¿Posición oficial de la UES contra La Casa?, columna y el poeta turco
Ayer domingo nos reunimos en con una grave preocupación: las declaraciones de David Hernández acerca de la "ridícula Casa del Escritor" y la repartición indiscriminada de títulos encontraron terreno fértil (perdón por el lugar común, pero la emoción me impide armar frases propias) en el carácter impresionable y sensible de Santiago Vásquez, de la República Democrática, Soberana, Morena, etcétera, de Santa Ana, quien decidió --Santiago, no la RDSetc-- retirarse del taller. Así lo señala en un conmovedor post publicado ayer mismo en su blog ZinQltura. Es una pérdida terrible para La Casa, aunque por suerte parcial; un rato después estaba en Los Planes --Santiago-- comiendo galletas y tomando Coca Cola de dieta y, como todos los demás, riendo y dándose mutuamente el título de "Doctor".
En algún momento se oyó, en el complejo sistema de altavoces de La Casa, que la enfermera de turno decía:
--Doctora Loida Pineda, doctora Loida Pineda, pase de emergencia a la sala de autopublicaciones.
Ella se excusó y fue a ver qué pasaba. Su reporte habla de un poeta que había autopublicado una plaquette una semana antes, pescó una septicemia rimática --la peor en el caso de quienes tratan de usar métrica sin conocer las reglas-- y no hubo modo de salvarlo. Guardamos 17 segundos de silencio --the show must go on-- y le dimos al taller.
Primero fue Érika, una compañera nueva, con tres sesiones a cuestas, que llevaba un poema corregido. Muy bueno. Luego, Sandra con un poema que ya antes habíamos conversado por internet. Está en un interesante cambio de registro, que rompe --para bien-- con lo que había hecho hasta el momento. Luego, Mario Zetino, que llevó uno muy extraño, como los que ha hecho últimamente. Algo de cirugía menor y quedó como todo lo suyo, es decir: digno de leerse. Y luego el pastel del día: leímos, ya terminada, la "unidad" de Ana, un poema en diecinueve partes inteligente, conmovedor, con un manejo de recursos francamente envidiable. Solemnemente dimos por terminada su participación en el taller, lo cual es bueno: es la culminación de un trabajo de --en su caso-- un año y medio, y fue recibido, como siempre, con alegría y un nudo en la garganta. Le devolví su poema(rio) y le dije:
--Éste es tu título.
Y, sí, ése es su título. Eso de andar dando y recibiendo cartones de poeta no es para escritores, digo yo. Cuando vea publicado su libro se completará el ciclo.
Y Vilma Osorio llamó desde Texas para avisarnos que viene durante un mes a El Salvador. Será un gusto grandotote verla el próximo domingo en el taller. Viene por su diploma de doctora, aunque ella terminó su unidad --un poemario delicado, hermoso y de gran poder percutivo-- hace ya bastante tiempo.
Además estuvieron Herberth Cea y Alberto Quiñónez, quienes desde hace algunos meses salieron del taller --y siguen llegando, claro-- y Luis Hernández, de la RDSetc. La constante fue reírnos de un asunto muy serio. Porque aunque uno se ría de las declaraciones de David Hernández, más para no enojarse que para pasarla bien, el asunto sigue siendo grave. Acerca de eso trata mi columna de esta semana en Centroamérica 21, que puede encontrarse en este link.
Aunque dije que no lo haría más, para no quitarle visitas a la revista, voy a reproducirla más adelante.
Antes, varias recomendaciones de Centroamérica 21.
Jacinta Escudos va con la segunda parte de la serie "El club de los escritores suicidas", e inicia con José Asunción Silva. Puede encontrarse aquí. Espero que la serie completa pueda ser publicada alguna vez en un libro; vale la pena. La columna de Krisma, en su muy especial estilo --que me gusta: ella y su estilo-- puede hallarse aquí. Y viene una entrevista con Héctor Dada Hirezi en la que explica los movimientos que ha hecho Cambio Democrático en busca de alianzas con el FMLN, y de cómo han fracasado hasta ahora.
