Querido diario... (X)
Pues ya. Sí, de acuerdo, falta aún cerrar el capítulo XI, pero es cosa nada más de terminar de escribirlo. Ya todo lo que debe ir está claro. Hay que pasar a máquina las correcciones del segundo borrador, que más que correcciones son añadidos y ajustes, las cosas que fui descubriendo a medida que avanzaba, y que le han dado buen cuerpo a la novela. A la primera parte, porque no olvides que apenas voy por la primera parte. Han salido alrededor de 150 cuartillas, pronostico cerca de 170 y seguro en la segunda salen otras tantas.
El primer borrador quedó hecho una desgracia, como corresponde. El segundo también, pero no tuve que ir poniendo tooodas esas anotaciones en la portada, los detalles que hay que añadir y reiterar aquí y allá para trazar "líneas" que guíen al lector, den coherencia al texto y sirvan como... híjole... ¿identificadores? No sé. Que cuando uno los encuentre sienta que está en un lugar conocido, pues, y siga avanzando sin tropiezos por el camino adecuado.
Lo interesante es que podría cortar la novela en el capítulo XII (sí, salieron doce, no trece), poner un epílogo y al carajo, una novela más a la cuenta. Pero entonces ¿para qué tomarse el trabajo de inventarse y construir un mundo de lo más extraño, complejo y --¡por fin!-- coherente?
Creo que va a salir una especie de tríptico, más que una novela en tres partes. La primera es una especie de thriller sin demasiado thrill, porque no hace falta. Se sostiene bastante bien sin necesidad de meter escenas de violencia, etcétera. La violencia está implícita, y la que es explícita es... bueno... explícita, y da para sostener varios capítulos. Casi la mitad se va en la "descripción" del mundo después de la Igualdad, la Crisis de Marzo y todas esas cosas que pasaron --pasarán-- dentro de algunas decenas de años. La segunda parte son los intríngulis políticos, la tenebra, el dark side, el manejo del poder. (Creo.)
Hasta ahora dos cuadernos se han sacrificado en el cumplimiento del deber, uno rojo y uno naranja. En el primero está prácticamente escrita la novela. Digamos que con lo que hay allí ya salía algo publicable, y hasta bueno. Pero ¿quién quiere algo simplemente publicable y simplemente bueno? (¡Ah, la vanidad, mi pecado favorito...!) En el segundo están los añadidos, las notas y los capítulos nuevos. Me encantó el tamaño de los cuadernos: 48 páginas (24 hojas), que con letra muy pequeña, como la que uso, resultan prácticos. Son pequeños (17x22 cms), un papel satinado excelente y qué sé yo.
En uno más o menos así escribí Los años marchitos (moradito, por cierto) e hice apuntes para lo que después sería Breve recuento de todas las cosas, entre 1988 y 1989. El drama fue que era un cuaderno de muchas más páginas, y casi la mitad quedó en blanco. Después traté de escribir otras cosas allí, pero no pude; no era el cuaderno adecuado para esas cosas; era para Los años marchitos, nada más. Las notas del Breve recuento, incluso, las consideré durante años como un ejercicio interesante, pero inútil. Cuando terminé la primera parte de la novela, en 1999, diez años después, me di cuenta de que lo que seguía era aquel ejercicio, y ese ejercicio me dio la guía para las siguientes dos partes.
El formato de los cuadernos tiene también una cualidad: como los traigo de un lado para otro, las portadas se deterioran y se ven feítas. No tengo nada contra eso, porque se lo han ganado a pulso, pero me di cuenta de que, justo cuando ya están para dar pena, me acabo el cuaderno. Así que el formato es ideal. Lo más divertido es que serán muy franceses y todo lo que se quiera, pero también son baratos. Cada uno me costó algo así como 65 o 70 centavos de euro, comprados en paquete, en una papelería de Toulouse.
Ahora, para la segunda parte, tengo un cuaderno reservado, el de la izquierda, que es exactamente igual a los otros, excepto por las vetas y por el color. Para mi lado autista es el que sigue, y listo. Cuando se acabe ése, tengo otro verde, exactamente igual, y otro naranja. Allí es donde no me termina de cuadrar: no me gustaría repetir el color, y regalé uno amarillo. Cetera is paribus (como diría en economista de línea dura), me voy a llevar dos cuadernos para la segunda parte, y no serán iguales. O repito color o cambio estilo.
Y cambiar estilo no estaría mal. El cuaderno de la derecha no sólo es como los anteriores: es hasta más bonito. La cubierta es más resistente que las de los otros (me costó un euro, quizá unos centavos más) y las esquinas redondeadas. Por lo demás, no tengo que estar viendo la portada mientras escribo, así que es una combinación que no me molesta. Pero hay otra que me atrae.
