27 de agosto de 2007

Heriberto y columna

Además de una entrevista de Jacinta Escudos con la escritora tica Ana Cristina Rossi, Centroamérica 21 tiene esta semana cosas interesantes. Por ejemplo, otra entrevista, ésta de Lafitte Fernández, con el general Fidel Torres, ministro de Defensa en la época de la Guerra del Fútbol con Honduras (1969). La plática tuvo lugar unos días antes de la muerte de Torres, ocurrida a sus noventa años de su edad. Es importante ver cólmo piensa "el otro lado", en especial los militares; creo que durante toda la guerra, y durante mucho tiempo más, la izquierda no supo muy bien contra quiénes ni contra qué estaba peleando. El desconocimiento fue y es mutuo.
Hay también una nota acerca de la muerte --accidental o no-- del comandante Ernesto Jovel, primer responsable de la Resistania Nacional hasta 1980. A su muerte lo sustitutó Eduardo Sancho, el comandante Fermán Cienfuegos. Siempre se ha dicho que se trató de un accidente, pero no está de más entrar en el terreno de las posibles conspiraciones. Hay un par de elementos en la nota que no se habían manejado hasta ahora, como el cambio de avión y de piloto. Un tema para rascar un poco más, como tantos de la guerra.
En mi caso, escribí dos artículos para esta semana: una acerca de Heriberto Montano (me pidieron que hiciera "una nota personal", y eso hice; en cosas periodísticas rara vez uso la primera persona) y la columna de siempre, de la que di un adelanto hace unos días.
La nota acerca de Heriberto puede encontrarse en este link. (Ricardo Lindo, por cierto, tiene una nota acerca de Raúl Contreras, aquí.) La columna puede hallarse en este link.

