El Quijote y Cien años de soledad
Hay pocas cosas que deteste. Bueno, a lo mejor son varias más de las que creo, pero entre ellas están las ediciones anotadas de Don Quijote, que son las más, en especial las que salen de las manos de la Real Academia Española o sus especialistas en Cervantes, que parecen ser todos. Recuerdo en especial la edición de un señor de apellido Casalduero --ya lo habré mencionado en este blog--, con la que Alianza Editorial celebró el número 1000 --y 1001-- de su edición de bolsillo. Era casi imposible leer un párrafo sin que hubiera cinco o seis llamadas al pie para explicar cosas que en el texto quedaban clarísimas. El colmo es cuando un pastor lee la carta suicida de un amigo que se ha matado por una mujer que no hace caso de sus requerimientos. A media carta, Casalduero llama al pie y señala: "El pastorcillo sabía leer." Era obvio que estaba leyendo, y que por lo tanto sabía leer. Pero unas líneas más adelante, en el cuerpo del texto, el propio Cervantes dice textualmente, también pecando de obvio: "El pastorcillo sabía leer." Y así cientos de notas, además de las de rigor (pero ¿es que hacen falta?) en las que se aclara el significado de alguna palabra en desuso.
Eso por no hablar de los estudios introductorios, de los análisis sesudos de cuanta cosa se les ocurra (el estado de la moneda en épocas de Cervantes, porf ejemplo; hablo en serio), interpretaciones acerca de lo que Cervantes quiso decir y el desciframiento de cuanto símbolo se pueda ver en el texto, al gusto del ensayista. Si a eso se le suma el mal enfoque que le dan al libro en las escuelas, en las lecturas obligatorias, y todo el rollo acerca de que es La Más Grande Obra Escrita En Lengua Española, uno detesta al Quijote y a Cervantes desde mucho antes de haberlo abierto, y quizá no lo lea jamás.
En mi caso, en la escuela, busqué los nombres de los protagonistas, les pregunté a algunos compañeros de qué iba la cosa, leí algún ensayo acerca de la obra y me saqué un buen diez en el examen, sin haberlo leído. Claro que mi padre, cuando era muy niño, me sentaba en sus rodillas y me lo leía, pero era otra cosa: allí estaba con mi papá y lo importante era estar con mi papá riéndome no sólo de lo que pasaba, sino también de sus explicaciones disparatadas --tenía un sentido del humor bastante desaforado en ocasiones-- y del hecho de estar juntos. Cuando me pusieron en mármol a Cervantes, con hojas de laurel crudas, no hubo modo de que le hincara el diente, la rodilla ni nada.
Leí El Quijote (en la malhadada edición de Casalduero, saltándome todas las llamadas al pie) apenas en 1986, o sea a los 27 años, en un viaje del Distrito Federal a la Comarca Lagunera, en Durango. Catorce horas de diversión legítima. Pocas veces me he reído tanto con un libro, y me di cuenta de que quienes dicen que don Alonso representa la locura y Sancho la cordura, o lo que digan, están hablando tonterías. El libro es mucho más profundo que eso, y a la vez más simple. Es un libro para reírse y pasársela bien, no para levantar cejas ni para ponerse en el plan de "Según mi humilde criterio"..., que nunca es humilde y que de criterio tiene muy poco. Lo que haya dentro, detrás, en medio y a consecuencia del libro --las "enseñanzas", si se quiere-- es parte de la novela, y parte de su humor, inseparable de todo lo demás.
Así que cuando Alfaguara, con el patrocinio de la Asociación de Academias de la Lengua Española, sacó una edición muy bonita del Quijote, con todos los estudios introsuctorios y los epílogos que se quiera, la compré con gusto (¡por sólo 10 dólares!) y con dos intenciones.
1. Leer la novela nuevamente. Aún no lo he hecho; sólo he tomado pasajes aquí y allá, mis favoritos y algunos al azar, y de verdad que me he reido.
2. No leer las notas al pie, así no entienda el significado exacto de las palabras, y pasarme por alto los estudios acerca del libro, aunque confieso que (h)ojeé la parte dedicada a cómo se armó la edición; vicios del oficio.
