Arabe de Nueva York y Día de la Raza
Cuando llegué a Arizona, en abril de 1999, estaban estrenando dos películas: Matrix, que es una maravilla, y Episodio 1. La amenaza fantasma, que me gustó bastante, aunque después lamenté las secuelas de ambas: qué manera de arruinar buenas ideas.
Me puse a platicar con una amiga acerca del cine de acción y de ciencia ficción y de nuestros favoritos. Le mencioné Independence Day (la vi anoche por enésima vez) que, aparte del plomoso discurso de Bill Pullman (el presidente de Estados Unidos), es bastante buena, divertida, bien armada, bien actuada, buenos efectos especiales, lo que sea. Y me dijo mi amiga: "Además es una película muy importante. Por primera vez en el cine, un negro y un judío salvan al mundo."
Tardé un rato en entender lo que decía. Para mí la película era una película, y los personajes (igual que los actores) eran en efecto un negro (Will Smith) y menos obviamente un judío (Jeff Goldblum). De Will Smith sabía que era negro desde que hacía The Fresh Prince (seguro lo era desde antes, pero allí lo vi por primera vez); de Goldblum no tenía ni idea de que fuese judío, aunque su personaje se apellida Levinson y tiene un papá que usa palabras en yiddish y alemán.
No me acordé en el momento de todo el rollo que hubo para que se permitiera a los negros actuar en papeles protagónicos, y todos los estereotipos con respecto a los judíos, japoneses, chinos, etcétera, en las películas y dibujos animados. Sólo le dije que me parecía que estaba poniendo énfasis en algo que no era importante, que la película era buena y listo, que había por allí un toque de racismo reverso. Y entonces se enojó y dijo que "nosotros" éramos racistas con "los indios", y que no teníamos nada que recriminarles a "ellos" (los anglos, supongo). He tenido que ver Independence Day varias veces antes de lograr recuperarle el gusto y no pensar en que Will Smith es negro y Jeff Goldblum judío, sino gente que hace cosas en una película de ficción. Y encontré que "allá" siempre hay un "ustedes" y un "nosotros" determinado por cosas que no tienen que ver ni siquiera por el origen geográfico.
Por ejemplo, tres años después regresé a dar unas pláticas y unos talleres en la Northern Arizona University y, después de un par de sesiones, salí a fumar un cigarro afuera del Departamento de Lenguas Modernas. Se me acercó una maestra que había estado en una de las pláticas y me preguntó que de dónde era. Le dije que venía de El Salvador, que había vivido mucho tiempo en México y algunos años en Costa Rica, además de una temporada de vagancia que incluyó Arizona. Me dijo que no me preguntaba dónde había vivido, sino de dónde eran mis antepasados, y por lo tanto de dónde era yo, qué era yo. Le pedí que adivinara, y sin dudarlo dijo: "Árabe de Nueva York." (Hacía unos meses había pasado lo de las torres gemelas, así que algo incómodo se me atravesó en algún lado.)
No conozco Nueva York; era mi objetivo en 1999, pero tuve que regresar a El Salvador porque mi padre enfermó en Costa Rica. (Yo me entiendo.) Le dije que tenía algo de árabe, para empezar el apellido; por el lado de mi abuela materna, un trozo de francés; por el lado de mi abuelo paterno, español e indígena; por el lado de mi abuela materna, mucha sangre negra y el pelo rizado; por el lado de mi abuelo materno, los ojos claros y la piel blanca, porque era de Chalatenango, y mi padre tenía unos rasgos orientales que quién sabe de dónde saldrían.
"¡Ah! -dijo triunfante la maestra-. ¡Latino!"
Y, sí, latino. A partir de ese momento ella mostró más confianza y se lanzó a una conversación fluida, y hasta se atrevió a tocar temas que no tocaría con negros, judíos o árabes de Nueva York.
Ayer fue Día de la Raza, Día de la Hispanidad o algún eufemismo similar. Se me ocurrió escribir algo sobre el tema, pero qué diablos: uno se pone raro cuando trata de hablar de su origen mítico, que siempre será falso y siempre llevará a conclusiones bobas. Imagino que debe ser difícil vivir en un lugar en el que la raza es un tema con el que se vive a todas horas, y que tiene consecuencias prácticas constantes, por ejemplo en los temas de conversación casual.
