Charlie Parker
Hasta por allí de los 17 años, lo que conocía de jazz era lo que casi por casualidad me había caído, sin buscar demasiado porque entonces, señores, el rock era la ley. (Había buen rock, hay que reconocerlo.) A mí padre le gustaba Louis Armstrong y había un par de discos en casa, además de algunos cassettes grabados que me habían pasado aquí y allá. Mi favorito era Louie and the Good Book, que me grabó un amigo francés que vivía en Costa Rica. Me lo acabé de tanto oírlo y no lo volví a conseguir. También había oído algunas cosas de jazz francés, por supuesto el disco de la jeringa en el que venía "The Man with the Golden Arm" y algunas de las cosas del concierto de Atlanta de Ray Charles en 1959, en el que presentó "Tell Me What'd I Say". Y varios que fueron fundamentales: la serie Play Bach, de Jacques Loussier. Porque por encima del rock, el jazz y lo que sea siempre está Bach, que inventó la música. (Es literal. Oigan El clavecín bien temperado, y después lo que sea. Allí viene.)
Cuando nos fuimos a México, en 1976, descubrí que había un par de emisoras que pasaban cosas de jazz más bien light. De repente se alocaban en las madrugadas y pasaban conciertos de Ella Fitzgerald con Count Basie, de Toots Teelemans con su quinteto (nada que ver con las cosas más bien complacientes de él que pasaban de día), Bill Evans, Chick Corea, qué sé yo. Aun así, el rock seguía siendo lo más importante.
Hasta que en 1978 nos pasamos a vivir a Coyoacán. Había una pequeña librería a la que nadie iba, y que tenía algunos libros buenos y, sobre todo, una gran vitrina llena de cassettes de jazz. La librería en cuestión quebró y después se convirtió en El Parnaso; la vitrina tenía casi todo lo de Pablo Records, y que yo sepa era el único que los compraba, un par cada vez que cobraba algún dinero extra.
El primero fue uno que se llamaba This one's for Blanton, en el que sólo tocaban Duke Ellington y Ray Brown. Era diferente a todo lo que había oído hasta entonces: una formación de dos personas, sin siquiera batería, y no había silencios incómodos ni parecía que hiciera falta más. Lo oía y lo oía y no entendía por qué se oía tan bien, si un piano y un bajo son apenas la mitad de una sección rítmica que se precie de serlo (si la guitarra y la batería son la otra mitad). Sabía quién era Duke, pero no Ray Brown. En las siguientes compras me di cuenta de que ese disco era parte de lo que Norman Granz, el dueño de Pablo y el mítico productor de Verve Records, buscaba: la combinación de formaciones extrañas con músicos extraordinarios. Así oí, en los meses y años que siguieron, cosas como Dizzie Gillespie y Oscar Peterson haciendo duelos de velocidad, Ray Brown y Niels Pedersen en un duelo de bajos, a Ella Fitzgerald con Joe Pass o Peterson sin una orquesta detrás, que era lo que se esperaba de ella, a Basie en pequeños ensembles. (No se pierdan los dos volúmenes de Basie's Jam. Tampoco toda la serie de conciertos en Montreaux.) Etcétera.
Y en todas partes encontraba referencias de Charlie Parker, pero ninguno de sus discos. O mejor: sí, llegué a ver discos de Charlie Parker en la Sala Margolin, pero los precios eran impagables para mi sueldo de periodista raso. Eran las épocas en que en México todo tenía unos impuestos pavorosos y no había modo. En serio, no había modo.
Así que me tenía que conformar con leer lo que Cortázar escribía de él, y para entonces ya sabía que Ray Brown había tocado en su banda, así que lo oía en el Modern Jazz Quartet, en discos prestados, y también el par en el que aparece Joe Pass; sabía de Dizzie, y quería creer que sus cosas en solitario tenían que ver con lo que tocaba con él; algo había oído de Theolonius Monk y nada de Charles Mingus, Max Roach, Ed Thigpen o Red Rodney. Tenía alguna antología en la que venían cosas de Herb Ellis, y me enamoré a primera oída de su guitarra. (Si consiguen el disco Two for the Road, de Joe Pass con Herb Ellis, cómprenlo. No tiene desperdicio.) Conseguí un disco de Miles Davis con Milt Jackson en los tiraderos de Tepito, y más de las combinaciones extrañas de Pablo Records.
Hasta que un día la amiga de una novia que tenía un tío me pasó unos cassettes grabados de los discos originales con varios discos de Charlie Parker en sus diferentes etapas, y el mundo cambió. Y siguió cambiando cuando tuve algo de dinero para empezar a comprar los originales, por allí de 1986; coincidió con que los impuestos para las cosas importadas comenzaron a bajar en México, gracias a o por culpa de Miguel de la Madrid, como se le quiera ver, y a que conseguí un trabajo mejor pagado, como guionista de historieta.
