La Luna en La Puerta del Diablo
A pesar de estar a cosa de un kilómetro de La Casa del Escritor, no he ido a la Puerta del Diablo desde que vivimos en Los Planes (ya va para cinco años). Y desde mucho antes; quizá tenía cuarenta años sin asomarme.
Hoy por la tarde pasó Carlos Peña, el director de comunicaciones de Concultura, por La Casa. Sale de vacaciones a Estados Unidos, y quería comprar recuerditos para sus sobrinos. Como ya había terminado lo que tenía que hacer, le dije que lo acompañaba, pensando que nos meteríamos en el Parque Balboa, donde está lleno de puestos con cuanta artesanía se le ocurra a uno, o iríamos por el lado del Mirador. Pero no. Se fue derecho por la calle que pasa frente a La Casa (Avenida Salvador Salazar Arrué, para los iniciados) y terminamos en un lugar que se me hizo vagamente conocido. Y, sí, era La Puerta del Diablo.
No pasamos de la entrada, ni quise darme una vuelta por alguno de los paseos; mis zapatos marca Texto serán muy bonitos, pero no aguantan ese pedrerío.
Lo que sí hice fue tomar algunas fotos, en las que no aparece puerta alguna, pero que me gustaron. Las primeras dos son de una piedra, un árbol y otra piedra más grande a la que llamamos Luna.
La tercera es de una rueda de la fortuna (como le llaman en México), una rueda de Chicago (como se llama en El Salvador) o una rueda de Chicao (como al parecer se llama en Los Planes).
Es una rueda pequeñita, como la que moví a principios de 1978 para ganarme unos centavos en lo que salía un trabajo que estaba esperando, como redactor del periódico El día. También cantaba para sacar un poco más de dinero, porque de verdad que se gana menos moviendo una rueda de ésas que como periodista, e incluso que cantando en bares y lugares así, y ya es decir.
Me acuerdo que siempre que íbamos con mi padre a La Puerta del Diablo se inventaba hipótesis nuevas acerca de por qué se llamaba asi. En medio de la neblina y el frío que hacía las veces en que fuimos, cualquier cosa que dijera era apasionante, y en serio hacía que caminara con cuidado, escudriñando cada rincón, esperando que algo saltara de alguna de las cuevas.
Hay historias reales bastante siniestras alrededor del lugar, todas humanas, y por tanto diabólicas, de la época de la guerra y de mucho antes, pero no quiero hablar de eso hoy. Me gustó estar allí, y listo.
Hoy por la tarde pasó Carlos Peña, el director de comunicaciones de Concultura, por La Casa. Sale de vacaciones a Estados Unidos, y quería comprar recuerditos para sus sobrinos. Como ya había terminado lo que tenía que hacer, le dije que lo acompañaba, pensando que nos meteríamos en el Parque Balboa, donde está lleno de puestos con cuanta artesanía se le ocurra a uno, o iríamos por el lado del Mirador. Pero no. Se fue derecho por la calle que pasa frente a La Casa (Avenida Salvador Salazar Arrué, para los iniciados) y terminamos en un lugar que se me hizo vagamente conocido. Y, sí, era La Puerta del Diablo.
No pasamos de la entrada, ni quise darme una vuelta por alguno de los paseos; mis zapatos marca Texto serán muy bonitos, pero no aguantan ese pedrerío.
Lo que sí hice fue tomar algunas fotos, en las que no aparece puerta alguna, pero que me gustaron. Las primeras dos son de una piedra, un árbol y otra piedra más grande a la que llamamos Luna.
La tercera es de una rueda de la fortuna (como le llaman en México), una rueda de Chicago (como se llama en El Salvador) o una rueda de Chicao (como al parecer se llama en Los Planes).
Es una rueda pequeñita, como la que moví a principios de 1978 para ganarme unos centavos en lo que salía un trabajo que estaba esperando, como redactor del periódico El día. También cantaba para sacar un poco más de dinero, porque de verdad que se gana menos moviendo una rueda de ésas que como periodista, e incluso que cantando en bares y lugares así, y ya es decir.
Me acuerdo que siempre que íbamos con mi padre a La Puerta del Diablo se inventaba hipótesis nuevas acerca de por qué se llamaba asi. En medio de la neblina y el frío que hacía las veces en que fuimos, cualquier cosa que dijera era apasionante, y en serio hacía que caminara con cuidado, escudriñando cada rincón, esperando que algo saltara de alguna de las cuevas.
Hay historias reales bastante siniestras alrededor del lugar, todas humanas, y por tanto diabólicas, de la época de la guerra y de mucho antes, pero no quiero hablar de eso hoy. Me gustó estar allí, y listo.
1 comentario:
No publicar!!!!!!!!
Saludos a toda la gente-de La Casa,jajajaja-.Hasta el momento nada me ha salido mal. Saludos y al rato posteo algo para comentarles como me ha tratado la vida...
No Publicar!!!!!!!!
P.D.
Si llega D. o de otra manera conseguis copias de su unidad, guardame una copia de -Las Flores-. Parece que la segunda semana de Enero regreso a El Salvador y entonces pago el ejemplar.
Santiago
Publicar un comentario