Adiós poeta Heriberto Montano
Rafael Menjívar Ochoa

Heriberto Montano ha sido el autor salvadoreño cuyos trabajos se han traducido a mayor cantidad de idiomas: más de un centenar y medio, desde el hindi hasta el mongol, desde todos los de la antigua Unión Soviética hasta el húngaro y el mandarín.
Se reía de eso; todo había sido asunto de estar en el lugar adecuado –la Unión Soviética de los años setenta, donde estudió historoa– en el momento adecuado –congresos, encuentros, recitales, fiestas multiculturales– y traer una ración de poemas en la mochila. No se vanagloriaba de eso; se sorprendía, y lo contaba como un dato curioso. (Le gustaban los datos curiosos, fueran del tema que fueran.)
Conocí poemas de Heriberto en Mëxico, a través de las pocas revistas salvadoreñas que llegaban por allá, a finales de los años setenta o principios de los ochenta. El primero fue “Canciones para Fulano de Tal”, un texto largo que guardé y se habrá perdido en alguna mudanza, en alguna casa que se inundó o en algún matrimonio fallido.
Era una oda a la Whitman a un tipo común y corriente –“capitán del Jiboa Fútbol Club, / secretario general del sindicato, / albañil o jornalero”–, con una fuerza, una alegría y una ternura que me impresionaron. Durante meses traté de ponerles música a algunos versos, y fue imposible; el poema tenía su propia música, y quizá lo hubiese arruinado. Un año sí y otro tampoco, fueron llegándome algunos poemas de Heriberto, y quise conocerlo algún día.
Lo conocí en persona en la Universidad de El Salvador a finales de 1999. Estaba yo sentado fuera de la Facultad de Derecho, viendo y nada más viendo, cuando se sentó a mi lado un señor de baja estatura, moreno, serio y hasta mal encarado, de voz ronca. Yo no sabía quién era él, pero él sí sabía quién era yo. Empezó a conversar sin más trámites acerca de literatura, como si no fuera conmigo, sin dejar de ver al frente. Nos pasamos varias horas conversando, hasta que fue hora de irse a casa, ya entrada la noche. Ese día me di cuenta de que no era malencarado porque tuviera nada contra nadie; nada más era así.
Lo vi algunas veces en los años siguientes, hasta que a mediados de 2003 coincidimos en el desaparecido bar El Ocio. En esos días estábamos por inaugurar La Casa del Escritor y lo invité a que llegara. (También ese día conocí a Roger Guzmán, ahora un poeta excelente. Era el mesero de El Ocio.) Apareció el fin de semana siguiente, junto con su compañera Irma. Lo que encontró fue un puñado de jóvenes muy jóvenes –de 14 a 20 años, y más bien en los 17– que escribían como señores, con entusiasmo de niños, y ya no dejó de llegar.
Se refería a La Casa como “la guardería”, sin que hubiera gota de mala fe en la broma, como no la había en su modo de ser. Decía que los papás llegaban a Los Planes a comer pupusas y, para poder estar solos, los dejaban conmigo, y pasaban a recogerlos a las siete.
Después de una sesión de lectura y discusión, a la que asistía en silencio, hablaba con los muchachos acerca de algún tema, se ponía a contarles algunas de sus tantas aventuras en tierras ajenas o les daba consejos acerca de la vida y algunos trucos de poesía. Terminábamos en casa, cenando algunas pupusas o alguna de las comidas exóticas con las que mi esposa gusta de experimentar. La última vez que llegó fue en diciembre de 2006, ya en silla de ruedas, al almuerzo de Navidad. Quiso estar de pie a la hora de tomarse las fotos.
Heriberto me ayudó en 2005, contratado por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, a recopilar materiales para el libro Tiempos de locura: nadie mejor que un historiador para eso. Cuando estábamos trabajando la segunda edición, en febrero o marzo de 2006, llegó asustado a una reunión en FLACSO. Unos días antes lo había golpeado un microbús, y estaba perdiendo la movilidad de una mano. Había ido al Seguro Social esa mañana. Le dijeron que tenía un cierto tipo de parálisis, del que no recordaba el nombre; el golpe había desatado la enfermedad, o había permitido descubrirlo. Después se supo que era una esclerosis lateral amiotrófica, conocida como “mal de Lou Gehrig”, por el popular beisbolista norteamericano que la padeció.
Se hizo algunas pruebas y básicamente le dijeron, según me contó indignado, que la solución que le daban era irse a su casa y esperar a la muerte.
Para él no podía ser tan fácil. Descubrió algunas soluciones que podían probarse, pero hacía falta dinero. Además de experimentos con células madres en no sé qué lugar de Sudamérica, lo que parecía más factible era un tratamiento que parecía ser bueno, en Alemania, y había que probarlo lo antes posible, porque la enfermedad lo atacaba con una voracidad inusual. (Generalmente tarda entre cuatro y seis años en resultar fatal; a Heriberto se lo llevó en año y medio.)
Hablé con Paulina Aguilar, presidenta de la Fundación Poetas de El Salvador, y le expliqué el problema. Allí comenzó una importante campaña de solidaridad con Heriberto que sólo se detuvo con su muerte, y que abarcó a escritores y artistas de diferentes disciplinas, tendencias y países.
La Fundación Poetas publicó, como parte de esta campaña, el poemario La ciudad y la neblina, en el que Heriberto hace un recorrido emocional por Santa Tecla, su ciudad natal. Nació allí en 1950, y falleció el 23 de agosto de 2007, muy poco antes de cumplir los 57.

