Columna y cosas
Hoy, en El faro, aparece una nota de Ruth Grégori acerca del Día de la Danza, y una parte se la dedica a Johanna, la otra mitad del personal de La Casa del Escritor. Hace un gran trabajo con su grupo de danza, formado por jóvenes de los cantones aledaños a Los Planes y, entre otras cosas, es la primera mujer que baila papeles "de hombre" con Los Historiantes de Panchimalco. Antes lo hacía casi todos los fines de semana, pero entre el trabajo de La Casa, sus estudios de antropología y la familia, no le estaba quedando tiempo ni energías para nada. La nota la pueden encontrar aquí.
También de Ruth viene, aquí, una nota acerca de Breve historia del alba, el nuevo poemario de Jorge Galán. Me gustó la forma en que está escrito.
Y, como en las dos semanas anteriores, ya está en la red la revista Centroamérica 21. Viene una nota interesante acerca de un desertor de la guerrilla que trabajaba como guía del ejército. Lo interesante es que había conocido antes muchas historias de lo contrario, de soldados (incluso de los batallones especiales) que se pasaban a la guerrilla, pero no lo contrario. Supongo que es saludable actualizar los prejuicios. Viene una nota también de uno de mis personajes más detestados (y conste que son pocos), el general José Alberto Medrano. Estoy agarrando fuerzas para leerla.
Y, como en las semanas anteriores, pongo mi columna a continuación. Puede encontrarse aquí.
Escritores contra escritores
Rafael Menjívar Ochoa
Tres poetas han ganado, en sólo un año –y en toda la historia–, premios en España. Krisma Mancía, a los 25 ( Viaje al imperio de las ventanas cerradas , 2006), y Eleazar Rivera, a los 30 ( Ciudad del contrahombre , 2007), fueron premiados en la editorial La Garúa, de Barcelona, que nutre a escritores jóvenes con propuestas de ruptura en el difícil y abigarrado medio español.
La misma editorial ha anunciado la publicación del poemario Los pasillos imaginarios de Carlos Clará (32 años). Estos premios y publicaciones siguen a la antología Trilces trópicos , también de La Garúa. De ocho salvadoreños incluidos, cinco estaban entre los 25 y los 32 años en el momento de la publicación.
Jorge Galán, a sus 33, recibió el prestigioso premio Adonais por su poemario Breve historia del alba . (José Roberto Cea, había obtenido un accésit en 1966, con Códice liberado , a sus 27.) La semana pasada, la cuentista Claudia Hernández (31) fue colocada entre los 39 escritores menores de 39 años más representativos del continente por un jurado internacional. En 2004 obtuvo el premio Anne Seghers, en Alemania, y antes aún, en 1995, se convirtió en la primera centroamericana (o centroamericano) en obtener el premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional.
Lo anterior, y el hecho de que cada vez sean más los jóvenes que ven sus trabajos en buenas revistas extranjeras, podría hacer pensar que la literatura salvadoreña goza de cabal salud, que está proyectándose y que estos jóvenes son orgullo, esperanza y miel sobre hojuelas.
Si se observa mejor, lo que está produciéndose es una severa crisis literaria que pone en cuestión mucho de lo que ha sido canónico en los últimos cuarenta años, por ejemplo los modos, los motivos y los objetivos de la literatura.
De manera esquemática, muchos “viejos” –y otros nada viejos– encuentran en la nueva producción una negación del “compromiso social” que desde los años sesenta se exige casi indefectiblemente a los escritores salvadoreños, y ven un desarrollo técnico y formal al que no encuentran sentido. El argumento clásico sería: ¿Cómo escribir poemas acerca de conflictos personales cuando tanta gente padece hambre? La respuesta de los jóvenes –y no de todos– es seguir escribiendo dentro de una gama temática amplia y desarrollando sus capacidades técnicas y expresivas.
Tras los argumentos acerca de la “utilidad” de la literatura hay más de lo que se declara. Por ejemplo, que los escritores que están perfilándose tengan acceso de manera tan natural a “mercados” que otros han buscado durante años, y que el carácter utilitario de la literatura local sólo abrió en los restringidos y efímeros círculos de la solidaridad con causas políticas.
