Pérez-Reverte, Dumas y Alatriste
Durante meses, por allá de 1996, mi hijo Eduardo estuvo casi acosándome para que leyera un libro que le había fascinado, y que él a su vez había leído unas cuatro o cinco veces, El Club Dumas, de Arturo-Pérez Reverte.
No leo a Dumas desde hace muchos años, pero leí muchas veces varios de sus libros, primero en ediciones abreviadas (¡tenía siete u ocho años, por Dios!), luego en versiones completas, y El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros siguen siendo parámetros. Me pareció, con esa lógica excesivamente simple que se le sale a uno a veces, que leer algo sobre las novelas de Dumas era por lo menos redundante. (Por eso quemaron la biblioteca de Alejandría: si lo que hay allí dentro no está en el Corán, es herético; si está, es redundante. Desde que conocí la frase y leí El Club Dumas uso otros pretextos para no leer lo que no quiero leer.)
Mi hijo dejó el libro en mi estudio, de manera que pudiera verlo desde la computadora, y cada vez que llegaba me decía que confiara en él una vez en la vida y lo leyera. Una tarde en que no tenía nada que hacer lo agarré, para darle gusto. Y lo que terminé, esa misma madrugada, fue un libro excepcional, que leí varias veces después de ésa y que regalé a gente a la que le gustan las cosas excepcionales. (Polanski hizo una versión cinematográfica, The Ninth Gate, con Johnny Depp. Sólo usa una de las dos tramas principales de la novela, referente a un libro que posee grabados con claves para invocar al demonio. No me parece la película más acertada de Polanski, ni la mejor adaptación de un libro, pero tiene su lado divertido.)
Me gustó, ante todo, que fuera una novela negra centrada en el mundo de los bibliófilos de hueso duro: los coleccionistas de libros antiguos, de ediciones únicas, y todo el submundo que se mueve a su alrededor. El detective, Lucas Corso, es uno de los personajes más convincentes del género, si acaso Pérez-Reverte tenía la intención de hacer algo dentro del género. Otros personajes, los bibliófilos, me recordaron en mucho a los personajes excéntricos, enfermos de codicia o de estupidez o de cualquier cosa humana, que desfilan por Las almas muertas, de Gógol. El propio Gógol era un poco de lo mismo: en un ataque de misticismo, o lo que le dé a la gente cuando le pega la religión, quemó la segunda parte de esa misma obra, lo que desde entonces ha provocador jalones de cabellos entre sus lectores, porque lo que sobrevive de Las almas muertas es genial.
Me gustó también, en la novela de Pérez-Reverte, el personaje del ángel, que a la hora de verse en pantalla pierde mucho. Y, en especial, que veía a un narrador fino, inteligente y con un manejo sabio de sus recursos narrativos, que eran muchos.
De inmedito busqué más de él y encontré La tabla de Flandes, y luego La piel del tambor. La primera me gustó, aunque no se veía al escritor potente de El Club: una bonita novela "de enigma" que, me temo, a ratos no tendrá sentido para quienes no hayan estado metidos en el ajedrez y sus obsesiones. La segunda... bueno... no me creí el punto de partida y de llegada --que es más o menos obvio desde el principio--: a una anciana cuya característica más notoria es que toma Coca-Cola hackea los servers del Vaticano. No me la creo, y menos en 1995, fecha de publicación del libro. (Ya en unos años los háckers originales serán ancianos y harán sus cosas; por ahora son señores de mediana edad, apenas.)
Cuando empezó a aparecer la saga del Capitán Alatriste, corrí a comprar el primer tomo, titulado precisamente El capitán Alatriste, escrito en colaborción con su hija Carlota. Empecé a leerlo y simplemente no pude pasar de algunas páginas. No pude. Lo único que saqué de él fue la excelente frase con la que inicia la novela:
No me terminé de tragar al personaje de Francisco de Quevedo, gran amigo de Alatriste. El personaje narrador, Íñigo Balboa, no sólo me recordó demasiado a Adso de Melk, el narrador de El nombre de la rosa, de Umberto Eco --mucho más interesante y con un maestro más profundo--, sino que se gasta demasiado tiempo en eso de la ambientación y de contar lo que significa cada cosa de la época ("mil quinientos veinte y tantos"), se la pasa diciendo que España es España porque es España --cosa que ya sabíamos-- y repitiendo cada tanto las mismas frases como para que al lector no se le olvide lo que dijo. Y en serio que al lector no se le olvida. Así que no pasé de algunas páginas, y a lo que sigue.
