Aquí pasa de todo
Es una computadora armada que ya se está poniendo viejita --tres años de batallas de todo tamaño--, aunque en su momento era de lo mejorcito que se podía conseguir. Eso verde que está a la derecha del escritorio son los primeros seis capítulos de la novela que estoy escribiendo. A la izquierda, la revista Cultura dedicada a Armijo, y al lado el cuaderno naranja de la antedicha novela. Detrás de éstos y a la izquierda del monitor, el escáner, unas cajetillas de cigarros, unas pilas usadas, las llaves, la memoria USB... Entre el monitor y la carpeta verde, un disco duro USB de 320 gigas que compré en oferta en Los Ángeles, para poner los materiales de video y otros; tengo un disco de 40 gigas y uno de 120, este último para documentos, etcétera, y quiero tenerlo lo más vacío posible.
Que nadie, por favor, pregunte por la ketchup.
La perra se llama Natasha, como ya habré contado por aquí, y Krisma en su blog. Ya va a cumplir cinco años. La radiola se la regaló el abuelo Miguel a mi madre cuando --ella-- cumplió 15 años, en 1950. Pasó a mis manos cuando cumplí 8. Se quedó en El Salvador durante 27 años, y la abuela Mina me la dio cuando volví. En el terremoto de 1986 se cayó y se le quebraron un par de cosas. No sé si sirve; nunca me he atrevido a conectarla. Encima, el aparato de sonido que compré hace... uhm... deben ser seis años ya, y una pila de discos: Gershwin, La bella y la bestia, de Phillip Glass, que me regaló Alain Mala; un álbum de cosas raras en concierto de James Brown, uno de Chavela Vargas, uno de Eliot que me regaló Herberth Cea; El extranjero, de Camus; los conciertos para violín de Corelli, Cheap Thrills de Frank Zappa en dos volúmenes y un par de García Lorca: uno con varios escritores leyéndolo en francés --incluso Neruda, vaya-- y otro con sus canciones. (En la compu tengo varias decenas más de discos.)
Detrás de Natasha, a un lado de la radiola, el maletín con la Vaio, que alguna vez comenté que es verde. (Y viejita a estas alturas: ya pasó del año y medio. Tecnológicamente es un vejestorio, pero sigue encantándome y no me interesa ponerle Windows Vista, así que todos felices.)
Ah: la silla es del comedor.
Detrás de mí, la silla que generalmente uso para escribir. Es del comedor que el abuelo Miguel compró cuando se casó con la abuela Mina, en 1934. Es de alguna madera muy dura, sin duda. Tenemos dos de ésas, y también el chinero que hacía juego con el resto, en la sala, o sea en otro lado de la casa; allí guardamos CDs, DVDs, cassettes y videocassettes.
En el librero están los libros que he publicado, en los primeros estantes de la izquierda. También algunos de gente muy especial para mí. A la derecha, arriba, algunas revistas en las que han aparecido cosas mías. En los libreros de dentro están casi todas las antologías, un par de libros, otras revistas. Hay también borradores de textos, textos desechados, algunos cuadernos, notas y apuntes, cosas viejas. Nótese el Buzz Lightyear que está encima del mueble. Es mi héroe. (El carrito azul es de Krisma.) Nótese también la cámara de 8mm con la que hacemos los videos de La Casa. ¡La pura tecnología de punta!
En el gavetero de colores hay un montón de cables de todo tipo. Uno no sabe la cantidad de cables que usa hasta que no los tiene a mano. Y pues allí están, a mano, en el primero y tercer cajón, además de convertidores de corriente y tonteras tecnológicas diversas. En los otros cajones, más cuadernos, algunos con notas o textos completos, algunos --muy pocos-- vacíos. Y papeles diversos, como recibos y qué sé yo.
Y puertas y ventanas por todas partes, y tragaluces en el techo.
Lo próximo que va a pasar es que:
1. Voy a ponerme a pasar en limpio lo que llevo del capítulo VII de la nueva novela, y lo voy a trabajar directo a máquina. Es un capítulo de los que uno ya sabe cómo van, y no hay que buscarle demasiadas cosas nuevas a la imaginación.
2. Mientras escribo, voy dejar armándose un DVD con el Nosferatu de Murnau, que bajé anoche de archive.org, el repositorio de películas y música del dominio público.
3. Me voy a llevar la ketchup a la cocina y, de paso, a tirar las pilas usadas y a despejar un poco.
El espacio de trabajo de Krisma está a mi derecha, un poco hacia atrás.
