Querido diario (VII)... (Critical update!)
Y, claro, era de presumirse que en algún momento saldría que el asesino serial no sólo sería asesino serial y vividor de mujeres, sino también militar veterano y antiguo héroe de guerra en la Centroamérica del futuro (nuestro futuro, su pasado). Entiéndase: héroe de guerra para "ellos", porque fue de los que contribuyó a que nuestras tierras dejaran de ser tierras y se convirtieran en algo muy parecido al azúcar glass, todo con la intención de cortar el curso de la Corriente del Golfo y convertir a Inglaterra en un glaciar. (Eso es sólo el telón de fondo, y lo de la Corriente del Golfo lo leí en un viejo libro de ciencia ficción. La referencia al libro esta en la novela.)
El asesino serial, sin dejar de serlo, se reivindica: se convierte en héroe también para la gente contra la que combatió en una guerra de exterminio contra un barrio nicaragüense, y le dan una medalla y todo. (Van a tener que esperar un par de años para ver la medalla, que de verdad es encantadora.) Gracias a eso logra huir de varios crímenes que comete después de tres años de soportar la tentación para poder regresar a su tierra de origen, etcétera.
El tipo de verdad me resulta desagradable, y pensaba que sería un personaje secundario, un pretexto para lucir a la Forense Joven, que era mi personaje más complejo. Ahora tengo que reforzar a la Forense Joven, o se la traga el psicópata de marras, y un solo capítulo que he insertado (¡falta insertar dos, y apareció uno nuevo, para un total de 12!) ya me cambió la perspectiva de toda la novela.
Por ejemplo, la Directora y la Inspectora Jefe. Estaban muy, muy bien antes de que al asesino se le ocurriera reb/velarse. Ahora es necesario hurgar también en sus memorias de guerra, cuando eran adolescentes, y ponerlas en el plan de antiheroínas en la ocasión en que el psicópata ayudó a los nicas. En serio: quien diga que corregir le quita espontaneidad a las cosas debería dedicarse al arte conceptual. Iba bien, y ahora lo que tengo son las piezas chuecas de un rompecabezas, que hay que volver a plantear y a recortar antes de volver a armarlo, o no queda nada coherente. Bueno, sí, pero no se lo traga nadie, en especial yo.
Hace rato descubrí por qué me resulta extraño el modo de narrar que estoy usando, y que no había usado nunca. ¡Estoy contando una historia! Sí, así nomás, a secas: contando una historia. Nunca lo había hecho. En general he dejado --y me gusta-- que los personajes armen sus propias historias, y yo nada más de haragán siguiéndolos y describiendo lo que veo, a veces poniendo algunos obstáculos para darles más emoción, y listo. No es que sea fácil, y de hecho es mucho más difícil, nomás que nunca había contado una historia, así, secuencialmente, en tercera persona, como Dios manda. (¿Dios manda en la literatura? Uhm...)
Me alarmé y me puse a pensar en qué bicho me habría picado. Lo tenía enfrente, y picándome desde hace semanas, cuando me di cuenta: Verne. El maestro --junto con Dumas, digo yo-- de los contadores de historias. Me explico.
He estado leyendo muy de a poquito, a veces un par de párrafos por día, a veces un par de capítulos, De la Tierra a la Luna, y es sorprendente cómo Verne logra emocionar con situaciones tan bobas como las interminables reuniones del Gun Club, en las que se dice poco pero se divierte uno mucho. Quizá Dickens sea de los pocos que haya llegado a eso. Lo leo de a poquito porque, bueno, ya lo he leído un montón de veces y no quiero hartarme. En el momento en que recuerdo lo que sigue, lo dejo y lo agarro otro día. Después me seguiré con Viaje alrededor de la Luna.
Me di cuenta de que estoy usando la aparentemente simple y básica técnica de Verne de contar lo que se tiene que contar, dar los detalles necesarios --ni más ni menos--, hacer identificables a los personajes mediante recursos sencillos --que uno sepa quiénes son sin mencionarlos, con una sola frase-- y dando a las cosas los nombres precisos, a los lugares su geografía precisa --a pesar de que en mi novela no hay nada que se parezca a lo que hay en este mundo, con todo y que es este mundo-- y los detalles técnicos necesarios para que el lector se sienta satisfecho, pero no saturado. Tan tan.