En fin, va mi columna de esta semana.
El rector de la UES, ¿contra
La Casa del Escritor?
Rafael Menjívar Ochoa
El anuncio de que la Universidad de El Salvador nombraba a un nuevo director para la Editorial Universitaria, casi olvidada desde la ocupación militar de 1972, no podía sino ser una excelente noticia. El nuevo director, David Hernández, en su primera declaración, decía, según el titular de La Prensa Gráfica del miércoles 6 de febrero, que el único criterio de publicación sería la calidad, y que estaría abierta a toda la comunidad de escritores.
Más adelante, cuando se le preguntó acerca de si existiría un espacio especial para los escritores jóvenes y el papel de los talleres en su formación, dijo que reactivaría el taller alguna vez impartido por el escritor Ricardo Lindo, quien a su juicio utiliza un método adecuado para la formación de escritores jóvenes. Y es probable que sea cierto.
A renglón seguido, se declaraba en contra de lo que llamó “una ridícula Casa del Escritor, ubicada en Panchimalco, creo”, en la cual –dijo– se reparten “diplomas de poeta a quien llegue”, y que allí se maneja una actitud “doctoral” y “profesoral” con respecto a la poesía.
El ataque fue frontal e inequívoco, y constituyó una declaración de principios: la editorial está abierta para todos, con el criterio de la calidad, pero cerrada para la gente del taller de la “ridícula” Casa del Escritor, donde además se comete la ridiculez –lo sería si así fuera– de repartir diplomas de poetas “a quien llegue”.
Como director del proyecto, me parecieron declaraciones extrañas y apresuradas. Hasta donde me da la memoria, David Hernández no ha llegado nunca a La Casa del Escritor, no ha asistido a alguno de los talleres y, de hecho, nunca he conversado con él. Las pocas veces en que hemos coincidido he tratado de acercarme para conocerlo, y siempre desaparece en el último momento. Supongo que habrá sido distracción de su parte, y no que intente evadirme.
Independientemente de eso, y más allá de que me haya tocado en suerte planear y desarrollar el proyecto de La Casa del Escritor para CONCULTURA, la declaración de Hernández es grave. Sin conocimiento de causa, en una frase, descarta como posibles integrantes del catálogo de la Editorial Universitaria a un grupo de gente que trabaja en el que quizá sea el único centro de formación literaria profesional del país, con un número cada vez más amplio de publicaciones en diferentes lugares del mundo. (En El Salvador, por posiciones similares a la suya, es difícil publicar en las pocas instancias existentes.)
Lo más grave no es que Hernández exprese su punto de vista personal, a lo cual tiene derecho, sino que son las palabras inaugurales del responsable de publicaciones de la UES, nombrado por la nueva Rectoría para que sea generador y portavoz de una política institucional, y que sus palabras representan las ideas de las máximas autoridades universitarias.
Ése es su trabajo: definir líneas con respecto a la literatura –entre otros temas–, institucionalizarlas y concretarlas en un plan de publicaciones.
Es obvio que, mientras el nuevo Rector de la UES no lo desmienta, ésa será una de sus posiciones oficiales: el proyecto de La Casa del Escritor es “ridículo”, utiliza métodos inadecuados para la formación de escritores jóvenes, no se publicará a la gente que haya pasado por allí y además otorga diplomas “de poeta”, algo que va más allá de los fueros de La Casa.
Al día siguiente de sus declaraciones, Hernández pidió una disculpa por el “malentendido” y aseguró que no había hecho las declaraciones de mala voluntad. Pero en lo que dijo no hay ambigüedad. Se trata de insultos directos y cae en la difamación al atribuir a La Casa acciones que no están dentro de sus atribuciones.
