18 de febrero de 2008

Buràn, el "gancho", talleres literarios, Sánchez Cerén y otras hierbas

Me llegó hace un rato el aviso de que está en línea el número 4 de la bonita revista italiana Buràn. La conocí cuando, en el número 3, se tradujo y publicó un cuento de Renato Buezo, quien perteneció al taller de La Casa en Guatemala. (El cuento puede hallarse aquí.) Hace unas semanas (bien pudieron ser meses; mi sentido del tiempo últimamente anda en otro rollo, como siempre que me pongo a escribir) me pidieron permiso para reproducir un cuento mío, "Cementerio de carros", y les dije que sí. Se puede encontrar en este link. Les advertí que el cuento ya estaba traducido al italiano por Attilio Aleotti y publicado por la revista Crocevia (la versión puede hallarse en mi otro blog), y de todas maneras lo incluyeron, en versión de Sara Zagaria. (Gracias a ella por la traducción.) La versión original, en español, está aquí. Es el cuento mío que más se ha publicado en diferentes antologías y países. Me gusta bastante, y está basado en hechos absolutamente reales, aunque quien me lo contó era una de las muchachas que estaba en el Volkswagen.
Me emociona que también en este número de Buràn se publique un cuento de Renato, que puede hallarse aquí. Siempre es emocionante compartir índice con los amigos.
El texto, "Un oscuro amor de mar", lo conocí en una de las primeras sesiones del taller, realizada en el local de Alfaguara en Guatemala. Después la editorial se desmarcó, y es una pena; parte del objetivo del taller era crear un staff de escritores a los que eventualmente Alfaguara podría publicar. Alguno de los lectores que trabajan para la editorial, al ver trabajos de los compañeros, no quedó muy contento, y dijo que se notaba que había técnica en sus escritos, pero que eran autores sin creatividad ni "gancho". Allí terminó la relación con Alfaguara, pero seguimos con el taller a la brava (o sea sólo por cuenta de La Casa y de ellos y de nuestros erarios personales). El lector en cuestión, sea quien fuere, en otras palabras estaba decretando que los compañeros simplemente no eran escritores, ni podrían serlo (¿quién lo es sin creatividad?). Lo del "gancho" nunca lo entendí. Por más que he buscado qué quiere decir en términos críticos o técnicos, siempre termino en dos lugares:
1. Referencias al boxeo. (Cortázar usó alguna analogía buena sobre el box: la novela gana por decisión, el cuento por knock-out.)
2. Un ataque de risa.
Renato estaba entre los compañeros "poco creativos". Aún está a la espera de publicación un excelente libro de cuentos suyo, y ha ganado algunos premios y sus relatos se están traduciendo y publicando. Las flores, de Denise Phé-Funchal, también surgió de allí, y ya fue publicada por F&G Editores. En los próximos meses aparecerá Los locos mueren de viejos, una novela de Vanessa Núñez Handal, también en F&G. Hay más, pero por el momento son los reportables. Y siguen trabajando, y Alfaguara se perdió de algo bueno, que Raul Figueroa Sarti ha apreciado.
La próxima semana, el día 26 --les recuerdo-- en la librería Sophos, será la presentación oficial de Las flores, que ya lleva varias semanas en las estanterías. Me toca ser uno de los presentadores, junto con Javier Payeras. Va a ser un gusto ver de nuevo a los compañeros. Ojalá Raúl envíe o haya enviado una copia de la novela a la gente de Alfaguara. El "lector" aún no ha publicado nada acerca de la falta de "gancho" de la novela, o sea que a lo mejor se equivocó...
Por cierto, Krisma publica hoy, en Centroamérica 21, una nota acerca de Las flores, que puede hallarse aquí.


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Y a propósito de poetas turcos (o sea de Omar Khayyam, que no tiene nada que hacer aquí y además era persa), mi columna de hoy en Centroamérica 21 trata acerca de los talleres literarios, o más bien de cierta concepción de los talleres literarios. (Me acordé de una frase de Les Luthiers: "De ciertos desiertos desiertos.") Es la primera parte de dos.
Creo que hay algo importante en cuanto al enfoque de los talleres que se les escapa a los que se pasan preguntando si sirven para algo. La mayoría de los talleres están dedicados a la enseñanza (o al aprendizaje, cuando se trata de talleres "horizontales"), y ésa es su debilidad. En primer lugar, porque nadie puede enseñar a nadie a escribir literatura (a ser creativo y a "tener gancho", ejem), y, en segundo, porque lo que natura non da, Salamanca non lo presta, qué rayos.
Me parece que una visión más acertada es pensar un taller como un lugar donde se crean cosas y se reparan otras, con un sistema natural de jerarquías (según conocimientos) y pensado de manera horizontal. No acostados, que se puede, sino en una concepción menos autoritaria de lo que se acostumbra: todos somos lo mismo, pero estamos en diferentes etapas del mismo proceso.
El gran problema es la falta de preparación de las personas que en general dirigen los talleres, que se transmite como el catarro en el menos grave de los casos, y sólo por hablar de un virus más o menos inocuo que sin embargo mató a millones cuando los españoles llegaron por estos nuestros rumbos. Como sabiamente señala el señor Miyagi en Karate Kid: "Maestro dice, alumno hace." Y allí está el quídam: si hay un maestro, existe la transmisión mecánica y estandarizada de concimientos y desconocimientos; si sólo hay aprendices, lo que hay es un atole de color más o menos aburrido y de sabor necesariamente crudo. Si se piensa en términos de trabajo, de jerarquías "naturales" y --sin paradojas-- de igualdad (todos en algún momento estaremos muertos y tendremos una obra análoga, para verlo de manera trágica), lo que habrá será una acumulación y distribución de conocimientos, que en algún momento va a salir del taller y va a influir socialmente. Y producirá escritores más interesantes.
La columna puede encontrarse aquí.