Muchos sienten que los jóvenes están ocupando un lugar en las letras del país, y destacando fuera de él, sin pasar por su visto bueno (la aceptación explícita de “el medio”), sin adquirir méritos en la militancia política o social y, peor aún, de manera “prematura”, es decir: antes de que los ya “viejos” hayan obtenido su lugar en las letras y un cierto reconocimiento.
Lo que se ve no es sólo un relevo generacional, sino un desplazamiento, en el cual las reglas del juego no las ponen los mayores, sino los novatos, con la validación de premios y publicaciones en lugares donde lo importante no es el “compromiso”, sino la efectividad de la escritura. Hay escritores ya formados que asumen con madurez el asunto, pero también hay reacciones violentas y salen a la luz resentimientos profundos.
Lo cierto es que el fenómeno no parece tener marcha atrás, y la paradoja es que, ante el relativo rechazo de “el medio”, los nuevos escritores deben buscar fortuna en el exterior, con los resultados ya mencionados.
Sólo el tiempo dará la perspectiva de las cosas... y ya está transcurriendo.
También de Ruth viene, aquí, una nota acerca de Breve historia del alba, el nuevo poemario de Jorge Galán. Me gustó la forma en que está escrito.
Y, como en las dos semanas anteriores, ya está en la red la revista Centroamérica 21. Viene una nota interesante acerca de un desertor de la guerrilla que trabajaba como guía del ejército. Lo interesante es que había conocido antes muchas historias de lo contrario, de soldados (incluso de los batallones especiales) que se pasaban a la guerrilla, pero no lo contrario. Supongo que es saludable actualizar los prejuicios. Viene una nota también de uno de mis personajes más detestados (y conste que son pocos), el general José Alberto Medrano. Estoy agarrando fuerzas para leerla.
Y, como en las semanas anteriores, pongo mi columna a continuación. Puede encontrarse aquí.
Escritores contra escritores
Rafael Menjívar Ochoa
Tres poetas han ganado, en sólo un año –y en toda la historia–, premios en España. Krisma Mancía, a los 25 ( Viaje al imperio de las ventanas cerradas , 2006), y Eleazar Rivera, a los 30 ( Ciudad del contrahombre , 2007), fueron premiados en la editorial La Garúa, de Barcelona, que nutre a escritores jóvenes con propuestas de ruptura en el difícil y abigarrado medio español.
La misma editorial ha anunciado la publicación del poemario Los pasillos imaginarios de Carlos Clará (32 años). Estos premios y publicaciones siguen a la antología Trilces trópicos , también de La Garúa. De ocho salvadoreños incluidos, cinco estaban entre los 25 y los 32 años en el momento de la publicación.
Jorge Galán, a sus 33, recibió el prestigioso premio Adonais por su poemario Breve historia del alba . (José Roberto Cea, había obtenido un accésit en 1966, con Códice liberado , a sus 27.) La semana pasada, la cuentista Claudia Hernández (31) fue colocada entre los 39 escritores menores de 39 años más representativos del continente por un jurado internacional. En 2004 obtuvo el premio Anne Seghers, en Alemania, y antes aún, en 1995, se convirtió en la primera centroamericana (o centroamericano) en obtener el premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional.
Lo anterior, y el hecho de que cada vez sean más los jóvenes que ven sus trabajos en buenas revistas extranjeras, podría hacer pensar que la literatura salvadoreña goza de cabal salud, que está proyectándose y que estos jóvenes son orgullo, esperanza y miel sobre hojuelas.
Si se observa mejor, lo que está produciéndose es una severa crisis literaria que pone en cuestión mucho de lo que ha sido canónico en los últimos cuarenta años, por ejemplo los modos, los motivos y los objetivos de la literatura.
