19 de septiembre de 2006

Mi fantasía apocalíptica

Nikita Kruschov y John Kennedy llegaron a un acuerdo después de la crisis de octubre de 1962, que casi terminó en guerra nuclear en el Caribe: el retiro de los misiles soviéticos en Cuba a cambio de los misiles –ya un tanto obsoletos– en Turquía y, al parecer, la promesa formal de que el gobierno de Estados Unidos no invadiría ni promovería una invasión contra la isla. Y, según se dice –y se ha visto–, la promesa estadounidense se ha cumplido.
Un año después del acuerdo, Kennedy estaba muerto, asesinado de un modo que todavía no se ha establecido más allá de cualquier duda. (Ese cuarto disparo que las dos comisiones ad–hoc han dicho que no se realizó, a pesar de que se oye y se ve en la cinta de Zapruder, no es para dar buena espina. El disparo inexistente, su resultado, se explicó como una bala loca que atravesó la cabeza de Kennedy desde el occipital, salió por un ojo, viró hacia abajo en un ángulo imposible y atravesó la mano y la pierna del gobernador de Texas, que viajaba a su lado. Lo interesante de la bala es que, según se ve en el video, a pesar de que entra desde atrás, arroja a Kennedy precisamente hacia atrás, contra su propio asiento. Cosas más raras se han visto en las calles de San Salvador, y ya podrán decir lo que quieran Occam y su navajita.) Kruschov tampoco duró mucho: fue “relevado” como primer ministro y secretario general del PCUS, y en su lugar se colocó a Leonid Brezhnev, uno de los últimos grandes héroes de la Guerra Patria (lo que por acá conocemos como Segunda Guerra Mundial).
Por qué asesinaron a Kennedy, si hubo conspiración, se sabrá algún día; se puede pensar, con tanta validez como de cualquier otra cosa, que algo habrá tenido que ver lo de la crisis de los misiles. Por qué botaron a Kruschov es un tanto más nebuloso; igual fue por el plan económico, por su impulsividad, porque se le pasó la mano con alguien del Politburó o con la hermana menor de alguien del Politburó. El hecho es que, de los involucrados directos en la crisis, sólo Fidel sobrevivió, como político y como simple mortal.
En la entrevista de que se habla en el post anterior, de Fidel Castro con Gianni Miná, hay una rápida alusión a la crisis de los misiles: Kruschov era un gran amigo de Cuba y de Fidel, y sólo hubo un motivo de irritación que afectó las relaciones con la URSS durante años: la decisión de Kruschov de negociar con Estados Unidos el retiro de los misiles, y de retirarlos, sin siquiera informar a Fidel.
Pero viene la pregunta: ¿por qué Washington ha respetado el acuerdo de no emprender acciones militares contra Cuba, si existió?
De Johnson y Nixon se entiende: tenían una guerra en Indochina, con demasiados frentes abiertos al mismo tiempo, para abrir uno más. Con Ford también: le tocó perder la guerra, traer de regreso a los soldados y ver cómo diablos volver a la normalidad. Con Carter era previsible: en la onda de los derechos humanos, y aunque manejaba éstos con un doble discurso, no iba a manchar su sentido ético y moral –del que habla Castro en la entrevista– con algo tan burdo y evidente. Además, cuando se puso a usar la fuerza militar para rescatar a los rehenes en Teherán, las cosas le salieron tan mal que perdió las elecciones y alargó aún más la crisis, y estuvo el asunto de lograr el premio Nobel de la Paz para Menahem Begin (quien después lo usaría para invadir Líbano) y Anuar Sadat (quien no lo usaría durante mucho tiempo; fue asesinado por un comando durante un desfile militar).
Con Reagan las cosas se pusieron serias. Armó la “contra” nicaragüense, invadió Granada (donde por cierto los soldados estadounidenses se agarraron a balazos con ingenieros cubanos y mataron a varios), atacó a Libia –un enemigo peligrosísimo, mucho más que Cuba– de un modo que hacía pensar en una invasión, bombardeó Líbano con cosas que dejaban agujeros del tamaño de una cancha de fútbol, llevó la tensión nuclear hasta el punto en que uno casi gritaba de miedo cada vez que alguien cerraba la puerta con fuerza... El gobierno de Reagan parecía capaz de todo, por ejemplo de invadir Cuba, y siempre mantuvo la amenaza en el aire. Pero, además de permitir a grupos como Alfa 66, Omega 7 (8 o 9, no recuerdo el número), que de todas maneras duraron poco; echar hacia atrás el acercamiento que había promovido Carter, darle espacio a Mas Canosa y armar Radio Martí, no pasó demasiado en ese sentido. Luego vino, con Bush, la invasión a Panamá, que pareció un preludio a una posible “solución militar” –o algún otro eufemismo– al conflicto en Nicaragua, al de El Salvador o al de Cuba. Un mes después los sandinistas perdían las elecciones, los salvadoreños empezaban por fin un proceso de negociación y Cuba... Bueno, si algún problema serio tuvo Cuba fue la Unión Soviética, que se desintegró. Con Clinton hubo una especie de respiro –relativo, pero respiro–, y con Bush hijo el asunto es desquiciante y desquiciado. Si alguien es capaz de amanecer un día y ordenar, para el desayuno, que se invada Cuba porque allí están Al Qaeda, Bin Laden, el hermano perdido de Saddam Hussein y el astrólogo de Manuel Noriega, es sin duda George W. Y no lo ha hecho, y no parece que fuera por cumplir un pacto de caballeros de gente que no duró mucho tiempo en el poder o en la vida, y que incluso por eso pudieron dejarlos. Bush es lo menos parecido a un caballero que me ha tocado ver.