Cuando apareció una edición análoga de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, también por Alfaguara, también patrocinada por las academias de la lengua española y también a diez dólares ($9.95, para dar la impresión de que se está más cerca de los nueve que de los diez), pensé un poco diferente. Vaya: podría ser interesante leer el ensayo de Vargas Llosa (supongo que una selección de su famoso libro Historia de un deicidio, que nunca conseguí), lo que tuvieran que decir Carlos Fuentes y Álvaro Mutis y los pormenores de esa edición.
Con todo el respeto del mundo, después de haber leído completa la novela unas cuatro o cinco veces, más las lecturas parciales; después de treinta años de dedicarme a escribir y luego de lo que usted guste y mande, lo de Vargas Llosa me sacó bostezos, lo de Mutis se me hizo una apología de un buen amigo --que francamente no necesito-- y lo de Fuentes me pareció más o menos innecesario. Ni qué decir de los otros ensayos, y hasta la nota acerca de la edición, de cómo está corregida con respecto a la primera, de cómo se sortearon erratas acumuladas a lo largo de decenas de ediciones y de cómo García Márquez le metió mano para que quedara una especie de versión definitiva.
Lo que hice fue ponerme a leer la novela en varias sentadas --estoy en mi propia novela y en el trabajo de La Casa, que este año se pondrá bien interesante--, a disfrutarla y a armar mis propios criterios, que por algo --como diría Borges-- me la he pasado leyendo la vida más que viviéndola.
Pasó algo obvio: después de varias lecturas y de desarmarla de varios modos para aprender recursos, mi lectura ya no fue inocente, y me puse a ver las costuras, es decir: cómo está armada, cómo trata a los personajes, el lenguaje, etcétera. Y sigue pareciéndome que García Márquez es un narrador excepcional. En plan de hilar mucho más fino, me parece que la novela va decayendo después de la segunda mitad, quizá más en el último tercio, desde poco antes de la matanza en la bananera (uno de los episodios más impresionantes). En algún momento me pareció que el objetivo de contar el destino de la familia Buendía, de su casa y del pueblo se convierte en un objetivo demasiado obvio, y pierde el poder de la primera mitad. Se salva precisamente por la extraordinaria capacidad fabuladora del autor.
Noté algo: García Márquez crea personajes poderosísimos y de pronto, zaz, los mata unos párrafos después. En lo personal, me parece que, cuando los personajes comienzan a tomar una autonomía "peligrosa" (o sea necesaria), se deshace de ellos para no meterse en demasiados líos y para que la historia no se vea afectada. También pasa que otros personajes se le llegan a acartonar, precisamente porque los ha destinado a cumplir un papel dentro de la historia, no para que hagan lo que quieran. Los últimos están hechos ya casi sólo de palabras, y funcionan por la fuerte inercia que le ha logrado dar a la historia. La parte que siempre me molestó fue cuando el propio García Márquez y sus amigos de juventud aparecen en escena, casi al final, junto con el sabio catalán. Durante algunas decenas de páginas la novela pierde tensión, y puede ser difícil no desertar, aunque eso implique perderse páginas sensacionales y un final-final (una última frase) como pocas veces se ha escrito.
Puedo sonar soberbio o ingrato, y no es mi intención, sino hablar de una novela en la cual uno aprende mucho más que herramientas básicas, y que además --y sobre todo-- es muy divertida. Y muy subversiva, es decir peligrosa, como El Quijote.
Siempre me ha dado la impresión de que muchos ensayos que se escriben alrededor de las grandes novelas tienen dos objetivos:
1. Que se luzca el que los escribe.
2. Tratar de quitarles peligrosidad. Si algo es explicable "científicamente", pierde la magia. Y Cien años de soledad es magia pura. Vaya: muy pocos, y entre los mejores García Márquez, se ha puesto a escribir tal cantidad de disparates, todos ligados y sin dar respiro, que resultan tan naturales como para seguir leyendo, fascinados. Eso lo confirmó en El otoño del Patriarca (¡se llevan el mar numerado y cuadriculado para cobrar deudas de dinero!) y un poco en El amor en los tiempos del cólera. Mi favorita, por perfecta, es Crónica de una muerte anunciada. La última parte de su producción, como Diatriba de amor contra un hombre sentado, y en especial Memoria de mis putas tristes, me parece prescindible; El general en su laberinto me aburrió, aunque la leí dos veces (la segunda para confirmar que no es lo mejor que ha escrito), etcétera. La increíble y triste historia de la cándida Eréndira me parece fundamental, y La mala hora es una excepción notable: es una novela negra ubicada en la selva, cuando el canon dice que ese género es neta e indisolublemente urbano.