Miento cuando digo que estoy en plan secuencial. Más bien es una narración con trozos que tienden a ser como espirales que se juntan en un centro (si alguien entiende, por favor explíquemelo) y forman un dibujo geométrico, no simétrico, pero sí balanceado. Algunos de esos recursos los usé en Tiempos de locura, o sea en un relato histórico periodístico, válgame, y de allí estoy sacando tela para una novela negra de ciencia ficción...
Al buscar nombres para los lugares donde viven los nicaragüenses de inmediato me llegó uno que usé, sin checar el dato (y tampoco era necesario, la verdad): Leonel Rugama. En la novela hay un barrio nombrado por él.
Ayer, en un momento de descanso, me puse a buscar referencias de Leonel Rugama, fundador del FSLN, gran héroe sandinista, poeta guerrillero, etcétera, de quien leí por última vez cuando tenía --yo-- unos 20 años. Y lo que encontré --además de una única foto, que pongo aquí al lado-- me rompió el corazón. Murió a los 21 años, en 1970, en un combate con la Guardia Nacional de Somoza. Leí sus poemas --pueden encontrarse varios en este link-- y se me atravesó un pedazo de mundo en la garganta. Son malitos, sí; llenos de esperanza, sí; el chavo estaba convencido de lo que hacía, sí; allí están para quien quiera leerlos, y uno sabe que había talento, y que no habrá modo de que pasen de ser poemitas, sólo poemitas, que veinte años más de vida hubieran hecho quizá mejores. O no, pero no importa. No es justo que nadie muera a los 21 años en combate. Y varios de mis amigos no pasaban de allí, o no pasaban mucho, cuando les pasó lo mismo. Y pienso también que es injusto el título de gran héroe que le dio el sandinismo: era un chavo, pues. No se debe glorificar la muerte de un chavo. Debe lamentarse, sin himnos, sino con silencios pensativos y bastante autocríticos.
Era un chavo...
Igual el nombre se queda en la novela, para que el chavo siga presente aun en una novela en la que pocos sabrán de quién se trata, protagonistas y lectores.
¡Y ya llevo cerca de noventa cuartillas, y creciendo! ¡Y sólo voy por la primera parte! El capítulo que empezaré apenas termine este post tendrá unas 12-15 cuartillas, más o menos. El que apenas he empezado, unas 10. El que falta no sé, porque en el que apenas terminé me metí en una serie de complicaciones que no sé cómo sortear, y por primera vez en la vida no estoy corrigiendo al estilo Auschwitz --es decir: exterminando lo sospeche que quizá pueda no venir al caso, y pido disculpas históricas por el símil--, sino añadiendo y añadiendo y añadiendo. Lo que pasa es que se trata de crear todo un mundo diferente --y sin embargo tan igual-- al nuestro, con reglas, condiciones, ecología, gente, animales, etcétera, harto diferentes. Lo que en una novela "normal" puedo dar por sentado, aquí es necesario decirlo y, si no describirlo --detesto las descripciones--, por lo menos dar una idea general. En mis novelas a veces no hay ni siquiera ideas generales, sólo hechos.
Espero que la semana de vacaciones me sirva para poner las cosas en claro; por ahora he escrito a trancos desde que regresé de Los Ángeles, donde escribí la parte gruesa del asunto --en Francia apenas esbocé el tema; algún día contaré no sólo el tema, sino el modo bien divertido como me llegó a las manos--, y necesito un poco de tiempo sin pensar en otra cosa.
Lo que venga en la segunda parte ya es otro problema. No tengo la menor idea, si he de decir la verdad. Pero de que hará falta una segunda parte, hará falta una segunda parte. Y ni siquiera pienso en la tercera, que también será necesaria.
Ah: felicidades a Diego Vaya por ganar el accésit del Premio Adonáis de poesía. A él le tocó ganar la parte española del premio de La Garúa hace un par de años, cuando Krisma ganó la parte latinoamericana. Me da gusto que gente joven, muy joven, empiece a destacar, y no sólo eso: que estén pasando por encima de la gente de mi generación (¡pero si no tengo generación!) y de la anterior, sin piedad ni consideraciones extraliterarias. Nos lo merecemos. No sólo en El Salvador se están cociendo habas.
(¡Una fabada asturiana! A ver si mañana compro lo necesario para hacer una buena fabada asturiana. Hace años que no como una fabada asturiana. Con echarle algunas hierbitas no cae tan pesada al estómago, garantizado.)