A los meses compré la segunda novela, Limpieza de sangre. Tampoco logré tragarla, aunque el tema me interesó.
Cuando venía de Arizona a El Salvador, por primera vez en 24 años, compré la tercera, El sol de Breda, que encontré en una librería de Flagstaff, Bookmans, a un par de dólares. (¡Es una librería extraordinaria! Sólo venden cosas usadas. Tienen decenas de miles de libros de cuanto tema o disciplina uno quiera, perfectamente clasificados, y discos, adornos, todo baratísimo.) Era la primera novela que leía en español en casi medio año, así que me la leí desde que esperaba a que saliera el avión en Phoenix hasta algún lugar entre Dallas y Guatemala. Me resultó pesada, por lo mismo que ya dije, pero la acabé, y tomé varios descansos para traducir pedazos de Notes Towards de Definition of Culture, de Eliot, que ojalá se publicara por aquí; hace falta.
Me han regalado otras dos de las novelas de Alatriste (hace poco salió la sexta), y la verdad no he tenido hígados para leerlas. En especial porque he leído o empecé a leer otras cosas de él que me desagradaron.
La primera fue El maestro de esgrima, que me eché completa y por disciplina A diferencia de El Club Dumas, y hasta La tabla de Flandes, no me creí a uno solo de sus personajes, vi el desenlace casi desde el principio, me resultó interesante todo lo de la técnica de esgrima, pero me parece que una novela no es el lugar para tomar un curso intensivo de cosas que uno no sabe cómo funcionan (y si lo sabe es redundante, vaya). Ante todo me dio una triste impresión: que había escrito y terminado el libro a la carrera, como para publicarlo lo antes posible, y que no le dio más que alguna revisada.
Traté después con La carta esférica, y ni siquiera llegué a la página veinte. Con La reina del sur me fue mejor: pasé, con gusto, de la mitad, y de repente, zaz, páginas y páginas acerca del Mediterráneo, de los contrabandistas en el mediterráneo, de ambientación, de más ambientación, España es España porque es España (versión mediterránea) y los personajes bien, gracias, y otro tanto con la historia. Con esas tres me pareció que Pérez-Reverte estaba escribiendo "con manual", siguiendo una fórmula, y me sentí estafado: me había dado El Club Dumas sólo para que comprara las demás, y las demás no estaban valiendo a pena. Por curiosidad hojeé Cabo Trafalgar, y no quedé invitado.
En fin, hace un par de años me regalaron en Santillana de Guatemala una bonita edición de lujo de El capitán Alatriste, publicada por Aguilar en la colección Crisol. Me chocó un poco: Crisol está conformada por libros pequeñitos, de no más de diez o doce centímetros de largo por unos siete u ocho de ancho, unas miniaturas sensacionales. De ellos tengo obras en prosa de Quevedo, El príncipe, de Maquiavelo, y dejé en México y Costa Rica y en manos de amigos algunos por el estilo. Supongo que Aguilar habrá considerado que la novela era un clásico, o habrá alcanzado ventas suficientes para ameritar la edición de lujo, forrada en piel y todo.
En fin, hace unos días me puse a pensar qué leer en la semana santa (ahora estoy oyendo una procesión fuera de casa, con cura, megáfono y todo), y dije que quizá lo mío fueran prejuicios, y me puse a leer El capitán Alatriste, con la intención de terminarlo. El estímulo era leerlo en la edición de Crisol. Funcionó, porque lo terminé, aunque básicamente mis observaciones son las mismas: hay que perdonarle muchas cosas al texto. O quizá los libros "de época", como los entiende Pérez-Reverte, no son para mí, y menos si traen esgrima.
