22 de julio de 2006

Santa Ana, los cigarros y la tía Carmen

Ayer estuve en Santa Ana para trabajar con Mario Zetino (del taller de La Casa) y tres escritores más; con dos de ellos, de gran talento y buenas letras, ya había visto algunos textos de poesía, y se sumó un narrador.
Llegué a la Casa de la Cultura --donde íbamos a trabajar-- y, como aún no habían llegado, le dije a la señora que estaba de encargada en ese momento que me iba a fumar un cigarro en la puerta, desde luego del lado de afuera. Me dijo que podía fumar allí mismo, pero preferí no llenarle el lugar de humo. Al rato apareció un tipo también de la Casa de la Cultura, cuando ya habían llegado Mario y Luis, y se puso a hablar con una afabilidad que no me gustó. Revisó las instalaciones, cuarto por cuarto, movió algunos objetos aquí y allá y después nos ignoró, lo cual agradecí. Mientras tanto se me ocurrió sacar otro cigarro, también para fumármelo afuera. Apenas me lo había puesto en la boca, me dijo con una sonrisa: "Ah, eso sí que no se puede. Aquí no se puede fumar. Lo lamento mucho." Lo dijo en el plan de "Perdón, pero son cosas que están mucho más allá de mi control, y no por eso dejo de ser una buena persona, pero ya se lo advierto." Con el director de la casa, Wenceslao Menjívar (no, no es mi pariente), quien también coordina las casas de todo el departamento, nunca tuve problemas, ni con la gente con la que he trabajado allí ni con nadie. La sonrisa del fulano era tan amplia que dudé de que lo dijera en serio. "¿De verdad no se puede fumar aquí?" "No, no. Lo siento mucho." "Bueno --le dije--. Me voy a fumar a la puerta", que de todos modos era lo que iba a hacer. "Sí, es lo mejor. Aquí adentro no se permite", y se puso a hablar con la señora --iba para mí, pero lo ignoré-- acerca de los motivos de no fumar en el lugar, de lo que significaba fumar en una Casa de la Cultura y otras cosas que tenían que ver más con la moral pública y con los valores necesarios para que nuestro país progrese que con cualquier otra cosa.
La vez anterior que había estado en la Casa de la Cultura, Wenceslao nos prestó un cuarto con sillas y mesitas, todo bien mono. Esta vez el tipo nos llevó a la parte de atrás, a una especie de antecomedor, junto a una cocina abandonada, donde había sillas amontonadas aquí y allá y un par de mesas circulares, ya deterioradas. Les dije a los chavos que, nada más llegaran los demás, nos íbamos. Y eso hicimos. (Terminamos en una cafetería donde tampoco se fumaba; ése no era el problema.) Y no nos fuimos por lo de fumar dentro o afuera, porque de todas maneras no me gusta molestar a los demás con el humo, sino porque detesto a la gente que necesita enunciar reglas. Tampoco porque nos hayan puesto en el cuarto que no se usa, habiendo bastante espacio y muy agradable, con muebles buenos, sino porque el tipo sonreía de un modo que me crispaba los vellos del buen gusto.
