Noticias de más allá del mar
En agosto de 2000, cuando murió mi padre, me quedé sin palabras, literalmente. Hablaba poco, escribía nada, pensaba tanto que no recordaba nada, hacía muchas cosas sin mucho sentido. Algo de eso lo puse en un artículo que publiqué por catarsis y con enojo, Algo sobre la muerte de Rafael Menjívar, que está en mi otro blog.
Mi trabajo en ese entonces era traducir Sports Illustrated todas las semanas, lo que me permitía viajar a Costa Rica y estar pendiente de mi padre. También echaba la mano en Vértice con algún artículo. Esa flexibilidad es algo que siempre le agradeceré a Lafitte Fernández, mi jefe en ese tiempo.
Como no había modo de que salieran las palabras, me puse a hacer música con una maravillita llamada Melody Assistant, un programa francés para hacer música, con partitura y todo lo que uno quiera, y durante cuatro meses no supe a qué hora amanecía o si hacía calor, si era de noche o llovía. Trabajaba y me ponía a escribir música; dormía cuando podía y seguía haciendo música. Y la música iba saliendo dolorosa, pero con fluidez.
En diciembre terminé una unidad, digamos un disco, que se llamó Noticias de más allá del mar. Usé de todo: flauta, oboe, corno, fagot, cello, sintetizadores, guitarra eléctrica, efectos de sonido, coros sintetizados, etcétera. Y poesía. En mi universo particular se trató de canto fúnebre, un réquiem, aunque agnus dei ni confutatis nada de eso. Nomás música llena de dolor.
Hasta hace muy poco --digamos un año-- escucharla me seguía llenando de un dolor profundo y seco. Hace unos días, mientras revisaba materiales musicales para que un amigo se llevara a Suecia, encontré el disco, lo puse y ya no sentí "eso". Más bien se me salió una sonrisa y no se me quitó en cuarenta minutos.
Ahora quiero compartirlo con los amigos. Se puede encontrar en mi página en mp3.com. Son las piezas numeradas de 01 a 05. Había una sexta, pero la eliminé; no venía al caso.
Cada pieza tiene su historia --y todas de algún modo cuentan una historia--, de las que sólo hablaré rápidamente.
La primera pieza ("La noche de un día antes") es lo que sentí cuando me avisaron --acababa de llegar de un entierro, por cierto-- que mi padre se moría y tenía que llegar antes de la noche a Costa Rica. Sin boleto y sin nada, en menos de cinco horas estaba allá. En el avión pensé y sentí y recordé de todo, y me di cuenta de que el cuerpo se estaba preparando para un dolor.
La segunda ("Perchance to Dream") fue el tiempo de espera antes de que muriera. Murió al mediodía del lunes 7 de agosto de 2000.
La tercera ("Una tarde cualquiera de 1945") es una historia tierna. En 1943, el abuelo Alfonso se fue para Panamá, como estibador, bajo el régimen de silver roll, por supuesto. Mi padre estaba seguro de que regresaría un día entre las cinco y las seis de la tarde, y durante dos años, a esa hora, lo esperó en una cuesta que daba a no sé qué calle. Mientras, se puso a aprender a tocar una flauta, un pito, y eso hacía mientras esperaba al abuelo. Y el abuelo llegó, en efecto, una tarde de 1945 por esa cuesta, entre cinco y seis de la tarde. Y mi padre dejó la flauta.
La cuarta ("Eclipse") es el entierro.
Y la quinta ("Sirenas") no sé qué hace allí. Creo que la puse porque necesitaba algo relajante después de todo ese montón de emociones.
De no ser por la música, por esa música, quizá hubiera caído en una depresión bien honda. Hay un par de historias anexas que algún día contaré.
Mi trabajo en ese entonces era traducir Sports Illustrated todas las semanas, lo que me permitía viajar a Costa Rica y estar pendiente de mi padre. También echaba la mano en Vértice con algún artículo. Esa flexibilidad es algo que siempre le agradeceré a Lafitte Fernández, mi jefe en ese tiempo.
Como no había modo de que salieran las palabras, me puse a hacer música con una maravillita llamada Melody Assistant, un programa francés para hacer música, con partitura y todo lo que uno quiera, y durante cuatro meses no supe a qué hora amanecía o si hacía calor, si era de noche o llovía. Trabajaba y me ponía a escribir música; dormía cuando podía y seguía haciendo música. Y la música iba saliendo dolorosa, pero con fluidez.
En diciembre terminé una unidad, digamos un disco, que se llamó Noticias de más allá del mar. Usé de todo: flauta, oboe, corno, fagot, cello, sintetizadores, guitarra eléctrica, efectos de sonido, coros sintetizados, etcétera. Y poesía. En mi universo particular se trató de canto fúnebre, un réquiem, aunque agnus dei ni confutatis nada de eso. Nomás música llena de dolor.
Hasta hace muy poco --digamos un año-- escucharla me seguía llenando de un dolor profundo y seco. Hace unos días, mientras revisaba materiales musicales para que un amigo se llevara a Suecia, encontré el disco, lo puse y ya no sentí "eso". Más bien se me salió una sonrisa y no se me quitó en cuarenta minutos.
Ahora quiero compartirlo con los amigos. Se puede encontrar en mi página en mp3.com. Son las piezas numeradas de 01 a 05. Había una sexta, pero la eliminé; no venía al caso.
Cada pieza tiene su historia --y todas de algún modo cuentan una historia--, de las que sólo hablaré rápidamente.
La primera pieza ("La noche de un día antes") es lo que sentí cuando me avisaron --acababa de llegar de un entierro, por cierto-- que mi padre se moría y tenía que llegar antes de la noche a Costa Rica. Sin boleto y sin nada, en menos de cinco horas estaba allá. En el avión pensé y sentí y recordé de todo, y me di cuenta de que el cuerpo se estaba preparando para un dolor.
La segunda ("Perchance to Dream") fue el tiempo de espera antes de que muriera. Murió al mediodía del lunes 7 de agosto de 2000.
La tercera ("Una tarde cualquiera de 1945") es una historia tierna. En 1943, el abuelo Alfonso se fue para Panamá, como estibador, bajo el régimen de silver roll, por supuesto. Mi padre estaba seguro de que regresaría un día entre las cinco y las seis de la tarde, y durante dos años, a esa hora, lo esperó en una cuesta que daba a no sé qué calle. Mientras, se puso a aprender a tocar una flauta, un pito, y eso hacía mientras esperaba al abuelo. Y el abuelo llegó, en efecto, una tarde de 1945 por esa cuesta, entre cinco y seis de la tarde. Y mi padre dejó la flauta.
La cuarta ("Eclipse") es el entierro.
Y la quinta ("Sirenas") no sé qué hace allí. Creo que la puse porque necesitaba algo relajante después de todo ese montón de emociones.
De no ser por la música, por esa música, quizá hubiera caído en una depresión bien honda. Hay un par de historias anexas que algún día contaré.
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