El traidor y sus circunstancias
Como ya he contado, mi padre metió la novela en el premio latinoamericano de narrativa de la desaparecida EDUCA, en 1984, y me pidió permiso --y me convenció-- al día siguiente de haberla inscrito, para que no hubiera marcha atrás. Usó el pseudónimo "G. Ilom", por el personaje de Asturias Gaspar Ilom, que también era el pseudónimo de su hijo, el comandante de la ORPA guatemalteca. Así consta en el acta. Hubo otras tres novelas finalistas, y me parece que dos eran de salvadoreños, por los pseudónimos: Años de hierro, firmado por Valerio Gas, y Cuenta la leyenda que..., firmado por Rojo Sumpul. La otra finalista fue Esta ciudad de los buenos aires, bajo el pseudónimo de Fiel. Fueron 66 novelas en total.
El libro se publicó a mediados de 1985, pero desde los primeros días del año Carmen Naranjo, entonces directora de EDUCA, me mandó el diseño de la portada, casi tal y como aparecería. Me desconcertó bastante: la línea de EDUCA para las portadas era bastante diferente (un tanto más simbólicas), y la foto de un señor maquillado me parecía una solución demasiado fácil. Hasta que, pasada la impresión inicial, me di cuenta de qué se trataba.
El actor de la foto se llama Ernesto Rohrmoser. Lo he buscado un par de veces cuando he ido a Costa Rica, para darle las gracias, y no lo he encontrado. Una búsqueda rápida en internet me da varios resultados. Por ejemplo, aquí, aparece en una foto de la reseña de la obra de teatro Ellos están divinas, y aquí lo mencionan como el diseñador del vestuario de Mowgli: The New Adventures of the Jungle Book. Por allí lo vi también como maquillista.
La idea del libro es la de un traidor que no es un traidor: es un colaborador al que agarran preso con unos carteles de propaganda y, para sobrevivir, y a cambio de que lo manden fuera del país, denuncia a gente a la que conoce. Ni siquiera sabe si son guerrilleros o no, pero la mayoría muere, y en el camino cae preso su hermano, que sí es guerrillero, y lo asesinan. Mientras, él sufre su culpa tratando de sobrevivir en la Ciudad de México: a veces trabaja, a veces roba, vive a costas de una mesera de un café de chinos que alquila un mínimo cuarto de azotea en la peor zona de la colonia Narvarte... Más que un traidor, el tipo es un pobre tipo, pero en algún lugar se le va poniendo oscura el alma y, en fin, sería cosa de leerlo. (No, no pienso reeditarlo, je je. Esperarán a que me muera y a que Krisma quiera dar la autorización. Claro que se aceptan propuestas...)
El asunto es que Rohrmoser y la diseñadora de las portadas de EDUCA, Valeria Varas, lograron algo notable: poner los dos aspectos del personaje en una sola cara y de un solo flashazo. El control gestual de Rohromoser --me dicen que es mimo-- es extraordinario, y el maquillaje hace lo demás. Para ilustrarlo, he partido la foto de la portada en dos (¡reconecté mi scanner después de casi un año!).

En la parte de la izquierda, por ejemplo, la más maquillada, está el tipo que no sabe nada de nada, un colaborador pequeñito que sólo ha hecho unos diseños para unos carteles porque su hermano se lo pidió y, en fin, hasta allí está dispuesto a llegar. Veo una gran expresión de tristeza, de culpa, qué sé yo. Es un tipo al que uno podría invitar a un trago y oír su historia y condolerse de él, aun sabiendo que sus actos han llevado a cosas terribles. (Ojo: no estoy hablando de los méritos de la novela, que no sé si tenga tantos, sino de la foto de la portada, que tiene muchos.)