Y no sólo él. Lo de invadir Panamá para darse el gusto de sacar a Noriega, un tipo con el que había más de un pacto de... uh... caballeros, y que no hacía nada que Washington no le hubiera permitido hacer, suena un tanto excesivo. Mentir minuciosamente acerca de las armas de destrucción masiva para invadir Irak es, al menos, poco caballeroso. Decir que el aeropuerto de Granada era militar (sí, claro, con inversión civil francesa), que los ingenieros y obreros cubanos que lo construían eran peligrosos comandos, y que los cerca de 200 policías (y ningún soldado) con que contaba la isla eran capaces de armar un buen relajo en el Caribe también era harto impreciso.
¿Y Cuba?
Mi explicación ha sido siempre que entre Washington (esté quien esté) y La Habana (donde está Fidel Castro, punto) existe una relación simbiótica y bien conveniente. En los sesenta, setenta, ochenta, los noventa, y hasta la fecha, todos los desórdenes sociales en cualquier parte de América Latina son culpa de Cuba. Punto. Y no es cierto, pero es un buen chivo expiatorio para hacer lo que se ha hecho desde por allí de 1960 para detener el descontento, alguna guerra civil incluida. Para Cuba también es conveniente: todos los problemas de falta de abastecimiento, algunos de salud (como la epidemia de no sé qué cosa que provocaba ceguera, y que era avitaminosis, y el fracaso de las zafras y otros barbechos), la falta de recursos, el inmenso aparato de defensa y de partido y de control, todo, es culpa del bloqueo (en realidad no lo hay: Cuba tiene buen comercio con el resto del mundo; lo que no tiene es dinero), de la CIA, de los contrarrevolucionarios, de la amenaza constante, no de la incapacidad de generar riqueza. (No porque sean socialistas, porque hubo países socialistas ricos, sino porque, como se ha planteado la cosa en Cuba, no se genera riqueza para el bienestar común a un ritmo no sólo constante, sino también perceptible.) Y todos contentos con el arreglo.
Pero me parece que un simple pacto, o la simbiosis, siguen sin parecer motivos suficientes para que no se haya invadido Cuba o se haya intentado un nuevo Bahía de Cochinos, con todas las de ley, marines, aviones con nintendos que manejan misiles y así. (Ya sé que el pueblo cubano resistiría como un solo hombre o una sola mujer, o ambos. Eso es claro. Que todos están bien organizados, que las armas las tiene el pueblo. Eso se sabe. Pero entonces no tiene chiste lo que voy a decir.) Y no es suficiente lo que dijo, en la transición entre Bush y Clinton, un funcionario de carrera del Departamento de Estado, o sea que todo ha fallado y sólo queda esperar a que Fidel muera, porque Fidel no parece tener muchas ganas de morirse.
En mi fantasía apocalíptica (resalto las palabras “mi” y “fantasía”), de los no sé cuántos misiles que había en Cuba en 1962, que Kruschov retiró y sobre los que el gobierno cubano nunca tuvo control, hubo uno, sólo uno, que mediante algún mecanismo que no conocemos quedó en manos de Fidel Castro. No del gobierno de Cuba, sino de Fidel. No es que lo traiga de un lado a otro, porque tan pequeño no es el misil nuclear más pequeño. Lo que trae en la mano es el mecanismo para activarlo y hacerlo volar hacia una ciudad de Estados Unidos. Miami, quizá. O un pequeño pueblo de Louisiana, entre los pantanos. No importa. Un lugar de territorio estadounidense, el más pequeño y apartado, o el más grande y populoso, o un pozo petrolero de Texas. El mecanismo sólo reconoce, digamos, una huella digital de Fidel. Éste pone el dedo “allí” y no hay marcha atrás: todos los misiles de Estados Unidos que cayeran sobre Cuba no tendrían para Washington una fracción del valor de cualquier gasolinera de Nuevo México destruida por un misil soviético enviado desde Cuba. Si Fidel muere, el misil muere también. (Supongamos que la huella digital no es lo más importante, sino la huella digital de Fidel vivo, es decir la energía de Fidel.)
El acuerdo, por algún motivo (por ejemplo, un comando cubano tomó una base de misiles y amenazó con detonarlos si no se entregaba ese único misil), fue más bien un trato pragmático para que Estados Unidos no sufriera un ataque nuclear, para que no hubiera una necesaria represalia atómica contra la Unión Soviética y para que Cuba tuviera su garantía de que no sería invadida, al menos mientras Fidel viviera.
Eso era más que suficiente para matar a Kennedy: debió atacar a Cuba antes de que los misiles fueran funcionales, ese misil en particular. Era más que suficiente para degradar a Kruschov, en un mundo en el que el fusilamiento podía ser lo más digno: dejó en manos de un loco de sangre tropical el poder más peligroso y destructivo que se conociera hasta ese momento.
Es por eso que Fidel no puede morir. Es por eso que no debe morir. En el momento de su muerte, ese único misil morirá también. Y entonces la venganza será tan terrible como un odio impotente incubado durante casi medio siglo.