Se me olvidaba decir que a unos 20 centímetros del librero de la foto está otro con media tonelada de diccionarios analógicos (en papel, pues). Más los electrónicos, que son otra media tonelada.
Y ya. A seguir dándole al primer día del año.
Que nadie, por favor, pregunte por la ketchup.
La perra se llama Natasha, como ya habré contado por aquí, y Krisma en su blog. Ya va a cumplir cinco años. La radiola se la regaló el abuelo Miguel a mi madre cuando --ella-- cumplió 15 años, en 1950. Pasó a mis manos cuando cumplí 8. Se quedó en El Salvador durante 27 años, y la abuela Mina me la dio cuando volví. En el terremoto de 1986 se cayó y se le quebraron un par de cosas. No sé si sirve; nunca me he atrevido a conectarla. Encima, el aparato de sonido que compré hace... uhm... deben ser seis años ya, y una pila de discos: Gershwin, La bella y la bestia, de Phillip Glass, que me regaló Alain Mala; un álbum de cosas raras en concierto de James Brown, uno de Chavela Vargas, uno de Eliot que me regaló Herberth Cea; El extranjero, de Camus; los conciertos para violín de Corelli, Cheap Thrills de Frank Zappa en dos volúmenes y un par de García Lorca: uno con varios escritores leyéndolo en francés --incluso Neruda, vaya-- y otro con sus canciones. (En la compu tengo varias decenas más de discos.)
Detrás de Natasha, a un lado de la radiola, el maletín con la Vaio, que alguna vez comenté que es verde. (Y viejita a estas alturas: ya pasó del año y medio. Tecnológicamente es un vejestorio, pero sigue encantándome y no me interesa ponerle Windows Vista, así que todos felices.)
Ah: la silla es del comedor.
Detrás de mí, la silla que generalmente uso para escribir. Es del comedor que el abuelo Miguel compró cuando se casó con la abuela Mina, en 1934. Es de alguna madera muy dura, sin duda. Tenemos dos de ésas, y también el chinero que hacía juego con el resto, en la sala, o sea en otro lado de la casa; allí guardamos CDs, DVDs, cassettes y videocassettes.
En el librero están los libros que he publicado, en los primeros estantes de la izquierda. También algunos de gente muy especial para mí. A la derecha, arriba, algunas revistas en las que han aparecido cosas mías. En los libreros de dentro están casi todas las antologías, un par de libros, otras revistas. Hay también borradores de textos, textos desechados, algunos cuadernos, notas y apuntes, cosas viejas. Nótese el Buzz Lightyear que está encima del mueble. Es mi héroe. (El carrito azul es de Krisma.) Nótese también la cámara de 8mm con la que hacemos los videos de La Casa. ¡La pura tecnología de punta!
En el gavetero de colores hay un montón de cables de todo tipo. Uno no sabe la cantidad de cables que usa hasta que no los tiene a mano. Y pues allí están, a mano, en el primero y tercer cajón, además de convertidores de corriente y tonteras tecnológicas diversas. En los otros cajones, más cuadernos, algunos con notas o textos completos, algunos --muy pocos-- vacíos. Y papeles diversos, como recibos y qué sé yo.
Y puertas y ventanas por todas partes, y tragaluces en el techo.
Lo próximo que va a pasar es que:
1. Voy a ponerme a pasar en limpio lo que llevo del capítulo VII de la nueva novela, y lo voy a trabajar directo a máquina. Es un capítulo de los que uno ya sabe cómo van, y no hay que buscarle demasiadas cosas nuevas a la imaginación.
2. Mientras escribo, voy dejar armándose un DVD con el Nosferatu de Murnau, que bajé anoche de archive.org, el repositorio de películas y música del dominio público.
3. Me voy a llevar la ketchup a la cocina y, de paso, a tirar las pilas usadas y a despejar un poco.
El espacio de trabajo de Krisma está a mi derecha, un poco hacia atrás.
Se me olvidaba decir que a unos 20 centímetros del librero de la foto está otro con media tonelada de diccionarios analógicos (en papel, pues). Más los electrónicos, que son otra media tonelada.
Y ya. A seguir dándole al primer día del año.
1 comentario:
ahhhh...al ver a tu Natasha me da melancolia. Extranio a mi perro Bruno (rottweiller) que ahora vive con mi padre. Esta bien cuidado y todo. Pero la neta hacen falta las mascotas...son buena compania!
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