Y amén.
El asesino serial, sin dejar de serlo, se reivindica: se convierte en héroe también para la gente contra la que combatió en una guerra de exterminio contra un barrio nicaragüense, y le dan una medalla y todo. (Van a tener que esperar un par de años para ver la medalla, que de verdad es encantadora.) Gracias a eso logra huir de varios crímenes que comete después de tres años de soportar la tentación para poder regresar a su tierra de origen, etcétera.
El tipo de verdad me resulta desagradable, y pensaba que sería un personaje secundario, un pretexto para lucir a la Forense Joven, que era mi personaje más complejo. Ahora tengo que reforzar a la Forense Joven, o se la traga el psicópata de marras, y un solo capítulo que he insertado (¡falta insertar dos, y apareció uno nuevo, para un total de 12!) ya me cambió la perspectiva de toda la novela.
Por ejemplo, la Directora y la Inspectora Jefe. Estaban muy, muy bien antes de que al asesino se le ocurriera reb/velarse. Ahora es necesario hurgar también en sus memorias de guerra, cuando eran adolescentes, y ponerlas en el plan de antiheroínas en la ocasión en que el psicópata ayudó a los nicas. En serio: quien diga que corregir le quita espontaneidad a las cosas debería dedicarse al arte conceptual. Iba bien, y ahora lo que tengo son las piezas chuecas de un rompecabezas, que hay que volver a plantear y a recortar antes de volver a armarlo, o no queda nada coherente. Bueno, sí, pero no se lo traga nadie, en especial yo.
Hace rato descubrí por qué me resulta extraño el modo de narrar que estoy usando, y que no había usado nunca. ¡Estoy contando una historia! Sí, así nomás, a secas: contando una historia. Nunca lo había hecho. En general he dejado --y me gusta-- que los personajes armen sus propias historias, y yo nada más de haragán siguiéndolos y describiendo lo que veo, a veces poniendo algunos obstáculos para darles más emoción, y listo. No es que sea fácil, y de hecho es mucho más difícil, nomás que nunca había contado una historia, así, secuencialmente, en tercera persona, como Dios manda. (¿Dios manda en la literatura? Uhm...)
Me alarmé y me puse a pensar en qué bicho me habría picado. Lo tenía enfrente, y picándome desde hace semanas, cuando me di cuenta: Verne. El maestro --junto con Dumas, digo yo-- de los contadores de historias. Me explico.
He estado leyendo muy de a poquito, a veces un par de párrafos por día, a veces un par de capítulos, De la Tierra a la Luna, y es sorprendente cómo Verne logra emocionar con situaciones tan bobas como las interminables reuniones del Gun Club, en las que se dice poco pero se divierte uno mucho. Quizá Dickens sea de los pocos que haya llegado a eso. Lo leo de a poquito porque, bueno, ya lo he leído un montón de veces y no quiero hartarme. En el momento en que recuerdo lo que sigue, lo dejo y lo agarro otro día. Después me seguiré con Viaje alrededor de la Luna.
Me di cuenta de que estoy usando la aparentemente simple y básica técnica de Verne de contar lo que se tiene que contar, dar los detalles necesarios --ni más ni menos--, hacer identificables a los personajes mediante recursos sencillos --que uno sepa quiénes son sin mencionarlos, con una sola frase-- y dando a las cosas los nombres precisos, a los lugares su geografía precisa --a pesar de que en mi novela no hay nada que se parezca a lo que hay en este mundo, con todo y que es este mundo-- y los detalles técnicos necesarios para que el lector se sienta satisfecho, pero no saturado. Tan tan.
Miento cuando digo que estoy en plan secuencial. Más bien es una narración con trozos que tienden a ser como espirales que se juntan en un centro (si alguien entiende, por favor explíquemelo) y forman un dibujo geométrico, no simétrico, pero sí balanceado. Algunos de esos recursos los usé en Tiempos de locura, o sea en un relato histórico periodístico, válgame, y de allí estoy sacando tela para una novela negra de ciencia ficción...
Al buscar nombres para los lugares donde viven los nicaragüenses de inmediato me llegó uno que usé, sin checar el dato (y tampoco era necesario, la verdad): Leonel Rugama. En la novela hay un barrio nombrado por él.