En fin, me la pasé muy bien releyéndola completa después de unos diez años, quizá doce. Me alarma que la RAE pueda convertirla en lo que da a entender que es El Quojote: un ladrillo pesado e insalvable. Ninguna de las dos lo es.
Hay varios pasajes que marqué. Uno de ellos es de cuando agarran preso al coronel Aureliano Buendía. La descripción suena mucho a la captura del Che Guevara (p. 146):
Eso por no hablar de los estudios introductorios, de los análisis sesudos de cuanta cosa se les ocurra (el estado de la moneda en épocas de Cervantes, porf ejemplo; hablo en serio), interpretaciones acerca de lo que Cervantes quiso decir y el desciframiento de cuanto símbolo se pueda ver en el texto, al gusto del ensayista. Si a eso se le suma el mal enfoque que le dan al libro en las escuelas, en las lecturas obligatorias, y todo el rollo acerca de que es La Más Grande Obra Escrita En Lengua Española, uno detesta al Quijote y a Cervantes desde mucho antes de haberlo abierto, y quizá no lo lea jamás.
En mi caso, en la escuela, busqué los nombres de los protagonistas, les pregunté a algunos compañeros de qué iba la cosa, leí algún ensayo acerca de la obra y me saqué un buen diez en el examen, sin haberlo leído. Claro que mi padre, cuando era muy niño, me sentaba en sus rodillas y me lo leía, pero era otra cosa: allí estaba con mi papá y lo importante era estar con mi papá riéndome no sólo de lo que pasaba, sino también de sus explicaciones disparatadas --tenía un sentido del humor bastante desaforado en ocasiones-- y del hecho de estar juntos. Cuando me pusieron en mármol a Cervantes, con hojas de laurel crudas, no hubo modo de que le hincara el diente, la rodilla ni nada.
Leí El Quijote (en la malhadada edición de Casalduero, saltándome todas las llamadas al pie) apenas en 1986, o sea a los 27 años, en un viaje del Distrito Federal a la Comarca Lagunera, en Durango. Catorce horas de diversión legítima. Pocas veces me he reído tanto con un libro, y me di cuenta de que quienes dicen que don Alonso representa la locura y Sancho la cordura, o lo que digan, están hablando tonterías. El libro es mucho más profundo que eso, y a la vez más simple. Es un libro para reírse y pasársela bien, no para levantar cejas ni para ponerse en el plan de "Según mi humilde criterio"..., que nunca es humilde y que de criterio tiene muy poco. Lo que haya dentro, detrás, en medio y a consecuencia del libro --las "enseñanzas", si se quiere-- es parte de la novela, y parte de su humor, inseparable de todo lo demás.
Así que cuando Alfaguara, con el patrocinio de la Asociación de Academias de la Lengua Española, sacó una edición muy bonita del Quijote, con todos los estudios introsuctorios y los epílogos que se quiera, la compré con gusto (¡por sólo 10 dólares!) y con dos intenciones.
1. Leer la novela nuevamente. Aún no lo he hecho; sólo he tomado pasajes aquí y allá, mis favoritos y algunos al azar, y de verdad que me he reido.
2. No leer las notas al pie, así no entienda el significado exacto de las palabras, y pasarme por alto los estudios acerca del libro, aunque confieso que (h)ojeé la parte dedicada a cómo se armó la edición; vicios del oficio.
Cuando apareció una edición análoga de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, también por Alfaguara, también patrocinada por las academias de la lengua española y también a diez dólares ($9.95, para dar la impresión de que se está más cerca de los nueve que de los diez), pensé un poco diferente. Vaya: podría ser interesante leer el ensayo de Vargas Llosa (supongo que una selección de su famoso libro Historia de un deicidio, que nunca conseguí), lo que tuvieran que decir Carlos Fuentes y Álvaro Mutis y los pormenores de esa edición.