Si Hernández fuera un escritor más experimentado, sabría que los títulos no tienen que ver con la creación literaria, y que los diplomas de un escritor son los libros que las editoriales –no ellos mismos– tengan a bien publicar.
Me da la impresión de que las declaraciones de David Hernández parten de algún asunto personal –y a la vez profesional– no resuelto conmigo, con todo y que nunca he platicado con él.
Desde 1990, Hernández ha declarado en repetidas ocasiones, a periódicos extranjeros y salvadoreños –tengo pruebas documentales–, que ganó el premio latinoamericano de novela “Ramón del Valle Inclán”, convocado por la desaparecida Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) y el Centro Cultural de España en Costa Rica. El libro que habría merecido el premio es su novela “Salvamuerte”.
Lo interesante es que ese premio no lo ganó él, sino yo, con la novela “Los años marchitos”, que EDUCA publicó en 1990 en su colección Séptimo Día. Según el acta del jurado, incluida al principio del libro, Hernández obtuvo una mención, no el premio que se ha atribuido en los últimos dieciocho años.
Quizá sea un hecho tan nimio el que lo orille a atacar a La Casa del Escritor; quizá ha recibido alguna línea especial de las autoridades universitarias; talvez se trató de la emoción del momento, fuera cual fuera ese momento.
Lo cierto es que, según el modo en que funcionan las instituciones, los insultos, la difamación y la intención tácita de no incluir a gente de La Casa del Escritor en el catálogo de la Editorial Universitaria fueron proferidos por Hernández, pero el responsable de ellas y de sus consecuencias es su superior, el Rector de la Universidad de El Salvador.
Por ese motivo, además de escribir estas líneas para Centroamérica 21, estoy enviando una copia al Sr. Rector, y otra a David Hernández, en espera de una aclaración. Es importante que los compañeros de La Casa del Escritor –y eventualmente de otros talleres– sepan a qué atenerse cuando se enfrenten la publicación de su obra, o cuando se acerquen a la UES para asuntos relacionados con la literatura.
La UES, por cierto, es el alma mater de la mayoría de los compañeros, algo que hasta ahora los llena de orgullo.
En algún momento se oyó, en el complejo sistema de altavoces de La Casa, que la enfermera de turno decía:
--Doctora Loida Pineda, doctora Loida Pineda, pase de emergencia a la sala de autopublicaciones.
Ella se excusó y fue a ver qué pasaba. Su reporte habla de un poeta que había autopublicado una plaquette una semana antes, pescó una septicemia rimática --la peor en el caso de quienes tratan de usar métrica sin conocer las reglas-- y no hubo modo de salvarlo. Guardamos 17 segundos de silencio --the show must go on-- y le dimos al taller.
Primero fue Érika, una compañera nueva, con tres sesiones a cuestas, que llevaba un poema corregido. Muy bueno. Luego, Sandra con un poema que ya antes habíamos conversado por internet. Está en un interesante cambio de registro, que rompe --para bien-- con lo que había hecho hasta el momento. Luego, Mario Zetino, que llevó uno muy extraño, como los que ha hecho últimamente. Algo de cirugía menor y quedó como todo lo suyo, es decir: digno de leerse. Y luego el pastel del día: leímos, ya terminada, la "unidad" de Ana, un poema en diecinueve partes inteligente, conmovedor, con un manejo de recursos francamente envidiable. Solemnemente dimos por terminada su participación en el taller, lo cual es bueno: es la culminación de un trabajo de --en su caso-- un año y medio, y fue recibido, como siempre, con alegría y un nudo en la garganta. Le devolví su poema(rio) y le dije:
--Éste es tu título.
Y, sí, ése es su título. Eso de andar dando y recibiendo cartones de poeta no es para escritores, digo yo. Cuando vea publicado su libro se completará el ciclo.