La otra mitad de la cara es otro rollo: allí está el tipo calculador, el que está dispuesto a todo, al que le importa bastante poco lo que pudiera haber hecho y sin demasiados escrúpulos a la hora de la sobrevivencia. Y es que el personaje es ambas cosas a la vez, y de allí el encanto de una portada aparentemente tan simple. Creo que la expresión de la boca fue muy bien lograda. (Habrá quien diga que ahora basta con un par de toques de Photoshop para lograr algo mejor, y será cierto. Pero en 1985 no había de eso, y no hay Photoshop que sustituya a un buen actor.)
Como sea, ésta es la primera vez que hablo tan extensamente de la Historia del traidor, así que voy a aprovechar para aclarar algunos mitos que se manejan en el municipio con respecto a ella.
Se dice que el libro está basado en la historia de un ex militante de las FPL, Julián Ignacio Otero Espinoza, a quien le ocurrieron varias situaciones similares a las que se mencionan en la novela; que averigüé acerca de él y después escribí la novela.
Pues no. Yo no tenía ni idea de quién era Julián Otero, o no más allá de sus nombres y apellidos. Un día de 1980 fui a recoger a alguien al aeropuerto de la Ciudad de México y traía un ejemplar de La prensa gráfica y otro de El diario de hoy. Se los pedí, me los dio, y una de las noticias centrales era que habían agarrado a un alto dirigente de las FPL, responsable de logística del Comando Central y en tratos directos con Cayetano Carpio, de quien decía que se estaba muriendo de cáncer. (Ahora sabemos que no era cierto.) Había aparecido en la tele, en los diarios y había dicho todo lo que sabía; hasta decía que se había presentado voluntariamente porque tanta violencia y tantos comunistas y todo eso. Había un montón de información que no sólo era falsa, sino también tonta; era obvio que estaba recitando un guión que le había dado alguien de la... uh... inteligencia militar, y que lo que sabía en realidad era poco. Pregunté de él y me dijeron que no, que no era lo que decía, que sí era colaborador de las FPL, pero que sólo era un montaje. Basado en eso, y nada más en eso, esa noche empecé a escribir la novela. Armé una sola nota, casi textual, con los recortes de periódico y armé todo a su alrededor. En cuatro meses tenía un borrador bastante torpe, en siete un borrador bueno con un final pésimo, y a eso del año la novela estaba terminada.
Pocas personas supieron algún detalle de su proceso de elaboración: Nicolás Doljanin, a quien todo lo que escribía le producía risa; no porque fuera divertido lo que hacía, sino porque le daba gusto que escribiera, y había frases que años después todavía me repetía; René Bascopé, un cuentista boliviano que moriría un par de años después en un accidente; Luis Melgar Brizuela, quien me recomendaba lecturas y me cuestionaba ciertos asuntos de coherencia y de lenguaje, y nadie más. Al terminarla la conoció mi responsable política, que me lanzó una guerra bastante abierta; mi padre, los antes citados y supongo que mi compadre, quien me dijo que "no estaba mal", pero que me pusiera en cosas más serias.
Ah: Horacio Castellanos Moya la conoció recién terminada la segunda versión. Me dijo algunas cosas acerca de Otero, porque lo conoció, pero no incluí nada. Se hubiera roto la estructura, y en ese momento no sabía demasiado de eso como para arriesgarme.
En fin, la novela se quedó engavetada hasta que ganó el premio en 1984, y se publicó en 1985. No sabía nada de Julián Otero ni de su vida. Después me enteré de que había vivido en la Ciudad de México, pero juro que yo lo puse allí por una razón bien simple: no conocía ninguna otra ciudad de la que pudiera hablar con propiedad. Traté de ubicar la novela en El Salvador, y pues no. Así que saqué al personaje del país lo más rápidamente que pude y me lo llevé a mi territorio.