Ayer, en un momento de descanso, me puse a buscar referencias de Leonel Rugama, fundador del FSLN, gran héroe sandinista, poeta guerrillero, etcétera, de quien leí por última vez cuando tenía --yo-- unos 20 años. Y lo que encontré --además de una única foto, que pongo aquí al lado-- me rompió el corazón. Murió a los 21 años, en 1970, en un combate con la Guardia Nacional de Somoza. Leí sus poemas --pueden encontrarse varios en este link-- y se me atravesó un pedazo de mundo en la garganta. Son malitos, sí; llenos de esperanza, sí; el chavo estaba convencido de lo que hacía, sí; allí están para quien quiera leerlos, y uno sabe que había talento, y que no habrá modo de que pasen de ser poemitas, sólo poemitas, que veinte años más de vida hubieran hecho quizá mejores. O no, pero no importa. No es justo que nadie muera a los 21 años en combate. Y varios de mis amigos no pasaban de allí, o no pasaban mucho, cuando les pasó lo mismo. Y pienso también que es injusto el título de gran héroe que le dio el sandinismo: era un chavo, pues. No se debe glorificar la muerte de un chavo. Debe lamentarse, sin himnos, sino con silencios pensativos y bastante autocríticos.
Era un chavo...
Igual el nombre se queda en la novela, para que el chavo siga presente aun en una novela en la que pocos sabrán de quién se trata, protagonistas y lectores.
¡Y ya llevo cerca de noventa cuartillas, y creciendo! ¡Y sólo voy por la primera parte! El capítulo que empezaré apenas termine este post tendrá unas 12-15 cuartillas, más o menos. El que apenas he empezado, unas 10. El que falta no sé, porque en el que apenas terminé me metí en una serie de complicaciones que no sé cómo sortear, y por primera vez en la vida no estoy corrigiendo al estilo Auschwitz --es decir: exterminando lo sospeche que quizá pueda no venir al caso, y pido disculpas históricas por el símil--, sino añadiendo y añadiendo y añadiendo. Lo que pasa es que se trata de crear todo un mundo diferente --y sin embargo tan igual-- al nuestro, con reglas, condiciones, ecología, gente, animales, etcétera, harto diferentes. Lo que en una novela "normal" puedo dar por sentado, aquí es necesario decirlo y, si no describirlo --detesto las descripciones--, por lo menos dar una idea general. En mis novelas a veces no hay ni siquiera ideas generales, sólo hechos.
Espero que la semana de vacaciones me sirva para poner las cosas en claro; por ahora he escrito a trancos desde que regresé de Los Ángeles, donde escribí la parte gruesa del asunto --en Francia apenas esbocé el tema; algún día contaré no sólo el tema, sino el modo bien divertido como me llegó a las manos--, y necesito un poco de tiempo sin pensar en otra cosa.
Lo que venga en la segunda parte ya es otro problema. No tengo la menor idea, si he de decir la verdad. Pero de que hará falta una segunda parte, hará falta una segunda parte. Y ni siquiera pienso en la tercera, que también será necesaria.
Ah: felicidades a Diego Vaya por ganar el accésit del Premio Adonáis de poesía. A él le tocó ganar la parte española del premio de La Garúa hace un par de años, cuando Krisma ganó la parte latinoamericana. Me da gusto que gente joven, muy joven, empiece a destacar, y no sólo eso: que estén pasando por encima de la gente de mi generación (¡pero si no tengo generación!) y de la anterior, sin piedad ni consideraciones extraliterarias. Nos lo merecemos. No sólo en El Salvador se están cociendo habas.
(¡Una fabada asturiana! A ver si mañana compro lo necesario para hacer una buena fabada asturiana. Hace años que no como una fabada asturiana. Con echarle algunas hierbitas no cae tan pesada al estómago, garantizado.)
Y amén.
4 comentarios:
Por favor, maestrísimo Menjívar, dime cuáles son las yerbitas que le quitan lo pesado a esa bomba nuclear que es la fabada asturiana... Se agradecerá enormemente.
Un abrazo,
Martínez Téllez
Para los frijoles negros o rojos, ajuerzas el epazote. Si le echas un poco a la fabada, y de paso algo de menta y hierbabuena, los efectos serán menos nucleares.
No encontré morcilla española, pero sí buen chorizo (favor evitarse comentarios pendejos), unos trozos de tocino bien chidos y unas costillitas ahumadas que no están nada mal.