En realidad lo que detesto es a la gente que pone reglas para demostrar poder, o para sentir que trabaja. En La Casa del Escritor jamás se ha enunciado una sola regla; quien llega sabrá cómo comportarse y cómo no. En tres años sólo dos cervezas se han consumido allí, y fueron de dos visitantes salvadoreños que venían de Estados Unidos y España. Y una botella de vino tinto en un almuerzo de Navidad, que se tomaron como entre quince. El resto del tiempo, coca cola de dieta, que yo compro; si alguien quiere con azúcar, va y la compra, y hasta puede traer pan dulce o churritos. En el caso de los cigarros, es claro que quien fume durante el taller se irá a la puerta o al balcón o junto a la ventana, para no molestar a los que no quieran oler, y las barditas son para sentarse, y las sillas también (hay como 25), y las mesas para trabajar, y a quien llega a hacer reuniones se le presta lo que hay, no lo que sobra. Claro que no me iba a poner a decirle al tipo todo eso, porque ni siquiera me preguntó cómo me llamaba ni a qué iba ni nada; lo que vio fue a un señor de bara y lentes redondos (nuevos, eso sí) al que podía mandar. Ya sabrá si quiere tener su casa llena o vacía, con gente que la disfrute o que la sufra.
Como llegué una hora antes, pasé a ver a los tíos santanecos, Neto, Sara y Carmen Menjívar. (Al rato apareció el primo Gerardo.) La tía Carmen es la hermana menor del abuelo Alfonso, y hace cosa de un año tuvo al mismo tiempo un infarto y un derrame cerebral. Y allí andaba, caminando de un lado a otro, muy sana, a los 97 años de su edad. Es la que ha vivido más de sus hermanos. El abuelo murió a los 91 años, la tía Meche a los 96 y el tío Chico a los 30, asesinado por un policía, a finales de los treinta o principios de los cuarenta. La tía Sara es hija del tío Chico. Nació el 3 de enero de 1935, exactamente el mismo día que mi padre, apenas unas horas más tarde. El tío Neto es menor, hijo de la tía Carmen, y tiene un negocio de alquiler de sillas, mesas y vajillas a la vuelta del parque Anita Alvarado.
De inmediato la tía Sara me invitó a comer, y tuve que aceptar, aunque ya había comido algo. Me sirvió un plato de pinol, una sopa de maíz triturado con tomate y carne. Tenía por lo menos 35 años de no probarlo; la última vez que lo comí lo había cocinado la tía Carmen. Pero ahora ella no está para cocinar, a pesar de que tiene la fuerza para eso y para más. Después del derrame se quedó en otro lugar, según me dicen, y en mucho ayuda que desde hace ya varios años sea sorda y muy sorda. La saludé, la abracé, le di un beso, como siempre, y lo aceptó, pero no entendió muy bien por qué lo hacía. El tío Neto le enseñó un ejemplar de Tiempos de locura que le llevé, y le explicó a señas que yo lo había escrito. Ella me felicitó a señas, como a alguien a quien se acaba de conocer y que a uno no le importa mucho, y se fue a servir su pinol y a comérselo junto a mí, pero sin verme, ni a nadie.
Tampoco los reconoce a ellos. Al parecer lo ha tomado como si, en fin, allí le tocara vivir, en esa casa, con un par de extraños, y allí vivirá, con pinol y todo.
Debería estar triste, pero no lo estoy. A la tía le tocó cargar con el ecuidado de un par de generaciones de Menjívares santanecos, y de algún modo está descansando. Me dicen que no sufre. Nada más está consigo misma y, por lo que vi, se la pasa tranquila.