¡Un cuaderno de 96 páginas! (El de la izquierda.) Allí cabría la segunda parte completa, con notas, añadidos y lo que hiciera falta. La cubierta es aún más resistente que la del cuaderno verde de la derecha de más arriba, y tiene también las esquinas redondeadas.
Bueno, lo de las esquinas redondeadas no es problema. Hace mucho tiempo que aprendí a manipular cuadernos y libros sin que resulten doblados o arrugados, pero igual hay accidentes.
Y allí sí mi lado autista puede irse al diablo, porque me gusta. Pero también me gusta el esquema que seguí con la primera parte: en uno toda la segunda parte, en otro los etcéteras. Pero también me gustaría tenerlo todo junto. Pero también...
Y en ésas ando.
El cuaderno naranja no lo voy a tocar todavía. Ése lo reservo para algo especial, que creo que ya sé qué es: una novela que comencé por allí de 1990 o 1991 y de la que apenas llevo un capítulo. Es un buen capítulo, pero no sé cómo continuar. He hecho varios intentos y siempre llego al mismo lugar, o sea a un montón de páginas borroneadas que no funcionan para lo que quiero, o para lo que quiere el texto. El cuaderno tiene 192 páginas, está cosido y tiene unas cubiertas bastante gruesas. Y las esquinas redondeadas, claro.
Ahora estoy pasando en limpio, como ya dije, los añadidos y correcciones del segundo borrador, que salió del cuaderno naranja. Terminaré en mis próximos días de descanso, espero, porque es bastante. En el trayecto terminaré el medio capítulo que me falta y tendré un tercer borrador, que dejaré en paz mientras escribo la segunda parte, o lo usaré para ajustar lo que haya que ajustar a medida que escriba lo que voy a escribir.
¿Que por qué hablo de estas frivolidades? Bueno, porque puedo, y porque tengo dónde hacerlo, o sea este mi querido diario.
Además he estado leyendo el libro de Salvador Sánchez Cerén, voy a escribir una reseña y estoy haciendo tiempo. La noche generalmente la uso para cosas que me gustan. Y si hay algo que me gusta es escribir en buenos cuadernos, así cuesten menos de un dólar. (La Parker 45 lo agradece, y yo feliz.)
El primer borrador quedó hecho una desgracia, como corresponde. El segundo también, pero no tuve que ir poniendo tooodas esas anotaciones en la portada, los detalles que hay que añadir y reiterar aquí y allá para trazar "líneas" que guíen al lector, den coherencia al texto y sirvan como... híjole... ¿identificadores? No sé. Que cuando uno los encuentre sienta que está en un lugar conocido, pues, y siga avanzando sin tropiezos por el camino adecuado.
Lo interesante es que podría cortar la novela en el capítulo XII (sí, salieron doce, no trece), poner un epílogo y al carajo, una novela más a la cuenta. Pero entonces ¿para qué tomarse el trabajo de inventarse y construir un mundo de lo más extraño, complejo y --¡por fin!-- coherente?
Creo que va a salir una especie de tríptico, más que una novela en tres partes. La primera es una especie de thriller sin demasiado thrill, porque no hace falta. Se sostiene bastante bien sin necesidad de meter escenas de violencia, etcétera. La violencia está implícita, y la que es explícita es... bueno... explícita, y da para sostener varios capítulos. Casi la mitad se va en la "descripción" del mundo después de la Igualdad, la Crisis de Marzo y todas esas cosas que pasaron --pasarán-- dentro de algunas decenas de años. La segunda parte son los intríngulis políticos, la tenebra, el dark side, el manejo del poder. (Creo.)
Hasta ahora dos cuadernos se han sacrificado en el cumplimiento del deber, uno rojo y uno naranja. En el primero está prácticamente escrita la novela. Digamos que con lo que hay allí ya salía algo publicable, y hasta bueno. Pero ¿quién quiere algo simplemente publicable y simplemente bueno? (¡Ah, la vanidad, mi pecado favorito...!) En el segundo están los añadidos, las notas y los capítulos nuevos. Me encantó el tamaño de los cuadernos: 48 páginas (24 hojas), que con letra muy pequeña, como la que uso, resultan prácticos. Son pequeños (17x22 cms), un papel satinado excelente y qué sé yo.
En uno más o menos así escribí Los años marchitos (moradito, por cierto) e hice apuntes para lo que después sería Breve recuento de todas las cosas, entre 1988 y 1989. El drama fue que era un cuaderno de muchas más páginas, y casi la mitad quedó en blanco. Después traté de escribir otras cosas allí, pero no pude; no era el cuaderno adecuado para esas cosas; era para Los años marchitos, nada más. Las notas del Breve recuento, incluso, las consideré durante años como un ejercicio interesante, pero inútil. Cuando terminé la primera parte de la novela, en 1999, diez años después, me di cuenta de que lo que seguía era aquel ejercicio, y ese ejercicio me dio la guía para las siguientes dos partes.