Hasta frijoles blancos conseguí...
Hace por lo menos... uts... desde 1992 que no preparo una fabada. Deséame suerte.
Ya con gruñidos estomacales de hambre, que es mi mediodía y hora de comer, envidiosamente pido receta de la fabada. Añado que libro va en camino, y concluyo anunciando que igual que a usted con la novela, me va a mi con el beatito Rene... de no creer.
Saludos,
Erika: Fabada... A ver. Los rituales religiosos me los salto, porque son muy complejos. Por suerte tiene al Beatito René, y sólo hará falta invocarlo unos siete segundos y ponerse a cocinar.
Y ésta es nuestra versión, más bien básica. Supongo que un asturiano se espeluznará en algunas cosas, pero ya ve cómo son los asturianos. (No conozco a ninguno, pero seguro que así son.)
1. Frijoles blancos. Aquí no se consiguen los de la fabada, que son de los grandecitos --¡qué precisión!--, no de los más pequeños --o sea los que nos han dado a los salvadoreños en la repartición de ricuras. Hay unos que están como "tatuados" con unas rayitas un poco más oscuras, como estriados. Ésos son los mejores que me ha tocado probar para la fabada, aunque no creo que sean los que usan los españoles; en México se consiguen con gran facilidad, y también de los otros. En suma: fijoles --¿porotos?-- blancos de los más ricos que encuentre, o de los que buenamente encuentre. Digamos una libra, o medio kilo. Se ponen a remojar desde la noche anterior. Algo bien importante: todo se hace sin sal. Remojarlos sin sal. Cocinarlos sin sal. La diferencia es que, si les echa sal, va a pasarse hooooooras esperando a que los malditos suavicen; sin sal, basta con un par de horas, a lo mucho, de cocción. Le echa la sal hasta el final.
2. Chorizo español, o sea seco, cortado en trozos generosos (unos 5 cms. de largo cada trozo). Una media libra pòr una libra de frijoles.
3. Tocino en cubos. Nada de lonjitas de ésas para hacer el desayuno. Cada lonja también de unos 5 cms. de grosor, y después cortada en trozos más o menos del mismo largo. Otra media libra. Si puede freírlo rápidamente antes de hacer el guiso, mejor, así no se deshará cuando lo cueza.
4. Morcilla española, o sea morcilla seca. La de aquí es terriblemente húmeda y no sirve para esos menesteres. Igual que con el chorizo, en trozos generosos. Otra media libra.
5. Si se puede, unas costillas ahumadas. El hueso siempre le da una buena consistencia al caldo. Otra media libra, cortada en trozos del tamaño que guste y mande.
6. Tomate. Si le gusta natural, unos cinco de buen tamaño, licuados. Si no, pues un sobre o lata de ésos que venden ya preparados y condimentados. Digamos un sobre o una lata de tamaño mediano.
7. Condimentos varios posibles: cebolla (una completa de buen tamaño), ajo (una cabeza no muy pequeña), hierbabuena o menta (un manojito; para evitar gases, lo mejor es la segunda; sabe más rico con la primera), pimienta y lo que rayos quiera, porque eso es un zangolote.
MODO DE PREPARACIÓN, EJEM.
* Se dejan los frijoles remojando toda la noche. SIN SAL. La sal se echará hasta el final e insisto en eso.
* Al día siguiente, se cocinan los frijoles con algunos condimentos, o sea la cebolla partida en trozos de tamaño decente (si quiere puede echarla completa también; nosotros la sacamos, o lo que queda de ella, cuando todo está cocinado). Es una buena idea, también para que no afecte mucho a la panza, pulverizar los dientes de ajo y echarlos así. Y la pimienta y lo que haya menester.
* Cuando los frijoles estén a dps tercios de cocción (uno calcula), van las carnes para dentro. Y a moverle de vez en cuando. Por allí puede echarle las hierbas también.
* Cuando ya casi está el guisado, eche el tomate, digamos unos diez minutos antes. Y entonces sí póngale la sal, al gusto.
* Si hace falta, vaya añadiéndole agua.
* En lo personal, me gusta la fabada preparada varias horas antes de comerse. Se pone más interesante cuando se recalienta. Claro que cuando uno la termina, quiere comérsela de inmediato, y sabe muy bien. Pero el recalentado no tiene nombre ni apellido ni madre ni nada.
* Y me emociona lo del Beatito.
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