Y Vilma Osorio llamó desde Texas para avisarnos que viene durante un mes a El Salvador. Será un gusto grandotote verla el próximo domingo en el taller. Viene por su diploma de doctora, aunque ella terminó su unidad --un poemario delicado, hermoso y de gran poder percutivo-- hace ya bastante tiempo.
Además estuvieron Herberth Cea y Alberto Quiñónez, quienes desde hace algunos meses salieron del taller --y siguen llegando, claro-- y Luis Hernández, de la RDSetc. La constante fue reírnos de un asunto muy serio. Porque aunque uno se ría de las declaraciones de David Hernández, más para no enojarse que para pasarla bien, el asunto sigue siendo grave. Acerca de eso trata mi columna de esta semana en Centroamérica 21, que puede encontrarse en este link.
Aunque dije que no lo haría más, para no quitarle visitas a la revista, voy a reproducirla más adelante.
Antes, varias recomendaciones de Centroamérica 21.
Jacinta Escudos va con la segunda parte de la serie "El club de los escritores suicidas", e inicia con José Asunción Silva. Puede encontrarse aquí. Espero que la serie completa pueda ser publicada alguna vez en un libro; vale la pena. La columna de Krisma, en su muy especial estilo --que me gusta: ella y su estilo-- puede hallarse aquí. Y viene una entrevista con Héctor Dada Hirezi en la que explica los movimientos que ha hecho Cambio Democrático en busca de alianzas con el FMLN, y de cómo han fracasado hasta ahora.
En fin, va mi columna de esta semana.
El rector de la UES, ¿contra
La Casa del Escritor?
Rafael Menjívar Ochoa
El anuncio de que la Universidad de El Salvador nombraba a un nuevo director para la Editorial Universitaria, casi olvidada desde la ocupación militar de 1972, no podía sino ser una excelente noticia. El nuevo director, David Hernández, en su primera declaración, decía, según el titular de La Prensa Gráfica del miércoles 6 de febrero, que el único criterio de publicación sería la calidad, y que estaría abierta a toda la comunidad de escritores.
Más adelante, cuando se le preguntó acerca de si existiría un espacio especial para los escritores jóvenes y el papel de los talleres en su formación, dijo que reactivaría el taller alguna vez impartido por el escritor Ricardo Lindo, quien a su juicio utiliza un método adecuado para la formación de escritores jóvenes. Y es probable que sea cierto.
A renglón seguido, se declaraba en contra de lo que llamó “una ridícula Casa del Escritor, ubicada en Panchimalco, creo”, en la cual –dijo– se reparten “diplomas de poeta a quien llegue”, y que allí se maneja una actitud “doctoral” y “profesoral” con respecto a la poesía.
El ataque fue frontal e inequívoco, y constituyó una declaración de principios: la editorial está abierta para todos, con el criterio de la calidad, pero cerrada para la gente del taller de la “ridícula” Casa del Escritor, donde además se comete la ridiculez –lo sería si así fuera– de repartir diplomas de poetas “a quien llegue”.
Como director del proyecto, me parecieron declaraciones extrañas y apresuradas. Hasta donde me da la memoria, David Hernández no ha llegado nunca a La Casa del Escritor, no ha asistido a alguno de los talleres y, de hecho, nunca he conversado con él. Las pocas veces en que hemos coincidido he tratado de acercarme para conocerlo, y siempre desaparece en el último momento. Supongo que habrá sido distracción de su parte, y no que intente evadirme.
Independientemente de eso, y más allá de que me haya tocado en suerte planear y desarrollar el proyecto de La Casa del Escritor para CONCULTURA, la declaración de Hernández es grave. Sin conocimiento de causa, en una frase, descarta como posibles integrantes del catálogo de la Editorial Universitaria a un grupo de gente que trabaja en el que quizá sea el único centro de formación literaria profesional del país, con un número cada vez más amplio de publicaciones en diferentes lugares del mundo. (En El Salvador, por posiciones similares a la suya, es difícil publicar en las pocas instancias existentes.)