Cuando se publicó el libro y lo comenzaron a conocer los amigos, empezaron a llover los datos. La primera persona que me habló de él fue Diana de Oquelí, cuyo nombre de soltera es Diana Otero Espinoza, o sea que era su hermana. Me preguntó dónde había conseguido algunos detalles que sólo alguien de la familia podía conocer, y le dije la verdad: el personaje era así porque así era, y a eso me habían llevado los recortes. Luego, en 1985 trabajé en la Secretaría de Educación Pública dando talleres de creación literaria y conocí a una instructora que a su vez me presentó a su novio, Toño (no recuerdo el apellido). Y Otero había vivido en casa de Toño durante algunas semanas, por no sé qué casualidades, y me contó cosas que en el libro aparecían de manera más bien light. Después Roberto Laínez me habló de él, porque estuvieron juntos en no sé qué estructura de las FPL.
En unos meses resultó que todo el mundo conocía a Julián Otero, y que era perfectamente reconocible con todo y que se trataba de una novela donde todo era inventado y su nombre no aparece en ninguna parte. Y hasta había cosas que coincidían, tanto que su hermana me hizo un interrogatorio más bien intenso.
Cuando regresé a El Salvador y fui a la DPI por algunos ejemplares de Los héroes tienen sueño y a saludar a Miguel Huezo, alguien que no recuerdo se presentó y me dijo que por mi culpa habían despedido como director de Publicaciones a Gabriel Otero, a quien tampoco conozco, y que hasta había tenido que irse del país. Me dijo que por culpa de la novela se habían enterado "en el gobierno" de que Julián era su primo y le había costado el cargo. Por lo que sé, si fue por eso, se enteraron como cinco o seis años tarde, lo que habla mal de la inteligencia "del gobierno" o de las fuentes de información de "la derecha". Un par de veces más me lo han dicho en los años siguientes.
El traidor lo pusieron en el programa de estudios de la licenciatura en letras de la UES, y todavía hay quien lo lee y hasta hace trabajos acerca de él. Luis Melgar lo clasificó como un libro perteneciente al "realismo testimonial", y con todo lo que le he reclamado no lo he hecho cambiar de opinión. Porque de realismo tendrá lo que tiene cualquier novela, pero de testimonial no tiene absolutamente nada, excepto dos notas periodísticas en las que además se han cambiado detalles para que se ajusten al resto.
Peor todavía: mi expulsión de las FPL tuvo que ver con la novela, porque daba una visión distorsionada de la realidad de nuestra lucha, de nuestro pueblo y de todo lo nuestro de lo que se hablaba en ese entonces. Y más: me atrevía a decir que había traidores en el movimiento, así fueran traidores pequeñitos. Por eso me extrañó leer, en un libro bastante irresponsable publicado en 1990 en Estados Unidos, Literature and Politics in the Central American Revolutions, de John Beverley y Marc Zimmerman, que la Historia del traidor había sido parte de todo un movimiento artístico y cultural surgido de la guerra, que yo lo había escrito en 1984 con el fin de apoyar la insurgencia, que andaba metido en manifestaciones y que en tomas de fábricas daba recitales y cosas así. Eso lo hacía, yo, en El Salvador. Y vivía en México. Y además yo era parte de ASTAC, de la que sólo supe cuando leí ese libro, en 1999. Y digo que el libro es irresponsable porque no hay una sola ficha de uno solo de los autores salvadoreños que se mencionan allí que se corresponda con la realidad. ¡Beverley y Zimmerman ni siquiera les preguntaron a los autores de los que hablaban, sino a militantes de izquierda que apenas tendrían contacto con la literatura! En 2000 conocí a Zimmerman y le pregunté cómo habían publicado "eso", y me dijo que, bueno, las prisas, no tuvieron mucho tiempo para investigar porque los sandinistas acababan de perder las elecciones en Nicaragua, y el libro había que sacarlo como estuviera o como se pudiera para que no se quedara en bodegas, qué le vamos a hacer, había que venderlo, la urgencia. Eso sí, un tipo simpatiquísimo, Marc. A Beverley no lo conozco, excepto por sus libros, y me ofenden. Ya diré alguna vez por qué.