De manera esquemática, muchos “viejos” –y otros nada viejos– encuentran en la nueva producción una negación del “compromiso social” que desde los años sesenta se exige casi indefectiblemente a los escritores salvadoreños, y ven un desarrollo técnico y formal al que no encuentran sentido. El argumento clásico sería: ¿Cómo escribir poemas acerca de conflictos personales cuando tanta gente padece hambre? La respuesta de los jóvenes –y no de todos– es seguir escribiendo dentro de una gama temática amplia y desarrollando sus capacidades técnicas y expresivas.
Tras los argumentos acerca de la “utilidad” de la literatura hay más de lo que se declara. Por ejemplo, que los escritores que están perfilándose tengan acceso de manera tan natural a “mercados” que otros han buscado durante años, y que el carácter utilitario de la literatura local sólo abrió en los restringidos y efímeros círculos de la solidaridad con causas políticas.
Muchos sienten que los jóvenes están ocupando un lugar en las letras del país, y destacando fuera de él, sin pasar por su visto bueno (la aceptación explícita de “el medio”), sin adquirir méritos en la militancia política o social y, peor aún, de manera “prematura”, es decir: antes de que los ya “viejos” hayan obtenido su lugar en las letras y un cierto reconocimiento.
Lo que se ve no es sólo un relevo generacional, sino un desplazamiento, en el cual las reglas del juego no las ponen los mayores, sino los novatos, con la validación de premios y publicaciones en lugares donde lo importante no es el “compromiso”, sino la efectividad de la escritura. Hay escritores ya formados que asumen con madurez el asunto, pero también hay reacciones violentas y salen a la luz resentimientos profundos.
Lo cierto es que el fenómeno no parece tener marcha atrás, y la paradoja es que, ante el relativo rechazo de “el medio”, los nuevos escritores deben buscar fortuna en el exterior, con los resultados ya mencionados.
Sólo el tiempo dará la perspectiva de las cosas... y ya está transcurriendo.
6 comentarios:
"Lo que se ve no es sólo un relevo generacional, sino un desplazamiento, en el cual las reglas del juego no las ponen los mayores, sino los novatos, con la validación de premios y publicaciones en lugares donde lo importante no es el “compromiso”, sino la efectividad de la escritura."
Leo esto, Rafael, y creo que aunque es importante destacar el papel de vanguardia de los jóvenes, el rompimiento ya se había dado con el grupo de salvadoreños, ejem, mayores, como H.C. Moya, J. Escudos, vos, y quizá, no estoy muy seguro, Miguel Huezo Mixco. Quizá lo importante sea que el establecimiento de los parámetros que estos escritores mayores definieron, han sido retomados por los jóvenes. En ese caso, la tarea fundamental sería buscar cómo estos jóvenes son distintos a los mayores. ¿Menos cinismo quizá? ¿Menos bronca con la desilución? ¿Un poco más de esperanza, a pesar del "medio"...?
Lo que sí, me parece claro es que los cachorros andan metidos en una búsqueda implacable hacia nuevas formas de expresión.
Hola, Carlos.
Sí, en algunos de mi "camada" hubo esa ruptura de la que hablas, pero éramos muy pocos, sobre todo entre los que nos "criamos" o desarrollamos en el extranjero. Eso tuvo que ver: da mucha distancia. Y obviamente puede decirse que seamos un precedente. Pero la mayoría de la gente de mi edad se quedó trabada en el rollo del compromiso con alguna cosa, ponle hasta diez años por debajo, y hay muchos chavos que los siguen o imitan. O de plano se murieron, física o literariamente.
Los jóvenes de ahora lo están haciendo desde El Salvador, y lo que a nosotros nos costó un montón lo están haciendo de manera natural (allí está la clave: la naturalidad con la que se mueven). La otra es que no hay diálogo: no es posible. No del lado de los chavos, sino de "los viejos": les gusta más el principio de autoridad que la literatura. Y ya has visto algunas manifestaciones de eso.
Yo nunca me vi como una persona o un escritor desilusionado, como dicen los críticos, ni como un cínico. Y lo que escribo tampoco. Nomás hago literatura, y lo que sale es "eso". Quizá, como contraparte a todos los himnos de esperanza y triunfo que se usaban en los ochenta y noventa, y mucho de la lloronería actual, sí.