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Leí Con sueños se escribe la historia, de Salvador Sánchez Cerén, y, como lo había anunciado, escribí una reseña, también para Centroamérica 21.
Me desconcertó bastante la lectura del libro: ¡no dice nada en sus trescientas treinta y pico de páginas! Y lo que dice suena más a sueños que a historia. No sólo eso: a una "reescritura" de la historia que contradice no sólo a la historia, sino también a lo que Sánchez Cerén había dicho y sostenido antes. El caso concreto es el affaire de Mélida Anaya Montes y Salvador Cayetano Carpio, Ana María y Marcial.
Es obvio que se trata de un libro propagandístico, y que la intención es "blanquear" la imagen de Sánchez Cerén con miras a las elecciones de 2009, de las que ya es candidato a la vicepresidencia. Nomás que a los (en este caso necesarios) escritores del libro se les pasó la mano, creo.
La nota puede encontrarse en este link.
Una aclaración, porque los chismes ya están muy fuertes: yo no he dicho que Sánchez Cerén vaya a matar a Mauricio Funes para quedarse con la presidencia, en caso de que el FMLN gane. Lo que digo es que no creo que tenga muchos problemas para tratar de desplazarlo --y eventualmente hacerlo--; si antes participó en todo un rollo para hacerlo con el líder histórico de la revolución salvadoreña (o sea Marcial), un periodista podrá no parecerle un obstáculo mayor. Además, inferir que puede matarlo es inferir que Sánchez Cerén es responsable del asesinato de Marcial, y tampoco he dicho eso. Marcial se suicidó. Es un hecho. Y, según mi punto de vista, moralmente se trató de un asesinato, pero no creo que Leonel lo haya cometido. A lo mucho estaría cerca, aunque no tanto como él mismo dice en su libro.


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Y sigue la excelente serie del "Club de los escritores suicidas" de Jacinta Escudos. Esta semana dedica una nota a Anne Sexton.
Me llamó la atención algo: Sexton, según cuenta Jacinta, entró en un taller literario a modo de terapia, siguiendo la recomendación de su psicoanalista, y terminó siendo una poeta bastante notable. En mi columna digo que de los talleres "tradicionales" rara vez saldrá gente interesante, y hay de dos: o el taller donde estaba Sexton --como algunos otros-- no era un taller "tradicional" o estamos frente a una excepción. O de plano me equivoco en lo que planteo, que es probable. Por ahora no pienso cambiar mi tesis; aún tiene que aparecer la segunda parte, y no me voy a contradecir antes de terminar de plantearla. Quizá para la semana siguiente...

2 comentarios:

Jacinta dijo...

Sexton ya escribía poesía desde la adolescencia, pero por un pleito con su madre dejó de hacerlo hasta que se metió al primer taller literario, por recomendación del Doctor Ome. Creo que la idea de que ella fuera ahí era que retomara la poesía y utilizarla como canal para desahogar sus demonios, pero también para elevar su autoestima.
El taller no era uno de "carácter terapéutico". El método de trabajo era el "normal" en talleres, presentar textos y discutirlos en grupo, con acotaciones técnicas del que lo dirigía, un escritor alcohólico (quien por cierto, su esposa también se suicidó). Ahí conoció a su gran amiga Maxine Kumin que aunque no es conocida entre nosotros, ha ganado premios importantes en los USA, incluido el Pulitzer.
Luego Sexton se metió a otro taller, el de Robert Lowell, que fue donde también estuvo Sylvia Plath...

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Lo que nos lleva a que el taller de Lowell era peligroso: Plath también se suicidó...
(Y la esposa del que dirigía el otro taller. Por eso yo novela, nomás, para que no se me suiciden las "alumnas" ni la mujer.)