Con todo el respeto del mundo, después de haber leído completa la novela unas cuatro o cinco veces, más las lecturas parciales; después de treinta años de dedicarme a escribir y luego de lo que usted guste y mande, lo de Vargas Llosa me sacó bostezos, lo de Mutis se me hizo una apología de un buen amigo --que francamente no necesito-- y lo de Fuentes me pareció más o menos innecesario. Ni qué decir de los otros ensayos, y hasta la nota acerca de la edición, de cómo está corregida con respecto a la primera, de cómo se sortearon erratas acumuladas a lo largo de decenas de ediciones y de cómo García Márquez le metió mano para que quedara una especie de versión definitiva.
Lo que hice fue ponerme a leer la novela en varias sentadas --estoy en mi propia novela y en el trabajo de La Casa, que este año se pondrá bien interesante--, a disfrutarla y a armar mis propios criterios, que por algo --como diría Borges-- me la he pasado leyendo la vida más que viviéndola.
Pasó algo obvio: después de varias lecturas y de desarmarla de varios modos para aprender recursos, mi lectura ya no fue inocente, y me puse a ver las costuras, es decir: cómo está armada, cómo trata a los personajes, el lenguaje, etcétera. Y sigue pareciéndome que García Márquez es un narrador excepcional. En plan de hilar mucho más fino, me parece que la novela va decayendo después de la segunda mitad, quizá más en el último tercio, desde poco antes de la matanza en la bananera (uno de los episodios más impresionantes). En algún momento me pareció que el objetivo de contar el destino de la familia Buendía, de su casa y del pueblo se convierte en un objetivo demasiado obvio, y pierde el poder de la primera mitad. Se salva precisamente por la extraordinaria capacidad fabuladora del autor.
Noté algo: García Márquez crea personajes poderosísimos y de pronto, zaz, los mata unos párrafos después. En lo personal, me parece que, cuando los personajes comienzan a tomar una autonomía "peligrosa" (o sea necesaria), se deshace de ellos para no meterse en demasiados líos y para que la historia no se vea afectada. También pasa que otros personajes se le llegan a acartonar, precisamente porque los ha destinado a cumplir un papel dentro de la historia, no para que hagan lo que quieran. Los últimos están hechos ya casi sólo de palabras, y funcionan por la fuerte inercia que le ha logrado dar a la historia. La parte que siempre me molestó fue cuando el propio García Márquez y sus amigos de juventud aparecen en escena, casi al final, junto con el sabio catalán. Durante algunas decenas de páginas la novela pierde tensión, y puede ser difícil no desertar, aunque eso implique perderse páginas sensacionales y un final-final (una última frase) como pocas veces se ha escrito.
Puedo sonar soberbio o ingrato, y no es mi intención, sino hablar de una novela en la cual uno aprende mucho más que herramientas básicas, y que además --y sobre todo-- es muy divertida. Y muy subversiva, es decir peligrosa, como El Quijote.
Siempre me ha dado la impresión de que muchos ensayos que se escriben alrededor de las grandes novelas tienen dos objetivos:
1. Que se luzca el que los escribe.
2. Tratar de quitarles peligrosidad. Si algo es explicable "científicamente", pierde la magia. Y Cien años de soledad es magia pura. Vaya: muy pocos, y entre los mejores García Márquez, se ha puesto a escribir tal cantidad de disparates, todos ligados y sin dar respiro, que resultan tan naturales como para seguir leyendo, fascinados. Eso lo confirmó en El otoño del Patriarca (¡se llevan el mar numerado y cuadriculado para cobrar deudas de dinero!) y un poco en El amor en los tiempos del cólera. Mi favorita, por perfecta, es Crónica de una muerte anunciada. La última parte de su producción, como Diatriba de amor contra un hombre sentado, y en especial Memoria de mis putas tristes, me parece prescindible; El general en su laberinto me aburrió, aunque la leí dos veces (la segunda para confirmar que no es lo mejor que ha escrito), etcétera. La increíble y triste historia de la cándida Eréndira me parece fundamental, y La mala hora es una excepción notable: es una novela negra ubicada en la selva, cuando el canon dice que ese género es neta e indisolublemente urbano.
En fin, me la pasé muy bien releyéndola completa después de unos diez años, quizá doce. Me alarma que la RAE pueda convertirla en lo que da a entender que es El Quojote: un ladrillo pesado e insalvable. Ninguna de las dos lo es.