Si fuera cínico o estuviera desilusionado no me dedicaría a lo que me dedico, pues.
Lo que sé es que me gusta la idea de estar trabajando con los que me van a dar en la nuca literariamente: así debe ser. Y además les va a costar, y así debe ser también.
Me gusta lo de "búsqueda implacable". Por allí va el asunto. El "medio" es condescendiente, pero la literatura no. "Será convulsiva o no será", como diría Breton, a quien le faltó un poco de epilepsia y le sobró tomársela un poco más en serio. Se convirtió en lo que combatía, pue.
Touché! Sólo que vale separar al autor de sus personajes. Los personajes pueden ser cínicos, sus novelas pueden ser noir, pero el escritor puede ser todo un tipo "normal" aunque dispuesto a la exploración de lo que es considerado como "prohibido" en la literatura conformista de un status quo.
Como vos, no creo que las las literaturas "esperanzadoras" sean necesariamente radicales en el sentido de romper con nuevas formas de expresión estética. No es esperanza lo que se requiere sino que más bien inconformidad, irreverencia, audacia, agallas, sed de exploración, materia gris, provocación. El salto cualitativo entre el modernismo y el postmodernismo en la tradición occidental lo hicieron seres humanos con esas características. Ahí está el dadaísmo para comprobarlo. Como que a lo que hay que romperle la nuca es al postmodernismo para llegar a algo realmente nuevo, ¿no?
Mi idea siempre ha sido escribir libros que no existen (obvio), y que no existirían de ese modo si yo no los escribiera. Vaya: escribir los libros que me gustaría leer, y soy un lector bastante exigente, por eso cada vez me cuesta más escribir (y leer). Hasta ahora he hecho, en realidad, cuatro novelas; las otras diez --o las que sean-- las escribí para prepararme para esas cuatro. Igual están buenas, e igual son cosas que me hubiera gustado leer y que no existían, e igual las disfruto.
Y, sí, el rollo es de gente normal que hace cosas de gente normal. Es lo que me gusta. La gente joven cada vez se toma menos a la tremenda eso de ser escritor y lo asume con más naturalidad: nada de boinas y bufandas de colores en este calor infernal, etcétera. Me da la impresión de que la pose es inversamente proporcional a la calidad de la obra; habría que elaborar un estudio al respecto, pero las observaciones empíricas así lo sugieren.
Parte de la ruptura, fíjate tú, no tiene que ver con una brusca ruptura literaria, sino con el aprendizaje y consolidación de cánones, y de allí partir a lo que se deba partir. Pero hay cánones y cánones: a nivel municipal, Espino, pero para esa época Huidobro ya había escrito Altazor, como alguna vez he dicho, no creo que injustamente. Y es en la decisión del canon al que uno se adhiere donde está el meollo del asunto.
Creo que hay que hay que darle en la nuca al "posmodernismo" por principio. Me parece más un pretexto para hacer tonteras que una filosofía del arte.
(Eso es medio suicida. A varios académicos de EU les gusta lo mío porque, precisamente, ven un ejemplo claro de escritura posmoderna, como en Terceras personas, Instrucciones para vivir sin piel y Trece. Pero pos ellos ya sabrán lo que ven; yo sólo hago libros que me gustaría leer.)
Rafael, la afirmación "Tres poetas han ganado, en sólo un año —y en toda la historia—, premios en España" es falsa: David Escobar Galindo, por ejemplo, obtuvo entre otras preseas españolas el Premio de Poesía Carabela 1976 (con "El país de las alas oscuras"). Y no estoy seguro que sea el único. Habría que interrogar el "Panorama de la literatura salvadoreña" de don Luis Gallegos Valdés y otras fuentes.
Gracias, Javier. Voy a hacer la aclaración pertinente. Además ganó la Carabela de Oro, según veo; hay la de plata y la de bronce.
He buscado por todas partes y no he hallado más, pero igual se me fue ése, así que es probable que los haya.
Igual es interesante que David se lo haya ganado a los 23 años.
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