La foto de Jenny Cruz
En algún momento, a principios de 2000, el reportaje de portada de Vértice fue acerca del tabaquismo. No lo escribí yo, por razones obvias, pero me encargaron que supervisara la portada junto con Jenny Cruz, la fotógrafa de la revista. La foto la tomaría Osmín Herrera (ahora trabaja en Concultura, en el departamento de Comunicaciones), y se haría en el pequeño estudio que se había montado en el edificio de Más!.
Se fabricó una guillotina --es lo que apenas aparece en el lado izquierdo de la foto--, allí pondría la cabeza Wilfa Alfaro, el diseñador de deportes, y se pondría dos o tres cigarros en la boca. Como Wilfa no fuma, a mí me tocaba proporcionar los cigarros encendidos mientras Osmín intentaba las tomas que fueran necesarias, o sea un montón, para escoger la mejor.
Me había acostado muy tarde, cuatro o cinco de la madrugada, la cita era a las ocho de la mañana, y había que cumplir. Estuve lo más activo que pude, pero a eso de las dos horas declararon un receso y, después de proporcionar muchos cigarros sin fumármelos, encendí uno para mí y me puse a disfrutarlo. En eso Jenny me dijo "¡Rafa!", y en el momento de volverme tomó esa foto.
Me gusta. Independientemente de que estuviera con un sueño de los mil diablos, creo que me tomó como era yo en esa época. Poco sociable, poco expresivo, siempre apartado y que no me jodieran. Además mi padre ya tenía el cáncer que lo mataría, y andaba de por sí con las pilas bastante descargadas.
Con Jenny trabajamos en muchos reportajes. Yo descansaba sábados y domingos, y por esas fechas no tenía mucho que hacer excepto... bueno... lo que hace uno los sábados y domingos cuando vive solo con su abuela, está recién llegado a un país y no tiene muchos amigos. Y por algún motivo a Jenny la ponían de guardia uno de cada dos sábados, a pesar de que debía tocarle cada par de meses. Así que me decía: "Invéntate un reportaje." Y me lo inventaba, cómo no, y como era la fotógrafa de Vértice, tenían que asignármela. Pedía que me dieran un carro del periódico, nos veíamos temprano, agarrábamos carretera y le preguntaba: "¿Dónde quieres ir?" Y donde fuéramos había algo interesante de lo cual escribir y sacar fotografías. (Uno de los grandes talentos de Jenny era saber dónde vendían chocobananos. Me decía: "¿Quieres un chocobanano?", le contestaba que sí y tocaba en alguna casa del pueblo en que estuviéramos, en la que no había nada que dijera que vendían ni chocobananos ni nada. "¿Cómo le haces?", le preguntaba, y sólo se alzaba de hombros mientras le daba una mordida a su paleta. Y se la pasaba todo el día comiendo todo tipo de granos: habas, cacahuates, maíz tostado... Se le acababan y a comprar paletas o pan o lo que fuera. No sé cómo le hacía para no engordar.)
Entre otros, hicimos varios reportajes acerca de Los Historiantes en diferentes lugares de Sonsonate, y de algo sirvieron. Por ejemplo, la casa de la cultura de Cuisnahuat se lanzó a la recuperación de la tradición, y Concultura se preocupó un poco más por los de Jayaque. Allí había un contrasentido que estaba acabando con la tradición: la iglesia católica decía que ésas eran cosas paganas, y les había retirado el apoyo, hasta el grado en que estaba desapareciendo la cofradía. Entonces se hizo cargo la iglesia bautista del lugar, y resultaba claro que Los Historiantes estaban convirtiéndose en otra cosa y que no quedaría mucho de ellos en poco tiempo.
Había también un historiante --por aquí tengo una grabación-- que tocaba la flautita de manera excepcional. Era de San Antonio Abad. Pero ya no lo hacía en público: su esposa lo había hecho convertirse a los Testigos de Jehová, y allí consideraban que eso era un asunto mundano de vanidad, y le prohibieron tocar en público y, de ser posible, en privado. (Tuvimos una compañera en el taller de poesía a la que le ocurrió algo similar: los Testigos de Jehová trataron de que dejara de escribir. Después de algunos estiras y aflojes, pasó lo que tenía que pasar: dejó los Testigos de Jehová. Su argumento fue que, si Dios le daba un don como era escribir poesía, sería soberbio no ejercerlo. Teológicamente tenía razón, pero para los otros se trataba de un asunto de poder y de... uh... fe, y ya se sabe que en esas cosas no hay razón que valga.)
Cuando me asignaron a Johanna Marroquín a La Casa del Escritor, uno de los primeros lineamientos que le di fue tomar contacto con Los Historiantes de Panchimalco. Lo hizo, y ha llevado con ellos una tan buena relación que baila el papel de Rey Cristiano en las fiestas, la primera mujer en cientos de años que lo hace.