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Estoy preparando la tercera edición de Tiempos de locura, que deberé entregar antes de un mes para su publicación. Con suerte aparecerá entre septiembre y octubre, con algunos datos más y con correcciones para los errores dolorosamente obvios que se me fueron aquí y allá. Entre lo más importante está la incorporación de pasajes del diario del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, de algunos testimonios de época que algunos amigos me facilitaron y de datos que extraje de unos videos también de la época, un par de entrevistas nuevas para aclarar punto y cosas que --para mi orgullo-- se han dado a conocer a partir del libro. Insisto: no es que la primera edición haya quedado mal, porque allí está todo, sino que... bueno... me gusta la idea de que quede lo más bonito posible. De las 470 cuartillas que tenía originalmente, sin apéndices ni nada, ya está llegando a las 700. Y espero que ahora sí sea la última versión; no me puedo pasar el resto de la vida corrigiendo un solo libro.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

A ver por partes:

Anteayer fuimos al Museo de Arte Moderno de Guatemala con Denise. Había una exposición de grabados de Rembrandt que a ambas nos motivaban mucho. Pasamos un rato rico, como no muchos tiene uno en estos días. Inventando historias sobre los retratos, las escenas y demás del museo. Hasta... que un tipo con ínfulas de funcionario público se me acercó para decirme que no podía tocar las paredes. Con ese tono de "usted está arruinando una obra de arte y eso es penado por la ley". Es decir, ahí se cuidan las paredes y los exquisitos colores de brocha gorda más que otra cosa. Le pregunté todavía con una sonrisa, para hacerle caer en la cuenta de lo tonto que me decía, si había instrucciones sobre eso y me dijo que sí. Que el Director del Museo había girado una circular donde se decía que el color (marrón horrible) era muy delicado. Jaja... ahora me da risa, pero en su momento casi me lo comí vivo (Denise puede dar fe y creo que vos también). Pero mi amiga, sabia por demás, me dijo: --La cuota de poder, vos. El cigarro fue ya a la salida y bajo un gran chaparrón.

En cuanto a Tiempo de Locura (3a edición) todavía estoy esperando leerlo pues... Renato tiene el ejemplar que le diste a Denise, así que no me lo ha podido prestar. A ver si ahora que vengás... verdad.

Anónimo dijo...

ASI ES EN MAYORIA DE LUGARES: NO ESTO , NO LO OTRO Y LO PEOR ES QUE HAY GENTE QUE LE ENCANTA RECORDARLO. YO VISITE UN MUSEO DENDE HABIAN ESCULTURAS ESPANOLAS, YO NO PUDE RESISTIR LA TENTACION Y TOQUE UNA DE MIRO.... NADIE SE DIO CUENTA.... ERA HELADA. MI AMIGA SE MORIA DE LOS NERVIOS, PERO COMO RESISTIR TENERLA CERCA Y NO TOCARLA, AUNQUE NO QUEDE MUY IMPRESIONADA DE HACERLO.

Anónimo dijo...

Lo del vino en la Casa del Escritor a mi me consta. Cuando llevé una botella de tinto argentino, nadie me le hizo caso y vos me dijistes que mejor suerte hubiera tenido con una botella de Coca. Luego la dejé muy discretamente en tu casa cuando me llevastes con los jovenazos del taller de cine a ver los videos en que estaban trabajando. Si todavía la tenés cuando vuelva a El Salvador (en un futuro muy indefinido) te la cambio por un vaso de orchata o un botellón de Coca. ¿Estamos?

Lo que creo haber entendido es que como que a La Casa del Escritor se llega a trabajar y eso de combinar el vino con el trabajo no cuaja. ¿No es cierto?

Lo del cigarro es tenaz, hermano. Yo fumé de los diecinueve a los veintitrés y despojarme del hábito fué la cosa más difícil. Lo tuve que hacer porque las alergias me tumbaban días enteros. De vez en cuando me dan ganas de echarme uno, pero hasta ahora he logrado resistirlo. El vino lo manejo bien pero no me gusta beberme más de dos o tres copas y siempre con una buena comida porque no tengo resistencia. Me da un sueño tremendo y eso de andar durmiendo en restaurantes, o en casa ajena, o en mi propia casa antes de la hora, no me cuadra.

Salud.

Anónimo dijo...

Es cierto... debo una bolsada de pan dulce :P jajajaja. A mí el humo de cigarro no me importa, lo más grave que pueda pasar es que me den ganas de fumar. Y lo de los churritos... ejem! eso para después jijiji

Anónimo dijo...

PENSABA EN TU TIA...Y SABES?
EL OLVIDO ES EL MEJOR ALIVIO DEL ALMA. TU TIA VIVE EN SU MUNDO, Y SI ES FELIZ, PUES QUE IMPORTA SI NO TE ACORDAS DE NADA.

Anónimo dijo...

Eso del poder, es tentador, es delicioso, es adictivo. Y por eso lo ejercemos a diestra y siniestra, sobre todo en formas poco sutiles y menos inteligentes.