Me puse a platicar con una amiga acerca del cine de acción y de ciencia ficción y de nuestros favoritos. Le mencioné Independence Day (la vi anoche por enésima vez) que, aparte del plomoso discurso de Bill Pullman (el presidente de Estados Unidos), es bastante buena, divertida, bien armada, bien actuada, buenos efectos especiales, lo que sea. Y me dijo mi amiga: "Además es una película muy importante. Por primera vez en el cine, un negro y un judío salvan al mundo."
Tardé un rato en entender lo que decía. Para mí la película era una película, y los personajes (igual que los actores) eran en efecto un negro (Will Smith) y menos obviamente un judío (Jeff Goldblum). De Will Smith sabía que era negro desde que hacía The Fresh Prince (seguro lo era desde antes, pero allí lo vi por primera vez); de Goldblum no tenía ni idea de que fuese judío, aunque su personaje se apellida Levinson y tiene un papá que usa palabras en yiddish y alemán.
No me acordé en el momento de todo el rollo que hubo para que se permitiera a los negros actuar en papeles protagónicos, y todos los estereotipos con respecto a los judíos, japoneses, chinos, etcétera, en las películas y dibujos animados. Sólo le dije que me parecía que estaba poniendo énfasis en algo que no era importante, que la película era buena y listo, que había por allí un toque de racismo reverso. Y entonces se enojó y dijo que "nosotros" éramos racistas con "los indios", y que no teníamos nada que recriminarles a "ellos" (los anglos, supongo). He tenido que ver Independence Day varias veces antes de lograr recuperarle el gusto y no pensar en que Will Smith es negro y Jeff Goldblum judío, sino gente que hace cosas en una película de ficción. Y encontré que "allá" siempre hay un "ustedes" y un "nosotros" determinado por cosas que no tienen que ver ni siquiera por el origen geográfico.
Por ejemplo, tres años después regresé a dar unas pláticas y unos talleres en la Northern Arizona University y, después de un par de sesiones, salí a fumar un cigarro afuera del Departamento de Lenguas Modernas. Se me acercó una maestra que había estado en una de las pláticas y me preguntó que de dónde era. Le dije que venía de El Salvador, que había vivido mucho tiempo en México y algunos años en Costa Rica, además de una temporada de vagancia que incluyó Arizona. Me dijo que no me preguntaba dónde había vivido, sino de dónde eran mis antepasados, y por lo tanto de dónde era yo, qué era yo. Le pedí que adivinara, y sin dudarlo dijo: "Árabe de Nueva York." (Hacía unos meses había pasado lo de las torres gemelas, así que algo incómodo se me atravesó en algún lado.)
No conozco Nueva York; era mi objetivo en 1999, pero tuve que regresar a El Salvador porque mi padre enfermó en Costa Rica. (Yo me entiendo.) Le dije que tenía algo de árabe, para empezar el apellido; por el lado de mi abuela materna, un trozo de francés; por el lado de mi abuelo paterno, español e indígena; por el lado de mi abuela materna, mucha sangre negra y el pelo rizado; por el lado de mi abuelo materno, los ojos claros y la piel blanca, porque era de Chalatenango, y mi padre tenía unos rasgos orientales que quién sabe de dónde saldrían.
"¡Ah! -dijo triunfante la maestra-. ¡Latino!"
Y, sí, latino. A partir de ese momento ella mostró más confianza y se lanzó a una conversación fluida, y hasta se atrevió a tocar temas que no tocaría con negros, judíos o árabes de Nueva York.
Ayer fue Día de la Raza, Día de la Hispanidad o algún eufemismo similar. Se me ocurrió escribir algo sobre el tema, pero qué diablos: uno se pone raro cuando trata de hablar de su origen mítico, que siempre será falso y siempre llevará a conclusiones bobas. Imagino que debe ser difícil vivir en un lugar en el que la raza es un tema con el que se vive a todas horas, y que tiene consecuencias prácticas constantes, por ejemplo en los temas de conversación casual.
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