21 de junio de 2005

De héroes y pujidos

Si los héroes no murieran las cosas serían más fáciles. Pero los héroes deben morir.
Peor aún: si algunos héroes no sobrevivieran, las cosas serían más fáciles: los héroes que sobreviven se convierten en caricaturas de sí mismos, y su heroísmo sólo sirve para hacer comerciales de zapatos o de pasta de dientes, o para oprimir pueblos hasta que aparece otro héroe que los aplasta. Los héroes han cruzado la tenue línea que existe entre el benefactor y el tirano. Y el ciclo recomienza una y otra vez, obsesivamente.
No se puede ser un verdadero héroe sin morir. Y los héroes mueren en nombre de los que no tienen el valor suficiente para ser exageradamente humanos, para vivir atados sólo a sus principios, con un instinto de sobrevivencia animal y a la vez suicida. No importa lo que hagan: salvar a un niño de un incendio, ganar una batalla en una guerra (quizá necesito una guerra) sin más ayuda que la de sus manos ante la furia de los morteros, sin más recursos que sus glándulas sudoríparas. Luego uno podrá leer en el periódico o en los libros de historia que ese hombre, durante unas horas, minutos o días, vivió más de lo que ha vivido una parte inmensa de la humanidad en millones de años, que hizo más de lo que harán jamás cien mil oficinistas o dos mil quinientos soldados o tres mil setecientos guerrilleros. Y, con su acto, el héroe revalida el derecho a la vida de los que no son héroes, reinventa la razón de ser de los pobres diablos. (¿Quién no es un pobre diablo en presencia del héroe que regresa?) Quizá se le olvide, pero el mundo habrá sido nuevo otra vez gracias a él, como si le hubiera echado una inmensa moneda a un teléfono público para seguir hablando durante un año o diez más, una era completa. Y no porque el héroe sea un superhombre, sino porque es humano, patéticamente humano, y porque después de todo fue héroe no a pesar de, sino gracias a su patetismo.
Los verdaderos héroes mueren, y no tienen derecho de morir. Tampoco tienen derecho de vivir, y algunos viven. Debería haber un estado de existencia intermedio en el que se encuentren los héroes y nadie más, una especie de limbo que los mantenga lejos de nuestras manos y, sobre todo, a nosotros lejos de las suyas. Pocas cosas más terribles que el poder de un héroe, sobre todo porque está dispuesto a ejercerlo.

De Trece.


Si naciera otra vez quizá pediría que hubiera un poco menos de calor en el mundo que lo recibe, o nacer en un mes en que se sude menos —octubre, por ejemplo—, o tener una madre de ojos menos pálidos, no tan propensos al llanto.
(Observación: en su ciudad los cuerpos huelen mal en los autobuses, los autobuses hacen que la ciudad huela a diesel y que las personas y los perros y los pájaros se sofoquen cuando llegan a las esquinas.)
Si volviera a nacer sería exactamente la misma persona, pero en ciertos momentos habría algo que lo hiciera huir despavorido de sí mismo y que cambiara su historia sin marcha atrás. Sólo su propia historia, no caigamos en la trampa de la causalidad como dogma, no como mera probabilidad.
O talvez un hecho tan simple como caerse de la bicicleta a los siete años, quebrarse un diente con una piedra oculta en el arroz a los doce, no aprender nunca qué es el control de cambios, cualquier cosa, podría llevarlo, alguna vez, a ser el héroe que jamás quiso —y en realidad no pudo— ser. Y entonces no habría otra cosa que causalidad, y podríamos caer en cualquier trampa y no tendríamos por qué estar aquí ni en otra parte. ¿Quién sabe cómo ocurren realmente las cosas?

De Instrucciones para vivir sin piel


En el fondo todos los héroes son tan pendejos como el resto de la gente, y por eso hay tantos en los panteones y en los libros de texto. Los muertos siempre son los demás. Si alguien le hubiera dicho a la mayoría de los héroes lo que les iba a pasar, seguro deciden morirse de viejos y el mundo tendría menos nombres de los cuales acordarse en la escuela.

De Maneras de morir


También aprendí que los que han sido nuestros héroes (...) son tan humanos que dan ganas de vomitarlos. Pero ése es el valor de los héroes y de los traidores: darnos fuerza para vivir cuando la muerte se vuelve una tentación insoportable

De Réquiem para una señora sin canas


Porque Dios es más que todo lo que fue creado –incluso el mar y lo que lo habita–, es mucho más que esa cantidad infinita de silencio y de incomprensión: es los ojos de los mártires, los pujidos desesperados de las solteronas, las guerras donde los hombres son más profundamente hermanos y se odian y se matan y se dicen héroes o traidores, todo para evitar hacerse la única pregunta que vale la pena hacerse: ¿por qué?

De Breve recuento de todas las cosas

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen recuento.

Salú