Sermón de Su ausencia
La fecha del manuscrito es agosto de 1984, y es la primera versión del poemario Algunas de las muertes, que se publicaría dos años después. Se me ha perdido el libro, no sé si para bien o para mal. El poema se llama(ba) "Sermón de Su ausencia".
No lo incluí en el libro, a pesar de que lo había trabajado desde 1980. (Aquí pueden verse las partes II y IV.) El motivo fue que precisamente en 1980 leí y releí y releí Muerte sin fin, de José Gorostiza; la influencia es clarísima y uno tiene su dignidad.
Recuerdo que el poema era mucho más largo que las seis o siete páginas en que quedó, y que había mucho de Eliot también. Empezaba con una frase que nunca se me va a olvidar, que me gustaría usar alguna vez: "La silla en que ella se sentaba." Así, simple, endecasílaba y con dos falsas sinalefas seguidas.
Supongo que fue por influencia de Gorostiza que me dio por escribir de Dios, y más bien para ver qué se sentía, porque no es un tema que me haya quitado el apetito más que de manera teórica. También en 1979 leí por primera vez el Canto de guerra de las cosas, de Joaquín Pasos, y por allí habrá algunas frases que lo plagien. Sigo leyéndolo, al menos un par de veces por mes, y sigo encontrándole cosas y sorprendiéndome. Este domingo, sin ir más lejos, en el taller, Santiago Vásquez dijo que le parecía obvio que uno de los mejores poemas a la Luna están en el Canto, y que ni siquiera menciona a la Luna. Todos le preguntamos que dónde diablos había leído eso, y consultamos la copia que Loida Pineda siempre trae a mano, por si se llegara a ofrecer, junto con Altazor, la "Elegía" a Ramón Sijé y el Romancero gitano:
No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los juegos de la cábala.
En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las de navegar.
Todos los signos llevaban su signo.
Izaba su bandera sin color, fantasma de bandera para ser pintada con
colores de sangre de fantasma,
bandera que cuando flotaba al viento parecía que flotaba el viento.
Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si fuera viniendo.
Subía, y luego bajaba hasta en medio de la multitud y besaba a cada hombre.
Acariciaba cada cosa con sus dedos suaves de sobadora de marfil.
Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía;
cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la trompa.
Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas,
sobre el río de todos los puentes,
por el cielo de todas las ventanas.
Era la misma vida que flota ciega en las calles como una niebla borracha.
Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército de mendigos,
era un diluvio en el aire.
Era tenaz, y también dulce, como el tiempo.
Y pues sí, parece cierto. Yo más bien pensaba en la muerte, en el amor ideal, en alguna cosa más o menos abstracta, pero le queda muy bien a la Luna, y ni siquiera se me había ocurrido en 29 años de lecturas.
Como sea, un día de tantos me deshice del manuscrito en cuestión, y creí que estaba libre de él. No contaba con que siempre le enviaba a mi padre todo lo que escribía --God bless his boots, and much more his patience--, y cuando murió me lo traje junto con otros. (Aquí al lado tengo la primerísima versión de Los años marchitos, y por allí anda la del Traidor.) Como en los días de descanso de los últimos tiempos, me puse a hurgar y a leer y, en fin, está menos peor de lo que pensaba, pero confirma mi convicción de que me muevo mejor en la narrativa.
Las ilustraciones están en tamaño legible. Basta con hacerles clic para leerlas.
No lo incluí en el libro, a pesar de que lo había trabajado desde 1980. (Aquí pueden verse las partes II y IV.) El motivo fue que precisamente en 1980 leí y releí y releí Muerte sin fin, de José Gorostiza; la influencia es clarísima y uno tiene su dignidad.
Recuerdo que el poema era mucho más largo que las seis o siete páginas en que quedó, y que había mucho de Eliot también. Empezaba con una frase que nunca se me va a olvidar, que me gustaría usar alguna vez: "La silla en que ella se sentaba." Así, simple, endecasílaba y con dos falsas sinalefas seguidas.
Supongo que fue por influencia de Gorostiza que me dio por escribir de Dios, y más bien para ver qué se sentía, porque no es un tema que me haya quitado el apetito más que de manera teórica. También en 1979 leí por primera vez el Canto de guerra de las cosas, de Joaquín Pasos, y por allí habrá algunas frases que lo plagien. Sigo leyéndolo, al menos un par de veces por mes, y sigo encontrándole cosas y sorprendiéndome. Este domingo, sin ir más lejos, en el taller, Santiago Vásquez dijo que le parecía obvio que uno de los mejores poemas a la Luna están en el Canto, y que ni siquiera menciona a la Luna. Todos le preguntamos que dónde diablos había leído eso, y consultamos la copia que Loida Pineda siempre trae a mano, por si se llegara a ofrecer, junto con Altazor, la "Elegía" a Ramón Sijé y el Romancero gitano:
No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los juegos de la cábala.
En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las de navegar.
Todos los signos llevaban su signo.
Izaba su bandera sin color, fantasma de bandera para ser pintada con
colores de sangre de fantasma,
bandera que cuando flotaba al viento parecía que flotaba el viento.
Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si fuera viniendo.
Subía, y luego bajaba hasta en medio de la multitud y besaba a cada hombre.
Acariciaba cada cosa con sus dedos suaves de sobadora de marfil.
Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía;
cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la trompa.
Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas,
sobre el río de todos los puentes,
por el cielo de todas las ventanas.
Era la misma vida que flota ciega en las calles como una niebla borracha.
Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército de mendigos,
era un diluvio en el aire.
Era tenaz, y también dulce, como el tiempo.
Y pues sí, parece cierto. Yo más bien pensaba en la muerte, en el amor ideal, en alguna cosa más o menos abstracta, pero le queda muy bien a la Luna, y ni siquiera se me había ocurrido en 29 años de lecturas.
Como sea, un día de tantos me deshice del manuscrito en cuestión, y creí que estaba libre de él. No contaba con que siempre le enviaba a mi padre todo lo que escribía --God bless his boots, and much more his patience--, y cuando murió me lo traje junto con otros. (Aquí al lado tengo la primerísima versión de Los años marchitos, y por allí anda la del Traidor.) Como en los días de descanso de los últimos tiempos, me puse a hurgar y a leer y, en fin, está menos peor de lo que pensaba, pero confirma mi convicción de que me muevo mejor en la narrativa.
Las ilustraciones están en tamaño legible. Basta con hacerles clic para leerlas.
2 comentarios:
Simplemente brillante el poema y creo que puede si puede asociarse con la luna o la muerte..
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