Hay varios pasajes que marqué. Uno de ellos es de cuando agarran preso al coronel Aureliano Buendía. La descripción suena mucho a la captura del Che Guevara (p. 146):
La tropa pugnaba por someter a culatazos a la muchedumbre desbordada. Úrsula y Amaranta corrieron hasta la esquina, abriéndose paso a empellones, y entonces lo vieron. Parecía un pordiosero. Tenía la ropa desgarrada, el cabello y la barba enmarañados, y estaba descalzo. Caminaba sin sentir el polvo abrasante, con las manos amarradas a la espalda con una soga que sostenía en la cabeza de su montura un oficial de a caballo.Y también lo de que muchos de los que participaron en la muerte del Che fueron muriendo de manetas "misteriosas". (Si uno se fija, más bien se trató de asesinatos bien planificados, en la mayoría de los casos.)
"No se quieren acostar con un hombre que saben que se va a morir", le confesó ella. "Nadie sabe cómo será, pero toso el mundo anda diciendo que el oficial que fusile al coronel Aureliano Buendía, y todos los soldados del pelotón. uno por uno, serán asesinados sin remedio, tarde o temprano, así se escondan en el fin del mundo..."Hay un pasaje que define muy bien lo que llega a pasar con los que se ponen a pelear contra los militares (miren si no cómo se comportan muchos ex guerrilleros, triunfantes o no). En esta escena Aureliano Buendía está con el coronel Moncada, conservador y amigo de la familia, con quien tantos favores se deben y tantas cosas han compartido.
Hay una observación acerca de la vida, la gente y la guerra que me parece magistral:
El general Moncada se incorporó para limpiar los gruesos anteojos de carey con el faldón de la camisa. "Probablemente", dijo. "Pero lo que me preocupa no es que me fusilen, porque al fin y al cabo, para la gente como nosotros esto es la muerte natural." Puso los lentes en la cama y se quitó el reloj de leontina. "Lo que me preocupa --agregó-- es que de tanto odiar a los militares, de tanto combatirlos, de tanto pensar en ellos, has terminado por ser igual a ellos. Y no hay un ideal en la vida que merezca tanta abyección". Se quitó el anillo matrimonial y la medalla de la Virgen de los Remedios y los puso junto con los lentes y el reloj.
--A este paso --concluyó-- no sólo serás el dictador más despótico y sanguinario de nuestra historia, sino que fusilarás a mi comadre Úrsula tratando de apaciguar tu conciencia.
Al cerrarse la puerta, José Arcadio Segundo tuvo la certeza de que su guerra había terminado. Años antes, el coronel Aureliano Buendía le había hablado de la fascinación de la guerra y había tratado de demostrarla con ejemplos incontables sacados de su propia experiencia. Él le había creído. Pero la noche en que los militares lo miraron sin verlo, mientras pensaba en la tensión de los últimos meses, en la miseria de la cárcel, en el pánico de la estación y en el tren cargado de muertos, José Arcadio Segundo llegó a la conclusión de que el coronel Aureliano Buendía no fue más que un farsante o un imbécil. No entendía que hubiera necesitado tantas palabras para explicar lo que se sentía en la guerra, si con una sola bastaba: miedo.Hoy es martes. A seguir en lo que haya que seguir.
7 comentarios:
Me es un poco incomprensible el argumento de que se detesta a Cervantes y al Quijote por las ediciones de ese libro llenos de anotaciones.
Es como decir que se detestan las pupusas de la niña rosita, porque todo mundo habla sobre lo buenas que son y tratan de descifrar que les pone para que se sientan tan bien y porque se hace mucha cola para comprarlas.
Yo compre los dos volumenes que tengo en una edicion que vendia el Super Selectos de pasta dura, en solo diez colones ($1.14) -tiempos aquellos!! que esta lleno de notas. Cuando no entendia, lei las llamadas y eso me hizo comprender y por tanto disfrutar mas el libro, y cuando entendia, pues me pasaba las notas y las ignoraba. Lei el prologo y todas esas cosas que le pusieron adicional y algunas me parecieron algunas interesantes, otras no, pero no las lei sino hasta la segunda lectura del libro, no en la primera.
Alli me di cuenta que la bibliografia del cervantes es extensisima, se mencionaban literalmente cientos de libros que tratan de todo lo imaginable, ropa, monedas, costumbres, personaje por personaje, la politica, etc. Supongo que a un aficionado quijotesco le atraera y leera todo eso y a otros, como yo, no.