Charlie Parker me pone de buen humor, en especial cuando toca con Dizzie al lado. En su época con Miles me resulta demasiado sórdido, y necesito de un estado de ánimo especial para oírlo. Con Red Rodney es correcto, terriblemente correcto, y a veces brillante. Y con orquesta de cuerdas... bueno... Lo importante es darse cuenta de que, a pesar de todos esos instrumentos y coros, Charlie Parker es Dios.
En los últimos años han aparecido discos y recopilaciones bastante buenas. Me gusta la colección de Savoy, que tenía desde 1990 pero perdí, y acabo de conseguir A Studio Chronicle 1940-1948, un poco menos ordenado y con menos takes, pero bien bueno, cómo no. Lo interesante de éste es que vienen las grabaciones dietéticas en las que participó Charlie Parker, acompañando a cantantes que el tiempo se tragó. En especial me dio gusto oír "I'll Always Love You All the Same", en la que participan Charlie Parker, Dizzie, Mingus, Monk, Ellis y no recuerdo quién a la batería, talvez Max Roach. Tampoco recuerdo el nombre del cantante, que pagó por el disco, y que se vendió horrores... gracias al lado B, que les dejó a los de la banda para que hicieran lo que quisieran. De allí salió el Be-bop.
Del Bop me gusta la idea de llevar las cosas al límite de la resistencia humana, al menos en sus inicios, y esos temas que no se pueden tararear de primera intención, llenos de síncopas y contratiempos. Cuando oí "Donna Lee", "Be-bop" y "Cherokee" por primera vez envidié a ese montón de locos que dejaban pedazos de vida en ser felices a 240 o más golpes por minuto. Y el humor, sobre todo el humor.
Curiosamente Duke dijo, en un principio, que "eso" no era jazz, y creo que ni siquiera música. Era obvio: ese montón de jovencitos irreverentes estaban rompiendo con lo que él había creado, el swing, llevándolo a niveles absurdos. Por eso ahora aprecio de manera especial aquel primer cassette que compré de Pablo Records, de Duke tocando con Ray Brown: eran dos generaciones que se ponían a ser felices haciendo lo mismo, porque nunca dejó de ser lo mismo.
Está la polémica acerca de quién creó el Bop, si Dizzie o Parker o alguien más. En realidad no importa. Después de veinte años de estar oyéndolo siempre, sé que sin Parker el mundo no sería el mismo y quizá, con todo y lo trágico de su vida, o gracias a ello, no habría ciertas dosis de felicidad que siempre hacen falta para salir a la puerta.
Cuando nos fuimos a México, en 1976, descubrí que había un par de emisoras que pasaban cosas de jazz más bien light. De repente se alocaban en las madrugadas y pasaban conciertos de Ella Fitzgerald con Count Basie, de Toots Teelemans con su quinteto (nada que ver con las cosas más bien complacientes de él que pasaban de día), Bill Evans, Chick Corea, qué sé yo. Aun así, el rock seguía siendo lo más importante.
Hasta que en 1978 nos pasamos a vivir a Coyoacán. Había una pequeña librería a la que nadie iba, y que tenía algunos libros buenos y, sobre todo, una gran vitrina llena de cassettes de jazz. La librería en cuestión quebró y después se convirtió en El Parnaso; la vitrina tenía casi todo lo de Pablo Records, y que yo sepa era el único que los compraba, un par cada vez que cobraba algún dinero extra.
El primero fue uno que se llamaba This one's for Blanton, en el que sólo tocaban Duke Ellington y Ray Brown. Era diferente a todo lo que había oído hasta entonces: una formación de dos personas, sin siquiera batería, y no había silencios incómodos ni parecía que hiciera falta más. Lo oía y lo oía y no entendía por qué se oía tan bien, si un piano y un bajo son apenas la mitad de una sección rítmica que se precie de serlo (si la guitarra y la batería son la otra mitad). Sabía quién era Duke, pero no Ray Brown. En las siguientes compras me di cuenta de que ese disco era parte de lo que Norman Granz, el dueño de Pablo y el mítico productor de Verve Records, buscaba: la combinación de formaciones extrañas con músicos extraordinarios. Así oí, en los meses y años que siguieron, cosas como Dizzie Gillespie y Oscar Peterson haciendo duelos de velocidad, Ray Brown y Niels Pedersen en un duelo de bajos, a Ella Fitzgerald con Joe Pass o Peterson sin una orquesta detrás, que era lo que se esperaba de ella, a Basie en pequeños ensembles. (No se pierdan los dos volúmenes de Basie's Jam. Tampoco toda la serie de conciertos en Montreaux.) Etcétera.