Como sea, además de la excelente frase inicial de la novela, hay fragmentos de poemas satíricos, o francamente de insulto, de don Francisco de Quevedo Mi favorito de los que vienen allí puede leerse en la imagen que sigue, y tiene que ver con la mítica enemistad que mantenía con Góngora:
Pongo el poema completo:
Hay también fragmentos de poemas de Góngora, como:
Puede encontrarse aquí el poema completo, dedicado "A Miguel Musa, que escribió contra la Canción de Esgueva". Dice Pérez-Reverte que es para Quevedo, pero en la página donde viene el poema puede verse que no necesitaba Góngora de ocultar nombres para dedicar lo que dedicare.
Voy a tratar de leer las novelas de Alatriste que tengo y que me falta por leer, o sea tres más. Si no resulta, no me quedará más remedio que releer el Club Dumas; ése seguro que lo disfrutaré.
No leo a Dumas desde hace muchos años, pero leí muchas veces varios de sus libros, primero en ediciones abreviadas (¡tenía siete u ocho años, por Dios!), luego en versiones completas, y El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros siguen siendo parámetros. Me pareció, con esa lógica excesivamente simple que se le sale a uno a veces, que leer algo sobre las novelas de Dumas era por lo menos redundante. (Por eso quemaron la biblioteca de Alejandría: si lo que hay allí dentro no está en el Corán, es herético; si está, es redundante. Desde que conocí la frase y leí El Club Dumas uso otros pretextos para no leer lo que no quiero leer.)
Mi hijo dejó el libro en mi estudio, de manera que pudiera verlo desde la computadora, y cada vez que llegaba me decía que confiara en él una vez en la vida y lo leyera. Una tarde en que no tenía nada que hacer lo agarré, para darle gusto. Y lo que terminé, esa misma madrugada, fue un libro excepcional, que leí varias veces después de ésa y que regalé a gente a la que le gustan las cosas excepcionales. (Polanski hizo una versión cinematográfica, The Ninth Gate, con Johnny Depp. Sólo usa una de las dos tramas principales de la novela, referente a un libro que posee grabados con claves para invocar al demonio. No me parece la película más acertada de Polanski, ni la mejor adaptación de un libro, pero tiene su lado divertido.)
Me gustó, ante todo, que fuera una novela negra centrada en el mundo de los bibliófilos de hueso duro: los coleccionistas de libros antiguos, de ediciones únicas, y todo el submundo que se mueve a su alrededor. El detective, Lucas Corso, es uno de los personajes más convincentes del género, si acaso Pérez-Reverte tenía la intención de hacer algo dentro del género. Otros personajes, los bibliófilos, me recordaron en mucho a los personajes excéntricos, enfermos de codicia o de estupidez o de cualquier cosa humana, que desfilan por Las almas muertas, de Gógol. El propio Gógol era un poco de lo mismo: en un ataque de misticismo, o lo que le dé a la gente cuando le pega la religión, quemó la segunda parte de esa misma obra, lo que desde entonces ha provocador jalones de cabellos entre sus lectores, porque lo que sobrevive de Las almas muertas es genial.
Me gustó también, en la novela de Pérez-Reverte, el personaje del ángel, que a la hora de verse en pantalla pierde mucho. Y, en especial, que veía a un narrador fino, inteligente y con un manejo sabio de sus recursos narrativos, que eran muchos.
De inmedito busqué más de él y encontré La tabla de Flandes, y luego La piel del tambor. La primera me gustó, aunque no se veía al escritor potente de El Club: una bonita novela "de enigma" que, me temo, a ratos no tendrá sentido para quienes no hayan estado metidos en el ajedrez y sus obsesiones. La segunda... bueno... no me creí el punto de partida y de llegada --que es más o menos obvio desde el principio--: a una anciana cuya característica más notoria es que toma Coca-Cola hackea los servers del Vaticano. No me la creo, y menos en 1995, fecha de publicación del libro. (Ya en unos años los háckers originales serán ancianos y harán sus cosas; por ahora son señores de mediana edad, apenas.)
