían truncos todos los planes en marcha y a futuro de los que habla Fidel. Quizá haya que pensar en una Cuba y un Fidel Castro de antes de 1990 y después de 1990, y en un carácter y un rumbo diferentes para la revolución.
Pero ése –como diría Michael Ende en La historia interminable– es un tema del que deberá hablarse en otra ocasión. (Si acaso.)

2 comentarios:

Aldebarán dijo...

Ayer vi el libro de Ramonet de "Fidel Castro, Biografía dos voces". Sería interesante compararlo con el libro que mencionas. Leía en otro lado que ya están preparando la segunda edición, revisada por el propio Fidel.
Comparto tu opinión: siempre ha de ser interesante lo que escriba Fidel de sí mismo, independientemente de la opinión que tengamos de él.

Anónimo dijo...

En una conferencia de los ejercitos de america latina, realizada en Buenos Aires en 1985, la delegacion Boliviana, (quizas por jactancia) aseguro que la informacion que recibio el ejercito Boliviano, no fue atravez de la CIA sino que del propio Mario Monge, secretario general del Partido Comunista de Bolivia.

de acuerdo a esos informes Mario Monge no estaba de acuerdo con el plan del Che y se lo habia echo saber a Fidel.

Muy interesante tu analisis.