10 comentarios:

El-Visitador dijo...

Misiles ... balísticos ... soviéticos ... usaban ... combustible ... líquido ... los corroe en una década.

Occam: no misiles en manos del déspota, ni en fantasía.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Mi... fantasía... apocalíptica...

Mía. De nadie más. No me importa el combustible. No me importa si es probable; con que sea posible es suficiente.

Bush es un déspota con misiles en las manos. Y tú eres un anónimo con un teclado en las tuyas.

Anónimo dijo...

¡Ah! ¡La canción del elegido!: "Iba matando canallas, con su cañón del futuro". Tu fantasía me recuerda la de Silvio.

;-)

Aldebarán dijo...

Me parece una idea interesante.

Primero explorémolo con la rienda suelta: Así como están de moda las cosas conspiracionistas, bien desarrollada, con esa idea podrías tener tu propio best-seller en camino. Si le funcionó, con menos recursos, al autor de "el Código..." Igual, las cuestiones científicas son trivialidades en ese tipo de textos.

Ahora formalmente:
Ya me he plantado la misma pregunta con respecto a Cuba y EEUU y me quedaba claro la ganancia del gobierno de la isla con respecto al embargo. Sigo sin ver tan clara la ganancia de la casa blanca en esto; pero me parece muy válido lo que planteas.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Pues la ganancia siempre ha sido alguna. En los ochenta no había problemas sociales ni económicos en Centroamérica: era Cuba la que promovía la revolución. En los sesenta no había analfabetismo ni hambre; era Cuba la que mandaba gente. Ahora Chávez es malo porque va a Cuba y es amigo de Fidel. Igual Schafick era violento porque era amigo de Fidel, y el FMLN recibe línea de Cuba. Bien falso y bien conveniente.

Denise Phé-Funchal dijo...

Ahhh compartimos la fantasía querido, no sabía lo del único misil, pero me has dado en qué pensar, qué soñar.

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con Alderaban, podria tener futuro como novela, bueno el post capto mi atencion bastante hasta el final y me parecio bien desarrollada la idea inicial, aunque me temo que ya se revelo demasiado, les dicen 'spoilers'.

Saludos

Anónimo dijo...

¡Una fantasía sensasional!

Ahora, con respecto a la entrevista con Fidel que citastes de hace varios días, uno puede estar o no de acuerdo con su pensamiento y sus acciones, pero eso no quita que el caballo sea un gran zorro.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Yo no sé si exista ese único misil. me gusta / asusta la idea, pero no sé si exista, y de hecho no lo creo. Y no sé si haya un spoil con eso; nomás se me ocurrió cuando me di cuenta de que no hay acuerdo de caballeros que pueda funcionar si no hay caballeros... y si los caballeros originales se salieron bien pronto del poder. No dudaría, sin embargo, que lo de los misiles le costara parte de la carrera a Kruschov (lo corrieron en 1964; murió en 1971, en una época en que los primeros ministros y secretarios generales se morían en el poder). Y para matar a Kennedy sobraban pretextos por todos lados.
Y el caballo es un zorro, cómo no. Lleva 48 años ene eso. Ahora estoy leyendo un libro de Ernesto Cardenal que se publicó en 1970, lo primero que leí de alguien que había estado en la Cuba revolucionaria y hablaba como testigo presencial. Bien interesante lo que era Cuba en 1970 y lo que dejó de ser mientras se acercaba a 1990. Hay algo de lo que no me cabe duda: sin la URSS, Cuba hubiera sido y sería otra cosa. No sé si mejor o peor. No sé si hubiera sobrevivido la revolución, ni cuánto tiempo. Pero algún día habrá que hacer la historia de la revolución cubana sin perder de vista lo valioso que dio el pueblo cubano, pero también lo valioso que dio la URSS. Y lo no valioso, que debe ser mucho.
Me molesta, eso sí, el tempranísimo culto a la personalidad de Fidel. Me parece que eso ha detenido, frenado o evitado cosas. No sé cuáles, porque no se han producido. Cosas.

reyzope dijo...

Eso se llama : DESVARIAR!