Alianzas: paradojas políticas
Rafael Menjívar Ochoa

Una alianza política puede tener objetivos amplios, pero su carácter será siempre limitado: podrá ir de una campaña electoral o la formación de un gobierno a un frente de larga duración que ponga más énfasis en los aspectos comunes que en las diferencias, aunque éstas son, en suma, las que determinan lo provisional de las alianzas.
El FMLN nunca pasó de ser una alianza integrada más por la necesidad –con una hipersensibilidad hacia las diferencias– que por la intención de buscar coincidencias. Durante la “ofensiva final” de 1981, su acto inaugural, la desconfianza entre sus organizaciones fue tal que no lograron establecer un mando coordinado, ya no se diga común, para tratar de ganar la batalla; en esa ocasión, las zonas provisionalmente “liberadas” a veces contaban con varios “cuarteles generales”, cada uno de una agrupación diferente.
Durante la guerra, la izquierda revolucionaria gastó en pugnas buena parte de sus energías organizativas, aunque desde 1983 no hubo escisiones de importancia y sí una fuerte acumulación de presiones internas. Con los Acuerdos de Paz esas presiones encontraron salida, y la izquierda insurgente, desde su institucionalización, no ha parado de dividirse y de tratar de encontrar, en su interior, los reflejos de una sociedad y un país que se transforman de manera diferente, a un ritmo diferente.
En el camino, el FMLN ha ido dejando –como ya se ha señalado en este espacio– un rastro de heridos y cadáveres políticos con los individuos y organizaciones con los que en algún momento se ha aliado, sin contar con los propios. Es una constante, y no la más saludable políticamente –ya que el juego ahora es político– en la guerra ni en la paz.
Ahora ha bastado el anuncio de dos posibles candidaturas del FMLN para que en los últimos meses, y en especial en los últimos días, se haya activado la discusión política más allá de las acostumbradas consignas y ataques –que no cesan, ni se esperaría–, y para que se vea como viable una alianza amplia de las fuerzas de la izquierda y centro contra las de la derecha.
Con el anuncio del periodista Mauricio Funes como eventual candidato para 2009, el más cercano a lo que buscaría el FMLN por fuera de sus filas, se planteaba a una figura obviamente popular y de prestigio moral para muchos salvadoreños. Las objeciones a su doble carácter de “precandidato” y periodista no son banales, pero tampoco parecerían trascendentes, excepto dentro de una campaña electoral, donde todo cabe.
Pero el anuncio trajo consigo matemáticas diversas, que se discuten por todas partes, por ejemplo quién sería el eventual vicepresidente, cómo se integraría el gabinete, qué tanta injerencia directa tendría el aparato partidario en las decisiones de gobierno, qué tanto el candidato aceptaría propuestas de las fuerzas y personas que lo avalaran, y qué tanto se ha preparado el FMLN para ocupar el poder.
Esto último lleva a algo importante: qué tan funcional es el FMLN, en su estado actual, ya no para ocupar el poder, sino para llegar con fuerza a las presidenciales. La simple mención de Funes, candidato “de fuera”, pone en relieve el historial del FMLN en materia de alianzas y de decisiones políticas, y el balance no parece muy prometedor. Pone en relieve, también, el que la izquierda institucionalizada no tiene los cuadros necesarios ni suficientes para regir el país, y que necesitará de alianzas con ideologías más flexibles y quizá más funcionales.
El cuestionamiento más fuerte ha llegado con el anuncio reciente del ex ministro Arturo Zablah de que lanzaba su candidatura presidencial, aun sin tener un partido que lo avalara. La movida fue dedicada de manera clara –aunque no expresa– al FMLN, así varios de sus dirigentes dijeran la semana pasada que no la aceptarán, con todo y que Zablah pudiera tener un lugar en el gabinete económico.
Zablah pareciera un candidato más sólido, en cuanto a propuestas, que Funes, de la misma manera en que éste se veía ante Schafik Hándal en los comicios de 2004. Como sea, el debate está lanzado, y hasta la propia dirigencia del FMLN ha bajado el tono de su discurso, con todo y que no se ha abierto aún al debate. Habrá que ver cómo se mueven las tendencias dentro de las bases, así éstas no estén llamadas a elegir a su próximo candidato.
Y habrá que ver si Zablah se integra a un eventual plan del FMLN, fuera de la candidatura presidencial, o si asistiremos a una novedosa versión de lo que ya hemos tenido: dos candidaturas polarizadas y otra al centro, esta última con un candidato que pudo estar, en algún momento, en cualquiera de los otros dos partidos.

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