Cuando empezó a aparecer la saga del Capitán Alatriste, corrí a comprar el primer tomo, titulado precisamente El capitán Alatriste, escrito en colaborción con su hija Carlota. Empecé a leerlo y simplemente no pude pasar de algunas páginas. No pude. Lo único que saqué de él fue la excelente frase con la que inicia la novela:
No era el hombre más honesto ni más piadoso, pero era un hombre valiente.
No me terminé de tragar al personaje de Francisco de Quevedo, gran amigo de Alatriste. El personaje narrador, Íñigo Balboa, no sólo me recordó demasiado a Adso de Melk, el narrador de El nombre de la rosa, de Umberto Eco --mucho más interesante y con un maestro más profundo--, sino que se gasta demasiado tiempo en eso de la ambientación y de contar lo que significa cada cosa de la época ("mil quinientos veinte y tantos"), se la pasa diciendo que España es España porque es España --cosa que ya sabíamos-- y repitiendo cada tanto las mismas frases como para que al lector no se le olvide lo que dijo. Y en serio que al lector no se le olvida. Así que no pasé de algunas páginas, y a lo que sigue.
A los meses compré la segunda novela, Limpieza de sangre. Tampoco logré tragarla, aunque el tema me interesó.
Cuando venía de Arizona a El Salvador, por primera vez en 24 años, compré la tercera, El sol de Breda, que encontré en una librería de Flagstaff, Bookmans, a un par de dólares. (¡Es una librería extraordinaria! Sólo venden cosas usadas. Tienen decenas de miles de libros de cuanto tema o disciplina uno quiera, perfectamente clasificados, y discos, adornos, todo baratísimo.) Era la primera novela que leía en español en casi medio año, así que me la leí desde que esperaba a que saliera el avión en Phoenix hasta algún lugar entre Dallas y Guatemala. Me resultó pesada, por lo mismo que ya dije, pero la acabé, y tomé varios descansos para traducir pedazos de Notes Towards de Definition of Culture, de Eliot, que ojalá se publicara por aquí; hace falta.
Me han regalado otras dos de las novelas de Alatriste (hace poco salió la sexta), y la verdad no he tenido hígados para leerlas. En especial porque he leído o empecé a leer otras cosas de él que me desagradaron.
La primera fue El maestro de esgrima, que me eché completa y por disciplina A diferencia de El Club Dumas, y hasta La tabla de Flandes, no me creí a uno solo de sus personajes, vi el desenlace casi desde el principio, me resultó interesante todo lo de la técnica de esgrima, pero me parece que una novela no es el lugar para tomar un curso intensivo de cosas que uno no sabe cómo funcionan (y si lo sabe es redundante, vaya). Ante todo me dio una triste impresión: que había escrito y terminado el libro a la carrera, como para publicarlo lo antes posible, y que no le dio más que alguna revisada.
Traté después con La carta esférica, y ni siquiera llegué a la página veinte. Con La reina del sur me fue mejor: pasé, con gusto, de la mitad, y de repente, zaz, páginas y páginas acerca del Mediterráneo, de los contrabandistas en el mediterráneo, de ambientación, de más ambientación, España es España porque es España (versión mediterránea) y los personajes bien, gracias, y otro tanto con la historia. Con esas tres me pareció que Pérez-Reverte estaba escribiendo "con manual", siguiendo una fórmula, y me sentí estafado: me había dado El Club Dumas sólo para que comprara las demás, y las demás no estaban valiendo a pena. Por curiosidad hojeé Cabo Trafalgar, y no quedé invitado.
En fin, hace un par de años me regalaron en Santillana de Guatemala una bonita edición de lujo de El capitán Alatriste, publicada por Aguilar en la colección Crisol. Me chocó un poco: Crisol está conformada por libros pequeñitos, de no más de diez o doce centímetros de largo por unos siete u ocho de ancho, unas miniaturas sensacionales. De ellos tengo obras en prosa de Quevedo, El príncipe, de Maquiavelo, y dejé en México y Costa Rica y en manos de amigos algunos por el estilo. Supongo que Aguilar habrá considerado que la novela era un clásico, o habrá alcanzado ventas suficientes para ameritar la edición de lujo, forrada en piel y todo.
