15 de diciembre de 2007

Lentes nuevos, Grecia y algunas flores

Krisma necesitaba lentes nuevos y, bien, nos fuimos a comprarlos. Ya hablará ella de los suyos. Por mi parte necesitaba unos que sólo sirvieran para leer, porque esto de los multifocales está bien cuando uno anda en varias cosas al mismo tiempo; pero para dedicarse sólo a leer o sólo a escribir puede provocar tortícolis o mareo en la lucha por mantener la vista centrada en la zona dedicada a la presbicia. Había una oferta de ésas irresistibles y, listo, allí están los lentes nuevos a un ladito de la zona de guerra, o sea mi escritorio. Debajo está el cuaderno naranja --el segundo-- de la novela que estoy escribiendo; en amarillo, pasado en limpio y ya sucio de correcciones, lo que había en el cuaderno rojo --el primero--; la Vaio --que, como podrán notar sigue siendo verde--, el scanner, y a los lados de todo, incluida una copia de evaluación de la película La vida de los otros, que no pueden perderse.
Estuve a punto de no comprar los lentes por un asunto de principios: no me gustan los aros plateados. La vendedora me dijo: "Es que no son plateados, sino celestitos." Y, sí, tienen un muy ligero y agradable tono azul que me convenció.
Los lentes sólo-para-leer que tenía antes me fueron sustraídos en un viaje a Guatemala por una señora que iba al lado mío en el autobús. Ya le había visto intenciones vagas, pero seguras, de que algo quería quitarme, así que abracé mi bolsa, metí en ella todo lo suelto que tenía y me quedé dormido. Los anteojos estaban en el bolsillo de mi camisa, y los multifocales me los dejé puestos. No creí que se atreviera a tanto, pero sí, se atrevió. Cuando desperté ya habíamos llegado a la terminal y ella había desaparecido. Eran lindos los lentes.

Como todos los viernes, taller de novela con Grecia; la otra muchacha, Leticia, no ha llegado en un par de meses, así que es bastante probable que:
a) Haya desistido.
b) Esté trabajando por su cuenta y a solas y un día aparezca con un buen pedazo de novela.
Me gustó ver así a Grecia, con sus quince años y su cuaderno a punto de colapsar. Podría tener setenta años y se veria más o menos igual a como se ve cualquier escritor cuando hace lo suyo, es decir escribir.
En los ocho o nueve meses que lleva en La Casa ha escrito por allí de cuatro capítulos de la novela. Avanza muy de a poco, pero con paso firme. A mí me pareció que iba lento, y que podía desanimarse, pero hace un par de semanas, de repente, alzó la vista del cuaderno, se me quedó viendo y me dijo:
--Me puse a leer todo lo que he escrito y pensé: ¿yo he hecho todo esto? Parece imposible. Lo leo y es como si no fuera yo la que lo ha escrito.
--¿Estás satisfecha?
--¡Sí!
Y siguió escribiendo.

Y resulta que las flores empiezan a marchitarse en el jardín de La Casa, por falta de lluvia. Pero ¡qué manera de marchitarse!

Un poco más de lo mismo.

Y un clavel para cerrar.

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