Varios de sus ex compañeros del Ballet Folklórico Nacional y un par de antropólogos le han dicho que no debería bailar con Los Historiantes, que está bastardeando la tradición, que por su culpa puede arruinarse algo. Don Manuel, el director de Los Historiantes de Panchimalco, un viejo campesino de lo más curtido, le contestó un día: "Si quiere, dígales que vengan a platicar conmigo. Yo les explico."
No han ido, y por eso no me he enterado de la respuesta, pero es obvio que él debe saber más del asunto que unos bailarines que imitan a Los Historiantes y unos señores que no bailan, sino que tratan de encerrar a "los inditos" en el molde de los estudios culturales, una rama que está bien para las aulas, pero no para dar de brincos durante horas y ser Rey Moro --es decir: ser feliz-- durante unas horas al año.
En fin, Jenny se ganó varios premios de fotografía y un día terminó en Pamplona, a donde fue a visitar a su hermana. Le ofrecieron trabajo de inmediato en un periódico, que aceptó, y aceptó porque se enamoró de un joven vasco a quien trajo a El Salvador para renunciar al periódico, despedirse, etcétera.
No he sabido mucho de ella últimamente. Me dijo que se casó y que tiene dos hijas. Ojalá siga tomando fotos; tiene un ojo excepcional. Quizá alguien recuerde un reportaje suyo --que ganó un premio de la UNESCO, creo-- acerca de los niños mutilados por balas disparadas al azar en la noche de año nuevo. Espeluznante y excelente.
Curioso: no tengo ninguna foto de Jenny. Me gustaría, para ponerla aquí. Es de La Unión, tendrá ahora unos 35 años y es una mulata larga de lentes que siempre le quedan en la parte más baja de la nariz, como abuelita. Es excelente para hacer fotografías de entrevistas; sabe captar los gestos más característicos de las personas y pescarlas en la fracción de segundo exacta en la que son lo que son.
En fin...
Se fabricó una guillotina --es lo que apenas aparece en el lado izquierdo de la foto--, allí pondría la cabeza Wilfa Alfaro, el diseñador de deportes, y se pondría dos o tres cigarros en la boca. Como Wilfa no fuma, a mí me tocaba proporcionar los cigarros encendidos mientras Osmín intentaba las tomas que fueran necesarias, o sea un montón, para escoger la mejor.
Me había acostado muy tarde, cuatro o cinco de la madrugada, la cita era a las ocho de la mañana, y había que cumplir. Estuve lo más activo que pude, pero a eso de las dos horas declararon un receso y, después de proporcionar muchos cigarros sin fumármelos, encendí uno para mí y me puse a disfrutarlo. En eso Jenny me dijo "¡Rafa!", y en el momento de volverme tomó esa foto.
Me gusta. Independientemente de que estuviera con un sueño de los mil diablos, creo que me tomó como era yo en esa época. Poco sociable, poco expresivo, siempre apartado y que no me jodieran. Además mi padre ya tenía el cáncer que lo mataría, y andaba de por sí con las pilas bastante descargadas.
Con Jenny trabajamos en muchos reportajes. Yo descansaba sábados y domingos, y por esas fechas no tenía mucho que hacer excepto... bueno... lo que hace uno los sábados y domingos cuando vive solo con su abuela, está recién llegado a un país y no tiene muchos amigos. Y por algún motivo a Jenny la ponían de guardia uno de cada dos sábados, a pesar de que debía tocarle cada par de meses. Así que me decía: "Invéntate un reportaje." Y me lo inventaba, cómo no, y como era la fotógrafa de Vértice, tenían que asignármela. Pedía que me dieran un carro del periódico, nos veíamos temprano, agarrábamos carretera y le preguntaba: "¿Dónde quieres ir?" Y donde fuéramos había algo interesante de lo cual escribir y sacar fotografías. (Uno de los grandes talentos de Jenny era saber dónde vendían chocobananos. Me decía: "¿Quieres un chocobanano?", le contestaba que sí y tocaba en alguna casa del pueblo en que estuviéramos, en la que no había nada que dijera que vendían ni chocobananos ni nada. "¿Cómo le haces?", le preguntaba, y sólo se alzaba de hombros mientras le daba una mordida a su paleta. Y se la pasaba todo el día comiendo todo tipo de granos: habas, cacahuates, maíz tostado... Se le acababan y a comprar paletas o pan o lo que fuera. No sé cómo le hacía para no engordar.)
Entre otros, hicimos varios reportajes acerca de Los Historiantes en diferentes lugares de Sonsonate, y de algo sirvieron. Por ejemplo, la casa de la cultura de Cuisnahuat se lanzó a la recuperación de la tradición, y Concultura se preocupó un poco más por los de Jayaque. Allí había un contrasentido que estaba acabando con la tradición: la iglesia católica decía que ésas eran cosas paganas, y les había retirado el apoyo, hasta el grado en que estaba desapareciendo la cofradía. Entonces se hizo cargo la iglesia bautista del lugar, y resultaba claro que Los Historiantes estaban convirtiéndose en otra cosa y que no quedaría mucho de ellos en poco tiempo.