Tambien de las 2 trilogias de la guerra de las galaxias, se han publicado libros e inciclopedias, el otro dia en la ceiba descubri una enciclopedia de mas de 1000 paginas que explicaba a detalle las naves, las biografias de personajes que solo aparecen 10 segundos en una de las peliculas. La existencia de eso no me hace disfrutar menos de la movie, pero tampoco mas, pero supongo que es parte de la mercadotecnia (boxes y cereales de star wars) y el afan que tienen algunas de lucirselas (¿Quien diablos escribio esa enciclopedia y quien hizo los dibujos?... Ni sé).
Pero me pregunto yo ¿acaso el mundo donde vivimos no esta lleno de ego y de un afan de hacer dinero que marea? Pues, alli se tiene, autores que publicaran miles de paginas para que parezca que saben de lo que sea, y editoriales haciendo dinero de eso, y eso es OFICIO tambien.
Saludos
Puesí...
A mí lo que me molesta es tener que leer el texto con alguien explicándome no sólo lo que dice, sino lo que se supone que quiso decir, o lo que él cree que quiso decir. La edición de Cátedra de Los cachorros, de Vargas Llosa, es así. Cientos de llamadas al pie, que distraen --"¿y si lo que dice es realmente importante?"-- de un texto que es absolutamente prístino y muy bueno.
Por mi parte disfruté a García Márquez, y tengo otra edición del Quijote bastante limpia, en la que sólo se aclaran los términos en desuso.
No, tampoco me gusta ver las películas en DVD con el comentario del director.
Maestrísimo:
Absolutamente de acuerdo. Las ediciones anotadas (y sobreanotadas) lo único que logran es ponerle obstáculos a una carrera que debía ser llana.
Lo mismo: cuando "me obligaron" a leer el Quijote en la escuela, lo detesté. Cuando lo leí porque se me dio la real gana lo disfruté muchísimo.
Curioso que menciones la semejanza (así sea remota) del coronel Buendía capturado con el Che, porque Cien años de soledad se publicó en 1967, en el verano, y al Che lo capturaron ese año, pero en el otoño.
Saludos,
Yo
Maestrisísimo: Un "recuerdo" interesante, ¿no? Y no es muy remota la similitud. Pienso en la foto en que llevan al Che como si fuera Jesucristo en medio de unos romanos de lo más bolivianos. Está aquí
Luego se fueron "muriendo" los que participaron en el asesinato de algún modo.
A uno de ellos, se dice, lo mató el propio Barrientos a patadas, porque trató de darle un golpe de estado. A otros los fueron cazando en varios países, y me suenan a acciones guerrilleras.
Lo "bonito" es que no habían hecho un show con un guerrillero capturado como el que hicieron con el Che. Después no recuerdo; quizá lo de Abimael, pero fue otra cosa.
Lo de las anotaciones, para el nivel educativo en que obligan a leer el quijote creo que es definitivamente un obstáculo a la lectura,uno se asusta. Ya cuando se le agarró el gusto a la lectura, y ya no se es adolescente, cada quien que las lea si le parece, personalmente, prefiero omitir las explicaciones del tipo que mencionas a la hora de leer. Ahora bien, a mi nunca me han servido las pupusas con un instructivo a la par del bote de curtido. Los comentarios positivos sobre el Quijote, las técnicas narrativas de Cervantes y las cortas colas que se hacen en las librerías para comprarlo, son otros diez pesos.
Yo tengo la misma edición de Alianza que vos mencionás. Definitivamente que es más fácil leer una edición sin tantos obstáculos visuales.
La real academia ha dicho que seguirán con la edición de obras maestras de la lengua española. ¿Cuál será la próxima? Yo creo que es el turno de Pedro Páramo.
Q barbaro Mr. Menjivar. Q Analisis!!! Y luego otras personas lo tildan de intelectual de pose... A mi no me importa lo que se opine, pero en el tema de Garcia Marquez y Cien Años de Soledad tiene usted una razón abrumadora... Sobre todo en los personajes asesinados cuando comienzan a tomar la peligrosa y necesaria autonomía.
Saludos. Y espero pueda leer uno de mis relatos y me saque el monton de gallos que tengo en la narración...Se lo enviaré por mail.Si usted me lo autoriza.
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