Entonces resulta que usé la historia de una persona a la que no conozco para escribir un libro, que a su primo le costó el trabajo y casi la vida, que por él me corrieron de las FPL, pero al mismo tiempo fue un arma de lucha en las tomas de fábricas en las que participé, a pesar de que estuve fuera del país durante 27 años, incluidos ésos. Espero no llegar a ser lo suficientemente bueno como para que alguien escriba mi biografía, en serio.
Y ya que estamos con el libro, la confesión de rigor.
En las novelas y cuentos posteriores he evitado mencionar lugares: calles, edificios, direcciones, ubicaciones. Un motivo es de sentido común: para el que no conozca, los detalles serán una pérdida de tiempo, o las cosas pueden cambiar y en un par de años la novela será obsoleta. (Le pasa mucho a Carlos Fuentes. Un caso extremo es Zona sagrada: nada está donde estaba cuando la escribió.) El otro es técnico: si se crea un buen personaje, éste verá lo que hay a su alrededor, y también lo verá el lector a través de los ojos del que escribe. No es nada zen: es tecniquísimo. Comprobado. Pero el motivo más importante tiene que ver con la superstición.
En El traidor se mencionan varios edificios. Por ejemplo, el Hotel Versalles, donde la Secretaría de Gobernación ponía a los asilados políticos. Pues bien, se cayó en el terremoto de 1985. Se habla, muy de pasada, del Hotel Continental, en Reforma e Insurgentes; en el último piso se presentaba la vedette Olga Breeskin. El hotel no se cayó, pero sí los tres últimos pisos, y hubo que demolerlo. En la calle de Doctor Vértiz, por donde pasé a diario durante años, había un edificio que usé como referencia para cuando el traidor va y se deja mantener por una mesera, que desde luego se llama Lupita. Era un edificio de unos cinco pisos, ya bien deteriorado. Se cayó toda la fachada y los dos pisos superiores, además de la azotea donde estaban los cuartos que describo en la novela. Hay un par más. Cuando Thierry Davo llegó a México, a finales de 1986, y quiso conocer los lugares en los que se ambientaba la novela, lo único que pude enseñarle fueron ruinas y terrenos baldíos.
Sé que el terremoto fue muy fuerte, pero a mí me suena a demasiada coincidencia. De todos los edificios que se mencionan en el libro, sólo quedó en pie uno que aún ahora acoge una vinatería. Eso sí: se cayó una pared intermedia, que lograron arreglar después de recimentarla.
Y vamos a ver de preparar los sanguchitos y las películas para la cena de año nuevo. Nos vemos en 2007.
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Nota prepotente: Recién regresado a El Salvador, varios escritores agarraron la misma onda: decirme que, sí, yo escribía bien, que Los héroes tienen sueño y Los años marchitos y Terceras personas, pero que "esa novelita", la del traidor, era más bien malita, ¿no? Y yo hacía alguna broma, porque no es lo mejor que tengo, pero es mía, y además siempre lo hacían en público y de verdad que resultaba embarazoso. Un día, alguien que ya me lo había dicho un par de veces repitió lo de "esa novelita", también con público. Enough is enough, me dije, y le contesté en el tono más mexicano (es decir elegante) que pude: "A ver: esa novela es lo que yo estaba escribiendo a los 21 años. Para eso me daba el pellejo. ¿Tú qué estabas escribiendo a los 21 años?" Todos los presentes sabíamos lo que todos estábamos escribiendo a esa edad, y se hizo un silencio de sepultura, así que hice una broma de lo más frívola, nos reímos y nadie ha vuelto a hablarme de "esa novelita" en "ese tonito". Aprovecho y pongo un pedazo aquí, en mi otro blog. (Sí, Thierry, tiene pequeñas correcciones que le hice por allí de 1990.)