En fin, hace unos días me puse a pensar qué leer en la semana santa (ahora estoy oyendo una procesión fuera de casa, con cura, megáfono y todo), y dije que quizá lo mío fueran prejuicios, y me puse a leer El capitán Alatriste, con la intención de terminarlo. El estímulo era leerlo en la edición de Crisol. Funcionó, porque lo terminé, aunque básicamente mis observaciones son las mismas: hay que perdonarle muchas cosas al texto. O quizá los libros "de época", como los entiende Pérez-Reverte, no son para mí, y menos si traen esgrima.
Como sea, además de la excelente frase inicial de la novela, hay fragmentos de poemas satíricos, o francamente de insulto, de don Francisco de Quevedo Mi favorito de los que vienen allí puede leerse en la imagen que sigue, y tiene que ver con la mítica enemistad que mantenía con Góngora:
Pongo el poema completo:
Este que, en negra tumba, rodeado
de luces, yace muerto y condenado,
vendió el alma y el cuerpo por dinero,
y aun muerto es garitero;
y allí donde le veis, está sin muelas,
pidiendo que le saquen de las velas.
Ordenado de quínolas estaba,
pues desde prima a nona las rezaba;
sacerdote de Venus y de Baco,
caca en los versos y en garito Caco.
La sotana traía
por sota, más que no por clerecía.
Hombre en quien la limpieza fue tan poca
(no tocando a su cepa),
que nunca, que yo sepa,
se le cayó la mierda de la boca.
Éste a la jerigonza quitó el nombre,
pues después que escribió cíclopemente,
la llama jerigóngora la gente.
Clérigo, al fin, de devoción tan brava,
que, en lugar de rezar, brujuleaba;
tan hecho al tablarejo el mentecato,
que hasta su salvación metió a barato.
Vivió en la ley del juego,
y murió en la del naipe, loco y ciego;
y porque su talento conociesen,
en lugar de mandar que se dijesen
por él misas rezadas,
mandó que le dijesen las trocadas.
Y si estuviera en penas, imagino,
de su tahúr infame desatino,
si se lo preguntaran,
que deseara más que le sacaran,
cargado de tizones y cadenas,
del naipe, que de penas.
Fuese con Satanás, culto y pelado:
¡Mirad si Satanás es desdichado!
Hay también fragmentos de poemas de Góngora, como:
Musa que sopla y no inspira,
y sabe por lo traidor
poner los dedos mejor
en mi bolsa que en su lira...
Puede encontrarse aquí el poema completo, dedicado "A Miguel Musa, que escribió contra la Canción de Esgueva". Dice Pérez-Reverte que es para Quevedo, pero en la página donde viene el poema puede verse que no necesitaba Góngora de ocultar nombres para dedicar lo que dedicare.
Voy a tratar de leer las novelas de Alatriste que tengo y que me falta por leer, o sea tres más. Si no resulta, no me quedará más remedio que releer el Club Dumas; ése seguro que lo disfrutaré.
2 comentarios:
Vía hace muchos años The Ninth Gate y no me gustó. Luego me prestaron El Club Dumas y la leí con mucho gusto y también me llamó la atención el mundo de los bibliómanos. Corso me pareció un personaje muy interesante.
Luego de esto, vi nuevamente la película. Me decepcionó mucho más que la primera vez, sobre todo cómo minimizan al personaje de la muchacha.
Es uno de esos casos en que la adaptación al cine descarna a los personajes y deja simples trazos débiles de lo que fueron.
No he leído lo demás, pero me llama la atención Alatriste, un poco de cara a la peli española.
Te puedo prestar el libro para la próxima. Y desde hace semanas está esperándote la de Sherlock Holmes; acuérdame.
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