Y en todas partes encontraba referencias de Charlie Parker, pero ninguno de sus discos. O mejor: sí, llegué a ver discos de Charlie Parker en la Sala Margolin, pero los precios eran impagables para mi sueldo de periodista raso. Eran las épocas en que en México todo tenía unos impuestos pavorosos y no había modo. En serio, no había modo.
Así que me tenía que conformar con leer lo que Cortázar escribía de él, y para entonces ya sabía que Ray Brown había tocado en su banda, así que lo oía en el Modern Jazz Quartet, en discos prestados, y también el par en el que aparece Joe Pass; sabía de Dizzie, y quería creer que sus cosas en solitario tenían que ver con lo que tocaba con él; algo había oído de Theolonius Monk y nada de Charles Mingus, Max Roach, Ed Thigpen o Red Rodney. Tenía alguna antología en la que venían cosas de Herb Ellis, y me enamoré a primera oída de su guitarra. (Si consiguen el disco Two for the Road, de Joe Pass con Herb Ellis, cómprenlo. No tiene desperdicio.) Conseguí un disco de Miles Davis con Milt Jackson en los tiraderos de Tepito, y más de las combinaciones extrañas de Pablo Records.
Hasta que un día la amiga de una novia que tenía un tío me pasó unos cassettes grabados de los discos originales con varios discos de Charlie Parker en sus diferentes etapas, y el mundo cambió. Y siguió cambiando cuando tuve algo de dinero para empezar a comprar los originales, por allí de 1986; coincidió con que los impuestos para las cosas importadas comenzaron a bajar en México, gracias a o por culpa de Miguel de la Madrid, como se le quiera ver, y a que conseguí un trabajo mejor pagado, como guionista de historieta.
Charlie Parker me pone de buen humor, en especial cuando toca con Dizzie al lado. En su época con Miles me resulta demasiado sórdido, y necesito de un estado de ánimo especial para oírlo. Con Red Rodney es correcto, terriblemente correcto, y a veces brillante. Y con orquesta de cuerdas... bueno... Lo importante es darse cuenta de que, a pesar de todos esos instrumentos y coros, Charlie Parker es Dios.
En los últimos años han aparecido discos y recopilaciones bastante buenas. Me gusta la colección de Savoy, que tenía desde 1990 pero perdí, y acabo de conseguir A Studio Chronicle 1940-1948, un poco menos ordenado y con menos takes, pero bien bueno, cómo no. Lo interesante de éste es que vienen las grabaciones dietéticas en las que participó Charlie Parker, acompañando a cantantes que el tiempo se tragó. En especial me dio gusto oír "I'll Always Love You All the Same", en la que participan Charlie Parker, Dizzie, Mingus, Monk, Ellis y no recuerdo quién a la batería, talvez Max Roach. Tampoco recuerdo el nombre del cantante, que pagó por el disco, y que se vendió horrores... gracias al lado B, que les dejó a los de la banda para que hicieran lo que quisieran. De allí salió el Be-bop.
Del Bop me gusta la idea de llevar las cosas al límite de la resistencia humana, al menos en sus inicios, y esos temas que no se pueden tararear de primera intención, llenos de síncopas y contratiempos. Cuando oí "Donna Lee", "Be-bop" y "Cherokee" por primera vez envidié a ese montón de locos que dejaban pedazos de vida en ser felices a 240 o más golpes por minuto. Y el humor, sobre todo el humor.
Curiosamente Duke dijo, en un principio, que "eso" no era jazz, y creo que ni siquiera música. Era obvio: ese montón de jovencitos irreverentes estaban rompiendo con lo que él había creado, el swing, llevándolo a niveles absurdos. Por eso ahora aprecio de manera especial aquel primer cassette que compré de Pablo Records, de Duke tocando con Ray Brown: eran dos generaciones que se ponían a ser felices haciendo lo mismo, porque nunca dejó de ser lo mismo.
Está la polémica acerca de quién creó el Bop, si Dizzie o Parker o alguien más. En realidad no importa. Después de veinte años de estar oyéndolo siempre, sé que sin Parker el mundo no sería el mismo y quizá, con todo y lo trágico de su vida, o gracias a ello, no habría ciertas dosis de felicidad que siempre hacen falta para salir a la puerta.
1 comentario:
"Carlie Parker es Dios". No sólo te gusta, te llega!
Interesante... a escucharemos algo de él. Me parece que tengo una "copia de respaldo" de algún álbum en algún lado.
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