El formato de los cuadernos tiene también una cualidad: como los traigo de un lado para otro, las portadas se deterioran y se ven feítas. No tengo nada contra eso, porque se lo han ganado a pulso, pero me di cuenta de que, justo cuando ya están para dar pena, me acabo el cuaderno. Así que el formato es ideal. Lo más divertido es que serán muy franceses y todo lo que se quiera, pero también son baratos. Cada uno me costó algo así como 65 o 70 centavos de euro, comprados en paquete, en una papelería de Toulouse.
Ahora, para la segunda parte, tengo un cuaderno reservado, el de la izquierda, que es exactamente igual a los otros, excepto por las vetas y por el color. Para mi lado autista es el que sigue, y listo. Cuando se acabe ése, tengo otro verde, exactamente igual, y otro naranja. Allí es donde no me termina de cuadrar: no me gustaría repetir el color, y regalé uno amarillo. Cetera is paribus (como diría en economista de línea dura), me voy a llevar dos cuadernos para la segunda parte, y no serán iguales. O repito color o cambio estilo.
Y cambiar estilo no estaría mal. El cuaderno de la derecha no sólo es como los anteriores: es hasta más bonito. La cubierta es más resistente que las de los otros (me costó un euro, quizá unos centavos más) y las esquinas redondeadas. Por lo demás, no tengo que estar viendo la portada mientras escribo, así que es una combinación que no me molesta. Pero hay otra que me atrae.
¡Un cuaderno de 96 páginas! (El de la izquierda.) Allí cabría la segunda parte completa, con notas, añadidos y lo que hiciera falta. La cubierta es aún más resistente que la del cuaderno verde de la derecha de más arriba, y tiene también las esquinas redondeadas.
Bueno, lo de las esquinas redondeadas no es problema. Hace mucho tiempo que aprendí a manipular cuadernos y libros sin que resulten doblados o arrugados, pero igual hay accidentes.
Y allí sí mi lado autista puede irse al diablo, porque me gusta. Pero también me gusta el esquema que seguí con la primera parte: en uno toda la segunda parte, en otro los etcéteras. Pero también me gustaría tenerlo todo junto. Pero también...
Y en ésas ando.
El cuaderno naranja no lo voy a tocar todavía. Ése lo reservo para algo especial, que creo que ya sé qué es: una novela que comencé por allí de 1990 o 1991 y de la que apenas llevo un capítulo. Es un buen capítulo, pero no sé cómo continuar. He hecho varios intentos y siempre llego al mismo lugar, o sea a un montón de páginas borroneadas que no funcionan para lo que quiero, o para lo que quiere el texto. El cuaderno tiene 192 páginas, está cosido y tiene unas cubiertas bastante gruesas. Y las esquinas redondeadas, claro.
Ahora estoy pasando en limpio, como ya dije, los añadidos y correcciones del segundo borrador, que salió del cuaderno naranja. Terminaré en mis próximos días de descanso, espero, porque es bastante. En el trayecto terminaré el medio capítulo que me falta y tendré un tercer borrador, que dejaré en paz mientras escribo la segunda parte, o lo usaré para ajustar lo que haya que ajustar a medida que escriba lo que voy a escribir.
¿Que por qué hablo de estas frivolidades? Bueno, porque puedo, y porque tengo dónde hacerlo, o sea este mi querido diario.
Además he estado leyendo el libro de Salvador Sánchez Cerén, voy a escribir una reseña y estoy haciendo tiempo. La noche generalmente la uso para cosas que me gustan. Y si hay algo que me gusta es escribir en buenos cuadernos, así cuesten menos de un dólar. (La Parker 45 lo agradece, y yo feliz.)
2 comentarios:
No te imaginas cuan ùtil me es leer las notas de tu querido diario.
Y cuanta envidia me dan tus cuadernos estan preciosos..
Nos vemos pronto.
Saludos, me gustó tanta atención para con tus cuadernos. Yo siempre ando buscando unos de mi gusto aunque creo que al fin los encontré. Usé uno igual al último que reservas (Claire Fontaine naranja) para mi último diario aunque me cansé de mis cotidianidades mucho antes de acabarlo.
Te seguiré leyendo. Por cierto, desde la distancia se hace difícil seguir la literatura de El Salvador, agradecería recomendaciones, libros que ojalá pudieran conseguirse en México o España. Gracias...
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