26 de enero de 2008

De tropeles, tropelías, lavadoras y pupusas


A principios de 1972 la Editorial Universitaria publicó la primera edición del libro De tropeles y tropelías, de Sergio Ramírez. Mi padre llevó un ejemplar a casa cuando aún no terminaba de imprimirse la edición y me lo regaló.
La edición la había dejado lista Ítalo López Vallecillos, quien desde el año anterior se encontraba en Costa Rica fundando y echando a andar la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA), precisamente con Sergio Ramírez como director del Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA).
El libro fue para mí una revelación. Hablaba de Somoza, refiriéndose a él como "el Señor Presidente", con una ironía y un desenfado que me parecía mucho más efectivo que un montón de estudios que demostraban que el señor era lo que era (un pinche dictador grotesco) y todas las denuncias contra sus satrapadas.
Los cuentos eran muy cortos y muy efectivos. Fue un libro del que me enamoré, y anduve con él a cuestas desde que apareció hasta que salí de México, en 1998. Tuve que dejarlo allá, pero al llegar a El Salvador encontré, en la librería Segunda Lectura, un ejemplar de aquella primera edición. Escaneo uno de los cuentos, quizá el más corto que, como todos, es un gancho al hígado. (El símil boxístico es de Cortázar.)

Después de los cuentos, viene una "Suprema ley por la que se regula el bien general de las personas, se premian sus acciones nobles y se castigan sus malos actos y hábitos, dictada en XIV parágrafos". ¡Es sensacional! Es una especie de compendio --irónico-- de muchas leyes que los dictadores militares emitieron a principios del siglo XX y finales del XIX para regular la vagancia, el tránsito de personas, la prostitución, etcétera, como si el país fuera un cuartel. Y lo era, claro, y siguió siéndolo incluso después de que esas leyes fueron abolidas y en las Constituciones se trataba de ser sensato y democrático. Pero ya se sabe.
Es mi libro favorito de Sergio Ramírez, y es extraño que a veces no aparezca en su bibliografía, no sé si por instrucciones suyas o porque a alguien se le va. No tiene cuentos tan buenos como los de, digamos, Charles Atlas también muere (que releí hace un par de meses), pero como libro, como unidad, quizá sea el mejor logrado.
Hay algo extra que tuvo esta edición: las viñetas. Ésas se deben a Ítalo López Vallecillos.
Ítalo era un recortador compulsivo. Donde fuera, si veía una imagen interesante, pedía que lo dejaran recortarla y la guardaba no sé dónde, pero debía tener miles. En su momento sacaba la adecuada y la ponía en el libro al que le faltaba precisamente esa viñeta en la portada o en interiores. Éstas son algunas de las que usó en De tropeles y tropelías, y seguro le llevó años recopilarlas:

La historia familiar con Sergio Ramírez es más o menos larga. Un par de anécdotas.
En 1972, cuando el ejército ocupó la Universidad de El Salvador y apresaron a las autoridades (entre ellas a mi padre, que era el rector), Sergio se encontraba en El Salvador casi por casualidad. Había llegado el día anterior y se había reunido esa mañana con mi padre en la rectoría. La reunión se suspendió hasta la tarde porque mi padre tuvo que ir a la Asamblea Legislativa, donde se iba a destituir a las autoridades universitarias por una ley de 1951 que habían descubierto que no estaba bien --algún tecnicismo--, y por lo tanto todo lo que se había hecho desde ese momento era anticonstitucional. La onda era destituir a mi padre, al secretario general, Miguel Sáenz Varela; al fiscal, Luis Arévalo, y a quien se pusiera en medio. En el momento en que se daba la destitución, ya estaba publicado el decreto en el Diario Oficial --¡qué eficiencia!--, el ejército iba rumbo al campus de la UES y las autoridades iban rumbo a la Policía Nacional, bajo el delito de... bueno... aún no me he enterado. Pero para allá iban.
Sergio de inmediato llamó a los rectores de las universidades centroamericanas, de quienes recuerdo a Carlos Tunnerman, de Nicaragua, y Eugenio Rodríguez, de Costa Rica. Al de Honduras no lo dejaron entrar, por hondureño, pero lo intentó. De inmediato se comunicó con la presidencia de la república y, además de exigir respeto a las vidas y la integridad de los capturados, pidió ir a la rectoría, con el pretexto de que había dejado allí su maletín --era cierto-- y que contenía documentos vitales. La presión fue fuerte, y creo que gracias a eso mi padre y los demás no sufrieron torturas --más que algunas psicológicas-- y varios hasta salvaron la vida.
En 1974, Sergio se fue con su familia a Alemania, con una beca Guggenheim, y con la intención de volver. Tulita, su esposa, dejó encargados los muebles ya artefactos con amigos, y a nosotros nos tocó la lavadora.
Mi madre la cuidaba bastante para que no se rayara, no se ensuciara y qué sé yo. La usaba de vez en cuando, en especial en los días de mucha lluvia, para que la ropa saliera casi seca. Acercarse a aquella lavadora podía ser motivo de regaños severos y castigos para mis hermanos, que eran niños, y para mí por lo menos de una mala mirada.
Cuando los Ramírez regresaron de Alemania, mandaron una mudanza a recoger la dichosa lavadora. Los de la mudanza empezaron rayándola contra la puerta de la cocina. Mi madre, en el infarto. Cuando estaban subiéndola al camión, a alguno de los cargadores se le resbaló, la lavadora dio en seco contra el pavimento y se partió en dos trozos milimétricamente iguales.
No sé qué habrá pasado después, ni me atreví a preguntar, porque mi madre se puso de un humor de perros durante varios días. Hace un par de años lo conversaba con Tulita en Costa Rica y, sí, era el final previsible para una lavadora que había sido tan bien cuidada durante casi dos años.
Otra más: a Sergio le encantaban las pupusas, y Tulita quería prepararle algunas. Le pidió una receta a mi madre, y la invitó junto con mi padre a cenar esa noche. Pupusas, claro.
Las había hecho de harina de maíz, pero era lo único que tenían en común con las pupusas. Adentro les había puesto jamón, tocino, queso amarillo, cosas así, y las había puesto a freír con muchísima grasa. Todos las comieron, cómo no, pero mi madre tuvo que explicarle que, en fin, el concepto era otro, eran otros los materiales y supongo que Tulita habrá aprendido a hacerlas después. Tendré que preguntárselo la próxima vez que la vea.
Y siacabuche.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Curioso asunto ese de la ignorancia (mía, por supuesto).
A mediados o fines de los años setentas, un amigo me invitó a ver actuar a otro amigo (suyo) en una obrita escolar.
Y fui, para pasar el rato. La obrita estaba muy mal montada y a los chavos les faltaban varios años de ensayo para poder actuar bien, pero lo que me emocionó fue que la obra hablaba de la lucha sandinista.
La obra era, claro, Charles Atlas también muere... y yo no tenía idea de quién era su ator.
Gracias, maestrísimo.
Martínez Téllez

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Siempremente, carnalito.
Alfaguara publicó los cuentos completos de Serio Ramírez hace unos años. Creo que allí está lo más interesante e importante de su obra, literariamente hablando, y que Dios y Sergio me perdonen.
La edición original será de 1976 o algo así, en Joaquín Mortiz, un libro rojo que desde luego dejé en México, en la que ahora es la biblioteca de Eunice. Tiene cosas bien divertidas.

Anónimo dijo...

Hey, saludos... por ahí apareciéndome de nuevo (pero no creás, aunque no he estado comentando, te leo casi siempre que el lector de Bloglines me dice que has sacado algo nuevo –- que es con muy buena frecuencia).

Admiro mucho lo que he leído de Sergio Ramírez. La primera novela que leí de él fue Un baile de máscaras. En ella Ramírez hace un admirable manejo del sentido del humor. Leí también, Margarita está linda la mar -- me resultó un poco pesada la lectura, pero creo que tiene sus buenos momentos. Sombras nada más también vale la pena. Hace poco volví a leer el libro de cuentos Catalina y Catalina. Perdón y olvido es una narración genial. Si no lo has leído, te lo recomiendo. Se lleva a cabo en México y tiene una trama que gira alrededor del cine mexicano con elementos detectivescos bien montados.

Conocí a Sergio una vez en México, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, creo que fué en el 2002. No fue a nivel tan personal como tu familia, pero tengo la impresión de que es un gran hombre. Me parece que es muy independiente y muy dueño de sus propias ideas.

Un caluroso saludo y felicitaciones por tus recientes triunfos literarios. Y ya sabés que cuando me dé un vueltín por El Salvador, te haré mi ya obligatoria visita.