Lo más grave no es que Hernández exprese su punto de vista personal, a lo cual tiene derecho, sino que son las palabras inaugurales del responsable de publicaciones de la UES, nombrado por la nueva Rectoría para que sea generador y portavoz de una política institucional, y que sus palabras representan las ideas de las máximas autoridades universitarias.
Ése es su trabajo: definir líneas con respecto a la literatura –entre otros temas–, institucionalizarlas y concretarlas en un plan de publicaciones.
Es obvio que, mientras el nuevo Rector de la UES no lo desmienta, ésa será una de sus posiciones oficiales: el proyecto de La Casa del Escritor es “ridículo”, utiliza métodos inadecuados para la formación de escritores jóvenes, no se publicará a la gente que haya pasado por allí y además otorga diplomas “de poeta”, algo que va más allá de los fueros de La Casa.
Al día siguiente de sus declaraciones, Hernández pidió una disculpa por el “malentendido” y aseguró que no había hecho las declaraciones de mala voluntad. Pero en lo que dijo no hay ambigüedad. Se trata de insultos directos y cae en la difamación al atribuir a La Casa acciones que no están dentro de sus atribuciones.
Si Hernández fuera un escritor más experimentado, sabría que los títulos no tienen que ver con la creación literaria, y que los diplomas de un escritor son los libros que las editoriales –no ellos mismos– tengan a bien publicar.
Me da la impresión de que las declaraciones de David Hernández parten de algún asunto personal –y a la vez profesional– no resuelto conmigo, con todo y que nunca he platicado con él.
Desde 1990, Hernández ha declarado en repetidas ocasiones, a periódicos extranjeros y salvadoreños –tengo pruebas documentales–, que ganó el premio latinoamericano de novela “Ramón del Valle Inclán”, convocado por la desaparecida Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) y el Centro Cultural de España en Costa Rica. El libro que habría merecido el premio es su novela “Salvamuerte”.
Lo interesante es que ese premio no lo ganó él, sino yo, con la novela “Los años marchitos”, que EDUCA publicó en 1990 en su colección Séptimo Día. Según el acta del jurado, incluida al principio del libro, Hernández obtuvo una mención, no el premio que se ha atribuido en los últimos dieciocho años.
Quizá sea un hecho tan nimio el que lo orille a atacar a La Casa del Escritor; quizá ha recibido alguna línea especial de las autoridades universitarias; talvez se trató de la emoción del momento, fuera cual fuera ese momento.
Lo cierto es que, según el modo en que funcionan las instituciones, los insultos, la difamación y la intención tácita de no incluir a gente de La Casa del Escritor en el catálogo de la Editorial Universitaria fueron proferidos por Hernández, pero el responsable de ellas y de sus consecuencias es su superior, el Rector de la Universidad de El Salvador.
Por ese motivo, además de escribir estas líneas para Centroamérica 21, estoy enviando una copia al Sr. Rector, y otra a David Hernández, en espera de una aclaración. Es importante que los compañeros de La Casa del Escritor –y eventualmente de otros talleres– sepan a qué atenerse cuando se enfrenten la publicación de su obra, o cuando se acerquen a la UES para asuntos relacionados con la literatura.
La UES, por cierto, es el alma mater de la mayoría de los compañeros, algo que hasta ahora los llena de orgullo.
2 comentarios:
Sabés ayer después de ir a dejar a la Hormiga, me dijo que era mi clausura... La verdad no me ha caido la peseta de que ya salí! :'(
¿Cómo te vamos a clausurar, mujer, si apenas estás empezando?
Nomás ya tus trabajos no están a discusión dentro del taller. Pero los demás sí lo están para ti, je je. Y vieras qué divertido es. Pregúntale a Herberth, a Figueroa, a Alberto, a Krisma, a Vilma...
O sea que por allá nos seguimos viendo, ¿no?
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