Había también un historiante --por aquí tengo una grabación-- que tocaba la flautita de manera excepcional. Era de San Antonio Abad. Pero ya no lo hacía en público: su esposa lo había hecho convertirse a los Testigos de Jehová, y allí consideraban que eso era un asunto mundano de vanidad, y le prohibieron tocar en público y, de ser posible, en privado. (Tuvimos una compañera en el taller de poesía a la que le ocurrió algo similar: los Testigos de Jehová trataron de que dejara de escribir. Después de algunos estiras y aflojes, pasó lo que tenía que pasar: dejó los Testigos de Jehová. Su argumento fue que, si Dios le daba un don como era escribir poesía, sería soberbio no ejercerlo. Teológicamente tenía razón, pero para los otros se trataba de un asunto de poder y de... uh... fe, y ya se sabe que en esas cosas no hay razón que valga.)
Cuando me asignaron a Johanna Marroquín a La Casa del Escritor, uno de los primeros lineamientos que le di fue tomar contacto con Los Historiantes de Panchimalco. Lo hizo, y ha llevado con ellos una tan buena relación que baila el papel de Rey Cristiano en las fiestas, la primera mujer en cientos de años que lo hace.
Varios de sus ex compañeros del Ballet Folklórico Nacional y un par de antropólogos le han dicho que no debería bailar con Los Historiantes, que está bastardeando la tradición, que por su culpa puede arruinarse algo. Don Manuel, el director de Los Historiantes de Panchimalco, un viejo campesino de lo más curtido, le contestó un día: "Si quiere, dígales que vengan a platicar conmigo. Yo les explico."
No han ido, y por eso no me he enterado de la respuesta, pero es obvio que él debe saber más del asunto que unos bailarines que imitan a Los Historiantes y unos señores que no bailan, sino que tratan de encerrar a "los inditos" en el molde de los estudios culturales, una rama que está bien para las aulas, pero no para dar de brincos durante horas y ser Rey Moro --es decir: ser feliz-- durante unas horas al año.
En fin, Jenny se ganó varios premios de fotografía y un día terminó en Pamplona, a donde fue a visitar a su hermana. Le ofrecieron trabajo de inmediato en un periódico, que aceptó, y aceptó porque se enamoró de un joven vasco a quien trajo a El Salvador para renunciar al periódico, despedirse, etcétera.
No he sabido mucho de ella últimamente. Me dijo que se casó y que tiene dos hijas. Ojalá siga tomando fotos; tiene un ojo excepcional. Quizá alguien recuerde un reportaje suyo --que ganó un premio de la UNESCO, creo-- acerca de los niños mutilados por balas disparadas al azar en la noche de año nuevo. Espeluznante y excelente.
Curioso: no tengo ninguna foto de Jenny. Me gustaría, para ponerla aquí. Es de La Unión, tendrá ahora unos 35 años y es una mulata larga de lentes que siempre le quedan en la parte más baja de la nariz, como abuelita. Es excelente para hacer fotografías de entrevistas; sabe captar los gestos más característicos de las personas y pescarlas en la fracción de segundo exacta en la que son lo que son.
En fin...
2 comentarios:
Que raro. Soy testigo de Jehová y entiendo que eso de escribir es un asunto de decision personal.
Si alguien quiere escribir y publicar poesia o cocinar sopa de patas los domingos para vender es un asunto que solo a la persona le compete decidir, pues la Biblia, el libro que consideramos es la Palabra de Dios, no dice nada al respecto de esa y de muchas cuestiones de la vida moderna.
Quizas la persona que conocio ya no queria seguir haciendo las actividades que solemos hacer los testigos y queria mas bien dedicarse mas a la poesía y pues tomo una decisión que la hizo feliz.
Incluso, sé que algunos testigos que conozco asisten o han asistido a su taller literario o se mueven en los circulos literarios y periodisticos de este pais y de otros en el mundo, ¿sorprendido? ¿no los ha identificado claramente? Bueno, quizas sea hora de revisar cual es la imagen prejuiciada que tenga de los testigos. Pero, no se preocupe, eso es bastante normal, me pasa con algunos compañeros de trabajo, cuando se dan cuenta que soy testigo y me dicen: pero yo pense que los testigos -ponga aqui cualquier acusación ridicula-.
Puros prejuicios...lastima.
Conozco testigos de Jehová como los que dices. Conozco también de los otros. Se trata de un asunto humano, no de religión: la envidia y la estupidez no saben de religiones, partidos políticos --sufrí gente igualita cuando era militante, y eran ateos--, preferencias sexuales ni clubes deportivos. A las personas que digo les tocó tener a gente tonta como responsable, y es lo que registro. No, la compañera no quería dejar de estar en los Testigos; simplemente la marginaron por hacer algo que algunos no entendían. Hay otra compañera a la que gente de otra religión le rompió los poemas y le quemó los libros: imbéciles con poder.
El problema no está en las bases, y a veces tampoco en las dirigencias, sino en los cuadros medios. Son los que pueden llegar a arruinar los mejores proyectos.
Y, la verdad, excepto esos casos, no tengo la menor idea de qué religión tengan los compañeros de La Casa. Son cosas que no se preguntan.
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